Ayer en la Eucaristía —culmen y la fuente de la vida cristiana— sentí una experiencia transformadora. La Eucaristía es un banquete y es un sacrificio. Se podría decir que es un banquete sacrificial. Viendo y sintiendo espiritualmente como el sacerdote elevaba la Hostia consagrada y repetía amorosamente las mismas palabras de Cristo en la Última Cena sentí con una gran fuerza como celebraba el sacrificio de Cristo, el de la iglesia y el de mi propia existencia cristiana. Tocó profundamente mi corazón. No me pude quedar indiferente ante este hecho tan extraordinario. Sentí que si de verdad estoy viviendo y celebrando el sacrificio de la Eucaristía no puedo más que estar dispuesto a ser sacrificio en la vida. Y lo soy en la medida en que me entrego a los demás. No sólo cuando vivo, o lucho, o trabajo, o me esfuerzo, o sufro, o me alegro, o sirvo, o amo, o consuelo… lo soy en tanto me doy a los demás. Si sólo «estoy» o acompaño al prójimo, me solidarizo con él en su vida, con sus problemas, en su trabajo, en sus preocupaciones… pero no me entrego con mi propia vida, me quedo única y exclusivamente en la periferia de su corazón pero no penetro en él. Y la celebración eucarística, este banquete extraordinario que no es un ágape cualquiera, sino un sacrificio que me une a Cristo y a la iglesia, me tiene que hacer «ser» él, estar más dispuesto a volcarme en los que me rodean, a dar más que recibir, a amar con el corazón y como amo Cristo y, sobre todo, «ser» sacrificio para los demás.
¡Señor, ayúdame a «ser» para los demás como lo eres Tú con nosotros! ¡Ayúdame, Señor, para que mis ojos se abran a la misericordia y la entrega a los demás y me permita descubrir su belleza interior! ¡Ayúdame a centrarme en las necesidades de los que me rodean y no permitas que me muestre indiferente ante sus sufrimientos, angustias y dolores! ¡Ayúdame, Señor, a «ser» consuelo y amor, caridad y perdón, alegría y entrega! ¡Llena, Señor, mi pobre corazón con tu infinita misericordia y hazlo sensible a los sufrimientos de los que me rodean para que nadie experimente un rechazo de mi corazón! ¡Quiero sentir, Señor, como tú y valorar las cosas como las valoras tú porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo! ¡Quiero infundir en mi entorno más cercano los valores evangélicos que tu me enseñas! ¡Quiero amar como amas Tú porque nos has dado la vida y te haces presente en la Eucaristía con Amor para que mi vida se convierta en respeto hacia el "misterio" de cada persona y de cada acontecimiento humano! ¡Quiero «ser», Señor, sacrificio para los demás!
No es como yo, cantamos hoy con Jesús Adrián Romero: