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viernes, 5 de agosto de 2016

¡Enamorarme del Amor!

Una bella oración del santo cura de Ars

" TE AMO, OH MI DIOS "
Autor: San Juan María Vianney

Te amo, Oh mi Dios.
Mi único deseo es amarte
Hasta el último suspiro de mi vida.
Te amo, Oh infinitamente amoroso Dios,
Y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti.
Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno
Porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor,
Oh mi Dios,
si mi lengua no puede decir
cada instante que te amo,
por lo menos quiero
que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Ah, dame la gracia de sufrir mientras que te amo,
Y de amarte mientras que sufro,
y el día que me muera
No solo amarte pero sentir que te amo.
Te suplico que mientras más cerca estés de mi hora
Final aumentes y perfecciones mi amor por Ti.
Amén.

jueves, 4 de agosto de 2016

Santo cura de Ars

FRASES CÉLEBRES DEL SANTO CURA DE ARS

* Los buenos cristianos que trabajan en salvar su alma están siempre felices y contentos; gozan por adelantado de la felicidad del
cielo; serán felices toda la eternidad. Mientras que los malos cristianos que se condenan, siempre se quejan, murmuran, están tristes... y lo estarán toda la eternidad.
Un buen cristiano, un avaro del cielo, hace poco caso de los bienes de la tierra; sólo piensa en embellecer su alma, en obtener lo que debe contentarle siempre, lo que debe durar siempre.
Ved a los reyes, los emperadores, los grandes de la tierra: son muy ricos; ¿están contentos? Si aman al Buen Dios, sí; si no, no están contentos. Me parece que no hay nada que dé tanta pena como los ricos cuando no aman al Buen Dios. Puedes ir de mundo en mundo, de reino en reino, de riqueza en riqueza, de placer en placer; pero no encontrarás tu felicidad. La tierra entera no puede contentar a un alma inmortal, como una pizca de harina en la boca no puede saciar a un hambriento".



* Estaba profundamente convencido de que una persona es feliz cuando vive con Dios; y que es infeliz sólo cuando esa persona libremente se ha separado de Dios: porque no conoce lo que Dios dice, porque ha dejado de escucharle y hacerle caso.
"Hijos míos; ¿por qué somos tan ciegos y tan ignorantes? Porque no hacemos caso de la palabra de Dios!".
Pero lo primero para poder hacer caso a Dios es saber qué dice, estar formado: "Con una persona formada hay siempre recursos. Una persona que no está formada en su religión es como un enfermo agónico; no conoce ni la grandeza del pecado, ni la belleza del alma, ni el precio de la virtud; se arrastra de pecado en pecado".


* Hay muchos cristianos que no saben por qué están en el mundo.
-¿Por qué Dios mío, me has puesto en el mundo?
-Para salvarte.
-y ¿por qué quieres salvarme?
-Porque te amo.
iQue bello y grande es conocer, amar y servir a Dios! Es lo único que tenemos que hacer en el mundo. Todo lo demás es tiempo perdido.


* "Hay personas que no aman al Buen Dios, que no le rezan y que prosperan; es mal signo. ¡Han hecho un poco de bien a través de mucho mal! El Buen Dios les da su recompensa en esta vida".
"Cuando no tenéis el amor de Dios en vosotros, sois muy pobres. Sois como un árbol sin flores y sin frutos".

* Cuando nos abandonamos a nuestras pasiones, entrelazamos espinas alrededor de nuestro corazón.
El que vive en el pecado toma las costumbres y formas de las bestias. La bestia, que no tiene capacidad de razonar, sólo conoce sus
apetitos; del mismo modo, el hombre que se vuelve semejante a las bestias pierde la razón y se deja conducir por los movimientos de su'cadáver' (su cuerpo).
Un cristiano, creado a la imagen de Dios, redimido por la sangre de un Dios. iUn cristiano... hijo de Dios, hermano de Dios, heredero de Dios! iUn cristiano, objeto de las complacencias de tres Personas divinas! Un cristiano cuyo cuerpo es el templo del Espíritu Santo: he aquí lo que el pecado deshonra!
El pecado es el verdugo del Buen Dios el asesino del alma...
Ofender al Buen Dios, que sólo nos ha hecho bien! Contentar al demonio que tan sólo nos hace mal ! ¡ Qué locura!!!




