Entrada destacada

ADORACIÓN EUCARÍSTICA ONLINE 24 HORAS

Aquí tienes al Señor expuesto las 24 horas del día en vivo. Si estás enfermo y no puedes desplazarte a una parroquia en la que se exponga el...

Mostrando entradas con la etiqueta aliento de Dios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta aliento de Dios. Mostrar todas las entradas

jueves, 15 de febrero de 2018

Tiempo de penitencia… y alegría

Desde DiosOficialmente ayer, miércoles de ceniza, comenzó la Cuaresma. Tuve la ocasión de vivirla en un país musulmán y recibir la ceniza en una pequeña iglesia católica junto a una reducida comunidad de fieles. Fue emotivo. Para muchos la expresión típica de este tiempo es que el cristiano hace «cara de cuaresma» con su rostro con un halo hosco y de tristeza. No era el caso de los que ayer estábamos reunidos en ese pequeño templo. Por eso, ¡Qué pena que tantos vean este período en su aspecto más negativo porque lo consideran un tiempo pretérito y en desuso! Es cierto que es un tiempo de renuncia y sacrificio  —incluso aunque no hagamos ninguno— pero la Cuaresma tiene un valor profundo, valioso y aleccionador.
Aunque la Cuaresma es un tiempo de penitencia para mí lo es también de alegría. Es una invitación a salir de mis caminos de tristeza, de perdición, de desánimo y de desesperación y volver la mirada hacia Cristo. ¡Y qué mayor alegría el poder reconciliarse y ser renovado por la ternura del Padre! ¡Qué mayor alegría que sentir su amor misericordioso que se nos otorga gratuitamente y sin mérito por el Dios que es amor infinito!
En este segundo día de Cuaresma siento que la llamada de Dios es muy clara. Es un clamor que resuena en el corazón y exclama: «¡Ven a mí con todo tu corazón! ¡Reconcíliate conmigo!» Dios es pura misericordia. Por eso, vivir la Cuaresma es devolverle todo su lugar al Señor, que solo nos pide poder llenarnos con su amor y su alegría.
Es cierto que entre las prácticas religiosas de la Cuaresma se presentan la limosna, el ayuno y la oración. Cuando uno ayuna no es por el placer de imponer mortificaciones y sacrificios. Cuando Jesús te pide que lo dejes todo para seguirle es porque tiene mucho mejor para ofrecerte. Este bien superior que se nos propone, es Dios, es su amor y su Reino. Ese es el verdadero propósito de nuestra vida. Y es importante que nos liberemos de cualquier cosa que pueda obstaculizar nuestro viaje de seguimiento a Cristo. Si ayunamos, es para compartir con aquellos que tienen hambre con gestos de caridad y solidaridad con los que demostrar que uno es discípulo de Cristo.
Oración, limosna y ayuno son los tres pilares de la Cuaresma. Pero Cristo recomienda que no actuemos para ser vistos por otros. El objetivo no es la gloria que proviene de los hombres; no se trata de mejorar nuestra reputación. Dios es conocedor de lo que hacemos en secreto. Él nos recompensará. No debemos buscar más. La sinceridad, la discreción y la humildad nos abren a la gracia sobreabundante del Padre.
Este es el camino de conversión que el Evangelio nos muestra, no solo para esta Cuaresma sino también para toda la vida. Nos sigue llamando para que volvamos a Él y demos la bienvenida a su amor, un amor que va más allá de todo lo que podamos imaginar. Me dirijo hoy a Aquel que quiere asociarme con su victoria sobre la muerte y el pecado. Que esta promesa alimente mi esperanza y mi amor en esta Cuaresma.
¡Señor, concédeme la gracia de vivir esta Cuaresma íntimamente unido a Ti porque es un tiempo que tanto me concierne! ¡Ayúdame a vivirla con amor pues soy consciente del gran bien que me hará a mi vida pues este tiempo me ayuda a discernir entre el bien y el mal, entre lo que quieren mis pasiones y lo que es voluntad del Espíritu! ¡Concédeme, Señor, la gracia de que sea para mi un tiempo de gracia, de vida interior, de paz y de serenidad para mi alma, para caminar unido a Ti! ¡Ayúdame, Señor, por medio de tu Santo Espíritu a saber discernir cada día entre el bien y el mal y hazme consciente de que al mal se le vence por medio de la Cruz! ¡Concédeme, Señor, la gracia de convertir esta Cuaresma que me lleva hasta tu Pasión en un tiempo de libertad interior para que mi vida cambie y pueda ser auténtico testimonio cristiano! ¡Concédeme la gracia, Señor, por medio de tu Santo Espíritu de alejar de mi aquellos apegos mundanos que estorban en mi vida, del hacer mi voluntad y no la tuya, de tropezar siempre en la misma piedra, de no hacer el bien y caminar por aguas pantanosas! ¡Renuévame, Señor, por dentro, purifícame y transfórmame; cambia mi corazón! ¡Hazme, Señor, dócil a tu llamada y que acoja cada día en mi vida los signos indelebles de tu amor! ¡Gracias, Señor, por tu paciencia infinita conmigo y no permitas que en esta Cuaresma desfallezca en mi camino de conversión!
Es tiempo de cambiar, de Juanes, muy apropiada para este tiempo de Cuaresma que empezamos a transitar:



lunes, 3 de abril de 2017

Comprender que todo está impregnado de Su presencia

orar con el corazon abierto
Hace unos días al escuchar esta frase del Génesis mi corazón se turbó por completo: «Y Dios hizo pasar un viento sobre la tierra y disminuyeron las aguas».
¿Cómo una frase tan simple puede turbar un corazón humano? Porque en ocasiones la tribulación me inunda. Las aguas de mi vida no están siempre en calma. Se levantan olas bravías envalentonadas por el viento. Y uno se siente perdido mar adentro entre tan devastadora tormenta y siendo salpicado por tanta lluvia de dolor. Experimentas esa desoladora fuerza del espíritu roto. Esas aguas que te ahogan y que te demuestran que uno no está avezado en el siempre complejo arte de la navegación. Pero Dios sopla suavemente para calmar la tempestad. Lanza sobre la tierra un viento pausado y hace que las aguas disminuyan. Lo hace así porque es consciente de la fragilidad de uno, de sus ineptitudes y sus incapacidades. Entonces comprendes que ese desvarío solo puede manejarlo Él en quien pones toda tu confianza.
Y comprendes que todo, absolutamente todo, lo que uno experimenta, vive y le rodea está impregnado de su presencia. Que es necesario sentir el aliento de Dios y comprender lo que Él quiere mostrarte.
El corazón se turba pero todo está sellado por su presencia, y es necesario abrir los ojos salpicados del salitre marino y comprender lo que Él quiere mostrarte. Sabes que Dios no reposa en las tranquilas aguas de un mar en calma, que también se encuentra en lugares hostiles, en lugares poco transitados o en zonas agrestes. Que te hace pasar por zonas inundadas de zarzas, en desiertos secos y sombríos, donde la incertidumbre es ley.
Lo hermoso de la fe es que te permite comprender que cuando las aguas disminuyen y se calman surge un gran arco iris multicolor que conforta el corazón y sosiega el alma. Es el signo de las promesas de Dios que se hacen eco en la vida de cada uno. Escuchas la voz del Padre y la tempestad queda en calma, los temores desaparecen, las palabras sanan, las flaquezas se convierten en fortaleza y las incertidumbres en esperanza. Y te sientes en sus manos rebosantes de amor y misericordia completamente libre de ataduras.
La clave es la confianza. La espera paciente. La fe firme. Y cuando observas al Espíritu sobrevolar los cielos todo es más claro. Con Dios todo lo puedo, con el Hijo cargo la Cruz y con el Espíritu me sostengo.
¡Señor, haz que todo se silencie en mi interior para escuchar la fuerza de tu palabra y así serenar mi espíritu cuando las tempestades hagan presencia en mi vida! ¡Señor, tu sabes cuántas situaciones de angustia, de incomprensión, de crisis económica o familiar, en la comunidad, de enfriamiento de mi compromiso cristiano, de caídas, de fracasos en mi tarea evangelizadora, de tener la sensación de ir a la deriva, de no comprender tus silencios! ¡Tu me interpelas, Señor, por mi falta de fe! ¡Sí, Señor, mi fe se tambalea a veces por lo que sucede en el exterior y, sobre todo, por mi fragilidad personal! ¡Lo que me impide acoger el evangelio es mi cobardía! ¡Que no me de miedo atender tus llamadas, Señor, y abrirme con fe a tu persona y comprender que tu sabes vivir en la tempestad y en la bonanza! ¡Espíritu Santo, ayúdame a buscar la calma en medio de tantas preocupaciones, incertidumbres y miedos! ¡Ayúdame, Espíritu de Dios, a saber vivir en la confianza! ¡Concédeme la fuerza interior para soportar los golpes de la vida, los fracasos, los vacíos, las incoherencias, la falta de sentido y todo aquello que dificulta mi vida de fe! ¡No permitas que jamás el miedo me invada porque los temores hace que me vuelva pequeño y nos mire hacia mi interior, sino sólo ver las tempestades que hay en mi interior!
Protégeme Dios mío que me refugio en ti: