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jueves, 7 de agosto de 2014

EL ACTO MORAL


 
39.1) Su estructura personal
39.2) Objetivo, fin y circunstancias
39.3) Impedimento del acto moral
39.4) El problema de los actos indiferentes
39.5) Actos y actitudes; la opción fundamental
 
39.1 Su estructura personal
En el hombre hay dos series de operaciones, de acuerdo con el modo que hayan sido realizadas: los llamados actos del hombre, que proceden del hombre, pero sin dominio racional; y los actos humanos, que el hombre realiza según su modo específico propio, es decir, en cuanto ser racional y libre. Se puede decir que actos humanos son aquellas acciones internas y externas en las que el hombre actúa por su voluntad, a propuesta del entendimiento y previa la deliberación anterior. Se les define también como los actos voluntarios y deliberados.
El acto humano implica una estructura cuyos elementos generales y esenciales son: A) El cognoscitivo: B) El volitivo: c) La libertad  
A) El cognoscitivo
Es el elemento imprescindible, porque no se puede querer algo si antes no se conoce, y tampoco podemos querer algo libremente si no somos conscientes de ello. Este conocimiento incluye la advertencia - atención de la mente al acto-, la deliberación - valoración sobre la conveniencia o inconveniencia del acto-, y el imperio -la determinación al querer-.
No basta cualquier conocimiento para que haya un acto humano; pero no se requiere un conocimiento tan completo y exhaustivo que apenas podría darse en la práctica. Puede decirse que, en general, para que haya un acto humano es necesario y suficiente con que el sujeto tenga advertencia del acto que va a realizar y de su conveniencia o inconveniencia: así el sujeto puede ser dueño de ese acto.
B) El volitivo:
Santo Tomás define el acto voluntario como "el que procede de un principio intrínseco con conocimiento del fin" (S. Th I-II, q 6, a 1). Dos cosas son, así, necesarias para que algo se diga, en sentido verdadero, voluntario : a) Que procede de nuestra voluntad a manera de efecto; y b) que el efecto o resultado de nuestra voluntad haya sido, al menos en su causa, previsto por el entendimiento, previamente a ser realizado por la voluntad. Son también voluntarios los efectos o resultados de las acciones y hasta de las omisiones, con tal que se hubieran previsto y fuera obligación de evitarlo.
c) La libertad
Es característica esencial de los seres inteligentes y, por tanto, de su actividad. Sin ella, el obrar humano se queda a un nivel puramente animal. Sin libertad no puede haber vida moral porque, para obrar moralmente, no basta con saber distinguir entre el bien y el mal, se necesita también tener posibilidad de autodeterminarse con dominio del acto. Sólo de esta manera se puede ser responsable y, por tanto, capaz de mérito o culpa, de premio o castigo.
39.2 Objeto fin y circunstancias
La determinación de la bondad o malicia de los actos humanos se hace por los elementos que los integran: El objeto, el fin y las circunstancias. Estos elementos no intervienen todos de la misma manera, cuando determinan la moralidad de los actos humanos buenos y la de los actos malos. Para que un acto sea bueno, deben serlo a la vez necesariamente el objeto, el fin y las circunstancias; y para que sea malo basta con que uno de ellos contraríe la norma moral.
El objeto de la moral: Es la primera y fundamental fuente de moralidad: si el objeto es malo, el acto será siempre malo, aunque las circunstancias y el fin sean buenos; "No se puede hacer el mal para que sobrevenga el bien" (Rom 3,8); el fin no justifica los medios. En cambio, si el objeto es bueno, el análisis para una calificación completa y verdadera del acto debe proseguir por el fin y las circunstancias.
Las Circunstancias del acto moral: Son aquellos aspectos accidentales del objeto o de la intención del agente, que afectan de algún modo a la bondad de la acción, pero sin cambiar su sustancia. Por ejemplo, el cariño con que se da una limosna, etc. Si el fin y el objeto eran como la forma y la materia, respectivamente, del acto moral, las circunstancias son como sus accidentes. Por tanto, si el acto es bueno o malo por su objeto y fin, las circunstancias acrecientan o disminuyen accidentalmente su bondad o maldad.
El fin del acto moral es el objetivo al que el agente ordena sus actos, es decir lo que se propone conseguir. Este fin, junto con el objeto, determina la sustancia del acto moral. El fin es la intención subjetiva que pretende el agente con la acción.
39.3 Impedimentos del acto moral
El conocimiento intelectual y la voluntariedad son decisivos para la libertad; todo aquello que de una u otra manera reduzca el conocimiento o la voluntariedad de la operación humana, disminuye o anula la libertad.
Estos obstáculos son fundamentalmente la ignorancia, las pasiones, el miedo, y la violencia. Se dan también otros trastornos psicopatológicos, que pueden influir muy directamente en la libertad requerida para los actos humanos. Todas estas dificultades se conocen como impedimentos del acto humano:
Violencia: Es la acción exterior que fuerza a la persona para que actúe contra su voluntad. Para que haya violencia completa o coacción, se requiere: a) que sea ejercida por otro, pues nadie puede causarse violencia a sí mismo; b) que se oponga al querer del sujeto: si este cede o colabora, ya no se puede hablar de violencia al menos perfecta.
Ignorancia: Es la carencia del conocimiento requerido para el acto moral. Destruye o debilita la libertad del acto externo al impedir el conocimiento necesario para la voluntariedad del acto. La ignorancia es carencia de ciencia en quien debería tenerla. Difiere de la nescencia o simple falta de un conocimiento, en quien no tiene deber de poseerlo. En la ignorancia se puede distinguir:
a)Iuris: Es el desconocimiento de la ley, divino o humano, civil o eclesiástica.
b)Facti: Es el desconocimiento de algunos aspectos de la acción que la hacen buena o mala.
c)Inculpable: Se da cuando se han puesto los medios debidos y, pese a ello, no se ha llegado al conocimiento de la verdad. También es llamada invencible, en cuanto quien la padece no puede vencerla y librarse de ella, pese a los debidos esfuerzos puestos para alcanzar la verdad.
d)Culpable o vencible: Supone que se pudo y se debió superar. Por tanto procede de negligencia o culpa del sujeto. Caben varios grados: 1) Simplemente vencible: cuando se pusieron medios incompletos o insuficientes. 2) Crasa o supina:: cuando la ignorancia se debe a negligencia grave. 3) Afectada: es la que evita informarse para actuar según su apetencia.
Las pasiones desordenadas: Constituyen un obstáculo, en cuanto disminuyen la función rectora de la razón, con sus emociones, sentimientos y estados de ánimo, de la actividad voluntaria.
Miedo: Es una perturbación del ánimo ante un peligro real o imaginario. El miedo es un temor que llega a turbar la inteligencia, y aunque de ordinario no suprime la voluntariedad, la limita de modo notable.
enfermedades mentales: La unidad sustancial entre el alma y el cuerpo comporta que haya estrechas interrelaciones entre las potencias espirituales del alma y los dinamismos psíquicos-somáticos, al punto de que determinadas disfunciones somáticas o psíquicas impiden total o parcialmente el uso de la razón o debilitan el autodominio de la voluntad. Son la enfermedades de la mente y de la voluntad, que disminuyen la libertad del acto, porque falta en él la necesaria luz de la inteligencia para que la persona pueda tomar una decisión responsable, o se da una situación tal de agotamiento psíquico que la persona, aun percibiendo lo que debería hacer, se encuentra falta de las energías para realizar el esfuerzo correspondiente.
39.4 Acto bueno y acto malo. El problema de los actos indiferentes
Existen actos humanos indiferentes en abstracto, o sea, que por su objeto específico y naturaleza intrínseca no son buenos ni malos. La razón es porque, considerados en abstracto, los actos humanos toman su moralidad únicamente de su propio objeto específico, sin tener para nada en cuenta el fin de las circunstancias que les rodean, que son ya elementos concretos.
No existen actos humanos indiferentes en concreto. Toda acción realizada libremente por una persona tiende necesariamente a un fin determinado, inevitablemente presente en la persona que lo realiza, por lo que adquiere una relación al orden moral, negativa o positiva.
39.5 Actos y actitudes; la Opción Fundamental
La Declaración Persona Humana afirma expresamente que "la opción fundamental es la que define en último término la condición moral de una persona" (n.10). Y a ella se refiere, por ejemplo, Santo Tomas cuando explica la primera conversión del hombre a Dios como a su último fin: en este sentido es la ordenación del hombre a Dios por la fe y la caridad en el primer acto libre. Se trata de una entrega, una opción por Dios que perdura como habitual e influye virtualmente en los actos sucesivos con tal de que sean compatibles con ese último fin.
Existen, pues, un uso correcto de la expresión opción fundamental, que sirve para poner de relieve aspectos fundamentales de la vida moral, como son, entre otros, la relevancia de los actos y opciones singulares, la unidad de la vida moral, etc.
Paralelamente se dan también usos incorrectos de la opción fundamental cuya tesis de fondo es entonces que, una vez que se opta por Cristo por medio de la fe, el detalle de la obras no tiene ya importancia (Lutero), o cuando por la caridad se le ama de verdad todo está permitido (Molinos).
La vida del hombre supone una multiplicidad de opciones y actos singulares, diferentes por sus objetos, el tiempo, lugar, etc. Opciones y actos que, a la vez, se perciben como propios del mismo sujeto e integrantes de la misma vida. Por otra parte, cuando el hombre procede moralmente -con advertencia y voluntariedad- su voluntad no decide sólo por el bien o el mal del objeto concreto: advierte que con la opción por este bien o este mal opta también por el bien o por el mal y, por eso mismo, a favor o en contra de Dios. En cada acto singular el hombre, al decidir sobre su relación de amor o de rechazo a un objeto singular, decide sobre sí mismo, en cuanto que, en definitiva, decide disponerse bien o mal con Dios.. Además se dan en el hombre actos, que implican unas decisiones de fondo que de tal modo fijan la voluntad en el bien o en el mal, que van marcándole, dándole una orientación fundamental a su vida.
Esa decisión subyacente -a favor o en contra de Dios- puede llamarse decisión u opción fundamental, sobre todo cuando se contempla desde la relación que guarda con las demás decisiones que podrían llamarse superficiales o periféricas

LEY Y CONCIENCIA


 
38.1) Ley, norma objetiva de la moralidad
38.2) La conciencia, norma subjetiva de la moralidad
38.3) División y propiedad de la conciencia
38.4) La formación de la conciencia
38.5) Magisterio y conciencia persona
38.6) Conciencia y prudencia
 
38.1 Ley, Norma Objetiva de la Moralidad
La ley se hace normativa de la conducta por su aplicación, mediante la actividad de la conciencia, a las acciones determinadas y singulares; es, de esta manera, como el auxilio de la ley llega hasta el hombre y le ayuda, con su luz y fuerza , a conseguir el fin sobrenatural al que esta llamado. Solo a través de la conciencia el hombre es capaz, en cada situación concreta, de insertarse en los planes de Dios, de responder activamente a la llamada de Dios, conocida como obligatoria gracias a las luces de la razón y la fe.
La importancia de la conciencia es por tanto de una trascendencia decisiva para la vida moral, y de una enorme actualidad en nuestros días, en que quizás con un acento mas marcado que en otras épocas, al estudiar la moral se insiste en el aspecto de diálogo entre Dios y el hombre. Dentro de esta perspectiva o visión de la Moral, la conciencia es como el lugar donde Dios y el hombre se encuentran: por una parte la conciencia es la voz de Dios y por otra es el nivel mas profundo e íntimo donde el hombre acoge o rechaza a Dios. ( Gaudium et Spes n¼ 16)
La conciencia tiene entonces la función de hacer presente a nuestro conocimiento la ley, la voluntad de Dios en sus aplicaciones singulares y concretas; nos descubre también la obligatoriedad de seguir las indicaciones y mandatos de esa ley , porque son el camino necesario para alcanzar el fin; dicho de otro, permite, teniendo en cuenta las circunstancias particulares, percibir el grado de concordancia de las propias acciones e intenciones, con la propia norma moral objetiva. Es la enseñanza clara del Vaticano II : " En lo mas profundo de su conciencia, descubre el hombre la existencia de una ley, que el no se dicta a si mismo, pero a la cual debe obedecer y cuya voz resuena , cuando es necesario en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y evitar el mal: haz esto, evita aquello. Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste personalmente ... Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer la ley ". ( Gaudium et Spes n¼ 6)
Este carácter que la conciencia tiene de manifestación y de desvelación de planes objetivos anteriores de Dios sobre el hombre, asi como de la obligatoriedad que intima al hombre cuando los descubre, es resaltado de nuevo en la Declaración sobre la libertad religiosa y reconoce por medio de su conciencia los dictámenes de la ley divina, conciencia que tiene obligación de seguir fielmente en toda su actividad para llegar a Dios, que es su fin " ( Declar. Dignitatis humanae).
38.2 La conciencia, norma subjetiva de la moralidad
La existencia de la conciencia, como juicio inmediato práctico sobre el carácter moral de nuestras acciones, es un hecho que no necesita demostración. Todos experimentamos en nuestro interior " una fuerza interior que en los caos particulares señala a la voluntad misma, para que esta escoja y determine los actos que son conformes a la voluntad divina." (Pio XI alocución 23-III- 1952), y por tanto buenos. Nos damos cuenta que actos en un determinado lugar y momento, son buenos y deben hacerse; cuales son malos, y debiendo omitirse. Es decir conocemos no solo que es el bien o el mal aquí y ahora, sino que además, conocemos que ese bien o mal debe hacerse u omitirse.
En la Sagrada Escritura se hacen continuas referencias de uno y otro modo, a la conciencia en el sentido en que nos venimos refiriendo. Son conocidos los textos de San Pablo en que hable de la " inscripción " de la ley en el corazón , del testimonio de la conciencia, de los " pensamientos " que acusan y absuelven( Rom, 2,15); a los cristianos poco fervorosos les falta la debida "convicción" y el exacto "conocimiento"( Rom 14,23) ( I Cor 8,7). La conciencia influyendo inmediatamente sobre los actos capta y descubre el caracter bueno o malo de los mismos. Es pecado todo lo que no es según conciencia, es decir, según la convicción personal de que algo es lícito y justo. ( Rom 5, 1-3) Por eso la conciencia es norma válida ante Dios de la vida moral y la buena conciencia es señal de haber obrado bien ante Dios. Merece subrayarse el oficio que se le da a la conciencia de regular y dirigir las acciones futuras y no solo de juzgar el pasado. La expresión "en conciencia" tiene el valor de regla moral y norma obligatoria de la que, en última instancia dependen el bien y el mal de nuestras acciones( Rom13,5).
El juicio de la conciencia viene a ser así, la regla próxima e inmediata -subjetiva- de nuestras acciones. Ninguna norma objetiva -ley- puede llegar a ser regla actual de un acto, sino a través de la aplicación que haga el sujeto que realiza ese acto determinado. La conciencia es como la promulgación de la ley divina en nosotros y la aplicación de sus preceptos, como regla obligatoria, a nuestros actos. Es por tanto, el camino necesario y único, que la ley tiene para ser eficaz : " nadie es obligado por el precepto del legislador sino mediante la noticia del mismo, es decir, la conciencia." ( De Veritate, q.17, a. 3). Los mismos mandamientos me resultan extraños y no me obligan si no pasan y se interiorizan en la conciencia que me advierte que yo no puedo sustraerme al mandato divino y que aquel determinado mandato es para mi. Esta aplicación de la ley a una acción determinada, para que sea norma válida de conducta, debe preceder - conciencia antecedente - o al menos acompañar - conciencia concomitante- al acto.
La conciencia llamada consiguiente, porque es posterior al acto, no es norma, sino testimonio de como ha sido realizado el acto. Y cuando el hombre realiza el acto es insustituible. Ahí nadie puede suplantarle, eximiéndole de la responsabilidad el mérito o de la culpa; caben solamente los consejos cuya única finalidades hacerle mas claro el seguimiento e la ley, proporcionándole motivos que hagan mas libre y querida la decisión personal: "La conciencia es el núcleo mas secreto y el santuario del hombre, donde se encuentra a solas con Dios, cuya voz resuena en lo mas íntimo" (Gaudium et Spes n¼ 16).
La conciencia, toda ella, depende de la norma objetiva, cuyo espejo es y recibe de ella su fuerza obligatoria. La conciencia es "como el pregonero de Dios y el mensajero que divulga el precepto del rey" (S. Buenaventura, in III Sent., d.30, a.1, q. 3, a. 3). De ahí que obligue con la misma fuerza y por el mismo título que lo hacen los dictámenes de la ley divina ( cfr. Dignitatis Humanae n¼3); y por eso desobedecer a la conciencia es rebelarse contra Dios e incurrir en el pecado.
Porque la conciencia es norma manifestativa y declarativa de la moralidad, se deduce que nunca puede concebirse como norma primaria y autónoma de la moralidad del obrar humano; solamente es norma secundaria, dependiente y relativa, y su capacidad es conocer e interpretar la norma objetiva, no modificarla o crearla. La conciencia no es auto legisladora. La conciencia por si misma no es el árbitro del valor moral de las acciones, que ella sugiere. La conciencia es intérprete de una norma interior y superior, pero no es ella quien la crea. La conciencia esta iluminada por la intuición de determinados principios normativos, connaturales a la razón humana; pero no es ella la fuente del bien y del mal: es el aviso, es como escuchar una voz - que se llama precisamente voz de la conciencia- es como un recuerdo de la conformidad que una acción debe tener con una exigencia intrínseca del hombre, para que el hombre sea verdadero y perfecto. La conciencia es una intimación subjetiva e inmediata de una ley, que tenemos que llamar natural a pesar de que muchos no quieren oír hablar de una ley natural (Pablo VI Alocuc. 13-XI-1969). Si se trata de los cristianos esa conciencia es, además, intérprete de la ley de Cristo, como señala Pio XII : "La conciencia es el eco fiel, nítido reflejo de la norma divina para las acciones humanas, de modo que expresiones como juicio de la conciencia cristiana, o esta otra de juzgar según la conciencia cristiana tienen este sentido: la norma de la decisión última y personal para una acción moral esta tomada de la palabra y de la voluntad de Cristo" ( Aloc. 13-II-1959).
Son vanos por tanto los intentos de fundamentar una "conciencia autónoma", como si la persona, a traves de su conciencia fuera capaz de determinar lo que es bueno y malo por su propia decisión libre, aun en la hipótesis de que la decisión estuviera en oposición abierta a la ley objetiva.
38.3 División y propiedad de la conciencia
La conciencia, que solo es verdadera norma de actuación moral en la medida que expresa con verdad la ley de Dios, no siempre traduce e interpreta de forma infalible la norma moral; a veces son equivocados los juicios de conciencia, porque nuestra razón no esta libre de los riesgos de la ignorancia, el error y la duda en la búsqueda de la verdad, particularmente de la práctica. Por eso no todos los juicios de la conciencia son norma auténtica y lícita de la conducta moral. La conciencia, para ser norma válida del actuar humano, tiene que ser recta, es decir, verdadera y segura de si misma y no dudosa ni culpablemente errónea.
DIVISION DE LA CONCIENCIA
En relación al acto: Antecedente concomitante y consecuente. En razón de su conformidad con el orden moral: Verdadera y errónea (vencible o invenciblemente). En razón de la fuerza con que el sujeto asiente al juicio de conciencia: Cierta probable dudosa.
PROPIEDADES DE LA CONCIENCIA
a) acompaña a todo acto libre;
-por que es parte del conocimiento intelectual de todo bien singular;
-como el acto libre necesita el concurso de la inteligencia, siempre irá acompañado de un juicio de conciencia;
b) no obliga por si misma sino en virtud del precepto divino;
-obliga porque al mostrar la ley, muestra la voluntad de Dios;
-no crea la ley sino que la descubre y aplica al caso concreto;
-aquí se encuentra el error de la ética de situación;
c) puede errar y oscurecerse pero nunca extinguirse totalmente;
-si hay inteligencia, hay conciencia. la conciencia viene con la naturaleza;
-cabe el error porque también la inteligencia está sometida a la posibilidad del error (vencible o invencible);
-no seguir la luz de la conciencia es hacer violencia a la razón (es el origen del remordimiento).
38.4 La formación de la conciencia
En este punto hay que considerar dos cosas: una es la necesidad de la formación de la conciencia - de lo que se deduce la obligación -; y otra, el modo de conseguir esa educación o formación.
La necesidad de la formación de la conciencia:
se concluye fundamentalmente de un doble motivo. Si tenemos en cuenta que por conciencia formada se entiende aquella que lleva a su sujeto a conformar su voluntad con la voluntad divina, tal como esta se manifiesta al hombre, es evidente que esa formación es necesaria. Conocer, en efecto, la ley de Dios, lo que Dios quiere sobre mi, pide "instruir la inteligencia acerca de la voluntad de Cristo, su ley, su camino y además en obrar sobre su alma, en cuanto desde fuera puede hacerse, para inducir a la libre y constante ejecución de la voluntad divina" ( Pio XII, Alocuc. 23-III-1952). Esa ley - natural y sobrenatural- es de exigencias altísimas y por otra parte no se manifiesta de una vez por todas, sino de manera progresiva y en conformidad a la estructura de nuestro conocer; exige el estudio de las cuestiones morales, escuchar al Magisterio, etc. La necesidad de la formación viene también pedida por la naturaleza del juicio de conciencia, dependiente, como ninguno, de las disposiciones morales del sujeto; por en una actividad moral, exige la rectitud de la voluntad: esta influye no solo en el conocimiento moral , que no puede ser recto y bien formado si las disposiciones morales no son rectas, porque en el conocimiento influyen las disposiciones corporales, psicológicas y morales, sino también en el juicio práctico y moral, se requieren las virtudes morales que inclinen a juzgar rectamente en el caso concreto.
Esta formación nunca podrá darse por acabada pues siempre es posible un mayor y mas exacto conocimiento de la voluntad de Dios y caben también mas perfectas y mejores disposiciones morales.
Esta formación es, además, obligatoria: obliga por el mismo título que lo hace el mandamiento "amarás al Señor con todo el corazón" es decir, por la obligación de tender a la santidad. Sin una conciencia cierta y verdadera, no es posible una vida recta. Y es difícil hablar de rectitud moral, cuando se hace de la conciencia una válvula de escape para la propia comodidad y justificación de los pecados personales.
Modo de conseguir la formación de la conciencia:
la rectitud del juicio de conciencia implica, el conocimiento exacto de la ley y el saber aplicarlo a los actos singulares y concretos. Y a esa doble finalidad ha de tender la recta formación de la conciencia que en perfecta unidad y dependencia, deberá tener en cuenta:
a) el estudio amoroso de la verdad y de la ley de Dios, contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición e interpretada auténticamente por el Magisterio .
b) la disposición sincera y profunda de conocer y seguir la verdad, facilitada por el vivir las virtudes naturales y sobrenaturales; así se adquiere ese conocimiento sapiencial, como una connaturalidad con lo bueno y recto.
c) en particular, la humildad y sinceridad para pedir y seguir el consejo de aquellas personas prudentes que el Señor ha puesto a nuestro lado.
d) la ayuda de la oración y de los Sacramentos, en el caso de los cristianos.
