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jueves, 11 de mayo de 2017

Un «Me gusta» al Señor

me gusta
El auge de las redes sociales ha consolidado el término «seguidor» para referirse a las personas que siguen las opiniones y comentarios de otros sobre cuestiones de actualidad. Hoy puedes encontrar numerosas personas con millones de «followers» que ansían darle al «like» por un determinado comentario. Es curioso. Siglos antes de que la redes sociales pusieron de moda el término «seguidor» en la Biblia ya se distinguían dos tipos de seguidores: los que seguían lo malo, cuya consecuencia es la muerte, y los que seguían lo bueno que tenía como fin la vida. Dos formas antagónicas de seguimiento que ponen al hombre en la disyuntiva de seguir uno u otro camino.

Cuando uno lee el Antiguo Testamento observa lo recurrente que es la expresión «seguir a Dios» que implica un compromiso de entrega; todo mi ser humano centrado en el seguimiento al Padre. Es decir, todo mi corazón y toda mi voluntad entregada a Dios como centro de mi vida y de mi esperanza. Así, ese seguimiento a Dios es algo radicalmente antagónico al seguimiento que pueda hacerse de una persona en cualquiera de los ámbitos de las redes sociales, en las que si el personaje me aburre, ha pasado de moda, pierde interés o, simplemente ya no me gusta lo que dice, me doy de baja de su cuenta y dejo de seguirle.
En el Nuevo Testamento el término «seguir» está marcado por una profunda experiencia con Jesús, pero para convertirse en seguidor es necesario una llamada en el que el discípulo hace un reconocimiento de Jesús como su maestro y toma la decisión de seguirle incluso con la propia vida.
Razón importante para saber a quien sigo y quien me influye porque en la vida existen muchos seguimientos estériles e inútiles que nada aportan y que mucho distraen.
El seguimiento vital y fundamental del hombre debería ser el seguimiento de Cristo. ¿Lo sigo verdaderamente?

¡Señor, me invitas a seguirte, a creer en ti, ponerme en camino y seguir tus huellas! ¡concédeme la gracia de tener esas actitudes que marcaron tu vida: de servicio, de generosidad, de entrega, de solidaridad, de liberación, de amor, de compasión, de perdón, de obediencia y entrega total a Dios y a su proyecto de salvación! ¡Concédeme la gracia de ser un testigo del Evangelio para poder anunciar a los que me rodean el reino de Dios! ¡Ayúdame a entender que tu seguimiento es un camino de Cruces y de servicio y que exige mucha renuncia, pobreza, humillación y sacrificio! ¡Que sea consciente, Señor, que el camino que me lleva a ti no conduce al desencanto sino a la realización plena y a la felicidad verdadera! ¡No he sido yo quien te ha elegido a ti, has sido tú quien me ha llamado por mi nombre! ¡Tú, Señor, muestras el significado de las parábolas y de tus enseñanzas, ayúdame a creer, vivir y amar el Evangelio estando siempre unido a ti! ¡Tú me invitas a ser tu discípulo, para que donde tú estés yo vaya contigo y para predicar la conversión al prójimo y experimentar la riqueza que es seguirte! ¡Dame, Señor, la fortaleza, la valentía y la sabiduría de renunciar a todo por ti, aprender a llevar contigo la cruz de cada día y negarme a mi mismo para seguirte! ¡Aumenta mi fe para poder seguir el camino que me propones porque quiero ser tu discípulo, abrazar, por amor a Ti, los problemas y el sufrimiento que pueda encontrar a lo largo del camino!
Jaculatoria a María en el mes de mayo: Bienaventurados los que te aman, María, porque en tus manos hallarán las riquezas que no parecen. Y, guiados por tus pasos, entrarán en posesión de Dios.
Como te lo puedo decir, cantamos hoy:

Escuchaba ayer una bellísima canción titulada Where Could I Go But to the Lord? (¿Adónde puedo dirigirme sino es al Señor?). La letra de la canción repite hermosamente: «¿A quien iré? Oh, ¿A quién iré sino a Jesús? El me salvó y rescató mi alma». Vivimos en un mundo donde el pecado está a la orden del día y el mal se hace presente en nuestras vidas de manera permanente. Vivimos en sociedades donde hedonismo, el materialismo, el individualismo… si incrustan en nuestros corazones sin que pongamos freno a este desenfreno. Eso nos lleva a una pérdida de valores y también una pérdida de esperanza. Y aquí surge luminosa la letra de esta canción: «¿Adónde puedo dirigirme sino es al Señor?» Él es el único al que uno puede recurrir siempre, en toda circunstancia y en todo momento porque Cristo, siempre al alcance de nuestra voz, de nuestra oración, escucha el grito del que le reclama.
Si uno se siente cansancio y agotado, «¿Adónde puede dirigirse sino es al Señor?».
Si la oscuridad interior que uno experimenta le hace ser consciente de su propia debilidad, «¿Adónde puede uno dirigirse sino es al Señor?».
Si uno necesita barruntar en su corazón el amor de Dios, «¿Adónde puede dirigirse sino es al Señor?»
Si uno padece en el cuerpo y en el alma, «¿Adónde puede dirigirse uno sino es al Señor?».
Si uno siente el desprecio y el abandono de tantos que antes le daban golpes en la espalda, «¿Adónde puede dirigirse uno sino es al Señor?».
Si uno sufre en sus propias carnes el sufrimiento de la enfermedad y el dolor, «¿Adónde puede dirigirse uno sino es al Señor?».
Si uno no es capaz de vislumbrar la luz luminosa de la esperanza que haya al final del túnel, «¿Adónde puede dirigirse uno sino es al Señor?»
Si uno se siente profundamente agobiado por los problemas económicos, materiales o de otra índole, «¿Adónde puede dirigirse uno sino es al Señor?».
Y, así, un largo etcétera de situaciones más o menos extraordinarias que pueden llevar como coletilla «¿Adónde puede dirigirse uno sino es al Señor?»
A Jesús hay de gritarle muchas veces en una oración encendida: ¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí! ¿Acaso no exclamó aquello de «Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Cargad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontraréis alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana».
Junto a Jesús todas las fatigas se vuelven amables. Todo sacrificio, al lade de Cristo no es áspero y ni rebelde, sino gustoso. Él llevó nuestros dolores y nuestras cargas más pesadas. Entonces, «¿Adónde puede dirigirse uno sino es al Señor?».

¡Señor, no hay camino más seguro que seguirte a ti y encontrar a tu lado la felicidad! ¡Señor, cuando el peso resulte demasiado pesado para mis fuerzas que no deje de escuchar tus palabras del «Venid a Mí todos los que andáis fatigados y agobiados, y Yo os aliviaré»! ¡Gracias, Señor, porque esta es una invitación de compasión por cada uno de nosotros pero también de amistad, de ofrecimiento, de confort, de promesa, de paz y de vida! ¡Gracias, Señor, porque tú eres mi descanso al que puedo acudir en cualquier momento! ¡Sabes bien, Señor, de todos mis cansancios y dificultades, y recurro a Ti para descansar en tu Sagrado Corazón! ¡Señor, que la gracia de este encuentro me ayude a salir renovado para continuar mi camino hacia la santidad! ¡Te pido, Señor, perdón por todos los momentos en que me alejo de Ti, y trato de reposar en esos falsos lugares que me ofrece el mundo para mi felicidad! ¡Concédeme la Luz de tu Espíritu Santo, para que sea capaz de ver con claridad y reconocerte como mi Señor y mi verdadero descanso!
Jaculatoria a María en el mes de mayo: Ruega por nosotros Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo.
Acompaño la meditación con esta canción: