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miércoles, 20 de agosto de 2014

Acoger y luego educar

Si bien la educación es nuestra tarea de padres, muchas veces el camino para poder realizarla depende de la apertura de nuestro corazón a lo que nos ofrece ese hijo o hijos en particular.
Sin duda hay muchas alternativas y la primera es la herencia del método por el que nos educaron. A no ser que haya sido negativa y se tenga clara dónde no ir.
Después se presenta la moda en educación, que viene teñida con publicidad y en el mejor de los casos de reflexión histórica y cristiana. Sobre esta moda hasta los hijos están al tanto y nos aconsejan cómo podemos ser mejores padres.
En un tercer lugar, reconocemos especialmente en el silencio la viva inspiración, esa respuesta a la oración y a la gana ardiente de hacerlo diferente y mejor.
Con firmeza y ternura es conveniente acompañar como padres o tutores el crecimiento y desarrollo de nuestros hijos. Especialmente mientras afirman sus raíces y crecen derechos y firmes. Me he dado cuenta que esa firmeza y ternura es para nosotros también.
Pensamos que es demasiado arrojado poner en primer lugar una respuesta que sea educativa desde la inspiración de padres, desde la vocación, que en buenas cuentas Dios nos ha confiado.
Pensamos que “acoger” el enfado de un hijo, una falta de respeto, las riñas entre hermanos, las responsabilidades otorgadas y no cumplidas, el desgaño ante un plan familiar, las críticas, etc. es demasiado arriesgado. No nos da confianza ser amorosos ante tales faltas, ni frenar la moda, ni cuestionar la herencia.
Abandonarnos para acoger, aunque sea unos momentos y luego educar, cambia tanto... los gestos de sus caras, los brazos, la rigidez de la espalda de ese hijo que confía en sus padres para ser educado.
Acoger primero los conflictos del otro, nos abre el corazón desde la humildad al ofrecernos como padres y al reconocer que necesitamos de ese soplo para seguir aportando a su educación

domingo, 17 de agosto de 2014

Tuvieron que elegir entre el mundo o ser católicos

Misa de beatificación de S.S. Francisco en Korea:

El papa Francisco indicó en la homilía que los mártires nos llevan a poner a Cristo antes de todo y a no bajar a compromisos

El santo padre Francisco en la misa de beatificación de de Paul Yun Ji-Chung y de 123 compañeros mártires celebrada en Seúl este sábado 16 de agosto, en la Puerta de Gwanghwamun, dirigió su homilía a los cientos de miles de personas presentes. A continuación el texto de la homilía. 

«¿Quién nos separará del amor de Cristo?». Con estas palabras, san Pablo nos habla de la gloria de nuestra fe en Jesús: no sólo resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo, sino que nos ha unido a él y nos ha hecho partícipes de su vida eterna. Cristo ha vencido y su victoria es la nuestra.
Hoy celebramos esta victoria en Pablo Yun Ji-chung y sus 123 compañeros. Sus nombres quedan unidos ahora a los de los santos mártires Andrés Kim Teagon, Pablo Chong Hasang y compañeros, a los que he venerado hace unos momentos. Vivieron y murieron por Cristo, y ahora reinan con él en la alegría y en la gloria. Con san Pablo, nos dicen que, en la muerte y resurrección de su Hijo, Dios nos ha concedido la victoria más grande de todas. En efecto, «ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor».
La victoria de los mártires, su testimonio del poder del amor de Dios, sigue dando frutos hoy en Corea, en la Iglesia que sigue creciendo gracias a su sacrificio. La celebración del beato Pablo y compañeros nos ofrece la oportunidad de volver a los primeros momentos, a la infancia –por decirlo así– de la Iglesia en Corea. Los invita a ustedes, católicos de Corea, a recordar las grandezas que Dios ha hecho en esta tierra, y a custodiar como un tesoro el legado de fe y caridad confiado a ustedes por sus antepasados.
En la misteriosa providencia de Dios, la fe cristiana no llegó a las costas de Corea a través de los misioneros; sino que entró por el corazón y la mente de los propios coreanos. En efecto, fue suscitada por la curiosidad intelectual, por la búsqueda de la verdad religiosa. Tras un encuentro inicial con el Evangelio, los primeros cristianos coreanos abrieron su mente a Jesús. Querían saber más acerca de este Cristo que sufrió, murió y resucitó de entre los muertos. El conocimiento de Jesús pronto dio lugar a un encuentro con el Señor mismo, a los primeros bautismos, al deseo de una vida sacramental y eclesial plena y al comienzo de un compromiso misionero. También dio como fruto comunidades que se inspiraban en la Iglesia primitiva, en la que los creyentes eran verdaderamente un solo corazón y una sola mente, sin dejarse llevar por las diferencias sociales tradicionales, y teniendo todo en común.
Esta historia nos habla de la importancia, la dignidad y la belleza de la vocación de los laicos. Saludo a los numerosos fieles laicos aquí presentes, y en particular a las familias cristianas, que día a día, con su ejemplo, educan a los jóvenes en la fe y en el amor reconciliador de Cristo. También saludo de manera especial a los numerosos sacerdotes que hoy están con nosotros; con su generoso ministerio transmiten el rico patrimonio de fe cultivado por las pasadas generaciones de católicos coreanos.
El Evangelio de hoy contiene un mensaje importante para todos nosotros. Jesús pide al Padre que nos consagre en la verdad y nos proteja del mundo.
Es significativo, ante todo, que Jesús pida al Padre que nos consagre y proteja, pero no que nos aparte del mundo. Sabemos que él envía a sus discípulos para que sean fermento de santidad y verdad en el mundo: la sal de la tierra, la luz del mundo. En esto, los mártires nos muestran el camino.
Poco después de que las primeras semillas de la fe fueran plantadas en esta tierra, los mártires y la comunidad cristiana tuvieron que elegir entre seguir a Jesús o al mundo. Habían escuchado la advertencia del Señor de que el mundo los odiaría por su causa; sabían el precio de ser discípulos. Para muchos, esto significó persecución y, más tarde, la fuga a las montañas, donde formaron aldeas católicas. Estaban dispuestos a grandes sacrificios y a despojarse de todo lo que pudiera apartarles de Cristo –pertenencias y tierras, prestigio y honor–, porque sabían que sólo Cristo era su verdadero tesoro.
En nuestros días, muchas veces vemos cómo el mundo cuestiona nuestra fe, y de múltiples maneras se nos pide entrar en componendas con la fe, diluir las exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al espíritu de nuestro tiempo. Sin embargo, los mártires nos invitan a poner a Cristo por encima de todo y a ver todo lo demás en relación con él y con su Reino eterno. Nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir.
Además, el ejemplo de los mártires nos enseña también la importancia de la caridad en la vida de fe. La autenticidad de su testimonio de Cristo, expresada en la aceptación de la igual dignidad de todos los bautizados, fue lo que les llevó a una forma de vida fraterna que cuestionaba las rígidas estructuras sociales de su época. Fue su negativa a separar el doble mandamiento del amor a Dios y amor al prójimo lo que les llevó a una solicitud tan fuerte por las necesidades de los hermanos. Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros, que vivimos en sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más denigrante pobreza; donde rara vez se escucha el grito de los pobres; y donde Cristo nos sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos tendiendo la mano a nuestros hermanos necesitados.
Si seguimos el ejemplo de los mártires y creemos en la palabra del Señor, entonces comprenderemos la libertad sublime y la alegría con la que afrontaron su muerte. Veremos, además, cómo la celebración de hoy incluye también a los innumerables mártires anónimos, en este país y en todo el mundo, que, especialmente en el siglo pasado, han dado su vida por Cristo o han sufrido lacerantes persecuciones por su nombre.
Hoy es un día de gran regocijo para todos los coreanos. El legado del beato Pablo Yun Ji- chung y compañeros –su rectitud en la búsqueda de la verdad, su fidelidad a los más altos principios de la religión que abrazaron, así como su testimonio de caridad y solidaridad para con todos– es parte de la rica historia del pueblo coreano. La herencia de los mártires puede inspirar a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar en armonía por una sociedad más justa, libre y reconciliada, contribuyendo así a la paz y a la defensa de los valores auténticamente humanos en este país y en el mundo entero.
Que la intercesión de los mártires coreanos, en unión con la de Nuestra Señora, Madre de la Iglesia, nos alcance la gracia de la perseverancia en la fe y en toda obra buena, en la santidad y la pureza de corazón, y en el celo apostólico de dar testimonio de Jesús en este querido país, en toda Asia, y hasta los confines de la tierra. Amén».

