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domingo, 24 de agosto de 2014

La armadura completa



Estamos en medio de una batalla espiritual. Y necesitamos emplear las armas de nuestra milicia para pelear la buena pelea de la fe ¿Cuáles son esas armas? El Nombre de Jesús, la Palabra de Dios, el Espíritu Santo y los dones del Espíritu.
La oración es el campo de batalla. El tiempo que pasamos en oración es la base de abastecimiento. La armadura descrita en Efesios 6 sirve para un propósito vital: ¡combatir a Satanás y ganar!
Repasemos la armadura en sus partes defensiva y ofensiva, y cómo funciona:

Defensiva

Cinto de la verdad

Ef 6:14a "Después de haberse preparado, estad firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad". Cuando Satanás te diga en tu mente que nunca verás la contestación a tus oraciones, es hora de ceñirte con la verdad. Acerca del hombre que se deleita en la Palabra de Dios y la toma como autoridad final, el Sal 112:6-8 dice "Su corazón está firme, confiado en Jehová."

Coraza de justicia

La coraza de justicia es de especial significado. Una coraza protege áreas vitales del cuerpo de un soldado -sin ella, estarían expuestas ante el enemigo. Y sin justicia, las áreas vitales de tu vida de oración estarían expuestas ante Satanás. Esta justicia no es buena conducta moral -su significado va mucho más allá. Esta justicia es la que Jesús obtuvo para ti y con la cual te vistió. Es Su dignidad cubriendo tu indignidad. Es el ser trasladado al reino de Su amado Hijo (Col 1:12-13). Esto lo que te hace coheredero con Cristo (Ro 8:17). Con esto tienes el derecho de resistir al diablo y verlo huir.

Calzado del evangelio de la paz

La siguiente parte de la armadura es para tus pies. Is 52:7 dice que son hermosos los pies de los que traen alegres nuevas, de los que anuncian la paz. Compartir el evangelio con otros es parte de tu armadura.

Escudo de la fe

La Palabra dice "Sobre todo, tomad el escudo de la fe". Tu escudo apaga todos los dardos de fuego del maligno. 1 Jn 5:4 dice: "esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe". Tu fe hace un vencedor y más que un conquistador. Ro 1:17 "el justo por la fe vivirá". Esto es, toda tu vida es sostenida por tu fe en Dios.

Yelmo de salvación

Finalmente, "tomad el yelmo de la salvación". Esto protege tu mente. Allí hace su batalla Satanás. Al mantener tu mente renovada en la Palabra, la proteges del ataque de la duda e incredulidad de Satanás. ¿Sabías que Jesús mismo usó esta armadura? (Is 59:16-17). La probó antes de dártela.

Ofensiva

Espada del Espíritu (La Biblia)

Efesios 6:17 dice que la Palabra de Dios es la espada del Espíritu. Para manejar tu espada con destreza, necesitas saber cómo funciona la Palabra. Va a dar resultado, Satanás saldrá con temor huyendo de sus golpes.
"La Palabra... es... más cortante que toda espada de dos filos" (He 4:12). La Palabra va más allá de tu intelecto. Penetra el reino espiritual. La Palabra, como una semilla, tiene dentro de sí el poder para crecer y dar fruto. La Palabra de Dios sólo funciona cuando se pone a trabajar.

Nombre de Jesús

La siguiente arma es el Nombre de Jesús. Cuando oras en el nombre de Jesús, Dios de inmediato te presta oído. A la vez, captas la atención de Satanás. El nombre de Jesús lleva la autoridad final en el mundo espiritual (Fil 2:9-10). En ese nombre puedes hollar serpientes y escorpiones (Lc 10:19). Si el nombre de Jesús es más excelente que el de los ángeles que están bien con Dios (He 1: 4), ¿cuánto más que el de Satanás? El es un ángel caído.
El poder que está respaldado al Nombre de Jesús es el poder de Dios mismo. ¡Usa ese nombre con libertad y confianza para enfrentar al enemigo!

El Espíritu Santo

Otro aspecto esencial de nuestro armamento espiritual es el Espíritu Santo. Tenemos las armas y la armadura, pero es el Espíritu Santo el que nos da poder para usarlas.
Se te ha dado la armadura completa de Dios. Tu responsabilidad es tomarla, ponértela y vestirla en fe. Tienes al Espíritu Santo y la Palabra de Dios. Tienes autoridad en el reino espiritual. Has sido plenamente equipado con armas que garantizan resultados en la oración. ¡Ahora ora esperando ver esos resultados!

Poder de las predicciones casuales

Las predicciones que uno hace acerca de alguna circunstancia o evento, ¿hacen que estas se cumplan? A primera vista parecería que cualquier creencia, que una declaración tendría el poder de materializar, sería una su­perstición relacionada con la magia primitiva. ¿Cómo ocurren esas pre­dicciones casuales que todos nosotros hacemos a veces? Son la combinación de hechos conocidos salidos de alguna experiencia que hemos tenido y el ima­ginar su desarrollo dentro de un arreglo nuevo y diferente. Tales predicciones pueden ser negativas o positivas en su naturaleza. Pueden tener o un efecto constructivo y beneficioso o lo opuesto.
Como una analogía, hay un cruce para peatones en un camino muy tran­sitado. Se advierte que algunos de los automóviles frenan y rechinan al borde mismo del cruce, haciendo que los peatones brinquen hacia atrás o hacia ade­lante por temor a que el vehículo pueda no detenerse a tiempo, y los atropelle. Uno que observe esto, podría comentar: "Uno de estos días algún peatón va a quedar herido o muerto en este cruce, cuando un chofer descuidado no deten­ga su vehículo a tiempo".
En substancia, esta es una predicción casual. Ha sido simple llegar a esa conclusión. La observación, es decir, la experiencia actual reveló el peligro en potencia que existía en el cruce. Se­guidamente, el razonamiento deductivo mostraría la posibilidad de que alguna vez ocurriera ese accidente. La combinación podría fácilmente hacer que se formara un cuadro mental del evento. Debido a la ley de las probabilidades, eventualmente llegaría a ocurrir ese serio accidente. La predicción hecha, ¿hizo que el accidente ocurriera?
En la analogía antes citada, la pre­dicción casual no tuvo ni la más leve influencia en el suceso eventual. Es similar a la predicción que uno hace de que va a nevar, fundada en la observación de que las presentes condiciones del tiempo son similares a muchas ex­periencias de nevazones que han ocu­rrido en el pasado. Es el reconocimien­ to de causas familiares en las que existe una gran posibilidad de que sigan efec­tos específicos.
Sin embargo, hay otro aspecto en el hacer predicciones casuales que no es un elemento misterioso sino psicológico. Una predicción puede transformarse en fuerte sugestión para uno u otro. Para ilustrarlo mejor imaginemos que un hipocondríaco, que constantemente está imaginando enfermedades o exagerando aquellas que tiene, puede predecirse una condición de mala salud. Puede predecir que tendrá una úlcera péptica que sangra, porque tiene ahora (o se imagina que tiene) un ligero dolor ab­dominal. Los rayos X y otros exámenes de expertos revelan que no existe tal úlcera. No obstante, el individuo con­tinúa prediciendo que está desarrollando una úlcera.
De esto surge una condición psicoso­mática. El individuo crea una ansiedad, un trauma emocional. Como resultado, su estado imaginario eventualmente causa la úlcera.
Atrayendo oportunidades
Consideremos ahora el aspecto posi­tivo de las predicciones casuales. Un joven es ambicioso. Viene de una fa­milia de baja condición económica. Él desea llegar a ser ingeniero en electrici­dad. Aún está en la escuela secundaria. Es remota la posibilidad de obtener suficientes fondos para una mayor educa­ción que le permita alcanzar lo que desea. Sin embargo, él lo predice, posi­tivamente. Esto hace gracia a los ami­gos y miembros de su familia. Esta predicción positiva es una eficaz suges­tión a su propia mente subconsciente.
Establece dentro de él un empuje para tratar de encontrar en sus diarios asuntos cualquiera relación, cualquiera con­dición o factor que le ayude a realizar su intenso deseo.
La predicción que el joven hace va más allá de él. La escuchan otros, qui­zás aquellos que pueden sentir simpatía hacia un tan sincero deseo de avance personal. Puede aun hacer más que eso. Hace al individuo simpáticamente respondiente a todas las condiciones y circunstancias que puedan constituir para él una ventaja. En otras palabras, atrae hacia sí oportunidades que otros podrían no reconocer como teniendo alguna in­nata ventaja. Pronto él descubre modos y medios que para los otros parecen fantásticos, a través de los cuales puede llegar a realizar sus ambiciones.
Los místicos dirían que ha sido ayudado cósmicamente. Nosotros pre­feriríamos no decir que una mente o inteligencia cósmica ha determinado ayudarlo a triunfar. Declararíamos, más bien, que el individuo, debido a sus predicciones, se había puesto en armonía con las condiciones cósmicas y natu­rales que puede utilizar para su fin.
Volviéndose respondiente
Una predicción positiva, para ser efectiva, tiene que ser más que una pura declaración como “Voy a ser un éxito”. Lo último sería sólo un comen­tario superficial. No registraría ninguna impresión fuerte en el subconsciente. No lo haría a uno respondiente, es decir, consciente de los factores que necesi­taría para transformarse en un éxito. Un deseo sincero, como una predicción, lo vuelve a uno especialmente cons­ciente y sabedor de todas las condiciones relacionadas con su objetivo.
Usemos de una analogía común para que esto se comprenda más fácilmente. Un individuo, digamos, compra un au­tomóvil último modelo y está muy orgulloso de su elección. Advierte sus líneas, su diseño atractivo y otras resaltantes características del mismo. Seguidamente, mientras lo maneja en la carretera... ¡le parece que repentina­mente hay en el camino más automó­viles como el suyo, muchos más de los que anteriormente había visto! El hecho es que él tiene frente a su consciencia una vívida imagen mental de su auto último modelo; por lo tanto, cualquier otro de diseño similar, por asociación de impresiones e ideas, inmediatamente llama su atención. Es de esta manera, a un cierto grado, que una predicción positiva puede atraernos elementos que pueden originar que se vuelva una realidad.
Aceptando pensamientos negativos
Recíprocamente, las predicciones ne­gativas pueden precipitarnos a condi­ciones que igualmente pueden causar su no deseado cumplimiento. Está tam­bién dentro del reino de la posibilidad que una predicción negativa, firmemente hecha, pueda volverse en un pensamiento mentalmente transmitido a la mente de otro. El individuo que hace la predicción negativa puede no tener la intención de proyectar su pen­samiento. Puede que ni tenga en mente cualquiera otra personalidad, pero lo que él piensa y lo que cree que puede conseguirse, es posible que se transmita a otro en forma de fenómeno extrasensorio.
Otra mente con malvada intención podría recibir la predicción transmitida y le parecería que acababa de llegar personalmente a esa idea. Actuaría en ella y, sin embargo, nunca estaría consciente que en su mente había sido im­plantada esa idea. Por supuesto que había hecho receptiva su mente a tales sugerencias transmitidas.
En este asunto declaremos firmemen­te que un individuo cuyos estándares morales y consciencia personal no le permitirían entrar en un mal proyecto, en uno destructivo, no sería receptivo a los pensamientos negativos, como ser las predicciones de otro. La muy positiva actitud de tal persona sería una defensa adecuada en contra de cual­quiera influencia externa. En esa ma­nera nuestras predicciones casuales pue­den o ayudarnos o dañarnos, como también influir en otros a través de la sugestión y en otras maneras.
Si los pensamientos son transforma­dos en realidades y todo acto es, primeramente, un pensamiento, entonces es nuestra obligación pesar nuestras pala­bras y nuestros pensamientos antes de darles rienda suelta.

