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jueves, 18 de enero de 2018

Heridas que no cicatrizan

corazón rotoEn mi rodilla derecha todavía se observa la cicatriz de un grave accidente que sufrí hace unos años.  Regresa a mi mente el recuerdo de aquel aciago día. Sucede lo mismo con las viejas heridas que piensas han cicatrizado pero permanecen abiertas.
Circunstancias que tuvieron lugar tiempo atrás: situaciones mal evaluadas, malas interpretaciones, traiciones, palabras que hirieron profundamente… todo ello provoca sentimientos dolorosos que ni el tiempo ⎯gran provisión de rencor en el corazón, en el fondo⎯ logra borrar. Si aquel me dijo, si el otro dejó de decir, si aquel actúo así, si el otro no tenía que haber actuado…
Un ejecutivo me contaba el otro día como había logrado perdonar a su madre por un rechazo que pensaba tenía desde pequeño. En la madurez de su vida, cumplidos ya los cincuenta, había comprendido en gran parte el dolor que llevaba también su madre en el corazón y que le había llevado a actuar así. El amor que había vertido sobre ella le había permitido perdonar sus acciones y el dolor sentido que tenía hacia su madre. Pero no podía negar que las palabras y las actitudes de su madre habían provocado en él una gran inseguridad personal que se trasladaba a las relaciones con los demás. Había crecido en la inseguridad y en la inseguridad se movía provocando un enorme miedo a ser rechazado y, en esta actitud tan introvertida, su actitud era de constante enojado con el mismo y con los demás.
En un retiro celebrado recientemente Dios llevó a su corazón una nueva esperanza. En un dibujo que le habían regalado en el que aparecía un niño pequeño abrazado a su madre se podía leer esta frase de san Pablo en la Carta a los Filipenses: «Estoy firmemente convencido de que aquel que comenzó en Ti la buena obra la completará hasta el día de Cristo Jesús». Más claro, imposible. ¡Qué capacidad del Espíritu Santo para hablar a lo profundo del corazón!
Cuando Dios llama a la puerta del corazón porque está interesado en ocupar un lugar preponderante en él algo cambia en el interior. Principalmente, porque una vez habitando en el corazón su trabajo consiste en cambiarlo para transformar al hombre en alguien nuevo. Dios no sólo es quien ayuda al perdón, es el que libera al hombre de su vergüenza, de su inseguridad y del engaño que le impide ser lo que es la voluntad de Dios.
¡Señor, en tu Pasión me enseñas como perdonar por amor, como olvidar con humildad las ofensas que haya recibido! ¡Concédeme la gracia, Señor, de escrutar a fondo mi corazón y descubrir si todavía quedan resquicios de una ofensa no perdonada o de alguna amargura que no he logrado olvidar!  ¡Señor, lávame de mis pecados y límpiame de toda iniquidad! ¡Dame un corazón grande para olvidar las ofensas recibidas! ¡Haz que me convierta en testigo alegre de paz, de armonía, de fraternidad y de concordia! ¡Tú, Señor, has prometido continuar tu trabajo en lo más profundo de mi corazón; entra pues y transfórmalo con la fuerza de Tu Santo Espíritu! ¡Permíteme avanzar cada día a tu lado y perdonar todo aquello que se haya pronunciado o hecho contra mí! ¡Ayúdame, Señor, a rechazar todos los sentimientos de vergüenza o desilusión que me puedan embargar a causa de estas situaciones! ¡Dame la fuerza de ser auténtico en mi vida de cada día! ¡Acepto con profundo amor la sanación que me otorgas y te pido que me llenes con la fuerza de tu Santo Espíritu!
Sana mi herida, es la súplica que hacemos hoy al Señor: