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domingo, 27 de julio de 2014
La serpiente y la luciérnaga
Cuenta la Leyenda, que una vez, una serpiente empezó a perseguir a una Luciérnaga; esta huía rápido con miedo de la feroz depredadora, y la serpiente no pensaba desistir.
Huyó un día, y ella no desistía, dos días y nada.....En el tercer día, ya sin fuerzas la Luciérnaga paro y dijo a la serpiente:
-Puedo hacerte tres preguntas???
-No acostumbro dar ese privilegio a nadie pero como te voy a devorar, puedes preguntar...
-¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
-No, contestó la serpiente....
-¿Yo te hice algún mal?
-No, volvió a responder
-Entonces, ¿Por qué quieres acabar conmigo?
-Porque no soporto verte brillar........!
Muchos de nosotros nos hemos visto envueltos en situaciones donde nos preguntamos: ¿Por qué me pasa esto si yo no he hecho nada malo?
Sencillo.......porque no soportan verte brillar.
La Envidia, es el peor sentimiento que podemos padecer..........
Que envidien tus logros, tu éxito......Que Envidien verte brillar.....
Cuando esto pase, no dejes de Brillar, continua siendo tu mismo, sigue dando lo mejor de ti, sigue haciendo lo mejor, no permitas que te lastimen, no permitas que te hieran, Sigue Brillando y No podrán tocarte....
porque tu Luz seguirá intacta!!!
El anciano y el niño
Eramos la única familia en el restaurante con un niño. Yo senté a Daniel en una silla para niño y me di cuenta que todos estaban tranquilos comiendo y charlando. De repente, Daniel pegó un grito con ansia y dijo, "Hola amigo!".
Golpeando la mesa con sus gorditas manos, sus ojos estaban bien abiertos por la admiración y su boca mostraba la falta de dientes en su encía.
Con mucho regocijo él se reía y se retorcía. Yo miré alrededor, vi la razón de su regocijo.
Era un hombre andrajoso con un abrigo en su hombro; sucio, grasoso y roto.
Sus pantalones eran anchos y con el cierre abierto hasta la mitad y sus dedos se asomaban a través de lo que fueron unos zapatos.
Su camisa estaba sucia y su cabello no había recibido una peinilla por largo tiempo.
Sus patillas eran cortas y muy poquitas y su nariz tenía tantas venitas que parecía un mapa.
Estábamos un poco lejos de él para saber si olía, pero seguro que olía mal. Sus manos comenzaron a menearse para saludar.
"Hola bebito, como estas muchachón," le dijo el hombre a Daniel.
Mi esposa y yo nos miramos, "Que hacemos?"
Daniel continuó riéndose y contestó: "Hola, hola amigo."
Todos en el restaurante nos miraron y luego miraron al pordiosero. El viejo sucio estaba incomodando a nuestro hermoso hijo.
Nos trajeron nuestra comida y el hombre comenzó a hablarle a nuestro hijo como un bebe. Nadie creía que era simpático lo que el hombre estaba haciendo. Obviamente el estaba borracho. Mi esposa y yo estábamos avergonzados.
Comimos en silencio, menos Daniel que estaba súper inquieto y mostrando todo su repertorio al pordiosero, quien le contestaba con sus niñadas.
Finalmente terminamos de comer y nos dirigimos hacia la puerta.
Mi esposa fue a pagar la cuenta y le dije que nos encontraríamos en el estacionamiento.
El viejo se encontraba muy cerca de la puerta de salida.
"Dios mío, ayúdame a salir de aquí antes de que este loco le hable a Daniel" -dije orando, mientras caminaba cercano al hombre.
Le di un poco la espalda tratando de salir sin respirar ni un poquito del aire que él pudiera estar respirando.
Mientras yo hacía esto, Daniel se volvió rápidamente en dirección hacia donde estaba el viejo y puso sus brazos en posición de "cárgame."