sábado, 23 de agosto de 2014

¿Sentir es creer? Confundir religión con sentimiento descompone la vida de fe

La decisión de la Congregación para la Doctrina de la Fe de censurar tanto la doctrina como la práctica pastoral de Sor Jeannine Gramick, S.S.N.D., y del Padre Robert Nugent, S.D.S. sobre la homosexualidad no sólo ha revelado un problema teológico en un campo pastoral específico, sino que, según los expertos, ha puesto en evidencia hasta qué punto pueden llegar los conflictos cuando se propaga la idea de que la fe y la práctica religiosa son fundamentalmente un sentimiento.
El conflicto. Durante más de 20 años, el P. Nugent y la Hna. Gramick han dirigido la organización de asistencia a homosexuales llamada "New Ways Ministry", cuya sede se encuentra en la capital norteamericana. Según ambos, el objetivo de la institución de asistencia pastoral es el de "promover la justicia y la paz para los homosexuales y las lesbianas". Ambos son también co-autores del libro "Building Bridges: Gay and Lesbian Reality and the Catholic Church" -"Tendiendo Puentes: La Realidad de Homosexuales y Lesbianas y la Iglesia Católica"- (1992); y editores responsables de "Voices of Hope: A Collection of Positive Catholic Writings on Gay and Lesbian Issues" -"Voces de Esperanza: Una colección de escritos católicos positivos sobre temas homosexuales y lésbicos"-.
Un largo camino. El documento firmado por el Cardenal Joseph Ratzinger y el Arzobispo Tarcisio Bertone, respectivamente Prefecto y Secretario del dicasterio, señala el largo camino de diálogo sostenido con ambos dirigentes y la sorprendente incapacidad para llegar, por parte de ellos, al asentimiento de una doctrina clara y coherente con el resto del cuerpo doctrinal cristiano, a saber, la perversidad intrínseca del acto sexual homosexual. En 1984 elCardenal James Hickey, Arzobispo de Washington, después de numerosos intentos de clarificación, les había informado que no podían continuar desarrollando sus actividades en aquella arquidiócesis. Al mismo tiempo, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica les pidió que se separaran del New Ways Ministry. La Congregación, sin embargo, constató que tanto el P. Nugent como la Hna. Gramick continuaron participando en actividades organizadas por el "New Ways Ministry", renunciando sólo formalmente a su posición de liderazgo.
En 1988, la Santa Sede creó una Comisión bajo la presidencia del Cardenal Adam Maida para estudiar y evaluar las declaraciones públicas y actividades de ambos religiosos, y determinar si las mismas eran conformes con la doctrina católica sobre la homosexualidad.
Tras la publicación de la obra "Building Bridges", el estudio de esta Comisión se centró principalmente en el revelador libro, que resume las actividades y el pensamiento de ambos religiosos. "La Comisión -dice el reciente documento del dicasterio que preside el Card. Ratzinger- encontró en sus escritos y actividades pastorales serias deficiencias, que resultaban incompatibles con la totalidad de la moral cristiana".
Intentos fallidos. "Con la esperanza de que el Padre Nugent y Sor Gramick expresaran su asentimiento a la enseñanza católica sobre la homosexualidad y corrigieran sus errores y escritos -sigue explicando el documento del dicasterio-, la Congregación hizo otro intento para encontrar una solución, invitándolos a responder de modo inequívoco a algunas preguntas sobre su posición en relación a la moralidad de los actos homosexuales y la inclinación homosexual". Pero las respuestas de ambos autores, fechadas el 22 de febrero de 1996, "no fueron lo suficientemente claras como para disipar las serias ambigüedades de su posición".
"Sor Gramick y el Padre Nugent demostraron una clara comprensión conceptual de la enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad, pero se abstuvieron de prestar adhesión alguna a tal enseñanza". Más aún, tras la publicación en 1995 de la controvertida antología "Voices of Hope: A Collection of Positive Catholic Writings on Gay and Lesbian Issues", quedó en claro que no había ningún cambio en su oposición a elementos fundamentales de la enseñanza de la Iglesia.
La Congregación, siguiendo el procedimiento indicado en el "Reglamento para el Examen de las Doctrinas", pidió a cada uno de los religiosos que respondiera a la 'contestatio' de manera personal e independientemente el uno del otro, para permitirles mayor libertad al expresar sus posiciones individuales. Los miembros de la Congregación evaluaron cuidadosamente las respuestas y, según explica el documento del dicasterio, "fueron unánimes en su dictamen de que las respuestas de los dos religiosos, aun no carentes de elementos positivos, eran inaceptables. En ambos casos, el Padre Nugent y Sor Gramick trataron de justificar la publicación de sus libros sin que ninguno de ellos manifestase adhesión a la enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad en términos suficientemente inequívocos".
Una declaración. Los trámites se empantanaban porque a cada solicitud directa del dicasterio, los involucrados respondían con amables pero evidentes evasivas; y aunque manifestaban en todo momento el deseo de llegar a un acuerdo, era imposible obtener de manera explícita e inequívoca, en términos de fórmula doctrinal, la "fidelidad" y el "amor a la Iglesia" que proclamaban tener. La Congregación decidió entonces solicitarles que formularan una declaración pública, que sería sometida al juicio de la Congregación. En tal declaración se les pidió que expresaran su asentimiento interior a la enseñanza de la Iglesia católica sobre la homosexualidad y que reconocieran que los libros arriba mencionados contenían errores. "Sor Gramick -dice el informe del dicasterio-, mientras expresaba su amor por la Iglesia, simplemente rehusó expresar asentimiento alguno a la enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad. El Padre Nugent mostró mejor disposición, pero no llegó a ser inequívoco en la afirmación de su asentimiento interior a la enseñanza de la Iglesia".
Los miembros de la Congregación decidieron dar otra oportunidad al Padre Nugent para manifestarse de forma inequívoca; para lo que el dicasterio formuló una declaración de asentimiento que éste sólo debía firmar. Sin embargo, la respuesta del sacerdote, según el comunicado, "mostró el fracaso de este intento". "El Padre Nugent no firmó la declaración recibida, sino que respondió formulando un texto alternativo que modificaba la declaración de la Congregación en algunos puntos importantes. En particular, se abstuvo de declarar que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y añadió una sección que cuestionaba la naturaleza definitiva e inmutable de la doctrina católica en este campo".