38.5 Magisterio y Conciencia Personal
La conciencia no es la voz inmediata y sobrenatural de Dios, ni es pura subjetividad y transparencia; por eso puede equivocarse. La posibilidad de error de la conciencia -probada abiertamente por la propia experiencia y por la Revelación- ( cfr. Rom, 14,23; I Cor 8,7; 10, 25-29) se deduce del carácter mismo de la naturaleza humana caída y debilitada por el pecado original, y de las dificultades, subjetivas unas -de la mente, de la voluntad y de las pasiones- , y otras exteriores -influjo del ambiente etc.- en su ejercicio. Por ello, resulta incorrecto afirmar que lo que dicta la conciencia es siempre "verdadero.
Por encima de la propia conciencia esta el orden objetivo, la ley de Dios. "La norma suprema de la vida humana -recuerda el Concilio Vaticano II-, es la propia ley divina, eterna, objetiva y universal ( Decl. Dignitatis humanae, n ¼3) Por eso la conciencia, para ser regla autentica de la moralidad, debe escuchar atentamente y transmitir con fidelidad los dictámenes de la ley. Y a partir de esa ley, conocida por la razón y la fe, debe explicar, para cada caso, el contenido moral de las acciones. A propósito de los contraceptivos, Pablo VI hace la aplicación de esa doctrina explicando que el uso de los contraceptivos es "intrínsecamente ilícito y ni aun por razones gravísimas de un mayor bien humano es posible cohonestarloÓ( Humanae Vitae n¼14). Y en relación con los actos propios de la vida conyugal, la Declaración Persona Humana, acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, citando al Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes n¼ 51), enseñav.que su bondad moral no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino de criterios objetivos tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, que guardan íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretegidos con el amor verdadero.(n¼ 5)
De ahí que los intentos de construir una moral con independencia del orden objetivo se opone ala doctrina de la fe, y de la ley de Dios. Es el caso de la “Nueva moral”, o “Moral de situación”, de signo protestante y hasta ateo en su forma mas radical.
La “ética de situación” condenada por Pio XII en el 1952, vuelve a serlo en el 1956 por la Sagrada Congregación para a doctrina de la Fe, como contraria a la verdad ( instrucción del Sto. Oficio, 2-XI- 1956 Dz 3918).
Por otro camino se llega también al rechazo del orden moral objetivo: El de la “libertad de conciencia”. Se entiende como la emancipación de la conciencia de cualquier norma extrínseca y autoridad superior distinta del propio yo; la conciencia esta desligada de todo vínculo y, por si misma y para si misma es ley. Según esta interpretación, solo la conciencia es la norma de la verdad y de la bondad de los actos: estos son bueno o malos porque así lo decide la conciencia; se niega el orden moral objetivo. En su interpretación mas radical, por libertad de conciencia se quiere indicar la negación de toda autoridad y norma, incluida la propia conciencia. Es el amoralismo total. Seria decir que todo lo humano -instintos, tendencias, pasiones-, por el hecho de darse y ser espontáneos, son buenos.
Estas interpretaciones han sido condenadas siempre por la Iglesia, como contrarias a la verdad( cfr. Leon XIII, Enc. Libertas Praestantisissimum Dz 3250). El hombre es libre y cuando Dios concurre con él, tanto en el orden natural como sobrenatural, de ningún modo anula su libertad, en efecto la cooperación que Dios pide al hombre en su condición de criatura espiritual, ha de ser siempre libre y responsable. Ser libre no significa que el hombre en su actividad no este sometido a preceptos y normas morales; negar esa sujeción sería como afirmar que Dios no creo al hombre ni lo destinó al fin sobrenatural: seria negar la existencia de Dios, sustituyéndola por el hombre mismo, “mi conciencia”. La conciencia es libre físicamente -ausencia dé coacción, de vínculos externos y físicos-, pero no moralmente - ausencia de los vínculos morales de la ley de Dios-: “Dios llama a los hombres a servirle en espíritu y verdad. Por este llamamiento quedan ellos obligados en conciencia, pero no coaccionados” ( Decl. Dignitatis Humanae, n¼ 11). “Dios ha querido que el hombre le busque según su conciencia y libre elección, es decir, movido, guiado por convicción personal e interna, y no por un ciego impulso interior u obligado por mera coacción externa”. ( Const. Gaudium et Spes n¼ 17).
En cambio, si es legítima la libertad de las conciencias, de la que Pio XI dice que es “el derecho que tienen las almas a procurarse el mayor bien espiritual bajo el Magisterio y la obra reformadora de la Iglesia . . ., el derecho de las almas asi formadas a comunicar los tesoros de la Redención a otras almas” ( Enc. Non abbiamo bisogno, 29-VI-1931; cfr. Leon XIII, Enc. Libertas Paestantissimum Dz 3250). Por esta libertad “el hombre tiene la obligación, y en consecuencia también el derecho, de buscar la verdad en materia religiosa, a fin de que utilizando los medios adecuados, llegue a formarse prudentemente juicios rectos verdaderos de conciencia” ( Decl. Dignitatis humanae, n¼3).
Los cristianos tienen _como afirma el concilio_ en la iglesia y en su Magisterio una gran ayuda para la formación de la conciencia: "Los cristianos, al formar su conciencia, deben atender con diligencia a la doctrina cierta y sagrada de la Iglesia. Pues, por Voluntad de Cristo, la Iglesia católica es maestra de la verdad y su misión es anunciar y enseñar auténticamente la verdad, que es Cristo, y, al mismo tiempo, declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana" (Decl. Dignitatis humanae, n¼ 14). Por tanto, la autoridad de la Iglesia, que se pronuncia sobre las cuestiones morales, no menoscaba de ningún modo la libertad "con respecto a" la verdad, sino siempre y solo "en" la verdad, sino también porque el Magisterio no presenta verdades ajenas a la conciencia cristiana, sino que manifiesta las verdades que ya debería poseer, desarrollándolas a partir del acto originario de la fe. La Iglesia se pone sólo y siempre al servicio de la conciencia, ayudándola a no ser zarandeada aquí y allá por cualquier viento de doctrina según el engaño de los hombres (cf Ef 4,14), a no desviarse de la verdad sobre el bien del hombre, sino a alcanzar con seguridad, especialmente en las cuestiones más difíciles, la verdad y a mantenerse en ella.
38.6 Conciencia y prudencia
Para entender mejor la relación existente entre la conciencia y la prudencia, haremos referencia también a las relaciones que se dan entre conciencia, sindéresis y ciencia moral.
La sindéresis designa tradicionalmente el hábito de los principios morales, o primeras y más ricas verdades acerca del hombre y su obrar moral, captados intuitivamente -al menos por connaturalidad, en quien busca obrar rectamente- y que le dan la sagacidad para descubrir todas las facetas del bien en su atractivo propio, inclinándole así a amarlo.
La luz de la sindéresis se explicita y complementa por los hábitos de la ciencia moral y la prudencia: basados en la experiencia, el ejemplo de los demás, la lectura y el estudio, las enseñanzas de padres y maestros, etc., adquirimos el hábito de la ciencia moral o conocimiento de las principales verdades sobre el bien del hombre y su conducta (la formulación explícita y fundación de los primeros principios ...,); este conocimiento que da la ciencia es sobre todo especulativo, en el sentido de que, aún haciéndonos saber qué es el bien y qué es el mal, no incluye de suyo -aunque favorezca el adquirirla- la energía necesaria para aplicar ese conocimiento a la propia vida, fruto más bien de las disposiciones morales; la virtud de la prudencia es, en cambio, un hábito a la vez especulativo y práctico, precisamente en cuanto implica y contiene esa connaturalidad con el bien propio de la entera rectitud personal ( por eso, no hay prudencia sin la posesión de las virtudes morales): mueve a emitir juicios exactos y precisos sobre el bien y el mal -sostenida por las restantes virtudes morales-, mediante el discernimiento de la verdad universal en nuestros actos singulares y concretos, lo que aquí y ahora debo hacer o evitar.