Antes de que yo se lo impidiera, Daniel se abalanzó desde mis brazos hacia los brazos del hombre.
Rápidamente el muy oloroso viejo y el joven niño consumaron su relación amorosa.
Daniel en un acto de total confianza, amor y sumisión recargó su cabeza sobre el hombro del pordiosero.
El hombre cerró sus ojos y pude ver lágrimas corriendo por sus mejillas.
Sus viejas y maltratadas manos llenas de cicatrices, dolor y duro trabajo, suave, muy suavemente, acariciaban la espalda de Daniel. Nunca dos seres se habían amado tan profundamente en tan poco tiempo.
Yo me detuve aterrado.
El viejo hombre se meció con Daniel en sus brazos por un momento, luego abrió sus ojos y me miró directamente a los míos.
Me dijo en voz fuerte y segura: "Usted cuide a este niño."
De alguna manera le conteste "Así lo haré" con un inmenso nudo en mi garganta.
El separó a Daniel de su pecho, lentamente, como si tuviera un dolor.
Recibí a mi niño, y el viejo hombre me dijo: "Dios le bendiga, señor. Usted me ha dado un hermoso regalo." No pude decir más que un entrecortado gracias.
Con Daniel en mis brazos, caminé rápidamente hacia el carro.
Mi esposa se preguntaba por qué estaba llorando y sosteniendo a Daniel tan apretadamente, y por qué yo estaba diciendo:
"Dios mío, Dios mío, perdóname."
Yo acababa de presenciar el amor de Cristo a través de la inocencia de un pequeño niño que no vio pecado, que no hizo ningún juicio; un niño que vio un alma y unos padres que vieron un montón de ropa sucia.
Yo fui un cristiano ciego, cargando un niño que no lo era.
Yo sentí que Dios me estuvo preguntando: "Estás dispuesto a compartir tu hijo por un momento?
"Cuando El compartió a su hijo por toda la eternidad.
El viejo andrajoso, inconscientemente, me recordó aquellas palabras que dicen: "De cierto os digo, que el que no recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará en él." (Marcos 10:15)
Servir a los demás
Una noche de tormenta, hace ya bastantes años, un matrimonio mayor entró en la recepción de un pequeño hotel en Filadelfia. Se aproximaron al mostrador y preguntaron: "¿Puede darnos una habitación?".
El empleado, un hombre atento y de movimientos rápidos, les dijo: "Lo siento de verdad, pero hoy se celebran tres convenciones simultáneas en la ciudad. Todas nuestras habitaciones y las de los demás hoteles cercanos están ocupadas”. El matrimonio manifestó discretamente su agobio, pues era difícil que a esa hora y con ese tiempo tan horroroso pudieran encontrar dónde pasar la noche. El empleado entonces les dijo: "Miren..., no puedo dejarles marchar sin más con este aguacero. Si ustedes aceptan la incomodidad, puedo ofrecerles mi propia habitación. Yo me arreglaré con el sillón de la oficina, pues tengo que estar toda la noche pendiente de lo que pase”.
El matrimonio rechazó el ofrecimiento, pues les parecía abusar de la cortesía de aquel hombre. Pero el empleado insistió con cordialidad y finalmente ocuparon su habitación. A la mañana siguiente, al pagar la estancia, aquel hombre dijo al empleado: "Usted es el tipo de gerente que yo tendría en mi propio hotel. Quizás algún día construya uno para devolverle el favor que hoy nos ha hecho". Él tomó la frase como un cumplido y se despidieron amistosamente.
Pasados dos años, recibió una carta de aquel hombre, donde le recordaba la anécdota y le enviaba un billete de ida y vuelta a New York, con la petición expresa de que por favor acudiese. Con cierta curiosidad, aceptó el ofrecimiento. Después de un breve recorrido, el hombre mayor le condujo hasta la esquina de la Quinta Avenida y la calle 34, señaló un imponente edificio con fachada de piedra rojiza y le dijo: "Este es el hotel que estoy construyendo para usted". El empleado le miró con asombro: "¿Es una broma, verdad?". "Puedo asegurarle que no", le contestó. Así fue como William Waldorf Astor construyó el Waldorf Astoria original y contrató a su primer gerente, de nombre George C. Boldt.
Es evidente que Boldt no podía imaginar que su vida estaba cambiando para siempre cuando tuvo el detalle al atender cortesmente al viejo Waldorf Astor en aquella noche tormentosa en Filadelfia. Pero lo sucedido es una muestra de cómo servir a los demás es algo que siempre tiene un buen retorno, sobre todo cuando uno no lo busca ni lo espera.
La amistad, el amor, la felicidad y el servicio a los demás, son realidades muy vinculadas. Nadie puede asegurarnos la felicidad, pero lo que a cada uno corresponde es procurar merecerla. La felicidad es como el premio de la virtud. Por eso decía Platón que “si el semblante de la virtud pudiera verse, enamoraría a todos”.
Mejorar en nuestra propia virtud —y ser por tanto personas más sinceras, leales, generosas, pacientes o trabajadoras—, no debe ser un empeño narcisista, ni una búsqueda ansiosa de la propia excelencia que acaba en una obstinación egoísta y ridícula. La mejora personal no se alcanza cuando se considera un fin en sí misma, sino cuando nos apremia la necesidad de tratar bien a las personas.
Habituarse a pensar en los demás y a prestarles ayuda, sin servilismos, es una buena forma de superar ese sentimentalismo bobalicón que inicialmente exhala generosidad pero luego se echa atrás, siempre con muy razonados motivos, cuando llega el momento diario de la verdad. A medida que las personas adquirimos la madurez y la libertad necesarias para superar los imperativos del egoísmo, se abre paso ese criterio de servicio que llena la vida de interés y de alegría espontáneas. Templar el propio yo, con sus deseos y sus miserias, purifica el espíritu de muchos pequeños motivos de tristeza que nacen del excesivo apego y preocupación por uno mismo.
La vocación de los primeros Apóstoles (Evangelio de San Juan, 1, 35-47)
Al día siguiente estaba allí de nuevo Juan y dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: ´He aquí el Cordero de Dios'. Los dos discípulos, al oírle hablar así, siguieron a Jesús. Se volvió Jesús y, viendo que le seguían, les preguntó: ´¿Qué buscáis?'. Ellos le dijeron: ´Rabbí (que significa Maestro), ¿dónde vives?'. Les respondió: ´Venid y veréis'. Fueron y vieron dónde vivía, y permanecieron aquel día con él. Era alrededor de la hora décima.
Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y siguieron a Jesús. Encontró primero a su hermano Simón y le dijo: ´Hemos encontrado al Mesías (que significa el Cristo)'. Y lo llevó a Jesús. Mirándolo Jesús le dijo: ´Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Piedra)'.
Al día siguiente determinó encaminarse hacia Galilea y encontró a Felipe. Y le dijo Jesús: ´Síguemeª. Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Encontró Felipe a Natanael y le dijo: ´Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés en la Ley, y los Profetas: Jesús de Nazaret, el hijo de José'. Entonces le dijo Natanael: ´¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?'. Le respondió Felipe: ´Ven y verás'.
La conversión de Zaqueo (Lucas 19, 1-10)
Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: ´Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede en tu casaª. Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: ´Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador'. Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: ´Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo'. Jesús le dijo: ´Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdidoª.
La fe de Bartimeo (Marcos 10, 46-52)
Y al salir Él de Jericó con sus discípulos y una gran multitud, el hijo de Timeo, Bartimeo, ciego, estaba sentado junto al camino pidiendo limosna. Y al oír que era Jesús Nazareno, comenzó a gritar y a decir: ´Jesús, Hijo de David, ten compasión de míª. Y muchos le reprendían para que se callase. Pero él gritaba mucho más: ´Hijo de David, ten compasión de mí'. Se detuvo Jesús y dijo: ´Llamadle'. Llaman al ciego diciéndole: ´¡Ánimo!, levántate, te llamaª. Él, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús preguntándole, dijo ´¿Qué quieres que te haga?ª. El ciego le respondió: ´Rabboni, que veaª. Entonces Jesús le dijo: ´Anda, tu fe te ha salvadoª. Y al instante recobró la vista, y le seguía por el camino.