* Por una blasfemia, por un mal pensamiento, por una botella de vino, por dos minutos de placer i Por dos minutos de placer perder a
Dios, tu alma, el cielo... para siempre!
Hijos míos, si veis a un hombre levantar una gran hoguera, apilar la leña, y le preguntáis
qué es lo que hace, os responderá: Preparo el fuego que debe quemarme. ¿Qué pensaríais si vierais a este mismo hombre aproximarse a la llama de la hoguera y, cuando está encendida, echarse dentro? ¿qué diríais?............
Al pecar, eso es lo que nosotros hacemos. No es Dios quien nos echa al infierno, somos nosotros por nuestros pecados. El condenado
dirá: He perdido a Dios, mi alma y el cielo: y es por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa! ¿Se levantará para volver a caer?.



* ¿Por qué no somos capaces de beneficiarnos más del sacramento de la penitencia? Porque no buscamos todos los secretos de la misericordia del Buen Dios, que no tiene límites en este sacramento.
Cuando vamos a confesarnos, debemos entender lo que estamos haciendo. Se podría decir que desclavamos a Nuestro Señor de la cruz.
Algunos se suenan las narices mientras el sacerdote les da la absolución, otros repasan a ver si se han olvidado de decir algún pecado...
Cuando el sacerdote da la absolución, no hay que pensar más que en una cosa: que la sangre del Buen Dios corre por nuestra alma lavándola y volviéndola bella como era después del bautismo.

* Lo central de su vida, como sacerdote, era celebrar la Misa. La Misa era lo más grande para él. Durante sus cuarenta años en Ars, antes de celebrar la misa (de ordinario a las siete de la mañana) se preparaba durante casi una hora de oración... ¿era tan grande lo que iba realizar!:
"Si uno tuviera suficiente fe, vería a Dios escondido en el sacerdote como una luz tras su fanal, como un vino mezclado con el agua.
Hay que mirar al sacerdote, cuando está en el altar o en el púlpito, como si de Dios mismo se tratara".

* Jamás se negó, jamás. Se dio siempre a los demás sin interés alguno. 'La señorita Bernard de Fareins, enferma de un cáncer terminal, deseaba antes de morir tener el consuelo de ver por última vez al Cura de Ars, de quien oía contar maravillas. El reverendo Dubouis le escribió cuatro palabras para comunicarle los deseos de la enferma. Era el día del Jueves Santo de 1837, día en el que tenía la costumbre de pasar toda la noche en la iglesia, acompañando a Jesús en el Monumento. Sin haber dormido, partió enseguida para Fareins. Se equivocó en el camino; después de dar vueltas y vueltas, llegó cubierto de barro y muerto de fatiga. No quiso aceptar ni un vaso de agua. Como ya era conocido, la gente del pueblo le abordaba por la calle. Sin la menor impaciencia, atendió amablemente a cada persona, y se volvió a su casa sin darse importancia.
Lo mismo en 1852, con 66 años, el Rdo.Beau (Cura de Jassans y confesor ordinario del cura de Ars durante 13 años), cayó gravemente enfermo: "Mi amigo vino a visitarme. Era por la tarde del día del Corpus, el 11 de junio. Hizo el viaje a pie, con un fuerte calor y después de haber presidido en Ars la procesión del Santísimo Sacramento', contaba agradecido este sacerdote".

* Era sacerdote para todos, no sólo para los de su pueblo: sacerdote de Jesucristo para todos los hijos de Dios. Por eso, cuando algunos curas, viejos o enfermos, como los de los pueblos vecinos Villeneuve y Mizerieux, no podían atender bien sus parroquias, espontáneamente su compañero de Ars se ponía a sus órdenes.
Iba de noche a visitar a los enfermos de Rancé, de Saint-Jean-de- Thurigneux, de Savigneuxy, de Ambérieux-en-Dombes. Si le llamaban en domingo, partía enseguida, después de la misa mayor, sin entrar en su casa, y volvía en ayunas al tiempo de vísperas.