La conciencia moral es el juicio concreto que la persona emite a la luz de la sindéresis, sobre el acto singular, juicio que es facilitado por los hábitos de ciencia y prudencia. La prudencia, inclinando a juzgar rectamente la moralidad de las propias acciones, hace habitualmente certero el juicio de conciencia. 

VIDA MORAL Y VIDA ESPIRITUAL

37.1) La santidad como expresión de la vida espiritual cristiana
37.2) La llamada universal a la santidad
37.3) El camino hacia la santidad: oración, lucha ascética y fidelidad a la vocación divina.
 
37.1 La Santidad Como Expresión De La Vida Espiritual Cristiana
Como ha solemnemente señalado el último Concilio, el Señor Jesús, divino Maestro y Modelo de toda perfección, predicó la santidad de vida, de la que El es autor y consumador, a todos y cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fuesen: Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48). Envió a todos el Espíritu Santo, que los moviera interiormente para que amen a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (Mc 12, 30) y para que se amen unos a otros como Cristo los amó (Ioh 13, 34; 15, 12). Los seguidores de Cristo, llamados por Dios y justificados en el Señor Jesús, no por sus propias obras, sino por designio y gracia de El, en el bautismo de la fe han sido hechos verdaderamente hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y por lo mismo realmente santos; conviene, por consiguiente, que esa santidad que recibieron sepan conservarla y perfeccionarla en su vida con la ayuda de Dios. Les amonesta el Apóstol a que vivan como conviene a los santos (Eph 5, 3) y que, como elegidos de Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia, paciencia.
En definitiva podemos afirmar, que la santidad no está vinculada a especiales condiciones de vida ni a particulares experiencias místicas. Lo único que presupone es una profunda conversión interior que lleve a juzgar desde Dios la propia existencia y a vivirla en consecuencia. Y eso puede acontecer en cualquier vida, ya que "el Señor nos busca en cada instante" y "todos los caminos de la tierra pueden ser ocasión de un encuentro con Cristo". De esta manera, la santidad es expresión de la vida espiritual cristiana.
37.2 La Llamada Universal a La Santidad
El Catecismo de la Iglesia Católica 2013, recogiendo las mismas palabras de Lumen Gentium 40, afirma: "Todos los fieles de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad". Todos son llamados a la santidad: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 48).
Nada ni nadie es ajeno al designio sobrenatural de Dios. En efecto, todos los hombres que, al ser creados, han recibido de Dios juntamente con el ser la llamada única en el mundo visible a relacionarse personalmente con El, están además llamados, por medio de Cristo, a una nueva vida de amistad y trato con Dios.
Esta segunda llamada, la vocación cristiana, fruto también de otra iniciativa divina como la primera llamada creadora o vocación humana, se asienta sobre ésta en perfecta y maravillosa armonía. Por eso, el cristiano, el hombre que ha recibido esta segunda llamada, es enteramente igual a los demás. Al recibir y seguir su vocación no pasa a ser una nueva persona, sigue siendo el mismo, pero elevado a un fin y llamado a una vocación esencialmente más alta y superior, sobrenatural la santidad.
Vocación que por ser sobrenatural es absolutamente gratuita: no sólo en el sentido de que el hombre por sí solo no puede alcanzar las cimas a que le invita la vocación cristiana, sino también porque, aún después de haberla seguido con fidelidad, mediante el auxilio de la gracia, la perseverancia final sigue siendo un don totalmente gratuito.
Así podemos decir con San Pablo: "No vivo yo, es Cristo que vive en mí" (Gal 2, 20). Esta plena identificación con Cristo en que se resume la santidad exige por parte de todos una respuesta decidida y sin condiciones de tiempo, lugar o espacio; pero no se vive por todos de idéntica manera, se puede realizar válidamente de múltiples modos. La riqueza del Modelo, Jesucristo, hace posible esa variedad de imitaciones y maneras de seguirlo. El Concilio Vaticano II, partiendo de la unidad de santidad cristiana, afirma solemnemente la pluralidad de caminos: "Por tanto, todos los cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida, y a través de todo eso, se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran con la voluntad divina, haciendo manifiesta a todos, incluso en su dedicación a las tareas temporales, la caridad con que Dios amó al mundo" (LG, 41).
La perfección de cada uno está determinada por lo que Dios quiere y por la respuesta personal. En el nivel del orden de la existencia cada uno debe buscar la santidad en el camino en el que Dios lo llama. Esta llamada especifica no es un nuevo añadido a lo que se tiene, es simplemente decirle a uno como utilizar eso que ya se tiene. Porque todo cristiano está llamado a la vida en Cristo, a la santidad.
37.3 El Camino Hacia La Santidad: Oración, Lucha Ascética Y Fidelidad a La Vocación Divina
Situándonos en la respuesta del hombre al designio divino, la vida espiritual se nos presenta como un desarrollo, un ir creciendo en la santidad. El punto de partida es la naturaleza en pecado, y el punto de llegada la gracia, la santidad.
A. Oración.
La palabra oración, viene del latín os oris: boca, algo que sale de la boca, algo pronunciado. En el lenguaje latino clásico: frase o discurso pronunciado. En el lenguaje cristiano se toma para significar el trato con Dios. En las definiciones clásicas se ven algunas particularidades:
San Gregorio de Niza: "conversación o coloquio con Dios"
Santa Teresa de Jesús: "tratar de amistad con quien sabemos nos ama"
San Agustín: "elevación afectuosa de la mente hacia Dios"
San Gregorio y Santa Teresa destacan el elemento existencial del diálogo. San Agustín destaca la actitud espiritual de quien reza, sabe que Dios es cercano pero no patente.
El hombre debe admitir hasta la raíz su condición de criatura, la propia indigencia, y así abrirse a Dios. Al dirigirse a su Creador el hombre no sólo siente la necesidad sino el absoluto imperativo de una grande, intensa y creciente oración.
En la tradición viva de la oración, cada Iglesia propone a sus fieles, según el contexto histórico, social y cultural, el lenguaje de su oración: palabras, melodías, gestos, iconografía. Corresponde al magisterio (cfr DV 10) discernir la fidelidad de estos caminos de oración a la tradición de la fe apostólica y compete a los pastores explicar el sentido de ello, con relación siempre a Jesucristo (CI»C, 2663).
La oración judía consiste en recordar lo que Dios ha hecho con su pueblo con amor. Este recuerdo se convierte en acción de gracias, lamentación etc. a la vez que piden se prolongue al futuro. La oración aparece como respuesta a un Dios que interviene en la historia. La oración cristiana está en intima relación con la oración de Cristo, El mismo invita a rezar en su nombre Jn 16,26; la oración cristiana participa de la novedad de la oración de Jesús, realizada de manera intensa y constante en la intimidad con el Padre poniéndose en sus manos con plena confianza. A diferencia de la oración judía, la cristiana recuerda o remite a un Dios que se entregó de manera definitiva, un Dios que sigue encarnado, que sigue siendo hombre. Estamos por tanto en un presente que no es solo trascendente, sino que está en la Iglesia, en los sacramentos. Esto da la fortaleza total a la esperanza cristiana, da la seguridad de que la segunda venida llegará pero que de alguna manera ya está en la primera. Así el cristiano al orar entra en comunión con Dios que está presente, entra en una relación intensa, viva y personal con Dios.
La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre. (CI¼C, 2564).
La vida cristiana requiere un recurso constante a la oración: "vigilad y orad" (Mt 26, 41); "es necesario orar siempre sin desfallecer" (Lc 18, 1); pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Todo el que pide recibe, y el que busca encuentra, y al que llama se le abre" (Mt 7, 78); "orad sin interrupción" (1 Thes 5, 17); "perseverad en la oración y manteneos vigilantes gracias a ella" (Col 4, 2); "sed sobrios, para poder dedicaros a la oración" (1 Pet 4, 7); etc. La oración familiariza con los bienes del espíritu y hace desearlos, mostrando cuán atractivos son: "cuanto más pensamos en los bienes espirituales, más nos agradan y más plenamente desaparece aquel tedio engañoso que pueden engendrar en quien los conoce sólo superficialmente" (Sto. Tomás, Summa theol, II-II, q. 35, a. 1, ad 4).
La vida cristiana asume todas las energías bio-psíquicas y espirituales de la persona que ésta debe aportar con libertad, pero no es una vida simplemente humana: está traspasado por la acción del Espíritu Santo y su continua iniciativa en el alma, en la que inhabita. La vida cristiana es vida de oración, requiere un diálogo constante con Dios Uno y Trino, y es a esa intimidad a donde nos conduce el Espíritu Santo. ¿Quién sabe las cosas del hombre, sino solamente el espíritu del hombre, que está dentro de él? Así, las cosas de Dios nadie las ha conocido sino el Espíritu de Dios (1 Cor 2, 11). Si tenemos relación asidua con el Espíritu Santo, nos haremos también nosotros espirituales, nos sentiremos hermanos de Cristo e hijos de Dios, a quien no dudaremos en invocar como a Padre que es nuestro" (cfr. Gal 4, 6; Rom 8, 15).
El Señor conduce a cada persona por los caminos que El dispone y de la manera que El quiere. cada fiel, a su vez, le responde según la determinación de su corazón y las expresiones personales de su oración. No obstante, la tradición cristiana ha conservado tres expresiones personales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración. (CI¼C, 2699).
B. La Lucha Ascética.
Un estudio del pecado en la perspectiva de la Revelación cristiana no puede terminar sin insistir en cuanto se ha recordado desde el principio: Cristo ha vencido el pecado y nos ha dado todos los medios para llevar una vida santa. En el inicio superador de una existencia pecadora está la conversión, a la que Dios llama de tantas maneras, hasta con las mismas penas inmanentes a la culpa, y que desemboca en esa seguridad de su perdón anunciado conmovedoramente en la parábola del hijo pródigo, y prodigado sacramentalmente en el bautismo y la penitencia.
A diferencia de cualquier humanismo utópico, el cristianismo ha concedido siempre gran importancia al combate personal por adquirir la virtud. La herida que la libertad sufre por el pecado exige una actitud de constante vigilancia y no sólo para vivir rectamente sino incluso para entender la verdad salvadora que el Señor ha revelado: quiénes somos, cuál es el sentido de nuestra acción en el mundo y el destino eterno que nos aguarda. "La decisión de amar a Dios y al prójimo no se mantiene sin una convencida y continua lucha personal contra el egoísmo, fruto de las heridas del pecado" (cfr. Pío XII, Enc. Mystici Corporis, p. 234). Por eso, en el Padrenuestro rezamos "fiat voluntas tua", porque el cumplimiento de la voluntad de Dios en la tierra requiere la cooperación de los hombres; y decimos "venga a nosotros tu Reino", porque el mismo Señor nos enseñó: "no todo el que me dice Señor, Señor entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos" (Mt 7, 21). Y comenta Santa Teresa: "Quien de veras hubiera dicho esta palabra: “Fiat voluntas tua” todo lo ha de tener hecho, con la determinación, al menos" (Santa Teresa, Camino de perfección, c. 63, n. 2).
Toda la tradición habla de esta lucha que, inevitablemente, empeña al cristiano para vivir en plenitud su fe: "El que verdaderamente desea la perfección va siempre adelante, sin darse punto de reposo, y si no se cansa al cabo llegará. Por el contrario, quienes no alimentan este deseo volverán atrás y cada día serán más imperfectos. Dice San Agustín que, en los caminos de Dios, no ir adelante es retroceder. Quien no se esfuerza por seguir adelante en lo comenzado, presto verá que vuelve atrás, arrastrado por la corriente de la corrompida naturaleza. En gravísimo error están quienes contienen que Dios no exige que todos seamos santos, ya que San Pablo afirma: “Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación” (1 Thes 4, 3). Dios quiere que todos seamos santos, y cada uno según su estado: el religioso como religioso, el seglar como seglar, el sacerdote como sacerdote, el casado como casado, el mercader como mercader, el soldado como soldado y así los demás estados y condiciones. Hermosos son los documentos que acerca de esto trae mi gran abogada Santa Teresa; en un lugar dice: “que siempre vuestros pensamientos vayan animosos, que de aquí vernán a que el Señor os dé la gracia para que sean las obras”. En otro se expresa así: “Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer de Dios, que, si nos esforzamos poco a poco, aunque no sea luego, podremos llegar a lo que muchos santos con su favor”. Y en confirmación de lo dicho, atestiguaba tener experiencia de que las personas animosas en poco tiempo aprovechan mucho" (San Alfonso María de Ligorio, Práctica del amor a Jesucristo c. 8, III). Más aún, realza el sentido positivo de la lucha; y, de algún modo, su necesidad para fortalecer el alma: "Los árboles crecidos en lugares sombreados y libres de vientos, mientras externamente se desarrollan con aspecto próspero, se hacen blandos y fangosos, y fácilmente los hiere cualquier cosa; en cambio, los árboles que viven en las cumbres de los montes más altos, agitados por muchos y fuertes vientos, constantemente expuestos a la intemperie y a todas las inclemencias, golpeados por fortísimas tempestades y cubiertos de frecuentes nieves, se hacen más robustos que el hierro" (San Juan Crisóstomo, Homilía de gloria in tribulationibus). A través de la lucha, que la gracia sostiene y guía desde lo íntimo, el alma se enrecia, se hace generosa y paciente; saborea la alegría de rectificar, que no es un fracaso, sino el enriquecernos con las luces que nos da Dios, a menudo a través de los demás; se hace humilde y paciente, y así fuerte, como el bienaventurado Apóstol Pedro después de sus negaciones (Ioh 13, 26; 21, 15 y ss); aprende a superar el desánimo ante los propios defectos, acabando por verlos como "la sombra que, en nuestra alma, logra que destaquen más, por contraste, la gracia de Dios y nuestro intento por corresponder al favor divino" (Beato Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 76).
No se trata de un conjunto de negaciones abrumadoras y pesantes sino del imprescindible e ilusionado quitar los obstáculos que estorban a nuestro amor de Dios y del prójimo: "la lucha ascética no es algo negativo ni, por tanto, odioso, sino afirmación alegre. Es un deporte. El buen deportista no lucha para alcanzar una sola victoria y al primer intento. Se prepara, se entrena durante mucho tiempo, con confianza y serenidad: prueba una y otra vez, aunque al principio no triunfe, insiste tenazmente hasta superar el obstáculo" (Beato Josemaría Escrivá, Forja, n. 169).
C. La Fidelidad a la Vocación Divina
La vocación o llamada de Dios es invitación y regalo: apertura de nuevos horizontes, comunicación por parte de Dios de sus designios, más aún, de su propia vida,
El hombre se define por la llamada. Cada hombre es aquello para lo que Dios le ha creado. La vida humana no tiene otro sentido que el ir conociendo y realizando libremente esa voluntad divina. La vocación es realidad que se encarna en la vida y que se precisa con la misma vida. todo acontecimiento es llamada, invitación que Dios dirige al hombre para que reaccione manifestando el amor de Cristo de la manera que el momento lo exija. Cada situación va perfilando la vida del hombre y manifestando, por tanto, su vocación. Puede así decirse que la vocación de cada hombre, aquello para lo que Dios lo ha creado, es algo que solo se dará a conocer plenamente en el momento en que se consume la existencia temporal y se entre en la eternidad.
