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domingo, 27 de noviembre de 2016

Por qué necesitas paciencia y esperanza para preparar la Navidad

Quiero preparar el corazón para la vida que comienza entre mis manos rotas


Tiene el Adviento mucho de espera y anhelo. Mucho de paz y sosiego. Mucho de alegría y sueños. Mucho de nostalgia y deseo. Porque todavía no tengo lo que sueño, porque todavía no alcanzo lo que persigo. Así es mi vida, incompleta, en búsqueda. Como los caminos de María y José a Ein-karem o a Belén o a Egipto.

Trae el Adviento una corriente de aire fresco al alma para que no me estanque. Para que me ponga con prontitud en camino.

Es como un despertar a una vida nueva que se me regala para que no me duerma. Una vida que comienza hoy, ahora, en el momento presente en el que digo que sí, que estoy dispuesto a recorrer mil caminos.

Es un tiempo de espera y de esperanza. De expectativas concretas. De sueños inmensos. Cuando el mundo no es como yo quisiera y la vida es más pobre de lo que yo deseo.

Necesito esa paciencia que normalmente me falta. Quiero preparar el corazón para la vida que comienza entre mis manos rotas.

Quiero prepararlo en oración, con calma, sin pausa, de rodillas. Prepararlo para que no llegue Jesús sin que yo lo sepa, cuando menos lo espere y mi alma tal vez no esté bien dispuesta.

Me gusta el Adviento lleno de luces y noches oscuras. Del calor de un hogar. Del frío de esas calles vacías. Ese frío de la espera. En medio de esa calma infinita del Niño que nace.

Una persona rezaba: “Las estrellas calmas me muestran el amplio horizonte. Y yo sigo soñando. La oración me sostiene. Ese canto callado que brota de mi alma. Y sonrío muy quedo. Apenas lo comprendo. Sólo sé que las lágrimas lavan toda mi alma. Calman mi voz cansada. Levantan mi nostalgia. Me llenan de esperanza. No sé qué tiene mi alma, que anhela el infinito”.

Anhelo el infinito. Anhelo una vida plena. La oración me sostiene. Cada día. Cada hora. Me gusta el Adviento. Quiero renovarme por dentro. Volver a comenzar. Alzar de nuevo mi mirada al infinito. Para no quedarme en lo que ahora me inquieta, en lo finito que pesa y me turba.

Tiene algo el Adviento que rompe los límites marcados por mis manos. Cuando me pongo triste, o pierdo la esperanza. Quiero mirar más lejos, más hondo. Quiero creer en esa vida eterna que le da sentido a todo lo que vivo.

Se cierran las puertas de la misericordia al comenzar este Adviento. Aún recuerdo cómo se abrían el Adviento pasado. Un año de misericordia. Se abren las puertas de mi alma cargada de misericordia. Y brota ese río de gracias que he podido tocar con mis manos.

Se me ha pegado la misericordia al alma, a la mirada. Se me ha quedado en las manos, en la piel.

Son vivencias sagradas las que han jalonado este año. Momentos de un Dios que me ama como soy, en mi indigencia. Un Dios misericordia en medio de mi nada.

Ahora comienzo el Adviento con el deseo de seguir yo siendo una puerta abierta de misericordia para tantos que buscan posada, un poco de consuelo y algo de esperanza.

Para todos los que tienen en su alma un deseo de infinito que nada lo calma. Para todos los heridos por una herida de abandono. Para los que cargan muy dentro una soledad muy honda.

Quiero que cada momento de mi vida me deje en el alma profundas vivencias de Dios. Para no olvidarme de lo importante.

Decía el padre José Kentenich: “Lo que podemos constatar, es que puede ser que la cabeza sepa muchas cosas, pero el corazón no se encuentra enraizado, no está arraigado en lo Eterno. Por eso, es un hecho que la tendencia a tener vivencias religiosas aparezca como lo más necesario, como el contrapeso que Dios espera y requiere hoy de nosotros”[1].

Necesito arraigarme más en Dios, tocar a Dios, tenerlo sostenido en mi vasija rota, para poder darlo. Tener vivencias de niño abrazado al Dios de misericordia que me abraza y sostiene.

Es cierto que no quiero acumular vivencias, pero quiero que mi vida esté marcada de encuentros profundos con Dios. No tengo que buscar grandes vivencias para sobrevivir. No hace falta.

Pero sí tengo que cuidar en mi alma las experiencias que he tenido. Para no olvidarlas. Porque son momentos sagrados en los que Dios me abraza.

No quiero olvidar este año de la misericordia. No quiero olvidar el amor que Dios me ha dado. El amor que he tocado en otros brazos que han sido conmigo misericordiosos. No quiero olvidarme de tantas veces que mis propias manos han sido fuente de misericordia para otros.

Porque es algo sagrado. Es lo que queda en el alma cuando todo ha pasado. Es el agua pegada a mi piel al acabar de pasar el torrente. Es la gracia de Dios pegada a mis huesos después de haber amado y haber sido amado. Es esa presencia permanente de Dios la que me cambia por dentro.

[1] J. Kentenich, Hacia la cima

Las primeras imágenes del sepulcro de Cristo

La superficie original, en la Iglesia del Santo Sepulcro, ha sido expuesta por primera vez en siglos.


Los trabajos de restauración del Santo Sepulcro que ha llevado adelante el grupo científico griego a cargo dirigido por Antonia Maropoulou han evitado que el que la tradición considera fue el sepulcro que albergó durante tres días el cuerpo de Cristo haya quedado convertido en poco más que una “montaña de arena”.



En declaraciones ofrecidas a EFE y recogidas por el ABC de España, Maropoulou, profesora de la Universidad Politécnica Nacional de Atenas, explicó que “los resultados han sido muy buenos y estamos en la fase de instalar las juntas de titanio —traído desde Grecia y utilizado también en la Acrópolis— para reajustar las piedras de la cueva y fijarlas al templete que lo protege”. Para el mes de febrero está proyectado retirar las vigas de metal que fueron instaladas en 1947 durante los años del protectorado Británico, y que hasta ahora han sostenido el edículo.

El revestimiento de mármol que cubre la tumba desde al menos el siglo XVI fue removido por el equipo restaurador, revelando una cantidad impresionante de material “de relleno”. Una vez removido, la roca original sobre la que la tradición asegura que reposó el cuerpo de Cristo durante los tres días previos a la Resurrección podrá ser observada y analizada en detalle, para restaurarla y evitar su total desintegración.

¡Ave María, Señora del Adviento!

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Último sábado de noviembre con María en nuestro corazón. Mañana se inicia el tiempo de Adviento, en que empezamos a preparar la llegada de Cristo. Me imagino hoy cómo la Virgen debió preparar en la intimidad y en la oración, con alegría, esperanza y agitación interior el nacimiento de su Hijo. Ella es, también, una de las grandes protagonistas de este tiempo de reflexión interior porque a través de su maternidad llegamos los cristianos al nacimiento de Cristo en Belén. María, con su generoso «¡Hágase!», se une estrechamente a la unión con Cristo al que llevó en su seno virginal.
Hoy María me enseña algo hermoso, sencillo. Con su fe, con su amor, con su entrega, la Virgen me indica cuál es el camino para esperar a Jesús. A Jesús por María. Poner a Cristo siempre en el centro de mi corazón. Dar siempre mi «¡Amén!» a la voluntad del Padre. Estar siempre plenamente disponible a aceptar los planes de Dios en mi vida. Alabarle siempre. Vaciarme de mi yo y, en mi pobreza y humildad, estar cerca de los que más me necesiten. Ser siempre fiel y obediente a la Palabra de Dios y, desde ella, crecer espiritualmente y confiar. Servir desde el amor, amar desde el servicio. Ser capaz de ver a Dios en un pequeño niño. Saber contemplar a Dios en lo pequeño de las cosas. Saber vislumbrar en la necesidad del afecto y del cariño.
Deseo en este tiempo de preparación caminar junto a María. Con Ella será más fácil llegar a Jesús.

¡Señora del Adviento, hazme pronunciar su «¡Sí!» a Dios como hiciste Tu; visítame como visitaste a tu prima Isabel; hazme hacer como invitaste a los criados de las bodas de Caná; seréname como hiciste con los apóstoles en el cenáculo; acompáñame en la tribulación como hiciste con Jesús a los pies de la Cruz! ¡María, Señora del Adviento, camina junto a mi hasta el feliz día de Navidad! ¡María, Señora del Adviento, lléname de esperanza, de alegría, de fe, de caridad, de amor, de paz, de fortaleza, de humildad! ¡María, Señora del Adviento, permíteme en su momento postrarme ante el Niño Dios y arrullarlo entre mis brazos! ¡María, Señora del Adviento, mi corazón es como un pobre pesebre sucio y frío, límpialo con tu presencia; haz que en su interior brote el calor del amor y la serenidad para que se encuentre a gusto Jesús! ¡María, Señora del Adviento, haz a todos los matrimonios santos, que la fuerza de nuestro amor se irradie en la familia; danos santos matrimonios para que haya hijos santos y también santas vocaciones! ¡María, Señora del Adviento, haz que aprendamos a pedirle al Espíritu que cada palabra, cada gesto, cada pensamiento, cada mirada esté impregnada del amor de Dios! ¡María, Señora del Adviento, ayúdanos a imitación tuya a estar siempre atentos a la llamada del Padre! ¡María, Señora del Adviento, gracias por ser mi Madre!
En este último sábado mariano de noviembre escuchamos hoy el motete Ave gloriosa - Salve virgo regia, que se encuentra recogido en el folio 100v del Códice de las Huelgas.