Fracaso y decisión. Visto el fracaso del largo y paciente proceso de diálogo, la Congregación para la Doctrina de la Fe se vio obligada a declarar, "por el bien de los fieles católicos, que las posiciones de Sor Jeannine Gramick y del Padre Robert Nugent, en lo que se refiere al mal intrínseco de los actos homosexuales y al desorden objetivo de la inclinación homosexual, son doctrinalmente inaceptables en cuanto incompatibles con la enseñanza clara y constante de la Iglesia católica sobre el particular". "Las ambigüedades y errores de la posición del Padre Nugent y de Sor Gramick han causado confusión y daño a los fieles católicos. Por estas razones, a Sor Jeannine Gramick, S.S.N.D., y al Padre Robert Nugent, S.D.S., se les prohibe de forma permanente cualquier tipo de apostolado en favor de las personas homosexuales, y no son elegibles, por tiempo indeterminado, para ejercer ningún oficio en su respectivos institutos religiosos".
Sentimientos. La reacción inmediata del entorno del P. Nugent fue la esperada: "el P. Nugent acepta, pero se siente incomprendido", informó la agencia CNS; "El P. Nugent acatará el fallo, pero se siente desmoralizado", dijo el vocero de New Ways Ministry, Francis DeBernardo; esta decisión "hará que los homosexuales se sientan marginados", dijo también el mismo vocero; y hasta "esperemos que los que trabajan pastoralmente con los homosexuales no se sientan desmoralizados", dijo un obispo. Todas las declaraciones tenían en común un elemento que se ha vuelto descriptivo de cierta religiosidad dominante en Estados Unidos: la importancia de cómo se "siente" cada uno de los actores, independientemente de lo que está bien o de lo que es verdad. "La desaparición de la verdad doctrinal y de la recta acción pastoral ante la fuerza avasalladora del sentimiento es un fenómeno que marca la religiosidad norteamericana y, lamentablemente, a buena parte de los católicos también", dice Philip Lawler, editor de la revista Catholic World Report. En efecto, según revela, la gota que derramó el paciente vaso de la Congregación para la Doctrina de la Fe fue la decisión del P. Nugent de cambiar la expresión "intrínsecamente perversa" -respecto del acto sexual homosexual- en la declaración del dicasterio que debía solamente firmar, por "objetivamente inmoral". Nugent explicaría después que "en el fondo, se trata de lo mismo, solo que dicho de una manera que no ofenda a los homosexuales".
¿"Enfermedad"? "No herir sentimientos se ha convertido en una enfermedad, en el 'dogma' más brutal y violento de la vida religiosa norteamericana, incluso de buena parte de la vida católica", dice Dale Vree, un converso del ateísmo que dirige la revista New Oxford Review. "Es justamente el dogma de 'no hacer que nadie se sienta mal' el que está en la base del omnipresente "políticamente correcto" y el que ha influido de manera determinante en la vida de la Iglesia", agrega.
Según Vree, esta omnipresencia del sentimiento "va hasta la raíz misma de la vida parroquial, donde las imágenes de los santos han sido reemplazadas por globos, pancartas y cartillas expresando buenos sentimientos". "Es virtualmente imposible rezar antes o después de Misa porque las conversaciones gentiles y las palmaditas en la espalda inundan el ambiente. El Credo no se dice y las homilías se han convertido en una secuencia de chistes y frases de pseudo-psicología 'pop'. Las palabras de la liturgia son improvisadas y cambiadas según el gusto de clérigos políticamente correctos", dice Vree.
El intelectual converso señala además que "en muchas parroquias, el primer objetivo de la Misa ha sido cambiado de recibir a Jesús y alabar al Altísimo por 'celebrar la comunidad', es decir, celebrar nuestros 'maravillosos' egos"; y no sin ironía, cita a un "experto" liturgista según el cual "la Misa no debería transmitir un sentimiento de infinitud o eternidad del mundo de más allá, sino más bien sensibilidad comunitaria entre los feligreses".
Decadencia. "Lamentablemente", continúa Vree, "este catolicismo sensiblero, donde el saludo de la paz parece ser el punto culminante de la Misa, no tiene ningún magnetismo: no mucha gente sale de la cama el domingo en busca de un abracito tibio". Y cita, al respecto, escalofriantes estadísticas: en 35 años, la asistencia a Misa entre los católicos de Estados Unidos descendió del 70% al 25%, mientras que solamente uno de cada cuatro católicos comprende lo que significa la presencia real de Jesús en la Eucaristía.
Cambios. Según el P. Bernard X. Gorges, fundador de un exitoso movimiento catequético denominado "Totus Tuus", "es evidente que nuestra cultura del placer y el bienestar tienen un papel significativo en la consolidación de esta cultura del 'sentirse bien'". Sin embargo, el sacerdote nativo de Wichita, Kansas, considera que, en el mundo católico, "hemos contribuido con esta cultura cada vez más, reemplazando la enseñanza de la doctrina por la transmisión de sentimientos agradables". El P. Gorges, cuyo movimiento se dedica a enseñar el catecismo a los jóvenes y ha experimentado un éxito sorprendente en el Medio Oeste norteamericano, cree que "la catequesis ha desaparecido víctima de un círculo de nunca acabar: a los niños no se les enseña el catecismo porque 'son muy pequeños', a los jóvenes no se les enseña porque son 'muy rebeldes' y a los mayores no se les enseña porque 'ya son muy viejos'. De esta manera, la transmisión de los contenidos de fe prácticamente ha desaparecido".
Esperanza. Según el sacerdote, "es un mito creer que a los jóvenes no les interesa el conocimiento de la doctrina. Por el contrario, tienen hambre de la verdad, del conocimiento de lo que es objetivamente bueno y malo". El P. Gorges dice que justamente se decidió a crear "Totus Tuus" porque "quedé conmovido al ver cómo los jóvenes anhelaban alimento espiritual sólido, y habían recibido, en cambio, algodón dulce". Actualmente, "Totus Tuus" está compuesto por esos mismos jóvenes hambrientos, que hoy nutren a sus congéneres.
Para Gorges, la conclusión es clara: "a pesar de que hablar de doctrina puede herir algunos sentimientos, la verdad sigue teniendo la capacidad de atraer las mentes y el bien sigue atrayendo los corazones". "En medio de este mundo de hipocresías acarameladas, esto ciertamente es un signo de esperanza", concluye.

Ecône, ¿cómo remediar la tragedia?

La iglesia crea sus tradiciones para poder ser mejor Tradición, es decir, transmisión de la Revelación
Presentación
1. Muchos católicos permanecen a la vez emocionados, inquietos y  perplejos delante de la ruptura de Ecône y Roma, la consagración de cuatros obispos por Monseñor Marcel Lefèbvre y su excomunión por la Sede Apostólica. Se entristecen ante esta nueva separación, no sólo entre hermanos unidos por el mismo bautismo, sino también potencialmente entre Iglesias.
Quisiera exponer aquí las principales causas doctrinales de tal separación y los remedios intelectuales y concretos que podrían contribuir a limitar su alcance y su duración. ¿Cómo se entiende, en Ecône y en Roma, la Tradición, el desarrollo doctrinal, la misa y el rol de la Iglesia y su organización, el movimiento ecuménico y la oración que suscita (Asís 1986), la libertad y la en materia religiosa, los Derechos del hombres?
Trataremos, primeramente, el asunto de la Tradición, porque los errores y las confusiones, como las simplificaciones, que conciernen a este tema son, tal como lo subrayó Juan Pablo II en su motu proprioEcclesia Dei adflicta, el 2 de julio de 1988, “la raíz del acto cismático de las consagraciones episcopales de Ecône, de la liturgia, del ecumenismo y de la libertad religiosa.
Estas preguntas serán tratadas aquí en armonía con las enseñanzas de los papas, especialmente desde  Pío XII a Juan Pablo II, a la luz de los textos conciliares, en particular, pero no únicamente de Vaticano II. Nuestra investigación nos hará percibir mejor, espero, que la Iglesia de Cristo está fundada, de acuerdo a la afirmación del Credo,  fundada sobre los Apóstoles, una y única, universal y, por tanto, católica, santa y santificante. Nuestras divergencias no nos impiden decir simultáneamente sino conjuntamente: Credo Unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam”.
Así los esperamos preparar, al menos a lo lejos, el día en que cristo Salvador vencerá todas nuestras divisiones, en la luz de su misericordia, bajo el soplo de su Espíritu Santo.
Se impone, finalmente, una pauta metodólogica: algunas repeticiones son inevitables dada la mutua implicación de los temas abordados. Se les puede distinguir pero no separar. 
La Iglesia crea sus tradiciones para ser mejor
Se nota hoy, entre los católicos y también en el gran público en general, una gran diversidad frente al tema de la tradición. La historia de este concepto le confirió una multiplicidad de sentidos que, a su turno, afectaron su alcance en el plano religioso.
Esta es la histria que se encuentra en el origen del sentido más común de la palabra tradición para el gran público en la hora actual. De acuerdo alDictionnaire de la langue française Le Robert: “Doctrina o práctica, religiosa o moral, transmitida de siglo en siglo, originalmente mediante la palabra o el ejemplo, pero que puede, seguidamente, ser consignada en un texto escrito”.
“De siglo en siglo”: desde ya estamos orientados más bien hacia el pasado que hacia el futuro o incluso hacia el presente. El término trae consigo hoy una carga afectivo que liga su objeto a las costumbre y a los pensamientos del pasado. El futuro no está, sin embargo excluido. Los que se adhieren a las tradiciones están, generalmente, preocupados de transmitirlas activamente al presente, con los ojos puestos en las generaciones futuras.
Por vía de consecuencia, el término tradicionalista designa, siguiendo siempre al diccionario Robert – que no hace otra cosa que resumir el sentido ordinario de nuestro tiempo – a quien se adhiere a las nociones y costumbres tradicionales, preocupado por la conservación, tal vez, más que del progreso (sin que esto quedo excluido). Por contraste, el progresista pone acento no sobre la conservación de los valores del pasado, sino sobre la anticipación de los valores futuros, por los demás, sin exclusiva. El término se vuelve peyorativo cuando empieza a volverse exclusivo.
Además, en el mundo francófono, las palabras tradición y tradicionalismo evocan – de una manera a veces bastante vaga – las doctrinas sociales, políticas y religiosas elaboradas después de la Revolución francesa, que surgieron como reacción contra ella, en general en la primera mitad del siglo XIX. Citemos algunos nombres: José de Maistre, Bonald, Châteubriand, Lamennais.
Sus doctrinas, habitualmente, no son tomadas en cuenta en la actualidad por aquellos que se dicen tradicionalista, al menos no de una manera explícita; pero esos nombres (salvo, en parte, el último) bastan para sugerir una orientación conservadora, como desafía frente a muchas novedades, en el espíritu de un buen número de ellos.
Tales son las connotaciones actualmente más frecuentes que surgen en los espíritus que pretenden pronunciar las palabras: tradición, tradicionalismo.
3. Frente a ellas, el sentido que reviste el término Tradición en singular y tradiciones en plural, en el lenguaje de las Escrituras, de la Iglesia y de los Concilios, aunque no completamente diferente, es más preciso y más profundo, sin estar impregnado de matices socio políticos.
Este lenguaje nos ha sido resumido, recientemente, por Juan Pablo II en s carta por la conmemoración de los 1200 años del Concilio de Nicea, el 4 de diciembre de 1987 (Duodecimum saeculum):
Ya san Pablos nos enseña que, para la primera generación cristiana, laparadosis (tradición) es la proclamación del acontecimiento de Cristo (tradición) y de su significación actual, que opera la salvación mediante el  espíritu santo (I Co 15, 3-8; 11, 2). La Tradición de las palabras del Señor y de sus actos fue recogida en los cuatro evangelio sin agotarse (Lc 1, 1; Jn 20, 30; 21, 35). Esta tradición fundadora es tradición apostólica. Concierne no sólo al depósito de la sana doctrina (2 Tm 1, 6, 12) sino también las normas de conducta y las reglas de vida comunitaria (I Tes 4, 1-7; I Co 7, 17; 14, 34). Esto es lo que la Iglesia ha creído siempre y que siempre ha practicado, y lo considera, a justo título,  como tradición apostólica San Agustín dirá (De baptismo IV IV, 24,31): una observancia guardada por toda la Iglesia y siempre presente sin haber sido instituida por los concilios, no es otra cosa que una tradición que emana de la autoridad de los Apóstoles” (§ 6).
El texto es muy claro: la tradición es proclamación, por los Apóstoles, del Misterio de Cristo, es decir de su actuar, de su doctrina y de su ética; es inseparablemente fundadora y fundamental; pero no concierne a lo que la Iglesia a creído  siempre y practicado siempre, sin excluir un paso de lo implícito de lo implícito a lo explícito.
4. Esta es la Tradición llamada apostólica. Acabamos de pronunciar la palabra desarrollo: Mucho antes que Vaticano II, Nicea II en 787, manifestaba su importancia, Juan Pablo II escribe: Padres y Sínodos “hicieron de la Tradición la tradición de los Padres o “tradición eclesiástica”, concebida como un desarrollo homogéneo de la tradición apostólica” (§ 6)
Estamos en presencia de un concepto nuevo, pero aún cercano, de Tradición apostólica: el de tradición eclesiástica: Juan Pablo II precisa  (§) “Los Padres de Nicea II comprendían la tradición eclesiástica como la tradición de los seis concilios ecuménicos anteriores y de los Padres ortodoxos cuya enseñanza era comúnmente recibida en la Iglesia”. Llamamos aquí, a esta tradición eclesiástica, homogénea a la apostólica, Tradición eclesiástica principal, primera y primordial – con el fin de distinguirla claramente con Pablo VI en 1976) de las tradiciones secundarias y sin embargo no carentes de importancia, que la Iglesia a querido poner al servicio de la tradición apostólica desarrollada e tradición eclesiástica principal y primera.
5. Para distinguir mejor una de otra, se podría expresar así: la tradición eclesiástica primera es la que desarrolla de una manera necesaria la tradición apostólica, mientras que las tradiciones eclesiásticas secundarias constituyen desarrollos contingentes y perecibles. Los padres de Niceas II, subraya Juan Pablo II, afirman que desean conservar intactas” (§5) todas las tradiciones de la Iglesia que le han sido confiadas” (§ 5; Mansi XIII, 377 B, C). Los Padres de Vaticano II nunca dijeron nada parecido; es que había  a sus ojos una distinción fundamental entre las tradiciones primordiales de la iglesia, como lo veremos un poco más adelante. Veamos nuestra interpretación confirmada por la consideración del principal punto afirmado por Nicea II: el que ha exaltado la legitimidad de la “pintura de icinos, conforme a la carta de predicación apostólica”; dicho de otra manera, esta pintura constituía, para Nicea II, un desarrollo necesario de la Tradición apostólica. Nicea II hablaba, por tanto, de Tradición eclesiástica primordial.
6. Nuestra distinción refleja, en el plano de una Tradición eclesiástica a la vez una y múltiple, lo que la Iglesia reconoce hoy, al interior de sus tradiciones y prescripciones proclamadas por el Apóstol Pablo: la obligación, impuesta a las mujeres, de llevar un velo sobre la cabeza (I Co 11, 2-16) y considerada como “una práctica disciplinaria de poca importancia… una exigencia que no tiene valor normativo” a diferencia de la prohibición hecha a las mujeres de hablar, pero de no de profetizar, en el conjunto de la asamblea eclesial (I Co 14, 34-35; 11, 5; Declaración de la Congregación de la Doctrina de la fe sobre la no admisión de las mujeres al sacerdocio, sec IV, 15 de octubre 1976(.
Al distinguir, de esta manera, entre tradiciones eclesiásticos primordiales y secundarias, distinguimos, pues, en continuidad con una distinción análoga a reconocer en el interior de la Tradición apostólica misma y mostramos, sobre ese punto, la continuidad entre el lenguaje de la Biblia y el de los Concilios sucesivos, tal como nos invita Juan Pablo II en su motu propio, Ecclesia Dei adflicta, del 2 de julio de 1988 (5,b.) Vamos a verlo, también, a propósito de Vaticano II.
7. El concilio Vaticano II – en una constitución dogmática firmada también por Monseñor Lefèbvre: Dei Verbum – entiende como “Tradición sagrada”, de origen divino, la predicación apostólica destinada a ser conservada y transmitida hasta el fin de los tiempos. En otros términos, la predicación de los Doce, es decir de los Once unidos a Pedro. Ella “comprende todo lo que contribuye a conducir santamente la vida del pueblo de Dios y a aumentar la fe… Así, la Iglesia transmite a cada generación todo lo que es ella misma, todo lo que cree”.
Encontramos otra vez aquí el “de siglo en siglo” citado más arriba, pero puesto al servicio del mensaje divino de salvación, pero orientado hacia el futuro, hacia el regreso de Cristo, a la consumación de los tiempos. El depósito a custodiar no es inerte: el Concilio nos dice que crece. Retomando el concilio Vaticano, éste precisa: “Esta Tradición que viene de los Apóstoles, precisa: “Esta Tradición crece en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo; se acrecienta, en efecto, la percepción de las realidades lo mismo que las palabras transmitidas mediante la contemplación y el estudio, por la predicación de los obispos que, con los sucesión episcopal, recibieron un carisma cierto de verdad” (§ 7-8).
En otros términos, el desarrollo de la doctrina y del culto, y su explicación, constituyen en su esencia misma la Tradición en tanto que ella transmite, sin cesar, la Revelación. La Iglesia, repitámoslo con el texto, “transmite a todas las generaciones todo lo que es y todo lo que cree”, sin dejar caer nada. La Iglesia es Tradición
8. Ningún concilio ecuménico anterior había hablado con tanta fuerza y profundidad este tema, el que la teología llama desde hace siglos tradición divino-apostólica. No es confiada en un inicio a los bautizados, – “con la Escritura”,  siendo ambas el único depósito de la Palabra de Dios” – sino a la Iglesia: “la carga de interpretar auténticamente la única palabra de Dios, escrita o transmitida, fue confiada al solo Magisterio viviente de la Iglesia” (§ 10).
Lejos de haber sido confiada a la custodia de un solo obispo, es como Monseñor Lefèbvre, la transmisión de la Palabra de Dios o Tradición fue confiada a los Doce, bajo la conducción de Pedro y de sus sucesores.
9. Tradición, Escritura y Magisterio vivo son inseparables, bajo la dirección del Espíritu único que los unifica. Fue a este Magisterio vivo, indefectiblemente vivo – tal como lo había recordado Vaticano I(1) - y especialmente alSoberano Pontífice que el Señor confió la misión de discernir entre la auténtica Tradición divino apostólica y sus falsificaciones humanas, entre lo que transmite verdaderamente el mensaje integral de salvación y lo que, por el contrario, le es opuesto o lo pone en peligro, o entre las tradiciones que hay que conservar sin modificación y aquellas que hay que modificar.
La Tradición es, por tanto divina por su objeto, la Palabra de Dios confiada a los Apóstoles y a sus sucesores, pero también por la garantía de su transmisión fiel hasta el fin de los tiempos. Sabemos con certeza absoluta de la fe católica: no sólo ningún poder humano, pero tampoco ningún papa, ningún obispo, ningún grupo de obispos, ningún concilio no podrá nunca, ni jamás ha podido impedir eficazmente, universalmente, que la Palabra de Dios sea ofrecida por la Iglesia Universal al género humano considerado en su conjunto, ni tampoco disminuirla en lo que es. Espíritu Santo vela por su integral y fiel transmisión.
No negamos, que quede bien entendido, que los obispo o bautizados individuales puedan negarla, disminuirla, transmitirla imperitamente o recibirla de manera incompleta. Subrayamos solamente una verdad capital en el contexto actual: la certeza absoluta de la transmisión integral de la Revelación mediante la Iglesia universal, con miras a la felicidad y salvación del género humano. Semejante convicción de la Iglesia de todos los tiempos es, también, explícitamente la de Vaticano II, expresada con originalidad, de manera nueva.
10. En armonía con esta profundización fundamental, el último Concilio volvió a ofrecer a toda la Iglesia otra enseñanza particularmente agradable a los tradicionalistas más diversos, incluso si es cierto que haya sido hasta este momento poco destacado: las tradiciones nacionales y religiosas contienen las simientes del Verbo, ocultas en ellas; los cristianos deben expresar la novedad del Evangelio según las tradiciones nacionales (Missions 11 y 21).
Dicho de otra manera, deben poner las tradiciones al servicio de la Tradición apostólica. Las tradiciones humanas al servicio de la tradición divina. El pasado humano al servicio de un futuro divinizado. No sólo el pasado religioso, sino también el pasado nacional.
Transmitiendo la Tradición sagrada venida de los Apóstoles, sus sucesores crearon, sobre la base, - al menos en cierto número de casos – las tradiciones nacionales y profanas, las tradiciones eclesiásticas, las tradiciones secundarias de las comunidades cristianas, prácticas diversas que aparecen y pueden desaparecer en la vida de la Iglesia; porque ellas no son de origen divino y la Iglesia, al aceptarlas, no está obligada a perennizarlas; constituyen el entorno prudencial que protege y quisiera garantizar la conservación de la única perla preciosa: la Tradición divina. De esta manera, la legítima sotana es de origen apostólico y no constituye el único hábito eclesiástico susceptible de distinguir al sacerdote de los no sacerdotes (art. 284 del CIC).
Aquí, nuevamente, la misión propia de los papas y de los obispos los vuelve aptos – y solo ellos –a juzgar por la adaptación o no adaptación de sus costumbres y tradiciones eclesiásticas (secundarias) a las necesidades sucesivas y diversas de la transmisión y del anuncio del Evangelio.
Todas las tradiciones que la Iglesia ha creado pueden ser modificadas o incluso suprimidas para una mejor transmisión o Tradición de la Palabra de Dios(2)
11. Ahora bien, desde las reformas conciliares, muchos de los que invocan la Tradición, no la distinguen de las tradiciones eclesiásticas (secundarias) y, de hecho, la confunden con ella. En otros términos, confunden lo que es humano y lo que es divino en la Iglesia. Monseñor Lefèbvre mismo no escapa a este peligro. Parece ignorar esta distinción capital, al menos en su lenguaje habitual. Se entiende: porque reduce a la nada todas sus críticas contra las reformas surgidas del concilio Vaticano II. Sus lectores reconocerán fácilmente una gran parte de verdad en esta apreciación: “De hecho Monseñor Lefèbvre llama tradición a la enseñanza teológica, las prácticas eclesiásticas y la moda de celebración litúrgica que conoció en su juventud  y en su educación clerical”.(3)
De manera muy especial, Monseñor Lefèbvre desconoce, a menudo, un dato, a pesar de estar lógicamente implicado en sus convicciones: la asistencia constante del Espíritu Santo al magisterio vivo de la Iglesia no existe solamente en caso de definición dogmática, sino también en el gobierno de la Iglesia universal, preservando al legislador de plantear leyes contrarias al bien de la asamblea del pueblo de Dios(4), porque las potencias de la muerte podrán prevalecer (Mt 16, 18). Esta asistencia se manifiesta incluso en el gobierno ordinario de la Iglesia ejercido por el sumo pontífice, ayudado por sus consejeros. Incluso si, en general, las leyes pudieran ser mejores que lo que actualmente son, y si el Espíritu no es una garantía de perfección, la constatación, en la fe, inclina al creyente a evaluar con aprobación las reformas introducidas por la santa sede en aplicación del Concilio. Prejuicio favorable cuya ausencia brilla en la célebre profesión de fe de Monseñor Lefèbvre, fechada el 21 de noviembre de 1974(5).
12. En su carta del 11 de octubre de 1976 a Monseñor Lefèbvre, Pablo VIresumió bien algunos aspectos del concepto errado que el prelado se hace de la Tradición y que no hace sino acentuar desde entonces:
“El concepto de Tradición que usted invoca es falso. La Tradición no es un dato fijo o muerto, un hecho estático, que en cierta manera, bloquearía, en un momento determinado de la historia, la vida de este organismo activo que es la Iglesia… Corresponde al papa y a los concilios conducir un juicio para discernir en las tradiciones de la Iglesia a cuál no es posible renunciar, sin infidelidad al Señor y al Espíritu Santo – el depósito de la fe -  y lo que, por el contrario, puede y debe  ser puesto al día, para facilitar la oración y la misión de la Iglesia a través de la variedad de los tiempos y de los lugares, para traducir el mensaje divino en el lenguaje divino en lenguaje humano de hoy y comunicarlo mejor, sin compromiso, indudablemente. Así actúan los papas y los concilios ecuménicos, con la asistencia especial del Espíritu Santo.
Fue eso, precisamente lo que hizo Vaticano II. Nada de lo decretado en ese Concilio, como en las reformas que Nos hemos decidido llevar a cabo, se opone a lo que la Tradición Bimilenaria de la Iglesia acarrea de fundamental e inmutable. De todo esto somos garantes, en virtud. No de nuestra calidades personales, sino de la carga que el Señor nos ha confiado como sucesor legítimo de Pedro y de la asistencia especial que nos ha prometido, como a Pedro: He rogado por ti con el fin de que tu fe no desfallezca (Lc 22,32). Con Nos es garante el espiscopado universal”.
En su misma carta, del 11 de octubre, Pablo VI resumía, en estos términos su crítica a la concepción lefebrista de la Tradición: “Un obispo solo y sin misión canónica carece, in acto expedito ad agendum (de manera tal que pudiese actuar) de la facultad de establecer en general cuál es la regla de la fe para determinar lo que es la Tradición. Ahora bien prácticamente, usted pretende ser juez único en todo lo que atañe a la Tradición”.
Aunque esta carta este dirigida únicamente a Monseñor Lefèbvre, y no a la Iglesia universal, reviste una considerable importancia doctrinal, Introduce, en efecto, dos precisiones y explicaciones en favor de las cuales no cita ningún documento preciso de tiempos anteriores. Pero habría podido citar a Pio XII, Mediator Dei, sec. IV.
La primera, rechazando un concepto estático de la Tradición viva, admite claramente la existencia de las tradiciones de la Iglesia, que pueden ser rechazadas sin infidelidad, precisamente por fidelidad a la Tradición apostólica activa(6) y fundadora, como a las tradiciones eclesiásticas primordiales que manan de ella: ya hemos designado a éstas últimas bajo el nombre de tradiciones eclesiásticas secundarias.
La segunda nos dice: “Esta es la manera en que actúan normalmente los papa y los concilios ecuménicos”. Destaquémoslo con cuidado: Pablo VI no dice que los papas y concilios hayan proclamado la existencia y la necesidad de este discernimiento, sino que lo han ejercido, ¡que es cosa muy diferente!
Por lo tanto, nos está permitido ver en esta lectura de Pablo VI un importante complemento a las enseñanzas de Vaticano II y de Nicea II, como a las de Trento, y subrayar que se lo debemos a Monseñor Lefèbvre, según el principio general admitido por Vaticano II: “La Iglesia reconoce que de la oposición misma de sus adversarios… sacó grandes beneficios y que continúa haciéndolo”(7) (todo esto advirtiendo que en Monseñor Lefebvre no tenía intención alguna de erigirse como adversario de la Iglesia).
13. Semejante complemento doctrinal sobre la Tradición era enseñado ya, en otros términos, en un documento conciliar de Vaticano II firmado por Monseñor Lefèbvre: la constitución sobre la Sagrada Liturgia: “La liturgia se compone de una parte inmutable, de institución divina, y de partes sujetas al cambio, que pueden variar con el correr de los años o que incluso deben hacerlo, si se han introducido elementos que no se correspondan con la naturaleza íntima de la liturgia misma o si estas partes se han vuelto inadaptadas” (§21). Partes “sujetas a los cambios, inadaptadas” a las necesidades actuales de la evangelización, es decir de la Tradición activa: aquí están muchas de las tradiciones eclesiásticas secundarias ya evocadas y definidas.
Semejante “adaptación de las instituciones sujetas a cambio a las necesidades de nuestra época”, es decir, repitámoslo, de las tradiciones eclesiásticas secundarias para hacer brillar la Tradición apostólica en tanto que ella proclama el Misterio de Cristo al mundo, era incluso, para el preámbulo de esta constitución, uno de los fines que proponía el concilio Vaticano II.
La carta de Pablo VI, en 1976, novedosa en su formulación, no innovó nada en lo que se refiere a la substancia de lo que ya había enseñado el concilio Vaticano II, sea en la constitución sobre la liturgia, en un texto votado casi unánimemente, sea, incluso, en el decreto sobre el ecumenismo, § 6.
14. La noción misma de cambio de las tradiciones eclesiásticas secundarias, para adaptarlas a la tradición no significa, por otro lado, que haya que considerar esas tradiciones secundarias como tradiciones totalmente humanas, que evocan las de los Fariseos, a los que Cristo decía: “Rechazan lindamente el mandamiento de Dios para sujetarse a la tradición de los hombres” (Mc 7, 8-9 aquí sintetizado): porque esa tradiciones secundarias fueron aceptadas y transmitidas por la Iglesia en tiempos determinados con la asistencia del Espíritu Santo, con miras  a una mejor comprensión de la Tradición apostólica. En resumen, la Tradición de la Iglesia y, mediante la Iglesia, del Mensaje apostólico integró las tradiciones secundarias, temporales, momentáneamente útiles a la Iglesia.(8)
No hay que olvidar que le mismo Concilio, queriendo un discernimiento en las tradiciones eclesiásticas no sólo no quiso el cambio por el cambio, sino que incluso vio en él un accidente respecto de las realidades substanciales y permanentes: “Bajo los cambios permanecen muchas cosas que tiene por fundamento último a Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13, 8; Gaudium et Spes 10). En consecuencia, las tradiciones eclesiales secundarias son accidentales respecto de las tradiciones eclesiásticas sustanciales, que hemos calificado de principales.
Evidentemente, es imposible ver en las tradiciones eclesiales secundarias, momentáneas, inadaptadas a las necesidades actuales de la Tradición activa del Evangelio, “un desarrollo homogéneo de la tradición apostólica” como señala la definición de la “tradición eclesiástica de los Padres” dada por Juan Pablo II. Ciertamente, esas tradiciones secundarias no la contradicen, y en ese sentido no son un desarrollo heterogéneo; pero, por su objeto, por su naturaleza íntima, son más costumbres que enseñanza propiamente dicha, sin ser comparables a la tradición de los seis primeros concilios ecuménicos, en la que los Padres de Nicea II veían brillar la tradición eclesiástica.
15. Las dificultades que Monseñor Lefèbvre experimentó – como muchos otros – frente a ciertas enseñanzas de Vaticano II y del Magisterio post conciliar, al menos han tenido la ventaja de dar a los papas Pablo VI y Juan Pablo II la ocasión de comenzar la elaboración de una síntesis parcial de Nicea II y de Vaticano II sobre la Tradición, a la vez que nos obligó a ver mejor la diferencia de la las problemáticas.
Nicea II estuvo dominada por la consideración de la relación entre tradiciones escritas y no escritas en el seno de una Tradición apostólica prolongada como tradición eclesiástica de los Padres.
Vaticano II, en tres documentos tan diferentes como posibles (la constitución dogmática sobre la Revelación, la constitución  dogmática sobre la Revelación (la constitución más bien pastoral sobre la Liturgia y el Decreto sobre las Misiones), expresó a partir de tres problemáticas completamente distintas, conclusiones que no han sido sintetizadas pero que podrían serlo. Dei Verbumaborda la Tradición en el contexto de la Escritura pensando, sobre todo en el mundo protestante; en ese sentido, prolonga la obra de Trento, con una diferencia capital; no habla solamente de las tradiciones, sino también y sobre todo de la(9) Tradición. Mientras que Sacrosanctum Concilium trata acerca de un problema al interior de la Iglesia católica y sobre todo a su rito latino: el de un discernimiento al interior de las tradiciones litúrgicas, a la luz de la Tradición(10) y a favor de su crecimiento: Ad Gentes del problema externo de la relación entre evangelización y tradiciones nacionales.
Por oposición, la carta Duodecimun Saeculum no se sitúa  con relación al mundo protestante, ni al tradicionalismo protestante ni con el tradicionalismo lefebrista, sino con miras al diálogo entre la Iglesia católica y ortodoxa. Juan Pablo II menciona abundantemente, en ese documento, Dei Verbum, pero no la toma de posición de Sacrosanctum Concilium sobre el discernimiento que debe realizarse entre tradiciones litúrgicas.
El conjunto de esos documentos, como también la evolución de la problemática interna de muchas iglesias cristianas(11), comprendida la Iglesia ortodoxa, prepara el terreno  a una nueva profundización del rol de las tradiciones, escritas y no escritas, a distinguir de acuerdo con su relación al misterio de la Iglesia, con miras a la Tradición que las suscita  y juzga. Tampoco se excluye que el Apóstol haya preparado de lejos un examen más claro de la relación entre tradiciones y Tradiciones (comparar II Th2, 15 y 3,6)(12).
Se ve, pues, cuánto se justifican dos reflexiones sucesivas de Juan Pablo II cuyas páginas precedentes le sirven de orquestación:
  1. “a medida que la Iglesia se desarrolló en el tiempo y en el espacio, su conocimiento de la Tradición de la que es portadora conoció, también, las etapas de un desarrollo cuya investigación constituye, para el diálogo ecuménico y toda reflexión teológica auténtica, el recorrido obligatorio” (Duodecimum saeculum, II, 5).
  2. Se impone “a todos los fieles católicos una reflexión sincera sobre la verdadera fidelidad a la Tradición de la Iglesia, auténticamente interpretada por el Magisterio eclesiástico, ordinario y extraordinario” (Ecclesia Dei adflicta, 5, a).
Por el contrario, una falsa fidelidad a la Tradición termina en la negación práctica de la indefectibilidad de la Iglesia universal como la de la Piedra sobre la que fue fundada; hacia la tesis de una Iglesia indefectible en que convergen, paradójicamente, Monseñor Lefèbvre (cuando desconoce la asistencia del Espíritu Santo al Concilio Vaticano II y a los tres últimos papas) y los modernistas de principios del siglo XX, en su afirmación de una evolución heterogénea de los dogmas. O simplemente de las doctrinas de la Iglesia.
Las consecuencias de esta visión deformada de la Tradición son particularmente sensibles en materia de ecumenismo y de libertad religiosa, pero primeramente y ante todo a propósito de la liturgia.

1. Vaticano I, Constitución dogmática. Pastor Aeternus, cap. 2 (DS 3056)
2. Vaticano II, Dei Verbum, cap II, § 8: “La Iglesia transmite a todas las generaciones lo es ella misma (transmittit omne quod ipsa est)”. En este sentido la Iglesia es Tradición: las es su actividad fundamental que explica su continuidad en el tiempo. Ver, sobre este tema: X. León-Dufour, Vocabulaire de theólogie biblique, París, 1972, art Tradition, por P. Grelot; M. Cano,
3. P. Grelor, Etudes, janvier 1988, pp. 102-103; el autor no dice que la Tradición, a los ojos de Monseñor Lefebvre se reduzca a los puntos subrayados; de hecho constatamos que, paradójicamente, para el prelado de Ecône, el acto de consagración episcopal del 30 de junio de 1988 es un gesto de transmisión y tradición.
4. Cardenal C. Journet, L’Eglise du Verbe incarné, Paris, 1951, t. II, p.926: “Sobre un segundo plano, la asistencia divina es además infalible, pero de una manera prudencial. Es el plan de las leyes eclesiásticas universales. En tanto son mantenidas en vigor, son infaliblemente buenas, prudentes; esto no quiere decir que sean necesariamente los mejores, las más prudentes posibles”.
5. Se encontrará el texto integral en Itinerarire, enero de 1975, y también en J. Anzeuvi, Le Drame d’ Ecône, pp. 88-89 lo mimos que en Yves Congar, La Crise Dans l’Eglise et Mgr Lefèbvre, Paris, 1976, pp. 95-97.
6. La distinción explícita entre tradición activa y tradición pasiva parece remontarse al siglo XIX, concretamente a Schrader y a Franzalin: cf. Y. Congar,Vocabulaire œucumenique, París, 1970, art. Tradition,  pp. 310 ss,
7. Vaticano II, Gaudium et Spes, § 44, al. 3.
8. M. Cano Observa (De locis theologicis, lib. III, cap 5 § 1) que los Apóstoles instituyeron algunos ritos de manera temporal, otros de manera perpetua. Los mencionamos líneas arriba (§ 6) a propósito del velo de las mujeres en el Apóstol Pablo. Bossuet (Cinquième Fragment sur diverses matières de controverse: De la Tradition, Oeuvres complètes, París, 1863, t. XIII, p.346) escribe: “Confesamos que las costumbre de dar la comunión a los niños pequeños fue universal en la Iglesia y que después fue abolida insensiblemente. Nunca hemos pretendido que todas las costumbres de la Iglesia fuesen inmutables… (Las) costumbres indiferentes, no encierran ningún dogma de fe, pueden ser cambiadas sin contradicción”.
9. Congar, La Tradition et la vie de l’Eglise, París, 1963, p. 122 el autor dice: “El concilio de Trento se había contentado, contra los reformadores, con afirmar la existencia y el valor de tradiciones apostólicas, sin abordar en toda su amplitud, sino de manera precisa, el problema de la Tradición”. Ahí agrega: “el Medioevo o se había planteado en lo absoluto, la cuestión de la Tradición como tal. Se había contentado con justificar los puntos de doctrina, en especial de liturgia y de disciplina que la Iglesia tenía por obligatorio, y que los textos formales de la Escritura no constituían, mediante un llamado bastante vago a la s tradiciones no escritas y sobre todo por un llamado a la autoridad, instituida por Dios y asistida por su Espíritu, de esta Iglesia. Llamaban al todo “tradiciones”. Del mismo modo que Santo Tomás de Aquino ignoró siempre las definiciones de Nicea II sobre l culto a las imágenes y sobre las tradiciones; en particular, sobre las de la Iglesia: cf DTC VII, 1; col. 827-841. El terreno no estaba, por tanto, preparado para que el concilio de Trento pudiese abordar sea la Tradición en tanto que distinto de las tradiciones apostólicas, sea las tradiciones eclesiales susceptibles de ser cambiadas por distinción con las tradiciones inmutables de la Iglesia.
10. Un problema análogo no puede dejar de plantearse a la Iglesia ortodoxa y sin duda se plantea, aunque no claramente, en P.N. Tremblas, Dogmatique de l’Eglise catholique orthodoxe, (obra anterior al Concilio), Chèvetogne, Belgique, Belgique, 1966, t. I, pp. 149-167. La preparación del concilio pan-ortodoxo anunciado por mucho  tiempo conducirá necesariamente a los teólogos ortodoxos a la consideración den las tradiciones eclesiásticas mudables.
11. Esta evolución se manifestó de manera impresionante en Montreal en 1963, en el informe de la IV Conferencia mundial de Fe y constitución, cuyas afirmaciones convergen muy largamente con las de Vaticano II. Ver el texto citado por A. Benoit, Vocabulaire oecuménique (ed Y. Congar), Paris, 1970, p. 328: misma visión de la Tradición en su anterioridad con relación al Evangelio escrito.
12. Ver, en la Traduction oecuménique de la BIble, las notas sobre II Th 2, 15; 3, 6: “Las tradiciones son las verdades que conciernen a la fe y a la vida cristiana, que el mismo Pablo recibió de la Iglesia primitiva y que enseña, a su turno, a las comunidades que fundó. El paso del plural al singular no parece entrañar un cambio de sentido. Se trata del conjunto de la enseñanza de Pablo. Si el sentido era exactamente el mismo, ¿por qué el autor –Pablo-  habría pasado del plural al singular? El conjunto de la enseñanza de Pablo – resumido en la Tradición- ¿no es más que un conjunto de enseñanzas del mismo Apóstol? La Tradición, en Pablo, nos parece, pone el acento sobre la Persona y sobre el Misterio Pascual y eucarístico de Jesús, mientras que las tradiciones conciernen más bien a las normas y preceptos que su Persona unifica. Ver, además, los comentarios de B. Rigaux: Les Epîtres aux Thessaloniciens, París, 1956, y la manera en que Juan Pablo II presenta el singular (arriba § 3) la paradosis en Pablo.

¿Por qué no todas las religiones son iguales?

Se piensa que todas las religiones son buenas. Todas -salvo degeneraciones extrañas que son como la excepción que confirma la regla- llevan al hombre a hacer cosas buenas, exaltan sentimientos positivos y satisfacen en mayor o menor medida la necesidad de trascendencia que todos tenemos. En el fondo, da igual una que otra. Además, ¿por qué no puede haber varias religiones verdaderas?
Es cierto que uno tiene que ser de espíritu abierto, y apreciar todo lo positivo que haya en las diversas religiones, que es sustancialmente diferente que decir que existen varias religiones verdaderas: si solamente hay un Dios, no puede haber más que una verdad divina, y una sola religión verdadera.
La sensatez en la decisión humana sobre la religión no estará, por tanto, en elegir la religión que a uno le guste o le satisfaga más, sino más bien en acertar con la verdadera, que sólo puede ser una. Porque una cosa es tener una mente abierta y otra, bien distinta, pensar que cada uno puede hacerse una religión a su gusto, y no preocuparse mucho puesto que todas van a ser verdaderas. Ya dijo Chesterton que tener una mente abierta es como tener laboca abierta: no es un fin, sino un medio. Y el fin -decía con sentido del humor- es cerrar la boca sobre algo sólido.
Como cristiano que soy, creo que el cristianismo es la religión verdadera. Porque si uno no cree que su fe es la verdadera, lo que le sucede entonces, sencillamente, es que no tiene fe.
Lógicamente, creer que el cristianismo es la religión verdadera no implica imponerla a los demás, ni menospreciar la fe de otros, ni nada parecido. Es más, la fe cristiana bien entendida exige ese respeto a la libertad de los demás.
Ahora bien, la adhesión a la verdad cristiana no es como el reconocimiento de un principio matemático. La revelación de Dios se despliega como la vida misma, y toda verdad parcial no tiene por qué ser un completo error.
Muchas religiones tendrán una parte que será verdad y otra que contendrá errores (excepto la verdadera, que, lógicamente, no contendrá errores). Por esta razón, la Iglesia Católica -lo ha recordado el Concilio Vaticano II- nada rechaza de lo que en otras religiones hay de verdadero y de santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres.
¿Y por qué la religión cristiana va a ser la verdadera?
Para responder esta pregunta, se pueden aportar pruebas sólidas, racionales y convincentes, pero nunca serán pruebas aplastantes e irresistibles. Además, no todas las verdades son demostrables, y menos aún para quien entiende por 'demostración' algo que ha de estar atado indefectiblemente a la ciencia experimental.
Digamos -no es muy académico- que es como si Dios no quisiera obligarnos a creer. Dios respeta la dignidad de la persona humana, que Él mismo ha creado, y que debe regirse por su propia determinación. Dios jamás coacciona (además, si fuera algo tan evidente como la luz del sol, no haría falta demostrar nada: ni tú estarías leyendo esto ni yo ahora escribiéndolo).
Para creer, hace falta una decisión libre de la voluntad: la fe es a la vez un don de Dios
y un acto libre. Y nadie se rinde ante una demostración no totalmente evidente (algunos, ni siquiera ante las evidentes), si hay una disposición contraria de la voluntad.
En este caso, sugiero, para comprensión de la lectura, comentar algunas de las razones que pueden hacer comprender mejor porque la religión cristiana es la verdadera. No pretendo hacerlo de modo exhaustivo ni tremendamente riguroso: se trata simplemente de arrojar un poco de luz sobre el asunto, resolviendo algunas dudas, o bien fortaleciendo convicciones que ya se tiene: sólo intento hacer más verosímil la verdad.
Un sorprendente desarrollo
Podemos empezar, por ejemplo, por considerar lo que ha supuesto el cristianismo en la historia de la humanidad. Piensen cómo, en los primeros siglos, la fe cristiana se abrió camino en el Imperio Romano de forma prodigiosa. El cristianismo recibió un tratamiento tremendamente hostil. Hubo una represión brutal, con persecuciones sangrientas, y con todo el peso de la autoridad imperial en su contra durante muchísimo tiempo (unos dos siglos).
Es necesario pensar también que la religión entonces predominante era una amalgama de cultos idolátricos, enormemente indulgentes, en su mayor parte, con todas las debilidades humanas. Tal era el mundo que debían transformar. Un mundo cuyos dominadores no tenían interés alguno en que cambiara. Y la fe cristiana se abrió paso sin armas, sin fuerza, sin violencia de ninguna clase. Y, pese a esas objetivas dificultades, los cristianos eran cada vez más.
Lograr que la religión cristiana se arraigase, se extendiera y se perpetuara; lograr la conversión de aquel enorme y poderoso imperio, y cambiar la faz de la tierra de esa manera, y todo a partir de doce predicadores pobres e ignorantes, faltos de elocuencia y de cualquier prestigio social, enviados por otro hombre que había sido condenado a morir en una cruz, que era la muerte más afrentosa de aquellos tiempos... Sin duda para el que no crea en los milagros de los evangelios, me pregunto si no sería éste milagro suficiente. Algo absolutamente singular en la historia de la humanidad.
Jesús de Nazareth
Sin embargo, la pregunta básica sobre la identidad de la religión cristiana se centra en su fundador, en quién es Jesús de Nazareth.
El primer trazo característico de la figura de Jesucristo -señala André Léonard- es que afirma ser de condición divina. Esto es absolutamente único en la historia de la humanidad. Es el único hombre que, en su sano juicio, hareivindicado ser igual a Dios. Y recalco lo de reivindicado porque, como veremos, esta pretensión no es en modo alguno signo de jactancia humana, sino que, al contrario, va acompañada de la mayor humildad.
Los grandes fundadores de religiones, como Confucio, Lao-Tse, Buda y Mahoma, jamás tuvieron pretensiones semejantes. Mahoma se decía profeta de Allah, Buda afirmó que había sido iluminado, y Confucio y Lao-Tse predicaron una sabiduría. Sin embargo, Jesucristo afirma ser Dios.
Los gestos de Jesucristo eran propiamente divinos. Lo que de entrada sorprendía y alegraba a las gentes era la autoridad con que hablaba, por encima de cualquier otra, aun de la más alta, como la de Moisés; y hablaba con la misma autoridad de Dios en la Ley o los Profetas, sin referirse más que a sí mismo: "Habéis oído que se dijo..., pero yo os digo..." A través de sus milagros manda sobre la enfermedad y la muerte, da órdenes al viento y al mar, con la autoridad y el poderío del Creador mismo.
Sin embargo, este hombre, que utiliza el yo con la audacia y la pretensión más insostenibles, posee al propio tiempo una perfecta humildad y una discreción llena de delicadeza. Una humilde pretensión de divinidad que constituye un hecho singular en la historia y que pertenece a la esencia misma del cristianismo.
En cualquier otra circunstancia -piénsese de nuevo en Buda, en Confucio o en Mahoma- los fundadores de religiones lanzan un movimiento espiritual que, una vez puesto en marcha, puede desarrollarse con independencia de ellos. Sin embargo, Jesucristo no indica simplemente un camino, no es el portador de una verdad, como cualquier otro profeta, sino que es Él mismo el objeto propio del cristianismo.
Por eso, la verdadera fe cristiana comienza cuando un creyente deja de interesarse por las ideas o la moral cristianas, tomadas en abstracto, y le encuentra a Él como verdadero hombre y verdadero Dios.
Cuando se trata de discernir entre lo verdadero y lo falso, y en algo importante, como lo es la religión, conviene profundizar bastante. La religión verdadera será efectivamente la de mayor atractivo, pero para quien tenga de ella un conocimiento suficientemente profundo.
¿Puede uno salvarse con cualquier religión?
La verdad sobre Dios es accesible al hombre en la medida en que éste acepte dejarse llevar por Dios y acepte lo que Dios ordena; en la también en que el hombre quiera buscar a Dios rectamente. Por ello, es un barbarismo decir que los que no son cristianos no buscan a Dios rectamente. Hay gente recta que puede no llegar a conocer a Dios con completa claridad. Por ejemplo, por no haber logrado liberarse de una cierta ceguera espiritual. Una ceguera que puede ser heredada de su educación, o de la cultura en la que ha nacido, y en ese caso, Dios que es justo, juzgará a cada uno por la fidelidad con que haya vivido conforme a sus convicciones. Es preciso, lógicamente, que a lo largo de su vida hayan hecho lo que esté en su mano por llegar al conocimiento de la verdad. Y esto es perfectamente compatible con que haya una única religión verdadera.
En esta línea, la Iglesia católica señala que los que sin culpa de su parte no conocen el Evangelio ni la Iglesia pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.
Y como asegura Peter Kreeft, el buen ateo participa de Dios precisamente en la medida en que es bueno. Si alguien no cree en Dios, pero participa en alguna medida del amor y la bondad, vive en Dios sin saberlo. Esto no significa, sin embargo, que basta con ser bueno sin necesidad de creer en Dios para lograr la salvación eterna. La persona no debe creer en Dios porque nos sea útil, o porque nos permita ser buenos, sino, fundamentalmente, porque creemos que Dios es verdadero.
En esta línea hay que mostrarnos un tanto escépticos ante algunas crisis de fe supuestamente intelectuales, pero que en el fondo esconden una opción porfabricarse una religión propia, a la medida de los propios gustos o comodidades. Cuando una persona hace una interpretación acomodada de su religión para rebajar así sus exigencias morales, o no se preocupa de recibir la necesaria formación religiosa adecuada a su edad y circunstancias, es bien probable que la pretendida crisis intelectual bien pueda tener otros orígenes.
¿Por qué, entonces, la Iglesia es necesaria para la salvación del hombre?
La Iglesia peregrinante es necesaria para la salvación, pues Cristo es el único Mediador y el camino de salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia» (Lumen gentium, 14).
Siguiendo a la Dominus Iesus, esta no se contrapone a la voluntad salvífica universal de Dios; por lo tanto, «es necesario, pues, mantener unidas estas dos verdades, o sea, la posibilidad real de la salvación en Cristo para todos los hombres y la necesidad de la Iglesia en orden a esta misma salvación» (Redemptoris missio, 9). Para aquellos que no son formal y visiblemente miembros de la Iglesia, «la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es comunicada por el Espíritu Santo» (ibid, 10).
Ciertamente, las diferentes tradiciones religiosas contienen y ofrecen elementos de religiosidad, que forman parte de «todo lo que el Espíritu obra en los hombres y en la historia de los pueblos, así como en las culturas y religiones» (Redemptoris missio, 29). A ellas, sin embargo, no se les puede atribuir un origen divino ni una eficacia salvífica ex opere operato, que es propia de los sacramentos cristianos. Por otro lado, no se puede ignorar que otros ritos no cristianos, en cuanto dependen de supersticiones o de otros errores (cf. 1 Co 10, 20-21), constituyen más bien un obstáculo para la salvación.
En este sentido, la Dominus Iesus es bastante clara cuando afirma que con la venida de Jesucristo Salvador, Dios ha establecido a la Iglesia para la salvación de todos los hombres. Esta verdad de fe no quita nada al hecho de que la Iglesia considera las religiones del mundo con sincero respeto, pero al mismo tiempo excluye esa mentalidad indiferentista «marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que "una religión es tan buena como otra"» (Redemptoris missio, 36). Como exigencia del amor a todos los hombres, la Iglesia «anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas» (Nostra aetate, 2).