Curación de una mujer (Mateo, 20-22)
En esto, una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años, acercándose por detrás, le tocó el borde de su manto. Pues decía en su interior: ´Con solo que toque su manto quedaré sana'. Jesús se volvió y mirándola, le dijo: ´Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado'. Y quedó sana la mujer desde aquella hora.
Una mujer adúltera (Juan 8, 1-11)
Jesús se fue al monte de los Olivos. De mañana volvió de nuevo al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos trajeron a una mujer sorprendida en adulterio y poniéndola en medio le dijeron: ´Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?'. Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: ´Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra'. E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Ellos, al oír estas palabras se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: ´Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado?'. Ella respondió: ´Ninguno, Señor'. Jesús le dijo: ´Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más'.
Un joven rico que no se convierte (Marcos 10, 17-22)
Cuando salía para ponerse en camino, vino uno corriendo y, arrodillado ante él, le preguntó: ´Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna?'. Jesús le dijo: ´¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino uno, Dios. Ya conoces los mandamientos: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no defraudarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre". Él le dijo: ´Maestro, todo esto lo he guardado desde mi adolescencia'. Jesús, fijando en él su mirada, se prendó de él y le dijo: ´Una cosa te falta: anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme'. Pero él, afligido por estas palabras, se marchó triste, porque tenía muchos bienes.
Jesús y la samaritana (Juan 4, 1-42)
Jesús abandonó Judea y se marchó de nuevo a Galilea. Tenía que pasar por Samaría. Llegó, pues, a una ciudad de Samaría, llamada Sicar junto al campo que dio Jacob a su hijo José. Estaba allí el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta.
Vino una mujer de Samaría a sacar agua. Jesús le dijo: ´Dame de beber'. Sus discípulos se habían marchado a la ciudad a comprar alimentos. Entonces le dijo la mujer samaritana: ´¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?'. Pues no se tratan los judíos con los samaritanos. Jesús le respondió: ´Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber, tú le habrías pedido y él te habría dado agua viva'. La mujer le dijo: ´Señor, no tienes ni con qué sacar agua y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas, pues, el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebió él, sus hijos y sus ganados?'.
Respondió Jesús: ´Todo el que bebe de esta agua tendré sed de nuevo, pero el que beba de agua que yo le daré, no tendrá sed nunca más, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna'. La mujer le dijo: ´Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed ni tenga que venir hasta aquí para sacarla'. Le contestó: ´Anda, llama a tu marido y vuelve aquí'. Le respondió la mujer: ´No tengo marido'. Le contestó Jesús: ´Bien has dicho no tengo marido, pues cinco has tenido y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho la verdad'.
Le dijo la mujer: ´Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres adoraron a Dios en este monte, y vosotros decís que el lugar donde se debe adorar está en Jerusalén'. Le respondió Jesús: ´Créeme mujer, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis, nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora, y es ésta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque así son los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorar en espíritu y en verdad'. La mujer le dijo: ´sé que el Mesías, el llamado Cristo va a venir. Cuando él venga nos anunciará todas las cosas'. Le respondió Jesús: ´Yo soy, el que habla contigo'.
A continuación llegaron sus discípulos, y se admiraron de que hablara con una mujer. Pero ninguno le preguntó: ´¿Qué buscas?ª, o ´¿Qué hablas con ella?ª. La mujer dejó su cántaro, fue a la ciudad y dijo a la gente: ´Venid, ved a un hombre que me ha dicho cuanto hice. ¿No será éste el Cristo?ª. Salieron de la ciudad y venían a él.
Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer que atestiguaba: ´Me ha dicho todo lo que hiceª. Así que, cuando vinieron a él los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Entonces creyeron muchos más por su predicación. Y decían a la mujer: ´Ya no creemos por tu palabra; nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es en verdad el Salvador del mundoª.
Bautismo de un etíope (Hechos de los Apóstoles 8, 26-39)
Un ángel del Señor habló a Felipe y le dijo: ´Levántate y marcha hacia el Sur, a la ruta que baja de Jerusalén a Gaza y que está desiertaª. Se levantó y se puso en camino. Sucedió que un hombre de Etiopía, eunuco, dignatario de Candace, reina de los etíopes, y superintendente de su tesoro, había venido a Jerusalén para adorar a Dios. Volvía sentado en su carro e iba leyendo al profeta Isaías. Dijo entonces el Espíritu a Felipe: ´Acércate y ponte al lado de ese carruajeª. Apresurándose Felipe, oyó que leía al profeta Isaías y le dijo: ´¿Entiendes acaso lo que lees?ª. Él respondió: ´¿Cómo podré entenderlo si no me lo explica alguien?ª. Rogó entonces a Felipe que subiera y se sentase junto a él. El pasaje de la Escritura que iba leyendo era el siguiente: Como oveja fue llevado al matadero, y como mudo cordero ante el esquilador, así no abrió su boca. En su humillación se le negó la justicia. ¿Quién hablará de su posteridad?, ya que su vida es arrebatada de la tierra.
El eunuco dijo a Felipe: ´Te ruego me digas de quién dice esto el profeta: ¿de sí mismo o de algún otro?ª. Entonces Felipe tomó la palabra y, comenzando por este pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús. Mientras iban por el camino llegaron a un lugar donde había agua, y le dijo el eunuco: ´Aquí hay agua, ¿qué impide que yo sea bautizado?ª. Mandó parar el carruaje y bajaron ambos, Felipe y el eunuco, hasta el agua, y le bautizó. Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe y no le vio más el eunuco, que siguió su camino con alegría.
Conversión de San Pablo (Hechos 9, 1-22)
Saulo, respirando todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, se presentó ante el Sumo Sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de llevar detenidos a Jerusalén a quienes encontrara, hombres y mujeres, seguidores del Camino. Pero mientras iba de camino le sucedió, al acercarse a Damasco, que de repente le envolvió de resplandor una luz del cielo. Y cayendo en tierra oyó una voz que le decía: ´Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?ª. Respondió: ´¿Quién eres tú, Señor?ª. Y él: ´Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacerª.
Los hombres que le acompañaban se detuvieron estupefactos, pues oían la voz, pero no veían a nadie. Se levantó Saulo del suelo y, aunque tenía abiertos los ojos, no veía nada. Entonces, llevándolo de la mano, lo condujeron a Damasco, y permaneció tres días sin vista y sin comer ni beber.
Había en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor habló en una visión: ´¡Ananías!ª. Él respondió: ´Aquí estoy, Señorª. El Señor le dijo: ´Levántate y ve a la calle llamada Recta, y busca en casa de Judas a uno de Tarso llamado Saulo, que está orandoª -y vio Saulo en una visión que un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos, para que recobrase la vista-. Ananías respondió: ´Señor, he oído a muchos cuánto mal ha causado este hombre a tus santos en Jerusalén, y que tiene aquí poderes de los Sumo Sacerdotes para prender a todos los que invocan tu nombreª. El Señor le dijo: ´Ve, porque éste es mi instrumento elegido para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que habrá de sufrir a causa de mi nombreª.
Marchó Ananías, entró en la casa e imponiéndole las manos dijo: ´Saulo, hermano, me ha enviado el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santoª. Al instante cayeron de sus ojos una especia de escamas y recobró la vista; se levantó y fue bautizado, y tomando algo de comer recuperó sus fuerzas.
