Debido a una avería en el tendido, los edificios de mi barrio quedaron durante un buen rato completamente a oscuras. Fue necesario encender unas velas para iluminar las estancias de mi hogar. Y para moverse por la casa utilizar una linterna que diera luz. No se podía encender el horno, ni el ordenador, ni cargar el teléfono móvil ni, por supuesto, encender una lámpara.
Me recuerda esta situación de oscuridad cómo Jesús nos habla de la necesidad de ser luz y de encender la lámpara. Los hombres no alumbramos con nuestra propia luz, lo hacemos con la luz que proviene de Él. Si no lo hacemos así podemos confundir nuestras propias ideas, gustos y opciones con las de Cristo, y actuar, proponer y vivir de forma que nada tenga relación con Él. De ahí que esta imagen repentina de oscuridad me invita a pensar que cada día debo encender mi propia lámpara con la luz de Cristo. Es la luz de Jesús lo que ilumina la sociedad, no mi propia luz por mucho éxito personal que pueda pensar que atesoro. Yo seré capaz de iluminar si soy capaz de ser reflejo de la luz del Señor.
Pero esta luz no es únicamente doctrinal sino esencialmente testimonial: vida que transforma la vida. Luz que me lleva a cambiar interiormente, que cambia mi corazón, mi relación con los demás, mis actitudes, la manera de valorar las cosas y afrontar la realidad de mi vida. Solo puedo ser luz auténtica en el momento en que hago verdad las enseñanzas de Cristo según sus criterios y no los míos y eso exige mucha renuncia, humildad, generosidad, sencillez y grandes dosis de pobreza de espíritu.
Cuando Jesús me invita a ser luz y a convertirme en lámpara lo que realmente me pide es que actúe como Él, que sienta como Él, que hable como Él, que sirva como Él, que piense como Él, que obre como Él... que sea todo en Él. Es decir, iluminar mi vida con la fuerza de su luz y no con la tenue y apagada de mi propio yo.
Sin encender la luz de Cristo en mi corazón solo adoctrinaré a los que están a mi alrededor pero nunca los evangelizaré porque no verán en mi luz sino un foco de contradicción.
¡Señor, pongo junto al icono con tu imagen una vela encendida y con las manos abiertas, como quien espera tu amor y misericordia te digo que quiero ser luz! ¡Señor Jesús, Tú me invitas a ser luz del mundo, Tú me comprometes en tu misión, Tú me invitas a ser tu testigo, ayúdame a vivir mi adhesión a ti con autenticidad y contagiar a otros todo lo que Tú haces en cada uno! ¡Obséquiame, Señor, con la gracia de mostrar con mi vida lo que creo y lo que Tú haces por mi! ¡Dame la gracia de dar testimonio de ti, de anunciarte con mi vida, de comunicarte con mi manera de ser, de anunciarte con mi presencia, para que otros encuentren en ti la vida y la plenitud que Tú me ofreces!. ¡Que mi luz siembre ternura en las rostros tristes y atribulados por los avatares familiares o la difícil situación económica, personal o profesional! ¡Que mi luz transmita bondad para consolar y alentar a los que se encuentran decaídos por lo que les toca vivir! ¡Que sea luz faro de luz en medio de las tormentas d este mundo empeñado cada día en negarte! ¡Vive en mí, Señor, para asemejarme a Ti en todo!