¿Por qué sentimos que no oramos eficazmente? ¿Por qué lo primero que descuidamos es nuestra vida de oración? Sabemos que debemos de orar, pero no lo hacemos. Entendemos que es importante, pero no lo ponemos en acción.
¿Por qué parece tan difícil? Tal vez porque no creemos estar facultados para orar. Tendemos a pensar: Bueno, Cristo, Pablo y otros cristianos ejemplares oraban y lograban cosas, pero yo no soy nadie, ni siquiera tengo un ministerio definido… Y el desánimo nos envuelve y nos deja pasivos, orando solamente ante necesidades apremiantes, obteniendo minúsculas respuestas a nuestras minúsculas oraciones.
¿Por qué parece tan difícil? Tal vez porque no creemos estar facultados para orar. Tendemos a pensar: Bueno, Cristo, Pablo y otros cristianos ejemplares oraban y lograban cosas, pero yo no soy nadie, ni siquiera tengo un ministerio definido… Y el desánimo nos envuelve y nos deja pasivos, orando solamente ante necesidades apremiantes, obteniendo minúsculas respuestas a nuestras minúsculas oraciones.
Esta es la batalla espiritual, en la que Satanás, nuestro adversario, lucha sin tregua por derrotar al cristiano aun antes de que trate de pelear. Satanás no se anda con miramientos a la hora de intimidar -intenta a toda costa someter y vencer al cristiano. Y el problema es que el cristiano no sabe que la victoria ya es suya porque el poder de Cristo resucitado lo está respaldando. El pueblo de Dios perece por falta de conocimiento, parafraseando Oseas 4:6. ¡Necesitamos usar la Palabra de Dios a la usanza de Jesús, cuando derrotó a Satanás diciendo: "Escrito está"! (Mt 4:4)
Es de absoluta necesidad que el cristiano tenga comunión diaria con Jesucristo, mas esto no siempre se enseña al inicio de la vida cristiana. La vida del cristiano depende de la renovación diaria en comunión. Muchos cristianos se apartan porque no entendieron esto. No resisten la tentación, regresan a su antigua naturaleza. Se esfuerzan por servir a Dios y luchar contra el pecado, pero carecen de fuerza porque luchan en sus propias fuerzas.
¡Guerra!
Vivimos en un estado de guerra contra el diablo, y debemos aprender las técnicas para vencer a nuestro adversario o nos destruirá a nosotros. Tenemos armas para esta guerra, y necesitamos aprender a usarlas en cada aspecto de nuestra vida de oración. Estas armas no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de las fortalezas de Satanás (2 Co 10:3-4). En Ef 6 Pablo nos exhorta: "Vestios de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo... Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios" (Ef 6:11, 14-17). Debemos vestir los diferentes aspectos de la vida del Señor Jesús (Ro 13:14 "sino vestios del Señor Jesucristo...")
¿Cuál es el escenario para la lucha? Ef 6:18 nos dice que el campo de batalla contra Satanás y sus fuerzas es el de la oración. Allí sus fuerzas son derrotadas y el creyente obtiene la victoria.
¿Parece imposible? Sí, lo imposible se nos enfrenta a todos, pero hay una manera de hacerle frente a la imposibilidad: ¡invádela! No con discursos sobre esperanza, no con ira, no con resignación, sino con violencia. La oración provee el vehículo para esta clase de violencia<1>. Es peor que un tanque de guerra (1 Jn 5:4-5 "Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?")
El costo
La mayoría de nosotros no oramos habitualmente, porque sabemos muy bien que va a costar algo. Más que tiempo, dinero o fe. Nos cuesta una cosa: la sinceridad<2>. Sí, el ser lo suficientemente sincero para decirle a Dios: "No puedo hacerlo yo solo". Mi sincera confesión de impotencia da lugar a la omnipotencia.
Tenemos que tener la honradez de reconocer lo que no somos. Debemos ser sinceros con Dios, reconociendo nuestra obvia necesidad del perdón y la plenitud interior; admitiendo lo mucho que nos agotamos luchando en nuestras propias fuerzas; insistiendo en no conformarnos con respuestas artificiales a nuestro vacío. Y entonces hallamos al Único que es el dador de la verdadera plenitud de vida y el único camino hacia Dios. Confrontamos Su maravilloso nacimiento, Su impecable vida, Sus enseñanzas fenomenales, Sus dinámicos milagros, Su muerte expiatoria y Su gloriosa resurrección.
Y al abrirle nuestro corazón a su vida y su poder, tenemos que aprender qué vino a hacer El en verdad. Tal vez el punto culminante de Su enseñanza en la tierra fue cuando sus discípulos pidieron "Señor, enséñanos a orar". Allí les enseñó algo sobre la violencia. Orar es cuestión de asaltar, de atar, de hacer la guerra. De invadir.<3>
Desde el punto de vista de la tierra, las cosas pueden parecer imposibles, pero desde el punto de vista del cielo hay una violencia que puede hacer estallar lo imposible. Pero se necesitan tropas para la invasión<4>.
El aprendizaje de la oración
El propósito del programa de oración de Dios es enseñarnos a vencer, ejercitarnos para vencer<5>. El no hace nada en la esfera de la redención humana salvo por medio de la oración.
Toda su actividad y realización las ha ligado a la oración<6>. Nuestra sensación de indignidad nunca debe estorbar nuestra vida de oración, como dice Heb 4:15 y 16. Nos llama a acercarnos confiadamente, no porque seamos dignos de hacerlo, sino porque El es digno."No tenéis... porque no pedís" (Stg 4:2). Por ello, debemos darle prioridad al aprendizaje de la oración, practicarla hasta que tengamos una destreza que pueda mantener a raya al enemigo.
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