¿Dios sana?
Es una persona de fe. Alguien que cree en el poder sanador de Dios. Un joven que creció en un ambiente religioso, que se fue separando de la religión y regresó a ella. Cree en el poder sanador de Dios. Cree que Dios es un Dios sanador, que sana todas las heridas. Es un joven que se alimenta de la Palabra. Esa Palabra de Dios que invita a acercarse a Él y entregarle las heridas de la infancia, las experiencias del pasado, la amargura adquirida con el devenir de los días; una persona de oración que, desde la humildad, es capaz de decirle de tu a tu a Dios que no se merece levantarle la mirada pero que le conceda un corazón nuevo para amar todos nuestros días.
Con frecuencia uno se relame con las pesadillas del pasado, se muestra angustiado por los acontecimientos de la vida. Su ejemplo, como el ejemplo de tantos que conozco, te demuestra que el dolor puede no ser de utilidad debido a la amargura y la acritud que provoca, como amargo es muchas veces el jarabe que tienes que tomar para curar una enfermedad aunque no por ello no sea beneficioso para tu salud; sin embargo, el dolor vivido desde la fe puede convertirse en un medio extraordinario para aceptar la voluntad de Dios, un despertador magnífico para darle fecundidad a la vida; si sabes sufrir, si sabes aceptar el dolor, te acercará a Dios; si no te alejará de Él destruyendo tu interior.
Dios sana. Orar con el corazón abierto, hacer el bien, no incurrir en faltas, vivir de la Palabra, purificar el corazón, confesarse, comulgar… son procesos que Dios emplea para nuestra sanación. Pero si Dios elige permitir que una aflicción persista, hay que darle gloria porque algo grande quiere hacer en ti.