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viernes, 5 de agosto de 2016


Del más de millón de personas que llegaron a raudales a Cracovia para celebrar la Jornada Mundial de la Juventud 2016 la semana pasada, es posible que un grupo juvenil de La Jolla, California, se sintiera el más afortunado de todos.

Los 10 adolescentes y siete adultos, con el líder juvenil Bob Schrimpf a la cabeza, iban de camino a Cracovia pasando por Múnich, Alemania. Mientras estaban en el piso de arriba de la Hofbrauhaus (una cervecería famosa cerca del popular centro comercial Olympia-Einkaufszentrum), “estalló un tiroteo mortal, seguido por el caos. “Alguien había disparado afuera y otra persona gritó ‘tiene una pistola’”, relata Schrimpf, que recuerda haber escuchado unos cuantos y breves disparos seguidos de fuego de arma semiautomática.


En el momento del suceso, los miembros del grupo juvenil estaban dispersos en diferentes lugares, algunos en el servicio, otros en las escaleras… Julia Albanez, de 18 años, sólo podía pensar en hacer una cosa: “Escondida bajo las mesas de la Hofbrauhaus, esperando aterrada a si el agresor se le ocurría ir a la planta de arriba, sólo podía pensar en rezarle a Dios”, declara.

“Recé a Nuestro Padre, una y otra vez. No sé si fue porque estaba pensando que ese instante sería el último de mi vida, pero me ayudó a tranquilizarme y a darme claridad en el momento más oscuro de mi vida”.

Tras un tiempo retenido por seguridad, el grupo se reunió finalmente en su hotel sobre las 2:00 a.m., aún agitados por el inquieto camino de vuelta. Empezaron a procesar todo lo sucedido y debatieron qué hacer a continuación.

“Compartimos nuestros sentimientos y lo que nos pasaba por la cabeza y por el corazón…”, explica Schrimpf. “También rezamos; había víctimas y familias y un terrorista (no sabíamos cuántos) que necesitaban de nuestras oraciones”.

Pero la gran pregunta era, ¿continuarían adelante o volverían a casa?

“Decidimos tomarlo con calma, ir día a día. Nuestra siguiente parada era Praga y salimos a la siguiente mañana. Hablamos más y rezamos más. Nos preguntamos si alguno quería volver. Descubrimos que estábamos más unidos y más fuertes que nunca como grupo”, asegura Schrimpf.


“Nos pusimos el disfraz de valientes, pero te lo aseguro, saltábamos a la mínima que escuchábamos el petardeo de un coche o una chica gritando de alegría al ver a sus amigos. Por fin, decidimos que debíamos terminar lo que habíamos empezado. El miedo no podía vencer”.

Andrea Albanez, de 18 (hermana gemela de Julia), dice que hubo momentos en que dudó de si podría continuar. Pero durante los dos días siguientes, mientras compartían sus sentimientos de inseguridad, uno de los padres del grupo entró en la página web de la JMJ para buscar información sobre el evento y las medidas de seguridad.

“Leyó un fragmento que nos explicaba que, precisamente en un tiempo donde nos rodean el sufrimiento y el odio, es la mejor oportunidad para reunirse y demostrar al mundo que aún hay esperanza y que la gente sigue creyendo en Cristo”, rememora Andrea. “Tras escuchar aquello, sentí que mi deber era continuar con mi grupo, no permitir que ganara el miedo ni que nos detuviera en nuestro propósito”.

Viviana Vasquez, de 18 años, dice que evitó llamar a casa justo después del incidente porque pensó que su madre la convencería para volver. “Estaba segura de que en cuanto escuchara su voz, correría a subir al próximo avión a San Diego”, dice. “Pero después de hablar con mi familia y oír hablar sobre todas las oraciones y los ayunos que ellos y tantos otros estaban haciendo, ¡me di cuenta de que nunca antes me había sentido tan amada! Me dio fuerzas y confianza para continuar, y paz con cualquier cosa que Dios nos tuviera preparada en este peregrinaje”.

Schrimpf admite que estaba impresionado. “Fue algo aterrador y traumático, pero a los dos días ya estaban riendo y charlando. Todos siguieron adelante, siempre con una sombra, pero armados de valor”. La experiencia había intensificado su peregrinaje y lo había convertido en algo mucho más personal.

“Entonces supimos que aquello no era como cualquier excursión”, manifiesta Schrimpf. “La vida es algo serio y hay graves problemas ahí fuera y de ninguna forma somos los únicos que sufren. Vimos una bandera iraní y nos dimos cuenta de que ellos viven esto diariamente. Y luego estuvo por supuesto el asesinato del padre Jacques en Francia… Terrible. Pero pensamos: ‘Dios tiene un plan. Sobrevivimos a aquello y aquí estamos. Averigüemos por qué”.


Los adolescentes del grupo dicen que su experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud fue profunda y que repetirían si pudieran.

Lily Rice, de 16 años, aclara que lo que hizo que para ella todo fuera más especial fue la impresionante cantidad de amor y apoyo que la comunidad había mostrado hacia ellos. “Cuando llegamos a Cracovia, me sentí muy segura y acogida. Era increíble pensar que éramos una pequeña parte participando en un evento tan asombroso y alegre. Hemos pasado por bastantes cosas en este peregrinaje, pero hoy que me marcho, puedo decir sinceramente que no cambiaría nada. Las dificultades que afrontamos abrieron más mi corazón a la gran misericordia de Dios”.

Nicole Shanks, de 17, está de acuerdo. “Estoy tan contenta por haber continuado… Es una ocasión extraordinaria la de poder expresar mi fe junto a millones de personas, y el papa tiene la capacidad de reavivar el ánimo de los jóvenes de la Iglesia y llamarnos a la acción. A pesar de lo duro del viaje, si tuviera que hacerlo de nuevo, lo haría sin dudarlo”.

Viviana dice que ser parte de la JMJ y compartir su historia le ha mostrado que su experiencia en Múnich tenía un propósito. “Siento como si todos fuéramos una representación de lo que el papa Francisco nos llama a ser: una generación orgullosa de católicos listos para dar la cara por nuestra fe y preparados para no permitir que el miedo nos aleje del amor de Cristo”.


Andrea comenta que su experiencia puede resumirse en una palabra: alegría. “Espero poder llevar conmigo, adonde quiera que vaya y en todos los cometidos que afronte en mi vida, esta alegría y misericordia que he aprendido y de la que he sido testigo durante esta semana”.

Devany Harrell, 18 años, explica que se va de la JMJ con un mayor sentido de la comunidad católica en todo el mundo. “Siento mayores deseos de salir y compartir mi fe y vivir acorde a ella mi vida cotidiana. El papa Francisco destacó mucho la importancia de los jóvenes en la Iglesia, la frescura que aportan… Me da ánimos para salir y hacer algo con mi fe”.

Para Ana Szymanski, de 17 años, lo más destacado del peregrinaje fueron las misas celebradas por el padre John Amsberry, un sacerdote de Portland, Oregón, que viajaba con el grupo. “La mayoría de las cosas que he asimilado de la JMJ 2016 viene de sus homilías. Por ejemplo, nos explicó que la misericordia significa revivir la miseria del corazón de otra persona. Cuando preparaba este viaje, confiaba de verdad en poder entender mejor qué es en realidad la misericordia… Aprendí mucho del padre John y, como pude entender esto, me dio la clave para comprender lo que nos explicaba el papa”.


En lo que respecta a Schrimpf, el intrépido líder del grupo durante este azaroso peregrinaje, dice que se marcha de su sexto JMJ impresionado por la resiliencia de los adolescentes. “Les veo reír y charlar e incluso releer los mensajes del papa desde sus teléfonos y se comportan con normalidad. Creo que es porque son normales y que aquello por lo que han pasado no define quiénes son. El año pasado en nuestra iglesia había un tema: ‘No sabrás quién eres hasta que averigües de quién eres’. Ellos saben que son de Dios y que hay un cierto sentido de valor y dignidad en saber eso. No hay miedo. No hay condena. Sólo esperanza eterna en que Cristo es nuestro amado Salvador que nos llama a ser sus embajadores aquí en la tierra, con la confianza de que nunca nos abandonará. Es lo que me hace sonreír”.c