NOTICIAS DE LA ASCENSIÓN
Las estaciones de la vida cambian, y con ellas también las relaciones. Los hijos algún día se marchan del hogar, y a veces el compañero (o compañera) muere. También es posible que, después de muchos años de matrimonio, uno de los cónyuges decida que es tiempo de seguir adelante, sin el otro. Cuando la soledad toca a la puerta, hay diferencias en la forma de recibir esta visita, siempre inesperada. Algunas personas son capaces de adaptarse y continuar disfrutando de la vida; mientras que otros caen en estados de tristeza y depresión que no pueden controlar, ni quieren llegar a superar.
Para comenzar, nadie tiene la culpa de que tú te sientas mal estando solo. Si buscas un culpable, debes mirarte al espejo, porque eres tú, y no otro, quien permanece atado a los recuerdos que duelen, cuando ya los demás se han liberado. Tal vez tu error consista en creer que los hijos, el marido, los hermanos, o los amigos te pertenecen. ¡Y no es así! Si eres adulto, debes comprender que cada cuál tiene un destino que cumplir, y se le ha dado libertad para escoger con quién desea estar y a quien desea evitar. Esa situación deja para ti solo dos alternativas: la primera es disfrutar de la relación, si esta prevalece. Y la segunda es hacer un pacto de paz con la idea de que el otro tiene pleno derecho a excluirte de su vida, en el momento en que ya la relación no sea de su agrado.
Tal vez tu error de apreciación consista en creer que necesitas de alguien, o de algo, para ser feliz. Comprende que la felicidad es un estado interno, que no depende de las circunstancias, sino de la actitud que asumas frente a los hechos que no puedes cambiar. Por esto, la soledad es sí misma no es algo negativo, ni lleva implícita ninguna carencia.
Hay personas que siempre han vivido completamente solas, y son muy felices. Ellos han entrenado su visión para mirar simultáneamente hacia adentro y hacia fuera, y son capaces de actuar de acuerdo a sus propias conveniencias. Se caracterizan porque siempre saben lo que desean, apoyan sus propios proyectos y ocupan su tiempo haciendo lo que más les gusta.
En cambio otros han vivido siempre en función de los demás, consagraron su vida a satisfacer las necesidades ajenas; y trágicamente lo ignoran todo sobre el cuidado de sí mismos. Estas personas, cuando quedan solas, se sienten perdidas y frustradas porque no tienen compañía.
La vida fluye, y va alternando distintas posibilidades, algunas estimulan la expansión y otras el recogimiento. Cuando la soledad llega, casi siempre viene a plantear un reto, porque todos los humanos somos sociables por naturaleza. Sin embargo la soledad existe, porque es necesaria para completar nuestro ciclo de experiencias. Estar solos es una herramienta poderosa, que la vida nos presta para que desarrollemos autoestima y valores internos. Aliada con el tiempo, la soledad nos apoya para: pensar, leer, escribir, investigar, pintar, bordar, tocar un instrumento musical, moldear esculturas, emprender el diseño de un jardín, o practicar nuestro pasatiempo favorito.
Existen algunas constantes que hacen de la soledad un aprendizaje ineludible para algunas personas; por ejemplo: cuando en el pasado no valoraste tus relaciones, y, por egoísmo, no dejaste un espacio para compartir con tus seres queridos. Entonces te haces correspondiente con la experiencia de soledad, para que en adelante aprendas a apreciar el apoyo moral que brindan los afectos.
Es posible también que, por una actitud tuya equivocada, el universo te haya matriculado en un curso intensivo de “desapego”, para que, en tu aprendizaje, incluyas el respeto a la libertad de quienes permanecen a tu lado.
A veces la soledad llega a tu vida como una oportunidad de mirar hacia adentro, evaluar, y corregir el rumbo. En otras ocasiones la soledad se te otorga como una gracia, porque establece el ambiente de silencio, muy necesario cuando ya estás listo para hacer contacto con la parte más elevada de tu ser, que es el espíritu.
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