Estuvo algunos días con los discípulos que había en Damasco, y enseguida empezó a predicar a Jesús en las sinagogas diciendo: ´Este es el Hijo de Diosª. Todos los que le oían se asombraban y decían: ´¿No es éste el que atacaba en Jerusalén a los que invocaban su nombre, y que vino aquí para llevarlos detenidos a los Sumo Sacerdotes?. Saulo cobraba cada vez más fuerza y desconcertaba a los judíos que habitaban en Damasco, demostrando que Jesús es el Mesías.>
Siete hábitos diarios para las personas que deseen ser Santas
Nadie nace santo. Se consigue la santidad con mucho esfuerzo, pero también con la ayuda y la gracia de Dios. Todos, sin exclusión, están llamados a reproducir en sí mismos la vida y el ejemplo de Jesucristo, caminar detrás de sus huellas.
Estás leyendo esto porque estás interesado en tomar tu vida espiritual más seriamente de ahora en adelante. Aceptar de corazón uno de los puntos clave del Concilio Vaticano II: la importancia de la doctrina de la llamada universal a la santidad. También conoces que Jesús es el único camino a la santidad "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida." El secreto de la santidad es la oración constante la cual puede ser definida como el continuo contacto con la Santísima Trinidad: "reza siempre y sin desfallecer" (Lc. 18:1). Hay varios caminos para llegar a conocer a Jesús. Nosotros vamos a hablar brevemente sobre algunos de ellos en este artículo. Si quieres llegar a conocer, amar y servir a Jesús de la misma forma que aprendes a amar y enamorarte de otras personas: tu esposa, miembros de tu familia y amigos íntimos, por ejemplo, pasando un tiempo considerable con él en forma regular y, en este caso básicamente todos los días. El retorno, si lo haces, es la única verdadera felicidad en esta vida y la visión de Dios en la próxima. No hay sustituto a esto.
La santificación es un trabajo de toda la vida y requiere nuestro determinado esfuerzo para cooperar con la gracia santificante de Dios que viene por medio de los Sacramentos.
Los siete hábitos diarios que propongo consisten en el ofrecimiento de la mañana, la lectura espiritual (Nuevo Testamento y un libro espiritual sugerido por tu director espiritual), el Santo Rosario, la Santa Misa y Comunión, al menos quince minutos de oración mental, la recitación del Ángelus al mediodía y un breve examen de conciencia por la noche. Estos son los principales medios para alcanzar la santidad. Si eres una persona que quiere llevar a Cristo a otros a través de la amistad, estos son instrumentos con los cuales almacenarás la energía espiritual que te permitirá hacerlo. La acción apostólica sin los sacramentos, volverá ineficaz una sólida y profunda vida interior. Puedes estar seguro que los santos incorporaron por uno u otro camino todos estos hábitos en su rutina diaria. Tu objetivo es ser como ellos, contemplativos en el medio del mundo.
Quiero remarcar varios puntos antes de examinar los hábitos
Primero; recuerda que el crecimiento en estos hábitos diarios son como una dieta o un programa de ejercicio físico, es un trabajo de proceso gradual. No esperes incorporar los siete o aún dos o tres de ellos en tu agenda diaria inmediatamente. No puedes correr una carrera de cinco kilómetros si antes no te has entrenado. Tampoco puedes tocar a Liszt a la tercera clase de piano. Esta prisa te invita al fracaso, y Dios quiera que tengas éxito tanto en tu ritmo como en el Suyo. Debes trabajar cercanamente con tu director espiritual y gradualmente incorporar los hábitos a tu vida en el período de tiempo que corresponda a tu particular situación. Puede ser el caso que por las circunstancias de tu vida se requiera la modificación de los siete hábitos.