ORÍGENES DE LA CREENCIA EN LA REENCARNACIÓN


La reencarnación, palingenesia o metempsicosis es la creencia de que tras fallecer hay “algo” de la persona que subsiste en otra esfera imperceptible – el Más Allá – con la características especialísima de que ese “algo” mantiene consciencia de quien hubo sido durante la vida terrena.
Ideas reencarnacionistas se encuentran ya en la más antigua Tradición Hermética que afirma la existencia de un principio perenne e individualizado que habita y anima al cuerpo humano y que, ocurrida la muerte, transcurre un tiempo indefinido en el Más Allá, hasta encontrar un nuevo cuerpo conveniente, reencarnando en éste.
Para todas las escuela iniciáticas, esotéricas y de sabiduría, la reencarnación es un hecho cierto y comprobado, siendo, por lo demás, la causa primera por la cual cada persona durante su tránsito terreno debe procurar mejorar en sus facetas espirituales e intelectuales en vista a un crecimiento trascendente que lo ligue – de manera definitiva y trasmutadora – con el plan del trazado por el Gran Arquitecto del Universo.
La reencarnación es una de las creencias más antiguas. Forma parte del hinduismo, el budismo y otras filosofías orientales. En Occidente, la reencarnación tuvo adeptos entre algunos filósofos griegos. En nuestros tiempos se encuentra entre las enseñanzas de las sociedades teosóficas, los gurús indios, los psíquicos y el movimiento de la Nueva Era por el cual se han importado muchas creencias orientales, casi nunca comprometiéndose a serios cambios de vida, sino como algo que está de moda.
Las más antiguas civilizaciones como la sumeria, egipcia, china y persa, la conocieron en profundidad, pero esos saberes quedaban restringidos a los iniciados. Es por ello que los cultores de la historia oficial prejuzgan suponiendo que no creían en la reencarnación. Lo cual es absolutamente falso puesto que los sacerdotes dedicaban sus días a progresar espiritualmente y desentrañar lo más que les fuera posible las leyes universales, a efectos de estar preparados para una futura vida mejor. El enorme esfuerzo que dedicaron a la edificación de pirámides, tumbas y demás construcciones funerarias, no demuestra en absoluto que creyeran en una sola existencia terrestre. Puesto que dichos monumentos tuvieron otras finalidades y nunca fueron tumbas. Así sucede con las pirámides de Kheops, Kefren y Micerino, en las que, si bien jamás fue hallado un esqueleto humano o una momia, los egiptólogos ortodoxos siguen insistiendo en que fueron tumbas. En verdad son monumentos a la sabiduría científica y esotérica.
Cuando apareció el Budismo en la India, en el siglo V a. J., adoptó la creencia en la reencarnación. Y por él se extendió en la China, Japón, el Tíbet, y más tarde en Grecia y Roma. Y así, penetró también en otras religiones, que la asumieron entre los elementos básicos de su fe. La primera vez que aparece la idea de la reencarnación es en la India, en el siglo VII a. J.
Si rastreamos el tema de la reencarnación, que en una de sus definiciones es que el alma de una persona muerta sea transferida al cuerpo de otro ser, no aparece en ninguna de las fuentes básicas del judaísmo. Recién el "Zohar" y la mística cabalística proveen al judaísmo de una idea tal como la reencarnación. El judaísmo jamás aceptó la idea de una reencarnación. Así en el Salmo 29 leemos: “Señor, no me mires con enojo, para que pueda alegrarme, antes de que me vaya y ya no exista más” (v.14). Y el Libro de la Sabiduría, dice: “El hombre, en su maldad, puede quitar la vida, es cierto; pero no puede hacer volver al espíritu que se fue, ni liberar el alma arrebatada por la muerte’’ (16,14).
Fue recién en el año 200 a. J. cuando entró en el pueblo judío la fe en la resurrección, y quedó definitivamente descartada la posibilidad de la reencarnación. Algunos eruditos creen encontrar el origen de estas ideas fuera del judaísmo, quizás en las religiones extremo orientales, que de algún modo llegaron a influir y ser parte de las creencias de reducidos grupos de judíos..El cristianismo, nacido del judaísmo mismo, es igualmente resurreccionista y no acepta la reencarnación.
El cuerpo más abundante de evidencia que apoya la doctrina de la reencarnación ha sido reunido por el doctor Ian Stevenson, médico psiquiatra y parapsicólogo de la Universidad de Virginia, que desde los años sesenta del Siglo XX, se dedicó a indagar en casos de presunta “memoria extracerebral” atribuible a presuntas reencarnaciones. Y así como una imagen vale por mil palabras, un relato extraído de las publicaciones hechas por Stevenson nos eximirá de mayores aclaraciones.
El caso que hemos elegido es el de Indika Guneratne, un niño di Sri Lanka – allá donde decidió radicarse Arthur Clarke – nacido en 1962 y que Stevenson comenzó a estudiar seis años después.
Indika por primera vez comenzó a hablar cuando tenía unos dos años y uno o dos años después empezó a describir una supuesta vida anterior en la que había sido un acaudalado residente de Matara, ciudad en la costa sur de Sri Lanka. Entre sus recuerdos se encontraban las características de la suntuosa mansión en que había residido, el auto Mercedes Benz que poseía como así también algunos de sus objetos preferidos y los elefantes que eran de su propiedad. Y otros datos muy precisos, como que el nombre de su chofer había sido Premdasa.
El padre de Indika, G. D. Guneratne, indagó en las declaraciones de su hijo descubriendo que un hombre de esas condiciones realmente había vivido en la ciudad indicada por su hijo. Pero no llevó adelante ninguna investigación más; esto sí le cupo a Stevenson.
Así pudo determinar que se trataba de K. G. J. Weerasinghe, un acaudalado comerciante de maderas, fallecido en 1960 dos años antes del nacimiento de Indika.
Stevenson pudo constatar que todos los dichos del niño coincidían, salvo algunos detalles. El fallecido sólo tenía un elefante y no varios. Tampoco había sido dueño de un Mercedes. Pero, y esto es igualmente extraordinario, la patente recordada por Indika coincidía con un automóvil de esa marca cuyo propietario había sido un vecino de un pueblo cercano. Los recuerdos coincidían en un 90% con la realidad histórica. Había algunos desaciertos, es verdad, ¿pero puede la memoria – sobre todo la de un reencarnado – ser perfecta? Cabe aquí suponer que precisamente el hecho de que haya habido errores brinda mayor credibilidad a los dichos de Indika. Stevenson presenta a este caso como uno de los más sugestivos a favor de la reencarnación.
La creencia en la reencarnación va en franco crecimiento en todo Occidente. Así resulta asombroso comprobar cómo cada vez es mayor el número de los que, aún siendo católicos, aceptan la reencarnación. Una encuesta realizada en la Argentina por la empresa Gallup, reveló que el 33% de los encuestados cree en ella. En Europa, el 40% de la población se adhiere gustoso a esa creencia. Y en el Brasil, nada menos que el 70% de sus habitantes son reencarnacionistas. Por su parte, el 34% de los católicos, el 29% de los protestantes, y el 20% de los no creyentes, hoy en día la profesan.