* No le interesaba más que ser sacerdote: era ese su mayor orgullo. En la última década, el emperador le designó para nombrarle Caballero de la Legión de Honor. El nombramiento apareció en los periódicos. El alcalde, señor des Garets, le comunicó la noticia:
-¿Tiene asignada alguna renta esta cruz?... ¿Me proporcionará dinero para mis pobres? ,preguntó el Santo sin manifestar contento ni sorpresa.

-No. Es solamente una distinción honorífica.
-Pues bien, si en ello nada ganan los pobres, diga usted al Emperador que no la quiero.

* Su gran preocupación es inculcar en los cristianos la convicción de que en la tierra estamos de paso, que vale la pena vivir sien-
do avaros del cielo. La tierra es comparable a un puente que nos sirve para cruzar un río; sólo sirve para sostener nuestros pies.
Estamos en este mundo, pero no somos de este mundo, puesto que decimos todos los días: Padre nuestro que estás en los cielos. Hay que esperar nuestra recompensa cuando estemos en nuestra casa, en la casa paterna".


* Quiso vivir pobremente, prescindiendo de todo lo posible, para que nada le atase. Y si podía dar, prescindía sin pensárselo dos
veces. Un día, cuando se dirigía al orfanato para explicar el catecismo, se cruzó con un pobre desgraciado que llevaba el calzado destrozado. Inmediatamente, el Cura le dio sus propios zapatos y continuó su camino hacia el orfanato intentando ocultar sus pies descalzos bajo la sotana.

* Cuenta Juana-María Chanay: Le envié una mañana un par de zapatos forrados, enteramente nuevos. i Cuál fue mi admiración al verle, por la tarde, con unos zapatos viejos, del todo inservibles! Me había olvidado de quitárselos de su cuarto.
-¿ Ha dado usted los otros ? , le pregunté:
-Tal vez sí, me respondió tranquilamente.


* En invierno iban muchos pobres a su casa a pedir: "Qué feliz estoy -decía- de que vengan los pobres! Si no viniesen, tendría que ir yo a buscarlos y no siempre hay tiempo".
Les encendía el fuego de la chimenea, les calentaba, y mientras tanto también aprovechaba para hablarles del Buen Dios, les animaba a que le amasen. Algunos le propusieron hacerse cargo ellos, de los pobres, para quitarle trabajo al Cura; pero los pobres, con quien querían estar era con el Cura. Juan Pertinand, que lo vio, cuenta: Los llamaba 'amigos míos' con una voz tan dulce, que se retiraban muy consolados: ¡Se sentían queridos!


* Su cariño a los pobres era muy sobrenatural. Jesús quiso ser pobre, y santificó la pobreza. Por eso le gustaba contar sucesos de la vida de Jesús en los que se presentaba pobre. Contaba con frecuencia aquella anécdota de San Juan de Dios, que al darse cuenta de que los pies del pobre a quien socorría estaban llagados, los besó mientras decía: iEres tú, Señor!; al contar esta anécdota, solía emocionarse.


* En la antigua casa parroquial de Ars se conservan, y pueden verse todavía, las disciplinas y el cilicio del Cura de Ars, pero su
principal instrumento de mortificación no está ahí. Lo han dejado en la Iglesia, pues era el confesionario. Durante largo tiempo del día permanecía sentado en el confesionario, prisionero de los pecadores. De ahí que sufriese una serie de hernias muy dolorosas.
Comentaba en una ocasión el señor Camilo Monnin: Nunca se sentaba en las visitas. Sin duda que era por deferencia a las personas
que recibía, pero también a causa de las hernias que sufría y que había contraído permaneciendo tantas horas sentado en el confesionario.

* Si alguien le dijera: Me gustaría ser rico.. ¿Qué hay que hacer? Usted le respondería: Hay que trabajar. Pues para ir al cielo hay que sufrir.
iSufrir! ¿Qué más da? Sólo es un momento. Si pudiésemos pasar ocho días en el cielo, comprenderíamos lo que vale este momento
de sufrimiento aquí en la tierra. Ninguna cruz nos parecería pesada, y ninguna prueba sería amarga.


* ¡Cuánto amo las pequeñas mortificaciones que nadie ve! : como levantarse un cuarto de hora más pronto, levantarse un momentito para rezar por la noche; pero hay personas que sólo piensan en dormir.
Podemos privarnos de calentarnos; si estamos mal sentados, no buscar colocarnos mejor; si paseamos en el jardín, privarnos de algunas frutas que nos agradarían; al hacer la limpieza en la cocina, no picotear; privarse de mirar algo bonito que atrae la mirada en las calles de las grandes ciudades sobre todo. Cuando vamos por la calle, fijemos la mirada en Nuestro Señor llevando su cruz ante nosotros, en la Santa Virgen que nos mira, en nuestro ángel de la guarda que está a nuestro lado".

* A los padres les insistía en que atendiesen el alma de sus hijos, que es lo que más vale de ellos.
"Esa madre que no tiene en la cabeza otra cosa que su hija..., pero que se preocupa mucho más por mirar si lleva bien puesto el sombrero que en preguntarle si ha dado a Dios su corazón. Le dice que no ha de parecer uraña, que tiene que ser amable con todo el mundo, para llegar a entablar amistades y colocarse bien... y la hija se esfuerza en seguida en atraer las miradas de todos".
Así forman a las hijas moviéndolas a que vistan de cualquier manera, poniendo más atención en lo externo suyo que en su interior y cuando visten indecentemente, son instrumentos para perder a las almas. y sólo en el tribunal de Dios se sabrá el número de crímenes que habrá hecho cometer...".

* La Santa Virgen está entre su Hijo y nosotros. Aunque seamos pecadores, ella está llena de ternura y de compasión hacia nosotros. El niño que más lágrimas ha costado a su madre es el más querido. ¿No corre una madre siempre hacia el más débil y expuesto? Un médico en un hospital, ¿no presta más atención a los más enfermos?"

* El hombre había sido creado para el cielo. El demonio rompió la escalera que conducía a él. Nuestro Señor, por su pasión, ha construido otra para nosotros. La santísima Virgen está en lo alto de la escalera y la sostiene con sus manos".

* María, no me dejes ni un instante, estate siempre a mi lado. Volvamos a ella con confianza, y estaremos seguros de que, por miserables que seamos, ella obtendrá la gracia de nuestra conversión.
María es tan buena que no deja de echar una mirada de compasión al pecador. Siempre está esperando que le invoquemos.
En el corazón de María no hay más que misericordia".

miércoles, 3 de agosto de 2016

San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars

Su fiesta se celebra el 4 de Agosto

Biografía:
Su verdadero nombre fue San Juan Bautista María Vianney, pero en todo el mundo es conocido con el nombre de Cura de Ars. Nació en Dardilly, en las cercanías de Lyon (Francia), el 8 de mayo de 1786. Tras una infancia normal, a los diecisiete años Juan María concibe el gran deseo de llegar a ser sacerdote. Su padre, aunque buen cristiano, pone algunos obstáculos, que por fin son vencidos. El joven inicia sus estudios en el seminario, dejando las tareas del campo a las que hasta entonces se había dedicado. 
Juan María continúa sus estudios sacerdotales en Verrières primero y después en el seminario mayor de Lyón. Todos sus superiores reconocen la admirable conducta del seminarista, pero..., falto de los necesarios conocimientos del latín, no saca ningún provecho de los estudios y, por fin, es despedido del seminario. Intenta entrar en los hermanos de las Escuelas Cristianas, sin lograrlo. La cosa parecía ya no tener solución ninguna cuando, de nuevo, se cruza en su camino un cura excepcional: el padre Balley, que había dirigido sus primeros estudios. Él se presta a continuar preparándole, y consigue del vicario general, después de un par de años de estudios, su admisión a las órdenes. Por fin, el 13 de agosto de 1815, el obispo de Grenoble, monseñor Simón, le ordenaba sacerdote, a los 29 años.  Sin embargo, el Santo Cura se sentía feliz al lograr lo que durante tantos años anheló, y a fuerza de tantas privaciones, esfuerzos y humillaciones, había tenido que conseguir: el sacerdocio.