¿Qué obligación existe de seguir la vocación divina, supuesto que haya llegado a ser claramente conocida?.
Ante la gracia, el cristiano no puede situarse como si fuese un bien útil, cuyas ventajas sopesa o valora indiferentemente, sino con conciencia de estar ante Dios que llama, y, por tanto, con toda la seriedad y responsabilidad, alegría y agradecimiento, que de ahí se derivan.

VIDA DEL HOMBRE, REALIZACIÓN DE SU VOCACIÓN DIVINA

36.1) El actuar Libre del Hombre y su Perfeccionamiento Personal
36.2) Actuar Moral y Fin Ultimo
36.3) Las obras del cristiano, expresión de la justificación recibida
36.4) Imitación y seguimiento de Cristo: la moral de los hijos de Dios
 
Este tema de teología moral, habla del hombre partiendo de un dato necesario para hacer teología que es la Revelación, y en concreto la Creación y la Redención; partimos de que somos criaturas de Dios, hechas a imagen de Dios y elevadas por la gracia a la dignidad de hijos suyos.
 
36.1 El actuar Libre del Hombre y su Perfeccionamiento Personal
1. El hombre es un ser libre y manifiesta su libertad en la realización de actos que proceden de la voluntad ilustrada por la inteligencia.
Segun Sto. Tomás ( Summa theol. I-II,q.1,a.1) :
" las acciones que realiza el hombre solo las calificamos de humanas cuando proceden del hombre en cuanto hombre. Y como la criatura humana se diferencia de los animales irracionales por ser dueña de sus actos, solo se pueden calificar como especificamente humanas aquellas acciones de las que es dueño. El hombre domina sus actos gracias a la inteligencia y a la voluntad; por eso se dice que la libertad es un poder de la inteligencia y la voluntad. En consecuencia solo se consideran específicamente humanas las acciones que proceden de una decisión deliberada; las demás es preferible llamarlas actos del hombre mas que actos humanos, pues no proceden del hombre en cuanto hombre ".
Una vez aceptada esta idea fundamental hay que añadir que :
 
2. El hombre dueño de sus actos los dirige al bien que le es atractivo pero ha de discernir si ese bien esta en consonancia con el BIEN PROPIO DEL HOMBRE, que es su propia naturaleza, la verdad sobre el hombre, radicada en último término en que somos imagen y semejanza de Dios. Es propio de la verdad del hombre el amor de Dios y del prójimo.
Por tanto, todo acto humano se autoclasifica como bueno o malo, según la relación que guarde con esta verdad fundante del hombre.
3. Como tercer elemento tenemos en palabras de Juan Pablo II, Exhort, apost. Reconciliatio et paenitentia, n¼ 16.:" El hombre puede ser condicionado, presionado, empujado, por no pocos ni leves factores externos, como puede estar sujeto a tendencias , taras, hábitos ligados a su condición personal. En no pocos casos estos factores externos o internos pueden atenuar, en mayor o menor medida, su libertad y, por tanto, su responsabilidad y su culpabilidad. Pero es una verdad de fe, corroborada por la experiencia y la razón, que la persona humana es libre. No se puede ignorar esta verdad, para descargar sobre realidades externas - las estructuras, los sistemas, los demás - el pecado de los individuos singulares. Entre otras cosas, esto sería cancelar la dignidad y la libertad de la persona."
4. El carácter inmanente del acto libre - como los actos libres perfeccionan al hombre - .
A. El obrar humano tiene un doble aspecto: el factivo (facere) y el moral (agere). Obrando el hombre no solo produce objetos o influye sobre el mundo exterior, sino que se transforma asi mismo, como dueño de sus actos. Junto a sus resultados o consecuencias externas, todo acto libre imprime una huella en el sujeto, según su bondad o maldad moral ( es decir el contenido objetivo de nuestras obras y la intención que las avalora.)
De aquí se deriva el que no solo realizamos acciones buenas o malas sino que estas nos hacen ser buenos o malos.
B. El hombre es libre para obrar y para poseerse, para "construirse".
El hombre que se autoposee tiene dominio de sus actos y ejercitando este dominio decide sobre si mismo. A estas afirmaciones que constata la experiencia, hay que añadir que en el obrar del hombre hay un aspecto - transeunte -, por el que produce o transforma, domina, el universo material, y otro - inmanente - por el que se transforma a si mismo como persona, acercándose o alejándose de su fin, Dios.
Es en el " agere " donde el hombre labra su propia dignidad y felicidad temporal y eterna. Precisamente, uno de los puntos en que el cristianismo revolucionó el mundo antiguo fue este: frente a la división de los hombres en clases por el tipo de trabajo que realizaban, el cristianismo dejó claro que el fundamento de la dignidad del hombre no es el tipo de tarea que cumple, sino el modo en que lo desarrolla la persona.
Con palabras de Juán Pablo II en la encíclica Laborem excercens, n¼ 6.
" las fuentes de la dignidad del trabajo se deben buscar sobre todo no en su dimensión objetiva (producto), sino en la subjetiva (dignidad de la persona del trabajador)". La ética cristiana no es una ética de la tercera persona, de la perspectiva del observador externo, sino de la primera persona, de la interioridad dinámica, de la pureza del corazón.
36.2 Actuar Moral y Fin Ultimo
Una vez visto que el hombre es libre y que sus actos libres lo construyen, es decir lo perfeccionan, vamos a ver algunos puntos mas que nos amplíen lo que es el actuar del hombre, en orden a su fin último.
1. El ordenar o no a la consecución del fin y perfección del hombre, que esta en Dios, los actos libres, se le llama moralidad. Solo el hombre puede hacer esto con sus actos, a diferencia de todas las demás criaturas, por la inteligencia y voluntad con la que puede dirigir sus actos en orden a un fin.
Tenemos que hablar de fin, para hablar de moralidad, y para hablar de moralidad tenemos que hablar de bien y de mal, lo cual dependerá de la idea de hombre que tengamos, en nuestro caso la antropología es cristiana, revelada. Es desde esta perspectiva desde donde hablamos de moralidad y decimos lo siguiente:
2. El proyecto originario de Dios es la creación del hombre a su imagen y todo el universo en función de él, y la elevación de este a la vida de la gracia. En este origen recibe el hombre de Dios el mandato de crecer y multiplicarse y el de dominar la tierra, añadiendo a esto el que no podían decidir por su propia cuenta sobre el bien y sobre el mal, por tanto habían de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Aquí el hombre libre desobedece a este mandato, ordenado al bien del hombre, y es aquí donde pudiendo decidir rectamente en orden a su fin, decide erróneamente y por tanto obra mal moralmente.
A esta idea clave de creación del hombre por Dios, de elevación y caída, hay que añadir un punto mas que influye en la actuación del hombre: la justificación recibida. Pues bien estas son las bases reveladas de las que se parte para hablar de moralidad.
La visión cosmológica del hombre; creado y participe de la imagen divina ha de complementarse con la visión personalista del hombre, en la que es su experiencia subjetiva de Dios la que le puede decir cual es su fin, pero ambas sitúan al hombre en relación a un fin que orienta el actuar moral.
Hemos hablado de fin, pero,¿cual y como es el fin del hombre en esta visión antropológica?
3 El Ultimo Fin, Sentido del Dinamismo y Perfección del Hombre
a. La experiencia de que el hombre no se conforma con lo que es en su actualidad sino que dirige sus fuerzas a algo que aun no posee, que le atrae y que lo trasciende lleva a declarar que el hombre busca un fin último. Las expresiones de esta búsqueda son variadas y el fin a veces también, pero es contradictorio el que siendo igual de hombres tengamos distinto fin. Hablar de distintos fines, sería decir que ser hombre no es algo objetivo e inmutable en su aspecto fundamental, y esto se puede decir que no es así, desde la Revelación.
b. El universo tiene un último fin que es, manifestar la gloria de Dios por los bienes que reparte a las criaturas. Así Dios manifiesta su gloria haciendo al hombre partícipe de su bondad. El hombre por tanto tiene como fin participar de la bondad de Dios y manifestar esta bondad de Dios en él.
c. Este fin se manifiesta en la búsqueda de - bien - en todo lo que el hombre hace, por tanto equivale a decir fin, el decir bien.
Y bien entendido como lo que el hombre apetece .
Ese bien que el hombre apetece y que puede libremente querer le perfecciona o lo hace ser persona si es el bien que le corresponde como imagen del Bien absoluto sino ni le perfecciona ni le hace ser persona. En estas coordenadas se habla de fin unido a la idea de bien.
4 El último fin y el obrar humano
El último fin tiene carácter rector sobre la actividad moral. En palabras de Sto. Tomás ; " La intención es lo que mueve todo el querer y el principio de toda intención es el último fin, sea el verdadero último fin, o aquello que - al rechazarlo - el hombre sustituye en su lugar. "
También se expresa esta idea en la expresión " el amado se encuentra en el amante", por lo que si amamos cosas perniciosas para nosotros, nos hacemos perniciosos.
a. El influjo del último fin en todo acto humano: todo acto humano se dirige a un bien limitado y finito, pero esto esta precedido de la tendencia a un último fin que configura la escala de valores del actuar libre. A la vez hay que decir que el último fin no tiene porque estar explícitamente presente en todo acto libre. Por ejemplo: el viajero no considera continuamente el término de su viaje.
b. Los dos últimos fines posibles para el hombre: son básicamente dos, la propia excelencia o Dios. Cualquiera de estos dos se puede presentar como absoluto. Y es una o en otra dirección como actuamos, formando en nosotros un modo de ver y de querer las cosas en función del bien deseado como absoluto: con cada obra el hombre tiende a ratificar su elección del último fin. En este sentido se puede decir que el hombre va haciendo una opción fundamental, creando una disposición habitual de su voluntad, que tiende a configurar sus diversas elecciones.
36.3 Las obras del cristiano, expresión de la justificación recibida:
1 Elevación al orden sobrenatural .
El hombre creado a imagen y semejanza de Dios, participa de la bondad de Dios, de su perfección. El proyecto de Dios para el hombre fue elevarlo al orden sobrenatural, o sea divinizarlo, permitir que viviera la vida divina.
Le dio una naturaleza humana y lo elevó al orden sobrenatural.
Esta vida divina en el hombre lo perfecciona y lo eleva a un orden superior, sin deformar su naturaleza creada, sino apoyándose en esta. La vida divina, de la que Dios hace partícipe al hombre, le llega por la gracia, que es un don creado por Dios para el hombre.
La vida de la gracia en el hombre es como una -recreación- , que supone una vida distinta, elevada, mas perfecta, propia de Dios.
Mientras que en la creación Dios no contó con nuestra opinión, en esta recreación si que cuenta con nuestra voluntad libre, que se conforma a esta vida o no.
La gracia, un nuevo principio de vida, un modo mas perfecto de obrar.
Con la gracia el hombre recibe las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo, una vida nueva. Las potencias operativas - entendimiento y voluntad - pueden obrar según esta vida nueva, de aquí se deriva que el obrar humano elevado al orden sobrenatural es expresión de esta vida de la gracia.
La primera consecuencia de esto es que el hombre es hijo de Dios y posee la promesa de gozar la vida divina en plenitud, la visión beatífica.
Esta nueva condición humana requiere una conducta moral apropiada.
Es una vida que tiene como fin inspirador de todos los actos, a Dios, y que por actuar en un " nivel divino ", los actos merecen retribución o condena divina, eterna.
La gracia hace posible al hombre actuar a este nivel, y así sin dejar de ser libre el hombre sus actos son mas perfectos y mas gratos a Dios.
2 La moralidad en el hombre caído y redimido
El hombre no respondió al don de la elevación de Dios a la vida de la gracia, y se rebeló contra El, abusando de su libertad.
Desde este momento el hombre quedó privado de la gracia y dañado en su naturaleza humana.
Pero Dios prometió la salvación del hombre y en Cristo se cumplió.
Asi todo el que quiere salvarse y volver a vivir la vida de hijos de Dios ha de vivir como Cristo, siguiendo su ejemplo y viviendo de su misma vida en el Espíritu, por los sacramentos.
El hombre redimido por Cristo puede ahora y no antes, vivir como hijo de Dios y cumplir íntegramente el orden natural, que en su estado de enemistad con Dios no podía al estar herido por el pecado.
La gracia que Cristo nos consigue sana nuestra naturaleza aunque no cura totalmente sus heridas. Esto hará que la vida del hombre este en estado de perfeccionamiento, de lucha por mantenerse en gracia y por alcanzar la Vida.
36.4 Imitación y seguimiento de Cristo: moral de los hijos de Dios.
1 La conducta moral del hombre nuevo en Cristo.
En Cristo, según hemos visto, hemos sido restaurados y se nos revela quienes somos en realidad. Nos muestra como éramos en el principio y nos da la oportunidad de volverlo a ser.
Por tanto Cristo para el hombre es el camino a recorrer para llegar al fin que Dios le ha puesto. La vida moral cristiana no es mas que una vida distinta, un modo de vivir nuevo, que esta explicado en Cristo. Pero no solo es seguir un modelo, como antes apuntaba, sino que es participar de una fuerza vital, de una vida nueva que es la gracia, vida en el Espíritu y que como es lógico lleva a un nuevo modo de actuar libremente.
a La bondad moral, identificación con Cristo.
En la Sagrada Escritura vemos como en muchos lugares aparecen expresiones que manifiestan la realidad de esta vida nueva, una vida en el Espíritu. Cristo habla de la presencia del Padre en El, y de su presencia en nosotros, así expresa nuestra vida en Dios.
Y se puede decir que la vida de la gracia es, en el hombre histórico, una participación en la gracia creada del alma de Cristo, que nos viene a través de su Humanidad. Es decir, así como por la generación carnal participamos de la naturaleza de Adán, por la regeneración espiritual participamos de la vida misma de Cristo.
Queda muy bien expresado en (Ioh, 14,23): " Cualquiera que me ama, observará mis mandamientos, y mi padre le amará, y vendremos a él y haremos, mansión dentro de él." A esto podemos añadir, que ese don de la vida en Cristo lo recibimos por la misión del Espíritu Santo que actúa en nuestros corazones. Crecer en gracia es en definitiva crecer en identificación con Cristo.
b En la Iglesia se alcanza la vida en Cristo.
Cristo nos dice en (Ioah, 16,7): "En verdad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros, pero si me voy os lo enviaré."
Cristo muriendo en la cruz, nos daba el Espíritu de Verdad y de Vida. Cristo permanece en su Iglesia: en sus sacramentos, en su liturgia, en su predicación, en toda su actividad. De modo especial sigue presente en la Sagrada Eucaristía. Permanece de modo visible en la Iglesia la acción invisible del Espíritu Santo, que actúa en los corazones de los que se acercan libremente a Dios.
En la Iglesia se engendra, se nutre y se desarrolla la vida cristiana, y es en la enseñanza de la Iglesia donde el hombre debe ver la enseñanza misma de Cristo. Por último decir que el cristiano para vivir plenamente una vida humana y de hijo de Dios, necesita del recurso de los Sacramentos.