¿ES POSIBLE LA RELIGION SIN SACERDOTES?

La respuesta a esta pregunta depende en gran parte del significado que demos a la palabra «Religión».
Si con la pregunta que remos significar: ¿Puede el hombre acercarse a Dios directamente y sin la intervención de un sacerdote?, la respuesta inmediata es: SÍ.
El problema de las relaciones entre el hombre y Dios supone, nece sariamente, que entra los dos no puede imponerse tercera persona, como un sacerdote.
Esta es la enseñanza que gráficamente se nos declara en el «Bhagavad Gita», en donde Shri Krishna nos dice que, así como en tiempos de inundaciones el agua nos rodea por todas partes y no hay necesidad de ir por ella al pozo, así cuando el hom bre descubre por sí mismo el camino directo hacia Dios, no tiene ne cesidad de obedecer los preceptos de los Vedas, ni tomar parte en ce remonias.
Esta misma enseñanza de un camino directo hacia Dios la encontramos en todo Gran Maestro. Fue enseñada por Cristo. Buddha, Mahoma, Zoroastro y otros.
Este problema de las relacio nes entre el hombre y Dios es el problema de la Salvación.
Pero,¿ pueden los sacerdotes ayudar en este problema de la Sal vación? .
La respuesta que muchas religiones dan es: SÍ.
El Hinduismo, el Cristianismo y el Zoroastrismo son religiones que tienen sa cerdocio; el Budismo y la religión mahometana no lo tienen.
¿Cómo ayudan los sacerdotes?
El auxilio que prestan se parece mucho a las agencias físicas que se emplean para distribuir cualquier energía natural. Por ejem plo: en una ciudad que tenga central eléctrica se genera la electricidad por medio del carbón o del petróleo, con ayuda de ma quinaria bajo la dirección del cerebro humano. Necesitamos condu cir la electricidad por medio de cables tendidos en las calles, después por medio de hilos en las casas y finalmente en una lámpara donde la electricidad, pasando por un filamento, produce luz. Existen Fuer zas Divinas que necesitan exactamente una distribución parecida a la descripta. El hombre religioso que resiente la interferencia de los sacerdotes, se olvida de que lo que se llama «Divina Gracia», no es una experiencia meramente subjetiva, sino el resultado de fuerzas definidas que fluyen de planos invisibles. A veces se necesitan agencias como la de los sacerdotes, para que estas fuerzas desciendan.
Pero al mismo tiempo tenemos que reconocer que la fuerza o bendición que el sacerdote atrae de lo alto «no» es la Salvación.
Esta fuerza puede ayudar a que la Salvación se consiga si se cum plen estas condiciones:
Primero, que el recipiendario utilice la fuer za debidamente;
Segundo, que él sea verdaderamente capaz de con ducir o distribuir tal fuerza y no simplemente que declare que así lo hace cuando en realidad es incapaz de producir dicho efecto.
La Salvación es un cambio interno que se verifica en un indivi duo cuando abre su naturaleza y permite su proximidad a la Natu raleza de Dios. Pero en esa Salvación hay ciertas operaciones pre­paratorias que ayudan eficazmente, y en esta operación es donde el sacerdote puede ayudar. En cirugía moderna sabemos que cuando se va a practicar una operación, se toman las precauciones mas extraordinarias para obtener asepsia, es decir, el evitar toda causa que pueda producir una condición séptica. Esto se consigue median te la esterilización rigurosa de todo lo que ha de poner en contac to con la herida. Igualmente, después de la operación, si se quiere que la cicatrización sea normal, ha de tenerse sumo cuidado de que nada que pueda contener infección se ponga en contacto con la superficie abierta de la herida. De la misma manera, los sacerdotes, que debieran ser peritos espirituales en asepsia espiritual puedan facili tar el asunto de la Salvación. Pero así como el cirujano mas exper to es incapaz de curar a un paciente si no cooperan sus fuerzas vita les, así por mucho que sea el auxilio que el sacerdote pueda ofrecer, no le conduciría a la Salvación sin la voluntad del individuo.
Como al principio del artículo dijimos, la Salvación es una cues tión entre el hombre y Dios y es innecesaria la intervención de ter cera persona. Si así se verifica, el resultado obtenido no es un esta do de Salvación.
Si distinguimos claramente entre el problema de la Salvación y el problema de los medios que pueden ayudar a pre parar la mente y el corazón para que se consiga esa Salvación, esta remos en condiciones de contestar a la pregunta de si se necesita o no sacerdotes en la Religión.
Para la Salvación no son necesarios, pero son muy útiles para conducir al hombre a la «puerta» de la Salvación. Pero existiendo el poder de Dios en el corazón de todo hombre, puede muy bien, em pleando tan sólo su esfuerzo espiritual, no sólo llegar por si mismo a la puerta de la Salvación sino pasar por la puerta de la Liberación..
Al mismo tiempo, se cuentan por millones los que todavía no han descubierto este sendero directo y sienten la necesidad de auxi lio en su camino hacia la Meta. Aquí es donde el sacerdote puede ayudar. Todos sabemos por la historia de las Religiones que los sa cerdotes, pueden ser un obstáculo. Pero esto no puede destruir el he cho de que un sacerdote verdadero, esto es, el conductor de ciertas Fuerzas Divinas para el auxilio del hombre, pueda en verdad pres tar un gran servicio a la Religión.

LA SOLEDAD COMO CAMINO

NOTICIAS DE LA ASCENSIÓN 
Las estaciones de la vida cambian, y con ellas también las relaciones. Los hijos algún día se marchan del hogar, y a veces el compañero (o compañera) muere. También es posible que, después de muchos años de matrimonio, uno de los cónyuges decida que es tiempo de seguir adelante, sin el otro. Cuando la soledad toca a la puerta, hay diferencias en la forma de recibir esta visita, siempre inesperada. Algunas personas son capaces de adaptarse y continuar disfrutando de la vida; mientras que otros caen en estados de tristeza y depresión que no pueden controlar, ni quieren llegar a superar.
Para comenzar, nadie tiene la culpa de que tú te sientas mal estando solo. Si buscas un culpable, debes mirarte al espejo, porque eres tú, y no otro, quien permanece atado a los recuerdos que duelen, cuando ya los demás se han liberado. Tal vez tu error consista en creer que los hijos, el marido, los hermanos, o los amigos te pertenecen. ¡Y no es así! Si eres adulto, debes comprender que cada cuál tiene un destino que cumplir, y se le ha dado libertad para escoger con quién desea estar y a quien desea evitar. Esa situación deja para ti solo dos alternativas: la primera es disfrutar de la relación, si esta prevalece. Y la segunda es hacer un pacto de paz con la idea de que el otro tiene pleno derecho a excluirte de su vida, en el momento en que ya la relación no sea de su agrado.
Tal vez tu error de apreciación consista en creer que necesitas de alguien, o de algo, para ser feliz. Comprende que la felicidad es un estado interno, que no depende de las circunstancias, sino de la actitud que asumas frente a los hechos que no puedes cambiar. Por esto, la soledad es sí misma no es algo negativo, ni lleva implícita ninguna carencia.
Hay personas que siempre han vivido completamente solas, y son muy felices. Ellos han entrenado su visión para mirar simultáneamente hacia adentro y hacia fuera, y son capaces de actuar de acuerdo a sus propias conveniencias. Se caracterizan porque siempre saben lo que desean, apoyan sus propios proyectos y ocupan su tiempo haciendo lo que más les gusta.
En cambio otros han vivido siempre en función de los demás, consagraron su vida a satisfacer las necesidades ajenas; y trágicamente lo ignoran todo sobre el cuidado de sí mismos. Estas personas, cuando quedan solas, se sienten perdidas y frustradas porque no tienen compañía.
La vida fluye, y va alternando distintas posibilidades, algunas estimulan la expansión y otras el recogimiento. Cuando la soledad llega, casi siempre viene a plantear un reto, porque todos los humanos somos sociables por naturaleza. Sin embargo la soledad existe, porque es necesaria para completar nuestro ciclo de experiencias. Estar solos es una herramienta poderosa, que la vida nos presta para que desarrollemos autoestima y valores internos. Aliada con el tiempo, la soledad nos apoya para: pensar, leer, escribir, investigar, pintar, bordar, tocar un instrumento musical, moldear esculturas, emprender el diseño de un jardín, o practicar nuestro pasatiempo favorito.
Existen algunas constantes que hacen de la soledad un aprendizaje ineludible para algunas personas; por ejemplo: cuando en el pasado no valoraste tus relaciones, y, por egoísmo, no dejaste un espacio para compartir con tus seres queridos. Entonces te haces correspondiente con la experiencia de soledad, para que en adelante aprendas a apreciar el apoyo moral que brindan los afectos.
Es posible también que, por una actitud tuya equivocada, el universo te haya matriculado en un curso intensivo de “desapego”, para que, en tu aprendizaje, incluyas el respeto a la libertad de quienes permanecen a tu lado.
A veces la soledad llega a tu vida como una oportunidad de mirar hacia adentro, evaluar, y corregir el rumbo. En otras ocasiones la soledad se te otorga como una gracia, porque establece el ambiente de silencio, muy necesario cuando ya estás listo para hacer contacto con la parte más elevada de tu ser, que es el espíritu.