¿Cómo hacer frente al vampiro emocional?

El “chupar y usar” la energía de los demás no tiene nada que ver con querer hacer daño a los demás de forma intencionada...


Casi seguro que cada uno de nosotros se topó en su vida, aunque fuera una sola vez, con una persona que se podría describir como un vampiro emocional. Exigiendo la atención constantemente, culpando a los demás de sus propios problemas imaginarios, o al menos exagerados. Con una enorme voluntad de pedir y no ofrecer casi nada a cambio. Refiriéndonos a la fuente del nombre metafórico – un vampiro es alguien que necesita utilizar la energía de otra persona (en este caso – emocional), para poder funcionar. En esto consiste su drama – no sabe satisfacer sus necesidades si no utiliza la energía de los demás.

Un vampiro emocional es relativamente fácil de reconocer por cómo nos sentimos en su compañía (cansancio permanente, impotencia, una sensación de fracaso, a pesar de los intentos de ayudarle, son los síntomas más característicos). Pero ¿tenemos en cuenta que el problema también se puede aplicar a nosotros mismos? ¿Qué nosotros mismos podemos ser un vampiro en los ojos de los demás? Este auto-diagnóstico es una tarea mucho más difícil.

El primer paso y el más importante en la domesticación de nuestro propio vampirismo es tener conciencia de nosotros mismos (para poder solucionar cualquier problema, primero se debe de identificar). Así que, si te sientes bien sólo cuando la atención de los demás está centrada en ti y tus problemas, si te resulta difícil entender a otra persona, y además, si tienes la impresión de que tus amigos cada vez contactan menos contigo o escuchas directamente de ellos que se sienten mal en tu compañía, es muy probable que seas un vampiro emocional. Si lo estás descubriendo ahora – es genial, estás superando la primera etapa del cambio.

En el manejo eficiente de los patrones disfuncionales de comportamiento (es decir, los patrones bien establecidos de comportamiento en las relaciones; uno de ellos es el vampirismo emocional) es muy útil la comprensión de uno mismo. Cada acción, independientemente de lo perjudicial que fuera para nosotros mismos o para los demás, tiene una causa y alguna vez tuvo que sernos útil. Tal vez de niños no recibimos suficiente atención y cuidado de nuestros padres, y sólo cuando éramos groseros o parecíamos infelices, la obteníamos. Estas primeras experiencias a menudo dan forma a los patrones de comportamiento en la edad adulta, cuando repetimos los patrones establecidos, sin verificar si son buenos y útiles para nosotros. Procura no culparte a ti mismo, incluso si identificas en tu interior a un vampiro emocional, no perpetúes la espiral de las emociones negativas. Trátalas como una herramienta, que solía ser útil antes, pero ahora tal vez ya no sea necesaria.

Ser conscientes del problema y sus causas es de suma importancia. El siguiente paso consiste en supervisar (observar) nuestro comportamiento día a día. Esto es muy importante porque sólo observando nuestro comportamiento de forma regular cuando estamos haciendo algo que no nos gusta, nos da la oportunidad de cambiar y tomar decisiones que se oponen al esquema actual. La atención plena, aquí y ahora, te permite realizar acto conscientes en lugar de automatismos que operan independientemente de nuestra voluntad. En esto consiste el cambio – no en una declaración abstracta, sino en cada “aquí y ahora”, en el que tomamos una decisión consciente. Así que trata de ver cómo te comportas en tus relaciones con los demás, y si percibes algo que no te gusta, detente y pregúntate: ¿aún quiero hacer esto? Gracias a esto, serás tú quien controlará tus patrones de comportamiento, y no ellos te controlarán a ti.

Sólo que, cuando dejemos de comportarnos como un vampiro, ¿con qué llenaremos este espacio? Sí, podemos desistir de molestar a los demás, pensando en su bienestar, pero ¿cómo satisfacer nuestras necesidades reales?

Por supuesto, sería necesario encontrar una nueva manera de hacerlo – una que no suponga ninguna carga para los demás, y sea más constructiva para nosotros mismos. Recordemos que el “chupar y usar” la energía de los demás no tiene nada que ver con querer hacer daño a los demás de forma intencionada, sino con el hecho de no ser capaces, nosotros mismos, de cuidarnos con eficacia. Lo más importante para abandonar de forma permanente el papel de ser vampiro, será el desarrollo de competencias internas como la auto-relajación o la auto-animación en los momentos difíciles. Esto satisfará en gran medida las necesidades emocionales propias, reduciendo de forma automática el deseo de incomodar a los demás. Uno de los métodos que facilitan el establecimiento de una relación positiva con uno mismo, es tratarse como si se fuera un niño que necesita apoyo y cuidados – pero ya no desde el exterior, sino desde ti mismo. Como ya eres un adulto, entenderás mejor a tu niño interior.

Paralelamente a la mejora de satisfacer nuestras propias necesidades, también debemos practicar y desarrollar nuestra capacidad de la empatía. Nos puede ser útil centrar la atención en la otra persona durante la conversación (haciendo preguntas o practicando la escucha activa) o animando a nuestros seres queridos para que compartan sus experiencias vitales. Recordemos que la reciprocidad es uno de los principios más importantes en el funcionamiento de la sociedad. Los estudios demuestran que somos más propensos a actuar en nombre de otra persona, cuando ella ha hecho algo por nosotros con anterioridad. Si no queremos que nuestros seres queridos se sientan explotados por nosotros, procuremos que puedan contar con nosotros en los momentos difíciles.

Trabajando en la domesticación de nuestro vampiro interior, tengamos cuidado de no caer en la exageración. No olvidemos que, como seres humanos, somos criaturas de rebaño que necesitan del apoyo mutuo para poder funcionar correctamente, lo cual es confirmado por numerosos estudios que tratan el fenómeno de apoyo social. Así que, no tengamos miedo, en caso de la verdadera necesidad, de acudir a nuestros seres queridos en busca de ayuda, porque nosotros mismos no siempre podemos con todo. En primer lugar, recordemos la importancia de equilibrar las acciones de dar y recibir. Gracias a esto, las relaciones que crearemos serán más armoniosas, y nosotros más felices.

La corona de Adviento

Se denomina corona de Adviento a un adorno hecho con ramas de abeto o pino, con cuatro velas, que es colocada sobre una mesa durante el tiempo de Adviento.

Las cuatro velas suelen ser de los colores que se describen a continuación:

Morado: Representa el espíritu de la vigilia.
Verde: Representa la esperanza.
Rosa: Representa la alegría por la cercanía del nacimiento de Jesús. 
Blanco:  Es el color de la presencia luminosa de Dios.

El año litúrgico comienza con el Adviento. Se enciende una de las cuatro velas cada domingo de los cuatro que dura el Adviento, para indicar el camino que se recorre hasta la Navidad. El primer domingo de Adviento una, el segundo dos, y así sucesivamente. El orden de encendido es: morado, verde, rosa y blanco.

Además de ser un elemento decorativo, esta corona anuncia que la Navidad está cerca y debemos prepararnos.

Los cristianos, para prepararnos a la venida de nuestra LUZ y VIDA, la Natividad del Señor, aprovechamos esta "Corona de adviento" como medio para esperar a Cristo y rogarle infunda en nuestras almas su luz.

El círculo es una figura geométrica perfecta que no tiene ni principio ni fin. La corona de adviento tiene forma de círculo para recordarnos que Dios no tiene principio ni fin, reflejando su unidad y eternidad. Nos ayuda también a pensar en los miles de años de espera desde Adán hasta Cristo y en la segunda y definitiva venida; nos conciencia que de Dios venimos y a Él vamos a regresar.

Las ramas verdes de pino o abeto representan que Cristo está vivo entre nosotros, además su color verde nos recuerda la vida de gracia, el crecimiento espiritual y la esperanza que debemos cultivar durante el Adviento.

Las manzanas rojas con las que algunas personas adornan la corona, representan los frutos del jardín del Edén, con Adán y Eva, que trajeron el pecado al mundo, pero recibieron también la promesa del Salvador universal.

El lazo rojo representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.

El día de Navidad, las velas  son sustituidas por otras de color rojo que simboliza el espíritu festivo de la reunión familiar. En el centro, se coloca una vela blanca o cirio simbolizando a Cristo como centro de todo cuanto existe.

La luz de las velas simboliza la luz de Cristo que desde pequeños buscamos y que nos permite ver, tanto el mundo como nuestro interior. Como hemos comentado antes, cuatro domingos antes de la Navidad se enciende la primera vela. Cada domingo se enciende una vela más. El hecho de irlas prendiendo poco a poco nos recuerda cómo, conforme se acerca la luz, las tinieblas se van disipando, de la misma forma que conforme se acerca la llegada de Jesucristo, que es luz para nuestra vida, se debe ir esfumando el reinado del pecado sobre la tierra. La luz de la vela blanca o del cirio que se enciende durante la Nochebuena nos recuerda que Cristo es la Luz del mundo. El brillo de la luz de esa vela blanca en Navidad, nos recuerda cómo en la plenitud de los tiempos se cumple el "Adviento del Señor".