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viernes, 28 de octubre de 2016

¿Qué hacer cuando el pasado te hace daño?

El pasado es como una brújula: recordar no es quedar atrapado, es tener un parámetro, una noción de qué caminos tomar (o no)


Cuando recordamos algo que nos pasó, adquirimos un parámetro. Una noción de lo que antes fue. De eso que forma parte de nuestra historia, de nosotros mismos. Sin embargo, muchas veces recordar es doloroso y evitamos hacerlo.

En casos de desesperación, si tuviésemos ese poder, lo borraríamos en un instante. Con todo, borrar el pasado supone mucho más que olvidar aquello que fue turbador, doloroso y que nos afectó: borrar el pasado es perder el referente de quienes fuimos y de quiénes somos ahora, es perder una de las bases de la vida.

Mirar atrás es necesario cuando se necesita entender algo actual, comprender el momento, analizar y constatar hechos, entender mejor nuestras propias verdades, aquello que forma parte de la esencia de quienes somos. Como cuando miramos hacia atrás y nos damos cuenta de que esa realidad de entonces actualmente sería inconcebible e incluso inimaginable. Ver que nos aguantamos cuando podríamos haber dicho no, darnos cuenta de que nos contentamos con poco, con las migajas de algo mejor.

Si el presente hoy suena diferente es por algo del pasado que recibió un nuevo significado, no se encajó sin más. El mañana también se hace en base no sólo a lo que queremos, sino también a lo que no queremos, a eso a lo que no queremos volver otra vez.

Para vivir el hoy de forma plena es preciso usar el pasado como brújula, apuntando los errores cometidos, los fallos, las verdades omitidas, el recelo que habló más alto que la razón, los sueños asfixiados, los sentimientos bloqueados. Usarlo como brújula para determinar en qué dirección no queremos volver, qué fallos no queremos volver a cometer.

Porque es mucho más fácil que el pasado se convierta en un ancla que nos pesa demasiado y nos arrastra hasta el abismo, culpabilizándonos una y otra vez por los errores cometidos, cuando en realidad el pasado puede ser una gran ayuda en el proceso de cambio y evolución, de resignificación.

Mirar a mi ayer para saber lo que ya no me encaja, para integrar entre la mente y el corazón aquello que ya no forma parte de mi verdad más genuina. Ver lo que ya no tiene lugar hoy. Recordar es necesario, más que eso, es fundamental. Sin nuestros recuerdos, seríamos una partitura incompleta, un libro inacabado, inconexo. Recordar no es quedar atrapado, es tener un parámetro, una noción de qué caminos no queremos tomar, es saber lo que es bueno.

Usar el pasado como una brújula en alta mar, para saber en qué costas detenernos, cuáles son los vientos a evitar, qué direcciones no tomar. Recordar no es revivir, es aprender: que el pasado no nos aprisione, sino que nos oriente.
(via Obvious)