Durante tres años, de 1815 a 1818, continuará aprendiendo la teología junto al padre Balley, en Ecully, con la consideración de coadjutor suyo. Muerto el padre Balley, y terminados sus estudios, el arzobispado de Lyón le encarga la pastoral de un minúsculo pueblecillo, a treinta y cinco kilómetros al norte de la capital, llamado Ars.

El 9 de febrero de 1818, San Juan María llegó a Ars. pueblecillo del que prácticamente no volverá a salir jamás. 

Podemos distinguir en la actividad parroquial de San Juan María dos aspectos fundamentales, que en cierta manera corresponden también a dos fases de su vida.

Mientras no se inició la gran peregrinación a Ars, el cura pudo vivir enteramente consagrado a sus feligreses. Y así le vemos visitándoles casa por casa; atendiendo paternalmente a los niños y a los enfermos; empleando gran cantidad de dinero en la ampliación y embellecimiento de la iglesia; ayudando fraternalmente a sus compañeros de los pueblos vecinos. Es cierto que todo esto va acompañado de una vida de asombrosas penitencias, de intensísima oración, de caridad, en algunas ocasiones llevada hasta el extremo para con los pobres. Pero San Juan María no excede en esta primera parte de su vida del marco corriente en las actividades de un cura rural.


Ya hemos dicho que el Santo solía ayudar, con fraternal caridad, a sus compañeros en las misiones parroquiales que se organizaban en los pueblos de los alrededores. En todos ellos dejaba el Santo un gran renombre por su oración, su penitencia y su ejemplaridad. Era lógico que aquellos buenos campesinos recurrieran luego a él, al presentarse dificultades, o simplemente para confesarse y volver a recibir los buenos consejos que de sus labios habían escuchado. Éste fue el comienzo de la célebre peregrinación de feligreses a Ars. Lo que al principio sólo era un fenómeno local, circunscrito casi a las diócesis de Lyon y Belley, luego fue tomando un vuelo cada vez mayor, de tal manera que llegó a hacerse célebre el cura de Ars en toda Francia y aún en Europa entera. De todas partes empezaron a afluir peregrinos, se editaron libros para servir de guía, y es conocido el hecho de que en la estación de Lyón se llegó a establecer una taquilla especial para despachar billetes de ida y vuelta a Ars. Aquel pobre sacerdote, que trabajosamente había hecho sus estudios, y a quien la autoridad diocesana había relegado en uno de los pueblos más pequeños y menos devotos de la diócesis, iba a convertirse en consejero buscadísimo por millares y millares de almas. Y entre ellas se contarían gentes de toda condición, desde prelados insignes e intelectuales famosos, hasta humildísimos enfermos y pobres gentes atribuladas que irían a buscar en él algún consuelo.

Aquella afluencia de gentes iba a alterar por completo su vida. Día llegará en que el Santo Cura desconocerá su propio pueblo, encerrado como se pasará el día entre las míseras tablas de su confesonario. Entonces se producirá el milagro más impresionante de toda su vida: el simple hecho de que pudiera subsistir con aquel género de vida.

Confesionario del Santo Cura de ArsPorque aquel hombre, por el que van pasando ya los años, sostendrá como habitual la siguiente distribución de tiempo: levantarse a la una de la madrugada e ir a la iglesia a hacer oración. Antes de la aurora, se inician las confesiones de las mujeres. A las seis de la madrugada en verano y a las siete en invierno, celebración de la misa y acción de gracias. Después queda un rato a disposición de los peregrinos. A eso de las diez, reza una parte de su breviario y vuelve al confesonario. Sale de él a las once para hacer la célebre explicación del catecismo, predicación sencillísima, pero llena de una unción tan penetrante que produce abundantes conversiones. Al mediodía, toma su frugalísima comida, con frecuencia de pie, y sin dejar de atender a las personas que solicitan algo de él. Al ir y al venir a la casa parroquial, pasa por entre la multitud, y ocasiones hay en que aquellos metros tardan media hora en ser recorridos. Dichas las vísperas y completas, vuelve al confesonario hasta la noche. Rezadas las oraciones de la tarde, se retira para terminar el Breviario. Y después toma unas breves horas de descanso sobre el duro lecho. Sólo un prodigio sobrenatural podía permitir al Santo subsistir físicamente, mal alimentado, escaso de sueño, privado del aire y del sol, sometido a una tarea tan agotadora como es la del confesonario.

Por si fuera poco, sus penitencias eran extraordinarias, y así podían verlo con admiración y en ocasiones con espanto quienes le cuidaban. Los años y las enfermedades le impedían dormir con suficiente tranquilidad.

Dios bendecía manifiestamente su actividad. El que a duras penas había hecho sus estudios, se desenvolvía con maravillosa firmeza en el púlpito, sin tiempo para prepararse, y resolvía delicadísimos problemas de conciencia en el confesionario. Es más: después de su muerte, hubo testimonios, abundantes hasta lo increíble, de su don de discernimiento de conciencias. A una prsona le recordó un pecado olvidado, a otra le manifestó claramente su vocación, a otra le abrió los ojos sobre los peligros en que se encontraba, a otras personas que traían entre manos obras de mucha importancia para la Iglesia de Dios les descorrió el velo del porvenir... Con sencillez, casi como si se tratara de corazonadas o de ocurrencias, el Santo mostraba estar en íntimo contacto con Dios Nuestro Señor y ser iluminado con frecuencia por Él.

No imaginemos, sin embargo, al Santo como un ser completamente desligado de toda humanidad. Antes al contrario. Conservamos el testimonio de personas, pertenecientes a las más elevadas esferas de aquella puntillosa sociedad francesa del siglo XIX, que marcharon de Ars admiradas de su cortesía y gentileza. Ni es esto sólo. Mil anécdotas nos conservan el recuerdo de su agudo sentido del humor. Sabía resolver con gracia las situaciones en que le colocaban a veces sus entusiastas. Así, cuando el señor obispo le nombró canónigo, su coadjutor le insistía un día en que, según la costumbre francesa, usara su muceta. «¡Ah, amigo mío! -respondió sonriente-, soy más listo de lo que se imaginaban. Esperaban burlarse de mí, al verla sobre mis hombros, y yo les he cazado». «Sin embargo, ya ve, hasta ahora es usted el único a quien el señor obispo ha dado ese nombramiento». «Natural. Ha tenido tan poca fortuna la primera vez, que no ha querido volver a tentar suerte».

Pero donde más brilló su profundo sentido humano fue en la fundación de «La Providencia», aquella casita que, sin plan determinado alguno, en brazos exclusivamente de la caridad, fundó el señor cura para acoger a las pobres huerfanitas de los contornos. Entre los documentos humanos más conmovedores, por su propia sencillez y cariño, se contarán siempre las Memorias que Catalina Lassagne escribió sobre el Santo Cura. A ella le puso al frente de la obra y allí estuvo hasta que, quien tenía autoridad para ello, determinó que las cosas se hicieran de otra manera. Pero la misma reacción del Santo mostró entonces hasta qué punto convivían en él, junto a un profundo sentido de obediencia rendida, un no menor sentido de humanísima ternura. Por lo demás, si alguna vez en el mundo se ha contado un milagro con sencillez, fue cuando Catalina narró lo que un día en que faltaba harina le ocurrió a ella. Consultó al señor cura e hizo que su compañera se pusiera a amasar, con la más candorosa simplicidad, lo poquito que quedaba y que ciertamente no alcanzaría para cuatro panes. «Mientras ella amasaba, la pasta se iba espesando. Ella añadía agua. Por fin estuvo llena la amasadera, y ella hizo una hornada de diez grandes panes de 20 a 22 libras». Lo bueno es que, cuando acuden emocionadas las dos mujeres al señor cura, éste se limita a exclamar: «El buen Dios es muy bueno. Cuida de sus pobres».

El viernes 29 de julio de 1859 se sintió indispuesto. Pero bajó, como siempre, a la iglesia a la una de la madrugada. Sin embargo, no pudo resistir toda la mañana en el confesonario y hubo de salir a tomar un poquito de aire. Antes del catecismo de las once pidió un poco de vino, sorbió unas gotas derramadas en la palma de su mano y subió al púlpito. No se le entendía, pero era igual. Sus ojos bañados de lágrimas, volviéndose hacia el sagrario, lo decían todo. Continuó confesando, pero ya a la noche se vio que estaba herido de muerte. Descansó mal y pidió ayuda. «El médico nada podrá hacer. Llamad al señor cura de Jassans».

Ahora ya se dejaba cuidar como un niño. No rechistó cuando pusieron un colchón a su dura cama. Obedeció al médico. Y se produjo un hecho conmovedor. Éste había dicho que había alguna esperanza si disminuyera un poco el calor. Y en aquel tórrido día de agosto, los vecinos de Ars, no sabiendo qué hacer por conservar a su cura queridísimo, subieron al tejado y tendieron sábanas que durante todo el día mantuvieron húmedas. No era para menos. El pueblo entero veía, bañado en lágrimas, que su cura se les marchaba ya. El mismo obispo de la Diócesis vino a compartir su dolor. Tras una emocionante despedida de su buen padre y pastor, el Santo Cura ya no pensó más que en morir. Y en efecto, con paz celestial, el jueves 4 de agosto, a las dos de la madrugada, mientras su joven coadjutor rezaba las hermosas palabras «que los santos ángeles de Dios te salgan al encuentro y te introduzcan en la celestial Jerusalén», suavemente, sin agonía, «como obrero que ha terminado bien su jornada», el Cura de Ars entregó su alma a Dios.

Así se ha realizado lo que él decía en una memorable catequesis matinal: «¡Dios mío, cómo me pesa el tiempo con los pecadores! ¿Cuándo estaré con los santos? Entonces diremos al buen Dios: Dios mío, te veo y te tengo, ya no te escaparás de mí jamás, jamás».

Lo canonizó el papa Pío XI el 31 de mayo de 1925, quien tres años más tarde, en 1928, lo nombró Patrono de los Párrocos. El Papa Benedicto XVI proclamó a San Juan María Vianney "Patrono de todos los sacerdotes del mundo" el 19 de junio de 2009. Su cuerpo se conserva INCORRUPTO en la Basílica de Ars. Su fiesta se celebra el 4 de agosto.

Oraciones:
" TE AMO, OH MI DIOS "
Autor: San Juan María Vianney

Te amo, Oh mi Dios.
Mi único deseo es amarte
Hasta el último suspiro de mi vida.
Te amo, Oh infinitamente amoroso Dios,
Y prefiero morir amándote que vivir un instante sin Ti.
Te amo, oh mi Dios, y mi único temor es ir al infierno
Porque ahí nunca tendría la dulce consolación de tu amor,
Oh mi Dios,
si mi lengua no puede decir
cada instante que te amo,
por lo menos quiero
que mi corazón lo repita cada vez que respiro.
Ah, dame la gracia de sufrir mientras que te amo,
Y de amarte mientras que sufro,
y el día que me muera
No solo amarte pero sentir que te amo.
Te suplico que mientras más cerca estés de mi hora
Final aumentes y perfecciones mi amor por Ti.
Amén.


LA ORACIÓN SEGÚN EL SANTO CURA DE ARS

Hermosa obligación del hombre: orar y amar

Consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto, nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro.

El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo.

La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable. 

En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión.

Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada.

Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo.

En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol.

Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y creedme, que el tiempo se me hacía corto.

Hay personas que se sumergen totalmente en la oración como los peces en eI agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no esta dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con del mismo modo que hablamos entre nosotros.

Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la Iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: "Sólo dos palabras, para deshacerme de ti..." Muchas veces pienso que cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.