Segundo; al mismo tiempo tu debes hacer el firme propósito, con la ayuda del Espíritu Santo y tus especiales intercesores, para hacer de ellos la prioridad de tu vida - más importante que comer, dormir, trabajar y descansar-. Quiero aclararte que estos hábitos no se pueden adquirir a las corridas. Ese no es el modo como nosotros queremos tratar a los que amamos. Ellos deben hacerse cuando estemos más atentos durante el día en un lugar en silencio y sin distracciones; donde sea fácil ponerse en presencia de Dios y estar con Él. Después de todo, ¿no es más importante nuestra vida eterna que nuestra vida temporal? Todo esto redundará al momento de nuestro juicio como una cuenta de amor a Dios en nuestro corazón.
Tercero; quiero dejar en claro que vivir los hábitos no es pérdida de tiempo. No estás perdiendo el tiempo, en realidad lo ganas. Nunca conocerás una persona que viva todos ellos diariamente que sea menos productiva como trabajador o peor esposo o que tenga menos tiempo para sus amigos o no pueda cultivar su vida intelectual. Todo lo contrario, Dios siempre recompensa a los que lo ponen a El primero. Nuestro Señor multiplicará asombrosamente tu tiempo como multiplicó los panes y los peces y dio de comer a la multitud hasta saciarse. Puedes estar seguro de que el papa Juan Pablo II, la Madre Teresa o San Maximiliano Kolbe rezan o han rezado mucho más que la hora y media que se sugiere en estos hábitos repartidos a lo largo del día.
Primer Hábito
El primer hábito es el ofrecimiento del día por la mañana; cuando te arrodillas y, utilizando tus propias palabras o una fórmula, ofreces todo tu día a la gloria de Dios. Lo que no es simple es lo que sucederá antes del ofrecimiento. "Véncete cada día desde el primer momento, levantándote en punto, a la hora fija, sin conceder ni un minuto a la pereza.
Si con la ayuda de Dios te vences, tendrás mucho adelantado para el resto de la jornada.
¡Desmoraliza tanto sentirse vencido en la primera escaramuza! (San Josemaría- Camino, 191)
En mi experiencia pastoral, quien puede vivir el "minuto heroico" en la mañana y a la noche va a la cama en el tiempo previsto, tiene la energía física y espiritual a lo largo del día para parar lo que este haciendo para cumplir los otros hábitos.
Segundo Hábito
El segundo hábito es por lo menos quince minutos de oración en silencio. Puedes agregar otros quince minutos extras en otro momento del día. Después de todo, ¿Quién no desea pasar más tiempo con tan excelente compañía? La oración es una conversación uno a uno, directa con Jesucristo, preferentemente frente al Santísimo Sacramento en el Sagrario. Esta es tu hora de la verdad o tu momento superior. Si lo deseas puedes abrirte y hablar acerca de lo que está en tu mente y en tu corazón. Al mismo tiempo adquirirás el hábito de escuchar cuidadosamente y meditar como otra María (Lc. 10.38-42) para ver qué es lo que Jesús te está pidiendo y qué te quiere dar. Es aquí que nosotros comprendemos su dicho "Sin Mí, nada pueden hacer."
Tercer Hábito
El tercer hábito son quince minutos de lectura espiritual que usualmente consistirá en unos pocos minutos de sistemática lectura del Nuevo Testamento, para identificarnos con la Palabra y acciones de nuestro Salvador. El resto del tiempo en un libro clásico de espiritualidad católica recomendado por tu director espiritual. En cierto sentido, es el más práctico de nuestros hábitos porque a través de los años leeremos varias veces la vida de Cristo y adquiriremos la sabiduría de los santos y de la Iglesia junto con la lectura de docenas de libros, los cuales enriquecerán nuestro intelecto. También podremos poner las ideas allí expresadas en acción.
Cuarto Hábito
El cuarto hábito es participar en la Santa Misa y recibir la Santa Comunión en estado de gracia. Este es el hábito más importante de todos los siete (cfr. Jn. 6, 22-65). Ella debe estar muy en el centro de nuestra vida interior y consecuentemente de nuestro día. Este es el acto más íntimo, posible del hombre. Encontramos a Cristo vivo, participamos en la renovación de Su sacrificio por nosotros y nos unimos a su cuerpo y alma resucitado. Como el papa Juan Pablo II dijo en su Exhortación Apostólica Ecclesia in America "La Eucaristía es el centro viviente y eterno centro alrededor del cual la comunidad entera de la Iglesia se congrega" (n°35).
Quinto Hábito
El quinto hábito es rezar cada día al mediodía el Angelus o Regina Coeli invocando a Nuestra Santísima Madre de acuerdo al tiempo litúrgico. Esta es una costumbre católica que se remonta a muchos siglos. Este es un hermoso modo de honrar a Nuestra Señora por un momento. Como niños recordamos a Nuestra Madre durante el día y meditamos sobre la Encarnación y Resurrección de Nuestro Señor, el cual da sentido a toda nuestra existencia.
Sexto Hábito
El sexto hábito también es Mariano. El rezo del Santo Rosario cada día y la meditación de los misterios, los cuales versan sobre la vida de Nuestro Señor y Nuestra Señora. Es un hábito que, una vez adquirido es difícil abandonar. Junto con la repetición de las palabras de amor a María y el ofrecimiento de cada decena por nuestras intenciones, nosotros tomamos un atajo hacia Jesús el cual pasa a través del corazón de María. El no puede rechazar nada de Ella.
Séptimo Hábito
El séptimo hábito es un breve examen de conciencia por la noche antes de ir a la cama. Te sientas, pides luces al Espíritu Santo y por varios minutos revisas tu día en presencia de Dios preguntándote si te has comportado como un hijo de Dios en el hogar, en el trabajo, con tus amigos. También miras una particular área, la cual tu tienes identificada con ayuda de tu director espiritual, quien conoce tus necesidades para mejorar y llegar a la santidad. También puedes hacer una rápida mirada para ver si has sido fiel en los hábitos diarios que hemos discutidos en este artículo. Luego haces un acto de gratitud por todo lo bueno que has hecho y recibido, y un acto de contricción por aquellos aspectos en los que voluntariamente has fallado.
Si una persona honestamente mirase su día, no importa cuán ocupado esté, (y nunca me pareció encontrarme con gente que no esté muy ocupada a no ser que esté permanentemente retirada), puede frecuentemente encontrar que usualmente mal gasta un poco de tiempo cada día. Piensa, ¿qué necesidad hay de una taza de café extra cuando puedes usar ese tiempo para visitar el Santísimo Sacramento, quince minutos antes de comenzar el trabajo? O la media hora o mucho más, gastada mirando programas de televisión o videos. También es común, gastar tiempo durmiendo en el tren o escuchando la radio en el auto cuando puede ser usado para rezar el Rosario. Como también, ¿el diario no lo puedes leer en diez minutos en lugar de veinte dejando espacio para la lectura espiritual?
¿Y esa comida no podría hacerse en media hora dejando espacio para la Misa? No olvides que esta media hora es tiempo mal gastado cuando al final del día podrías haberla usado para una buena lectura espiritual, examinar tu conciencia e ir a la cama a tiempo para recuperar energías para las batallas del día siguiente. La lista continúa. Puedes hacer la tuya.
Sé honesto contigo y con Dios. Estos hábitos, vividos bien, nos capacitan para obedecer la segunda parte del gran mandamiento amar a los otros como a nosotros mismos. Estamos en la tierra como estuvo el Señor "para servir y no para ser servido." Esto sólo puede ser alcanzado junto a nuestra gradual transformación en otro Cristo a través de la oración y los sacramentos. Viviendo estos siete hábitos llegaremos a ser personas santas y apostólicas, gracias a Dios. Ten por seguro que, cuando caigamos en algo grande o pequeño, siempre tendremos un Padre que nos ama y espera en el Sacramento de la Penitencia y la devota ayuda de nuestro consejero espiritual para que volvamos a nuestro curso correcto.
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