La festividad de Nuestra Señora del Rosario que hoy conmemoramos reconoce el lugar que María desempeña en el misterio de la vida Cristo y de la Iglesia. Con el Rosario —que conmemora los veinte misterios principales de la vida de Jesucristo y de la Virgen— María nos invita a la oración vocal, mental, interior y contemplativa. Es la fotografía más nítida para contemplar la entrega de Nuestra Madre a la obra redentora de Cristo. El Rosario es, junto al Padrenuestro, mi oración favorita. Está tejido con los mejores ropajes evangélicos: los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos que nos acompañan desde la luminosa alegría de la Anunciación y de la Encarnación hasta la coronación de la Virgen.
Para mí el Rosario es la oración de la gente sencilla. Casi siempre lo rezo por la calle, caminando a mi ritmo, sentado en el autobús o conduciendo el coche que me lleva a una reunión. Me siento acompañado de Jesús y de María. Me hace sentirme alegre y confiado. Me permite encomendar cada misterio por una intención determinada al tiempo que contemplo la vida de Cristo en compañía de su Madre. ¡Qué más puedo pedir cada día!
Este momento del rezo del Rosario es como contemplar serenamente episodios concretos del Evangelio. En ocasiones pongo mi atención en un detalle sencillo, en la necesidad de una persona, en dar gracias, en pedir por mi santidad —de la que estoy tan lejos—, en pedir por alguien que quiero, por la sanación de un enfermo, para que se solucione un problema, por las vocaciones sacerdotales o por la santidad de los sacerdotes y consagradas amigos... además siento la compañía gratificante de María en cada una de estas peticiones.
En un día como hoy contemplo a María Santísima como intercesora ante el Señor de la Misericordia. Y como Madre y protectora acoge el encargo recibido de su Hijo desde la cruz: «ahí tienes a tu hijo».
La Virgen ha cumplido y cumple siempre con amor maternal esta hermosa misión encomendada por Cristo. Por eso acudo a Ella, especialmente hoy, con una confianza ciega presentándole como cada día todas mis necesidades y mis anhelos. ¡Totus tuus, María!
¡María, Madre, quiero darte gracias porque con el Rosario el Evangelio se convierte en oración y con él puedo llegar a los Misterios de Cristo a través tuyo, que me iluminas para seguir a Jesús! ¡Gracias, María, por tu amor, porque con el rezo del Rosario puedo sentirme más cercano a tu Purísimo Corazón y comprender mejor lo que representas para la humanidad entera! ¡Gracias, María, porque cada uno de los misterios me enseñan la entrega que Jesús hizo por los hombres, me sirve de preparación para el tiempo que me espera el día de mi muerte y me fortalece en mi unión contigo, con Dios, con Jesús y con el Espíritu Santo! ¡Gracias, María, porque con la meditación de los pasajes del Rosario me conduces a la redención, al perdón y a la salvación! ¡Gracias, María, porque en cada rezo del Rosario me permites silenciar mi mentes y mis emociones para abrir tan solo el corazón y ponerse sólo frente a la vida de Tu Hijo para contemplar la grandeza de su amor! ¡Gracias, María, por los misterios de gozo que son la máxima manifestación de la Vida Nueva, que me permiten contamplar el gran acontecimiento de la venida de Cristo, la encarnación del Espíritu Crístico y Su paso por este mundo! ¡Gracias, María, por los misterios de la luz que contemplan la vida pública de Cristo que nos trajo la luz a este mundo siempre empañado de tinieblas! ¡Gracias, María, por los misterios de dolor que nos muestran la generosa donación de Cristo en nombre de la salvación del hombre, con ese Amor tan grande que purifica, perdona, redime y salva! ¡Gracias, María, por los misterios gloriosos que nos permiten contemplar la glorificación de Cristo, la Vida Eterna de tu Hijo y la tuya en el Reino de Dios al que aspiro llegar algún día! ¡Gracias, María, Señora del amor y de la misericordia!
«María, queremos amarte» le cantamos hoy a la Virgen esta fiesta del Rosario: