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lunes, 31 de octubre de 2022

¿Dios sana?

 

¿Dios sana?


Conozco a un matrimonio hondureño, ambos son jóvenes; el había trabajado en la policía de sus país y ante la negativa a aceptar sobornos y corrupciones tuvo que huir de Honduras. Compartiendo experiencias sobre sanación comenta con humildad cómo a lo largo de su casi treinta años de vida ha sufrido infinidad de graves accidentes que pudieron acabar con su vida e, incluso, un atentado y cómo el Señor, en su misericordia, le ha sanado. Me cuenta que vive por la gracia de Dios. Vive también porque Dios le ha dado la oportunidad de darle alabanza y gloria porque su madre le contó que tuvo intención de abortar antes de su nacimiento. Pero aquí está, peregrinando, sanado de las heridas corporales y del corazón porque durante mucho tiempo tuvo un gran rencor con su madre. ¿Dios sana?

Es una persona de fe. Alguien que cree en el poder sanador de Dios. Un joven que creció en un ambiente religioso, que se fue separando de la religión y regresó a ella. Cree en el poder sanador de Dios. Cree que Dios es un Dios sanador, que sana todas las heridas. Es un joven que se alimenta de la Palabra. Esa Palabra de Dios que invita a acercarse a Él y entregarle las heridas de la infancia, las experiencias del pasado, la amargura adquirida con el devenir de los días; una persona de oración que, desde la humildad, es capaz de decirle de tu a tu a Dios que no se merece levantarle la mirada pero que le conceda un corazón nuevo para amar todos nuestros días.  

Con frecuencia uno se relame con las pesadillas del pasado, se muestra angustiado por los acontecimientos de la vida. Su ejemplo, como el ejemplo de tantos que conozco, te demuestra que el dolor puede no ser de utilidad debido a la amargura y la acritud que provoca, como amargo es muchas veces el jarabe que tienes que tomar para curar una enfermedad aunque no por ello no sea beneficioso para tu salud; sin embargo, el dolor vivido desde la fe puede convertirse en un medio extraordinario para aceptar la voluntad de Dios, un despertador magnífico para darle fecundidad a la vida; si sabes sufrir, si sabes aceptar el dolor, te acercará a  Dios; si no te alejará de Él destruyendo tu interior.  

Dios sana. Orar con el corazón abierto, hacer el bien, no incurrir en faltas, vivir de la Palabra, purificar el corazón, confesarse, comulgar… son procesos que Dios emplea para nuestra sanación. Pero si Dios elige permitir que una aflicción persista, hay que darle gloria porque algo grande quiere hacer en ti.

La felicidad está en saber apreciar la grandeza de las cosas más pequeñas

 

La felicidad está en saber apreciar la grandeza de las cosas más pequeñas

El gran maestro de la sencillez y de las cosas pequeñas es el Espíritu Santo. Cuando abres tu corazón a la gracia que proviene de Él, cuando le pides que te ayude a valorar los ofrecimientos sencillos de la jornada, cuando te avienes a disfrutar de las cosas sencillas del día, cuando valoras los pequeños detalles que se te presentan la felicidad inunda tu ser. Son muchas las ocasiones en que los hombres cerramos el corazón y no somos capaces de disfrutar de los pequeños detalles, no somos capaces de atender determinadas palabras que recibimos, de ciertas cosas aparentemente insignificantes que nos ocurren porque desde nuestra mirada soberbia y egoísta no nos parecen relevantes. Obviamos llevar a cabo ciertos actos de bondad porque no se ven a los ojos de los demás. 

La felicidad está en saber apreciar la grandeza de las cosas más pequeñas. Admiramos, elogiamos y aplaudimos los hechos más sobresalientes de la vida pero pasamos por alto esas cosas que nos parecen pequeñas y de menor importancia que, sin embargo, son las que en definitiva determinan nuestros éxitos o fracasos. Y todo se escurre como el agua entre nuestras manos. Son las pequeñas cosas las que hacen grande nuestra vida. Olvidamos que venimos sin nada y nos iremos sin nada y que solo dejaremos en este mundo huella en el prójimo en los detalles pequeños: este gesto de amor, esta sonrisa en el momento adecuado, esa entrega en el momento que uno lo necesita, ese detalle inesperado, ese saludo amable, esa ayuda generosa, ese abrazo amoroso de perdón, esa mirada de misericordia, esa llamada de interés por el otro…

Todos estos detalles abiertos a la gracia son inspiración del Espíritu que abre el corazón al amor. El cristiano que proclama el Evangelio debe ser sencillo como sencillos deben ser sus gestos. El Evangelio se proclama de palabra y viviendo con fidelidad a la Voluntad de Dios porque el camino de las cosas pequeñas y de la sencillez es el camino que nos lleva a Cristo, que consiste en negarse a uno mismo, llevar la cruz, desterrar el egoísmo y servir al otro desde el amor auténtico.

domingo, 30 de octubre de 2022

Cómo ser un triunfador

Serás un triunfador

triunfador

Serás un triunfador... cuando el egoísmo no limite tu capacidad de amar.

Cuando confíes en ti mismo aunque todos duden de ti y dejes de preocuparte por el qué dirán.

Cuando tus acciones sean tan concisas en duración como largas en resultados.

Cuando puedas renunciar a la rutina sin que ello altere el metabolismo de tu vida.

Cuando sepas distinguir una sonrisa de una burla, y prefieras la eterna lucha que la compra de la falsa victoria.

Cuando actúes por convicción y no por adulación.

Cuando puedas ser pobre sin perder tu riqueza y rico sin perder tu humildad.

Cuando sepas perdonar tan fácilmente como ahora te disculpas.

Cuando puedas caminar junto al pobre sin olvidar que es un hombre, y junto al rico sin pensar que es un dios.

Cuando sepas enfrentar tus errores tan fácil y positivamente como tus aciertos.

Cuando halles satisfacción compartiendo tu riqueza.

Cuando sepas obsequiar tu silencio a quien no te pide palabras, y tu ausencia a quien no te aprecia.

Cuando ya no debas sufrir por conocer la felicidad y no seas capaz de cambiar tus sentimientos o tus metas por el placer.

Cuando no trates de hallar las respuestas en las cosas que te rodean, sino en Dios y en tu propia persona.

Cuando aceptes los errores, cuando no pierdas la calma, entonces y sólo entonces, serás... ¡UN TRIUNFADOR!

La rosa y el sapo

 

La rosa 

La rosa y el sapo


La rosa y el sapo

Había una vez una rosa muy hermosa y bella. ¡Se sentía maravillosamente al saber que era la rosa más bella del jardín! Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la veía de lejos.

Un día se dio cuenta de que al lado de ella siempre se colocaba un sapo grande y oscuro, motivo por el que nadie se acercaba a verla de cerca. Indignada ante lo descubierto, le ordenó al sapo que se fuera de inmediato. El sapo muy obediente le dijo: Está bien, me marcho si así lo quieres.

Poco tiempo después, el sapo pasó por donde estaba la rosa y se sorprendió al ver la rosa totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Le dijo entonces:

- Te veo francamente mal. ¿Qué te pasó?

La rosa contestó:

-Es que desde que te fuiste, las hormigas me han comido día a día y nunca he podido volver a ser igual.

El sapo solo contestó: ¡Pues claro! Cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso siempre eras la más bella del jardín.

Moraleja: Muchas veces despreciamos a los demás por creer que somos más que ellos, más bellos o simplemente que no nos "sirven" para nada. Dios no hace a nadie para que esté de sobra en este mundo. Todos tenemos algo especial que hacer, algo que aprender de los demás o algo que enseñar, y nadie debe despreciar a nadie. No vaya a ser que esa persona nos esté haciendo un bien del cual ni siquiera seamos conscientes. Contestó:

-Es que desde que te fuiste, las hormigas me han comido día a día y nunca he podido volver a ser igual.

El sapo solo contestó: ¡Pues claro! Cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso siempre eras la más bella del jardín.

Moraleja: Muchas veces despreciamos a los demás por creer que somos más que ellos, más bellos o simplemente que no nos "sirven" para nada. Dios no hace a nadie para que esté de sobra en este mundo. Todos tenemos algo especial que hacer, algo que aprender de los demás o algo que enseñar, y nadie debe despreciar a nadie. No vaya a ser que esa persona nos esté haciendo un bien del cual ni siquiera seamos conscientes.

Hacerse preguntas

 

Hacerse preguntas

Los que somos padres y tenemos hijos pequeños estamos sometidos a preguntas que requieren respuestas: ¿por qué? (cuando planteas algo), ¿Cuándo llegaremos? (a los cinco minutos de salir de viaje), ¿Qué hay para cenar? (cinco minutos antes de cenar)… cada pregunta tiene como fin dar claridad y estructura a la vida. Cuando somos mayores las preguntas tienen la habilidad de ordenar tiempos, pensamientos, acciones. Y cuando esa pregunta se queda sin responder puede surgir una sensación de desconcierto, crear malos entendidos o generar desorden.

La vida requiere preguntas y respuestas. Muchas están en la Biblia. Te plantean cuestiones desafiantes aunque no te ofrecen soluciones fáciles porque la respuesta requiere dar espacio al corazón y tener la ocasión de abrirlo para escuchar a Dios. Buscan una respuesta a una pregunta sobre algo y sales con un descubrimiento nuevo. Con gran frecuencia, la lección que surge la hayas en el proceso mismo de tu propio cuestionamiento. 

En las Escrituras hay varios tipos de preguntas que te permiten descubrir a Dios. Te invitan a un camino de descubrimiento interior. Como las de Job que se cuestiona el por qué de su sufrimiento, el por qué la vida la resulta tan difícil y complicada, dónde se halla la sabiduría… Job solo quiere conocer las razones a tanto dolor, a tanto sufrimiento, a tanto padecimiento. Quiere tener conciencia de los orígenes de tanto dolor y cómo poder evitarlo. Y su libro es un lamento constante, lleno de incomodidad y desorden porque necesita, quiere, anhela que su sufrimiento llegue a su fin. Y, por tanto, exige respuestas. Sin embargo, la respuesta que viene de Dios se presenta en otras preguntas que requieren de otras respuestas. Pero estas preguntas transforman por completo la perspectiva de Job para reconocer como Dios tiene el control de todo. En este libro se deja patente que Dios es mucho más grande que las preguntas que pueda formular Job y, además, constata que los caminos de Dios son inexplicables. ¿Por qué? Porque en todo momento es imprescindible dejar que Dios sea Dios, ese Dios creador de todo, ese Dios que va más allá de nuestro entendimiento, ese Dios que supera nuestros razonamientos humanos, ese Dios que es omnipotente en su grandeza, en su poder, en su amor y en su misericordia.

La vida es hacerse preguntas. Cuando lees las Escrituras surgirán cientos de preguntas. Cada página de la Biblia abre una magnífica oportunidad para conocer a ese Dios poderoso y amoroso, firme y misericordiosa, exigente y tierno… un Dios que cuya gracia y poder , cuya grandeza y omnipotencia es más grande de lo que uno pueda imaginar, un Dios que no puede ser definido con nuestros interrogantes humanos pero que al buscarlo con el corazón abierto, a través del misterio de lo divino, en un camino de continuo descubrimiento, superará nuestras expectativas.