El auge de las redes sociales ha consolidado el término «seguidor» para referirse a las personas que siguen las opiniones y comentarios de otros sobre cuestiones de actualidad. Hoy puedes encontrar numerosas personas con millones de «followers» que ansían darle al «like» por un determinado comentario. Es curioso. Siglos antes de que la redes sociales pusieron de moda el término «seguidor» en la Biblia ya se distinguían dos tipos de seguidores: los que seguían lo malo, cuya consecuencia es la muerte, y los que seguían lo bueno que tenía como fin la vida. Dos formas antagónicas de seguimiento que ponen al hombre en la disyuntiva de seguir uno u otro camino.
Cuando uno lee el Antiguo Testamento observa lo recurrente que es la expresión «seguir a Dios» que implica un compromiso de entrega; todo mi ser humano centrado en el seguimiento al Padre. Es decir, todo mi corazón y toda mi voluntad entregada a Dios como centro de mi vida y de mi esperanza. Así, ese seguimiento a Dios es algo radicalmente antagónico al seguimiento que pueda hacerse de una persona en cualquiera de los ámbitos de las redes sociales, en las que si el personaje me aburre, ha pasado de moda, pierde interés o, simplemente ya no me gusta lo que dice, me doy de baja de su cuenta y dejo de seguirle.
En el Nuevo Testamento el término «seguir» está marcado por una profunda experiencia con Jesús, pero para convertirse en seguidor es necesario una llamada en el que el discípulo hace un reconocimiento de Jesús como su maestro y toma la decisión de seguirle incluso con la propia vida.
Razón importante para saber a quien sigo y quien me influye porque en la vida existen muchos seguimientos estériles e inútiles que nada aportan y que mucho distraen.
El seguimiento vital y fundamental del hombre debería ser el seguimiento de Cristo. ¿Lo sigo verdaderamente?
¡Señor, me invitas a seguirte, a creer en ti, ponerme en camino y seguir tus huellas! ¡concédeme la gracia de tener esas actitudes que marcaron tu vida: de servicio, de generosidad, de entrega, de solidaridad, de liberación, de amor, de compasión, de perdón, de obediencia y entrega total a Dios y a su proyecto de salvación! ¡Concédeme la gracia de ser un testigo del Evangelio para poder anunciar a los que me rodean el reino de Dios! ¡Ayúdame a entender que tu seguimiento es un camino de Cruces y de servicio y que exige mucha renuncia, pobreza, humillación y sacrificio! ¡Que sea consciente, Señor, que el camino que me lleva a ti no conduce al desencanto sino a la realización plena y a la felicidad verdadera! ¡No he sido yo quien te ha elegido a ti, has sido tú quien me ha llamado por mi nombre! ¡Tú, Señor, muestras el significado de las parábolas y de tus enseñanzas, ayúdame a creer, vivir y amar el Evangelio estando siempre unido a ti! ¡Tú me invitas a ser tu discípulo, para que donde tú estés yo vaya contigo y para predicar la conversión al prójimo y experimentar la riqueza que es seguirte! ¡Dame, Señor, la fortaleza, la valentía y la sabiduría de renunciar a todo por ti, aprender a llevar contigo la cruz de cada día y negarme a mi mismo para seguirte! ¡Aumenta mi fe para poder seguir el camino que me propones porque quiero ser tu discípulo, abrazar, por amor a Ti, los problemas y el sufrimiento que pueda encontrar a lo largo del camino!
Jaculatoria a María en el mes de mayo: Bienaventurados los que te aman, María, porque en tus manos hallarán las riquezas que no parecen. Y, guiados por tus pasos, entrarán en posesión de Dios.
Como te lo puedo decir, cantamos hoy: