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sábado, 27 de agosto de 2016

La trampa de vivir una doble vida

El demonio puede tratar de convencernos de que podemos vivir dos vidas paralelas sin consecuencia alguna


Otro sinuoso complot del demonio es tratar de convencernos de que podemos vivir doble vidas. Él disfruta enteramente el pensar en nosotros viviendo nuestras vidas diarias divorciados de nuestra Fe, pero aun acercándonos al altar los Domingos a recibir la Eucaristía.

Uno podría decir que el demonio nos alienta a que no seamos ni muy fríos ni muy cálidos, sino tibios en nuestra experiencia de Fe.

Escrutopo, un demonio y personaje principal del libro: «Cartas del diablo a su sobrino», describe este escenario así:

“[El Paciente] puede ser forzado a encontrar un placer positivo en la percepción de que ambos lados de su vida son inconsistentes. Esto se logra explotando la vanidad. Se le puede enseñar a disfrutar el arrodillarse junto al dueño de la tiendita el Domingo sólo por el hecho de que él recuerda que este hombre puede no entender el mundo urbano y sarcástico que él habitó el Sábado por la noche; y por el contrario, a disfrutar la blasfemia y el lenguaje subido de tono que utilizó con sus amigos mientras tomaban un café pero sabiéndose consciente de un mundo “más profundo y espiritual” que sus amigos no entienden. Ves la idea – sus amigos mundanos le tocan por un lado y el dueño de la tiendita por el otro, y él se siente completo, balanceado, un hombre complejo que ve su alrededor. Por lo tanto, al traicionar constantemente al menos a dos grupos de personas, él sentirá, en lugar de vergüenza, una corriente subyacente continua de satisfacción personal”(51-52)

Como pueden ver, el Paciente es un hombre de dos mundos que está siendo entrenado para disfrutar este hecho. En lugar de escoger vivir una vida de libertinaje total, el demonio trata de convencerlo de que él puede vivir dos vidas paralelas sin consecuencias. El demonio intenta decirle que este tipo de doble vida es preferible y algunas veces incluso deseable.

Desafortunadamente, este tipo de vida es muy común. Muchos de nosotros vamos a Misa el Domingo, pero vivimos una vida totalmente diferente durante la semana. Una persona puede mirar nuestra vida diaria y no pensar que somos Cristianos. Ellos pueden pensar incluso todo lo contrario y se sorprenderían al saber que asistimos a Misa los Domingos.

Éste NO es nuestro cometido luego de asistir a cada Misa.

El sacerdote o diácono dice al final de la Misa: “Id en paz, glorificando al Señor con sus vidas”. Esta despedida particular fue escogida por el Papa Benedicto XVI y deliberadamente seleccionada para mostrar la continuidad que deberíamos tener en nuestra vida. En lugar de finalizar la Misa como si terminara una producción teatral, se nos envía adelante; es un comienzo. El Papa Benedicto reflexionó al respecto en su Exhortación Apostólica «Sacramentum Caritatis»:

“Después de la bendición, el diácono o el sacerdote despide al pueblo con las palabras: Ite, missa est. En este saludo podemos apreciar la relación entre la Misa celebrada y la misión cristiana en el mundo. En la antigüedad, «missa» significaba simplemente «terminada». Sin embargo, en el uso cristiano ha adquirido un sentido cada vez más profundo. La expresión «missa» se transforma, en realidad, en «misión». Este saludo expresa sintéticamente la naturaleza misionera de la Iglesia. Por tanto, conviene ayudar al Pueblo de Dios a que, apoyándose en la liturgia, profundice en esta dimensión constitutiva de la vida eclesial.” (51)

Al final de cada Misa somos literalmente enviados; destinados a ir en misión. Es nuestro deber – dado por Dios – tomar a Cristo con nosotros en nuestro lugar de trabajo e incluso en nuestros encuentros sociales y festejos. La gente debería saber que somos Cristianos.

Esto no significa que debamos iniciar cada conversación diciendo “¿Sabías que Jesús murió en la cruz por ti?”. En el contexto adecuado, sí, esto debería ser dicho. Sin embargo, somos llamados a vivir nuestra vida Cristiana tanto en obras como en palabras. Nuestros compañeros de trabajo, amigos y familiares deben ser capaces de saber sin necesidad de preguntar que somos Cristianos.

Para concluir, he aquí otra forma de ponerlo:

“La belleza del testimonio cristiano expresa la belleza del cristianismo y, por ende, la hace visible. ¿Cómo puede ser creíble nuestro anuncio de la buena noticia, si nuestra vida no logra manifestar también la belleza del vivir? Del encuentro en la fe con Cristo nacen así, en un dinamismo interior sostenido por la gracia, la santidad de los discípulos y su capacidad de hacer la propia vida y la del prójimo «buena y bonita». No se trata de una belleza exterior y superficial, de fachada, sino interior, que se delinea bajo la acción del Espíritu Santo y resplandece ante los hombres: nadie puede esconder lo que es parte esencial del propio ser.” (La Via Pulchritudinis, III.3.B)

Lección: No vivas una “doble vida”. Vive cada minuto como un verdadero Cristiano.