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sábado, 22 de abril de 2017

Hoy descubrí que me falta fe

¡No hay imposibles para Dios!

San Juan Bautista proclamó que Jesús era el hijo de Dios… no debe haber sido fácil hacer esta afirmación cuando un rey quería tu cabeza en una bandeja de plata… ¿qué hacía que san Juan no tuviera miedo si no gozaba ni de poder, ni de dinero, ni de amigos importantes…? Lo único que tenía en abundancia era fe en Dios.
Y es que la fe del Bautista fue más grande que las amenazas de Herodes, su confianza Dios le quitó el miedo y alegremente anunció la venida del Hijo de Dios. ¡Sería maravilloso que tuviéramos una fe así de profunda! Nuestra vida sería bien diferente…
Muchos vivimos en una angustia constante, o con una tristeza bien arraigada… sin duda en esos momentos nos falta más fe para saber que Cristo nunca nos dejará solos y que nos sacará bien librados de todos nuestros aprietos.
Creamos en Dios en medio de las dificultades
Todos con facilidad decimos que creemos en Dios cuando nuestra vida es bendecida, cuando no nos falta nada, cuando nuestra familia está bien, pero la verdadera fe se prueba en medio de las dificultades.
Piensa en los santos: aunque sufrían persecuciones, hambre, soledad, enfermedades, calumnias y demás… tenían su fe bien firme en Dios y no temblaban porque sabían que el que tiene la última palabra es Dios. Su fe les decía que nada ni nadie los separaría del amor de Cristo, el cual era su protector, y antes bien en medio de las dificultades su confianza en Dios les aumentaba las fuerzas y la alegría; incluso en la cárcel daban gloria a Dios, en el martirio sonreían y sin dinero hacían grandes obras.
Ahora te pregunto a ti: ¿tiemblas ante las dificultades? Y si tu respuesta es “sí”, necesitas aumentar tu fe para descubrir que Dios es más grande que todos tus problemas, más fuerte que cualquier enemigo, más poderoso que cualquier dificultad…
Creamos en Dios en la enfermedad
Lamentablemente la enfermedad en algún momento toca nuestras vidas o las de nuestros seres queridos y cuando esto ocurre no sabemos qué hacer y nos angustiamos… pero conozco muchas personas que aunque están en fase terminal se les ve tan serenas y alegres que desconciertan, y preguntándoles cuál es su secreto te afirman que Dios está detrás de esa paz, dándoles fortaleza.
Cuántos de nosotros ante una enfermedad nos ponemos tristes, nos deprimidos, incluso nos enojamos con Dios y le reclamamos: ¿por qué a nosotros, Señor?
El problema no es la enfermedad, sino la falta fe, necesitamos poner nuestra esperanza en el buen Jesús que pasó toda su vida sanando enfermos y dando esperanza a los que lo necesitaban. Así es que si la enfermedad te hace tambalear, ¡aumenta tu fe y descubrirás que no hay imposibles para Dios!
Creamos que Dios nos ayudará a cambiar
Los grandes santos tienen metas bien altas, pero la primera es cambiar de vida, alejarse del pecado. No es suficiente con decir que tenemos fe, ella nos tiene que ayudar a detenernos cuando queramos hacer el mal, a detenernos de recaer en nuestros vicios, a detenernos cuando la violencia llene nuestro ser, ¡nuestra fe debe ayudarnos a ser santos!
Hay personas que me dicen que ya lo intentaron todo, que no pueden cambiar y portarse bien, ¿no será más bien que les falta fe en que Dios tiene el poder para ayudarlos a cambiar? Necesitamos comprometernos y ser mejores cada día, tú y yo sabemos a qué debemos renunciar, ánimo, aumenta tu fe y pronto santo serás.
De antemano a todos nos falta fe, no importa qué tan cercanos estemos a Dios, llegan momentos tan difíciles que nos hacen caer, pero no te rindas, con humildad dile al Señor: “Mi Dios creo en ti, pero aumenta mi fe”. Con una fe tan sólida como la de san Juan Bautista podrás estar en paz en medio de cualquier tormenta, no te canses de pedirle al Espíritu Santo que te regale el don de la confianza en Dios y verás que serás prácticamente invencible ante cualquier persona o problema.
La fe mueve montañas, ¡créelo de corazón!

viernes, 21 de abril de 2017

La sabiduría que viene de Dios

orar-con-el-corazon-abierto
La sabiduría comienza con el silencio. Tanto la palabra como el silencio revelan lo que hay en el interior de nuestro ser, de nuestra alma, aquello que hay dentro de cada uno. Y yo necesito silencio, mucho silencio, porque mi vida ya está de por sí llena de ruidos y alboroto. Por eso, en lo sereno de la oración, Cristo se me presenta como una voz interior que me llama, me susurra, espera mis palabras a veces llenas de alegría y otras de lamentos.

Cuando mis labios permanecen sellados y no dicen nada, el corazón de Cristo también me escucha porque Él es el único que lee en mi interior. Ese es el gran misterio de la presencia misteriosa de Cristo en la vida del hombre. Es cuando reposas a los pies de Jesús cuando puedes atisbar esa voz suave y amorosa del buen Dios, que exclama: “No te preocupes, hijo, porque aquí estoy y nunca te abandono”. Y te sientes lleno de paz y de serenidad interior al comprender que Dios está siempre, por encima de todo, en tus pensamientos, en tus sentimientos, en tu vida misma. Comprendes que Dios lo llena todo. Absolutamente todo. Que está siempre a tu lado, que jamás te abandona ni siquiera en esas noches oscuras que tantas veces cubren la vida. En los momentos más complicados y difíciles en los que caminar se hace pesado. Que su bondad siempre acompaña, que su misericordia no se termina ni se acaba sino que se renueva cada día porque así de sublime es su fidelidad y así de grande es su Amor.
¿Por qué, entonces, no detenerme con más frecuencia a contemplar la belleza de esta sabiduría que viene de Dios?
¡Dios mío, te pido con toda confianza, la sabiduría del corazón! ¡Ayúdame a hacer más silencio para llenarme más de ti! ¡Padre, Tú eres el que quieres entrar en mi intimidad y yo no te lo permito porque hay demasiado ruido en mi interior y a mi alrededor! ¡Entra si quieres, Señor, y dame la gracia para acoger tu revelación en mi! ¡No permitas, Señor, que te cierre el corazón deslumbrado como estoy tantas veces por el resplandor de las cosas mundanas, de mi propio yo, de mi soberbia y mi egoísmo! ¡Señor, siento con gozo que me amas y yo quiero amarte también más a ti, por eso necesito hacer más paradas, hacer más silencio, para encontrar más momentos de intimidad contigo, para abrir mi corazón, para a través tuyo servir a los demás y ser capaz de irradiar esperanza, amor y caridad! ¡Permíteme estar siempre contigo, Señor, sin etiquetas, sin prisas, sin parámetros que fijan distancias, sin normas, sin contrapartidas, simplemente en silencio escuchando tus palabras y saboreando tu presencia en cada uno de mis muchos vacíos! ¡Permíteme, en el silencio, sentado a los pies de tu presencia, recostado en tu regazo de sabiduría, sintiendo tus abrazos de amor y de misericordia! ¡Y en este tiempo de silencio, acoge con magnanimidad mis secretos!
Dame más sabiduría, le pedimos cantando al Señor: