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jueves, 25 de agosto de 2016

¿Yo decido mi sexo? Una reflexión sobre la ideología de género

Los estudios de género son muy amplios, y sólo la versión más radical se ha convertido en lo que se conoce como "ideología de género"

La Asamblea de la Comunidad de Madrid (España) ha decidido definir la identidad sexual como “la vivencia interna e individual del género tal y como cada persona la siente y auto determina”, lo que ha generado que numerosas voces críticas se levanten en contra de esta definición de corte político basada en una posición particular dentro del muy nutrido universo de las teorías y estudios de género.

No corresponde hacer aquí un análisis de la extensa ley (“Ley de Indentidad y Expresión del Género e Igualdad Social y No Discriminación”, de 17 de marzo de 2016) , pero sí conviene apuntar a sus claves filosóficas fundamentales, que son de vital importancia para comprender el futuro de las reformas políticas que se nos vienen encima.

En concreto, el aspecto más polémico y central de la ley es el principio de autodeterminación de la identidad sexual que significa, para decirlo de una manera sencilla, que cada persona puede y tiene el derecho a elegir libremente cuál es el sexo con el que se siente identificada, sin tener en cuenta ningún elemento que se refiera a su naturaleza o corporalidad.

Estudios de género no es lo mismo que ideología de género

El primer dato que debemos señalar es que éste no es un principio que las diferentes teorías o estudios de género acepten de buen grado o que incluso propongan. Ni mucho menos. Se trata de la versión más radical entre las posibles, aquella que elimina toda ratio, criterio o norma en la comprensión de la sexualidad y la deja a la arbitrariedad de cada cual que puede, de hecho, cambiar su identidad de manera “performativa” en cualquier momento. Así las cosas, la ley no es una ley que sólo proponga la no discriminación por razones de sexo u orientación sexual, sino una ley que otorga carta de ciudadanía al principio de “autodeterminación de la propia identidad”, cosa bien distinta.

La tesis proviene del conocido libro de Judith Butler titulado Gender Trouble (“El género en disputa”), en el que esta filósofa norteamericana intenta superar el binomio naturaleza-cultura para romper con cualquier tipo de medida que pueda servir para profundizar en la identidad sexual de los sujetos.

Según ella el género es previo a todo discurso que trate de definir lo que somos. Somos un cuerpo cambiante que adopta tendencias sexuales variables y yo soy lo que elijo ser en cada momento. De este modo cada uno decidirá cuál es su sexo, pero no solamente entre las opciones de ser mujer o varón, homosexual, bisexual, transexual, neutro, etc., sino entre cualquier modelo inventado que uno pueda proponer, por muy ocurrente que sea.

Se trata, por lo tanto, de la postura más ideológica, vacía y nihilista entre las posibles. Porque hay muchas posibles: con mucha frecuencia se habla de la “ideología de género” como un cajón de sastre unitario, cuando en realidad allí se amontonan abigarradamente teorías, investigaciones y opiniones muy diversas, siendo la de Butler una más entre ellas -ya digo, la más extrema y nihilista- y a mi juicio con una pretensión claramente política, que es la que la torna extremadamente peligrosa como “ideología de género”.

Sin embargo también es cierto que hay otras teorías y estudios de género que abordan la diferencia sexual, muchas muy sensatas y de las que podemos aprender mucho, siendo injusto que todas acaben en el mismo saco para señalar mejor al “enemigo” al que hay que vencer. Este tipo de simplificaciones no ayudan en nada y las más de las veces contribuyen a dar la razón al que no entiende de razones -porque no las necesita-, sino de voluntad de poder.

Porque otro error no menos extremo que el de Butler (de hecho, es la otra cara de la misma moneda) es considerar que el sexo es una cuestión ligada exclusivamente a la genitalidad, de manera que el hombre y la mujer serían exactamente lo mismo con la única diferencia de los órganos que configuran su aparato reproductor. Esta noción, con la que a veces queremos resolver el problema de la identidad de la manera más directa y sencilla, es una simplificación en muchos casos perversa.

Es cierto que todos los seres humanos nacemos varón o mujer, lo que supone dos estructuras psicofísicas distintas en las que lo humano se determina. De hecho, como señalaba ya hace muchos años Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), existe una configuración innata que sitúa a la persona en una de las dos condiciones sexuadas y lo hace como algo dado, que está conformado no sólo por una genitalidad, sino por toda la estructura anímica y espiritual, es decir, que supone una manera de estar en el mundo y de relacionarse con la realidad y con el resto de seres vivos, de pensar, de querer, de desear, de vivir, de sentir y, en definitiva, de ser.

Además de esto en cada momento histórico y en cada cultura aprendemos modelos de comportamiento, valores y virtudes asociados a lo masculino y a lo femenino. El resultado es que ser hombre o ser mujer tiene que ver con la naturaleza y también con la cultura: lo pude explicar en estas mismas páginas en un artículo sobre el feminismo contemporáneo.

Por ese motivo una de las principales confusiones en las que recaen algunos de los estudios de género, entre ellos el ya mencionado de Judith Butler, es ligar de una manera equivocada la identidad con la orientación sexual, de manera que el sujeto se define exclusiva o especialmente por su orientación sexual, afirmando a partir de aquí que existen tantas identidades personales como expresiones del deseo sexual.

Este error, absurdamente repetido, es sobremanera grosero. El hombre que siente un deseo que se inclina hacia los varones puede ser calificado como “homosexual” pero ésta no es su identidad sexual: es un hombre al que, dicho con rapidez, le gustan los hombres. De la misma manera una mujer con tendencias lesbianas no tiene como identidad el ser “lesbiana”, sino que es una mujer a la que le gustan las mujeres.

Otra cuestión, pero que tiene raíces y consecuencias muy distintas, es la de los problemas de identidad relacionados con la sexualidad, que no tienen por qué depender de la orientación sexual ya que, de hecho, pueden aparecer incluso antes de que se despierte el interés por el otro (o el mismo) sexo. Este es un terreno en el que hay que caminar con cuidado y que no tiene respuestas sencillas ni, desde luego, se puede abordar desde el poder con frivolidad.

Hemos indicado que ser hombre o ser mujer tiene una base natural (innata). Cuando cualquier ser humano viene al mundo lo hace como hombre o como mujer, lo cual no está establecido sólo por la genitalidad, sino que es una estructura psicofísica que, además, se desarrollará en interacción con el entorno. Pues bien, los problemas de identidad sexual pueden surgir en cada uno de estos ámbitos. Hay personas que nacen sin una sexualidad definida por la genitalidad, que aparece doble o confusa (es el caso del hermafroditismo), o que sienten una quiebra entre su constitución psicológica y hormonal y su corporalidad.

Estos problemas no tienen por qué ser una enfermedad ni necesariamente exigen tal catalogación, pero surgen de un desajuste que, de nuevo, está más allá de la decisión arbitraria del sujeto que, más bien, los sufre y pide una ayuda y una solución que hoy en día puede abordarse desde distintos frentes. Eso sí, por el bien de todos los implicados es imprescindible que se haga sin imponer la losa de la ideología: conviene mejor escuchar, analizar y comprender la realidad tal y como se presenta.

A veces tengo la impresión de que es urgente que en nuestras sociedades abramos la mente ante los problemas que plantea la ideología de género y que nos esforcemos en comprender y en lograr una concepción sensata y prudente que pueda ayudar a quienes lo necesitan.

Lo que se puede ver con toda claridad es que el supuesto “principio de autodeterminación de la identidad sexual” es una entelequia sociológica que sólo va a añadir confusión en el debate y con el que los políticos han demostrado estar completamente perdidos y desinformados. ¿O tal vez viven despreocupados del interés de los ciudadanos y se dedican a buscar titulares y a generarse una “imagen pública” según lo que en cada momento les conviene?