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martes, 14 de marzo de 2017

Decir «te quiero»

orar con el corazon abierto
Comienzo mi oración diciéndole al Señor que le amo. «Señor, te amo con todo mi corazón y con toda mi alma». E, inmediatamente, pienso cuántas veces le digo a mi mujer o a mis hijos, o a mis amigos que les quiero. ¿Por qué les quiero, verdad?
Decir un «te quiero» a la persona que amas supone muchas cosas. Especialmente si es tu pareja. Es un «te quiero» que implica compartir la vida. Toda la vida. Y ese «te quiero» supone que nada ni nadie se puede interponer a nuestro amor. Que unidos podemos vencer las dificultades, las adversidades y los obstáculos de la vida. Que juntos sabremos hallar esos espacios para sonreír, alegrarse, compartir, hablar, cantar, llorar, gozar… Que seré capaz de perdonar y ser perdonado porque el amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. Ser capaz de ir descubriendo y ensalzar sus cualidades y corregir amorosamente sus defectos. Implica ser respetuoso, paciente, generoso. Saber callar y hablar; saber esperar y entregar. Significa vivir la fidelidad. Significa abrir mi corazón, mi alma, mis sentimientos, mis pensamientos... es decir, mi yo para hacer partícipe al otro de mi voluntad y sentir la suya. Es guardar en mi corazón la verdad del otro para utilizarla para el bien. Implica tener paciencia y humildad. Significa respetar la libertad del otro, su dignidad y su persona. Significa construir para edificar y no para destruir. Supone estar unidos en la distancia y fundidos en la cercanía. Significa amar desde el respeto y no desde la posesión. Significa ejercer la paciencia y el servicio, la humildad y el respeto porque cuando dices «te quiero» no buscas tu propio interés sino que tratas de vivir desde la verdad, la honestidad y el compromiso. Pero, sobre todo, significa tener a Cristo en el centro de nuestro amor. Un amor que con Él y en Él será indestructible. Decir «te quiero» supone lucha, esfuerzo y renuncia. Pero cada vez que dices un «te quiero» asumes el mayor compromiso del hombre. Y ahora, ¿por qué se distancian tanto los «te quiero» en nuestra vida? ¿Por qué les quiero, verdad?

¡Querido Padre, pongo ante ti a las personas que quiero, especialmente a mi mujer y mis hijos, mi familia, mis amigos! ¡Dales, Señor, paciencia infinita, la misma que tu tienes conmigo! ¡Concédeme la gracia de estar siempre predispuesto a servirles, a entregarme por completo a ellos, renunciando a mis egoísmos y mis intereses! ¡Dame, Señor, por medio de tu Espíritu, la sabiduría para actuar siempre correctamente, para pronunciar las palabras acertadas, para actuar siempre con el corazón, para escuchar con atención, para hacerme cargo de sus problemas y angustias! ¡Dame la sabiduría para corregir siempre mis errores y no tener en cuenta los ajenos; tu mismo sabes, Señor, lo que me cuesta corregirme! ¡Dame la gracia de sonreír siempre, de mostrarme siempre amable y servicial! ¡Conserva, Padre, su corazón siempre abierto para que la alegría haga mella en ellos, para que conserven en su interior sólo aquello que sea agradable y que olviden las cosas que les hieren o los momentos difíciles que han vivido! ¡Ayúdame a tener siempre en el centro a Jesús para que todos mis actos respecto a los demás estén impregnados de su estilo de hacer, pensar, sentir y amar!
Nos has llamado al desierto, Señor de la libertad:


martes, 7 de febrero de 2017

orar-con-el-corazon-abierto
Me duele hoy, en el silencio de la oración, ser consciente de las veces que incumplo el precepto que nos da Dios de amarlo con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mi fuerzas.  La caridad para con Dios. ¡Cuántas veces lo olvido! ¡Cuántas veces me olvido de que Dios es el bien más grande, la bondad misma, la fuente de la que todo brota! ¡Cuántas veces olvido que fuera de Él, que nos llena todo, no hay bondad que exista! ¡Cuántas veces olvido que es Dios quien me ha regalado, gratuitamente, la vida; el que me mantiene en pie y con esperanza cada día; el que me conserva lo necesario, a veces con más abundancia y otras con menos, para salir adelante; el que me libera de la tiranía del pecado; el que se me ofrece cada día en el sacrificio de la Misa; el que ama con amor eterno; el que me convierte en heredero de la vida eterna! ¡Cuántas veces olvido que es Él quien ha colocado a las personas que guían mi camino, el que me ha dado los talentos y cualidades, y que son sus dádivas de amor las que ha puesto en mis manos! ¡Cuántas veces olvido que olvidarme de Él es olvidarme de su amistad a prueba de fuego! ¿Por qué a los hombres nos cuesta tanto amar un bien tan hermoso e infinito? ¿Será que mi oración es inconstante, que no soy capaz de contemplar la grandeza de Dios, de darle alabanza, de descubrir en mi su caridad, su amor, su misericordia y su perdón? ¡No será que me creo un pequeño dios que todo lo puede por si mismo!

¡Padre de bondad, quiero amarte con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas! ¡Padre de bondad, de misericordia y amor, omnipotente y altísimo, loado seas por siempre; tuyas son la gloria, la alabanza y el honor; sólo tú, Dios mío, eres digno de ser alabado y bendecido; tu eres el Dios que obra maravillas y te doy gracias; tu eres, Dios de la Creación, el Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, uno y trino, bondad de bondad, amor de amores! ¡Qué grande eres, Señor, porque eres Todopoderoso! ¡Eres, Padre, el Dios que obra maravillas en todos nosotros, eres la prudencia y el amor, la caridad y la humildad,  el gozo y el consuelo, la paciencia y la prudencia, la belleza y la serenidad, la fortaleza y la templanza!  ¡Tu eres el bálsamo ante el sufrimiento y la desesperanza! ¡Lo eres todo, Padre bueno! ¡Renuévame por dentro, Señor, y no permitas que mi alma se cierre a tus maravillas porque eres mi libertador, mi amparo, mi refugio y mi salvación! ¡Gracias, Padre bueno, porque cada día me muestras tu amor y tu misericordia, haces prodigios conmigo y me regalas tantas cosas que no merezco! ¡Gracias, Padre Todopoderoso, porque puedo admirar las obras maravillosas que realizas en mi, porque conoces mis angustias y mis pesares y me das la gracia de mejorar cada día! ¡Gracias, Padre, porque en cada una de mis necesidades siento el soplo de tu ternura, el consuelo de tus abrazos, el gozo de tu mirada, el aliento de tu ayuda! ¡Alabado seas por siempre, Dios mío!

Escuchamos hoy el Salmo 150, ejemplo de salmo de alabanza, en estilo gregoriano cantado en español por el Coro de monjes de la Abadía de San Isidro de Dueñas:

¡Tienes que ser mas realista!

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No es la primera vez que me lo escucho: «Tienes que ser más realista». ¿Más realista? Es habitual que a los cristianos se nos acuse de ser poco realistas porque nos amparamos en la esperanza, esa virtud sobrenatural tan bella como su nombre que nos infunde Dios en el momento del Bautismo para capacitarnos a tener confianza plena en que Él nos otorgará las gracias necesarias para alcanzar la vida eterna. El ser humano no puede vivir de las rentas del pasado. Ni de los recuerdos ya franqueados. Cuando viajamos acompañados de la esperanza soñamos con un futuro deseado. Y eso nos enfrenta también con valentía y clarividencia al presente, que es la única realidad viva de nuestra vida.
Cada vez que escucho el «Tienes que ser más realista» mi esperanza se reaviva. Como cristiano anhelo ser coherente y vivir mi vida en su totalidad tratando de descubrir todo lo que ella entraña. Es exactamente mi esperanza la que me hace ser realista. No vivir aferrado al hoy, sino vivir abierto al mañana. Mi esperanza como cristiano no me hace perder el horizonte de la vida eterna, me permite luchar contras las dificultades del camino amparado por la ayuda inestimable de Dios, que me otorga la seguridad de que en Él el futuro es cierto; arraigo mi fe que nace, precisamente, de la creencia de que las promesas de Dios son verdaderas.
La esperanza cristiana es el armazón firme de la vida. Es la que me hace sentirme seguro y confiado. Me compromete. Me levanta. Me hace mostrarme activo ante la pasividad. Me invita a ser más creador. Me libera de la cadenas del dolor y del pecado. Me hace sentir la necesidad de que debo luchar por impedir que el mal se imponga, que la sinrazón se instale en este mundo, que la verdad se asiente en las esperanzas de los hombres.
Además tengo un referente. A Cristo. El fue un acérrimo dispensador de esperanza. No hay pasaje evangélico que no deje evidencia de esta impronta. Y, aún y así, seguimos moviéndonos al margen de la fe, la tibieza nos ablanda, la frivolidad nos desorienta, la ligereza de nuestros actos nos atonta, la comodidad nos apacigua, las apetencias nos debilitan, la satisfacción por el tener y el poseer nos puede, las incoherencias nos acomodan… y con ello la esperanza agoniza. Cuando la vida se ama de manera auténtica no se puede bajar la guardia. Ya lo dice el Señor: «Ponte derecho, alza la cabeza, ándate con cuidado y mantente despierto».Es Cristo mismo que me invita hoy a vivir vigilante y a ser capaz de discernir cómo debe ser mi vida. «Tienes que ser más realista», escucho. Y lo soy; lo soy porque tengo esperanza. Y esa esperanza es un don que viene del Espíritu Santo, que todo lo puede y todo lo cambia en mi vida. Por eso es un milagro permanente, es el milagro de saber que es Jesús mismo quien, desde mi esperanza puesta en Él, me hace vivir el presente mirando el futuro.



¡Señor, estás cerca de mí y así lo siento, por eso mi esperanza se acrecienta y me llena de alegría! ¡Veo tus signos, Señor, por todas partes: en mi propio hogar, en mi barrio, en mi trabajo, en mi comunidad eclesial, en mi grupo de amigos, incluso en mi mismo, y eso me llena también de esperanza! ¡Observo tus prodigios, Señor, que despierta en mi una confianza ciega y eso me llena también de esperanza! ¡Señor, me dicen que tengo que ser más realista pero no puedo más que serlo a tu lado que nos colmas de esperanza! ¡Señor, nos angustiamos por todo, perdemos el aliento a las primeras de cambio, vivimos sin vivir ante cualquier dificultad que se nos presenta, no sanamos las heridas del corazón por nuestro orgullo y nuestras autosuficiencias, y no nos damos cuenta de que Tú eres la esperanza viva que camina a nuestro lado y todo lo sanas, todo lo curas y todo lo mitigas! ¡Señor, envíame tu Espíritu Santo, para que me llene siempre del don de la esperanza para permanecer siempre despierto a tu llamada, para que abra mi corazón y me libere de tantas heridas, tantas preocupaciones y tantas desazones mundanas! ¡Ayúdame, Señor, con la fuerza del Espíritu Santo, a nadar siempre a contracorriente y caminar con alegría cristiana, con esperanza cierta y confianza plena! ¡Ayúdame, Señor, a dejar en un recodo del camino lo inútil, lo mundano, lo vano y lo improductivo de mi vida y coger fuerzas para no vivir aferrado al hoy sino abierto al mañana! ¡Señor, Tu comprendes lo que siente mi corazón, por eso en Ti confío! ¡Gracias, Señor, por tanto amor, tanta misericordia y tanta esperanza que infundes hoy a este corazón abierto a tu gracia!
Con el organista holandes Klass Jan Mulder escuchamos el Salmo 42, un canto a la esperanza:

martes, 20 de diciembre de 2016

Si dos oran unidos… Dios se lo concederá

Fernando pide oraciones por Xavier, con un tumor cerebral que no remite y que le ha obligado a pasar varias veces por el quirófano. Carlos por Isabel, enferma del alma por la depresión. Ana Cristina por Andrés, su marido, que ha perdido el trabajo y también la esperanza. Cuca por uno de sus hijos que ha caído en el drama de la droga… Y, así, una interminable cadena de peticiones para llevarlas a la oración.
Un fruto sabroso de la caridad en la comunidad cristiana es la oración conjunta del pueblo de Dios. Estas son las palabras de Cristo: «Si dos de vosotros se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». ¡Cómo conmueve y enternece mi corazón esta frase! ¡Es Palabra de Dios!
La oración personal es fundamental. Indispensable. Necesaria. Vitamina para crecer cada día y para esperar la gracia que viene del cielo. Pero Cristo también nos garantiza su presencia viva entre los creyentes -por muy pequeña que sea la comunidad-, si entre nosotros existe una unión perfecta, una caridad sincera y un amor auténtico. Una comunidad de creyentes que ora es el reflejo mismo de ese Dios uno y trino, que representa la comunión perfecta del amor.
«Si dos de vosotros». Bastan dos corazones entregados para crear una comunidad unida en la oración. Dos voces que se entrelazan en la unanimidad para pedir por la esperanza de los vivos. Dos corazones que se enlazan para, en el amor recíproco, elevar sus plegarias al cielo para ser acogidas por las manos amorosas del Padre. Y, en el centro, Cristo mismo.
¿Por qué la oración fraterna en la comunidad llega con más potencia al corazón de Dios? Probablemente porque estando «reunidos en mi nombre» la oración está más purificada, descontaminada de todo egoísmo y desprendida de todo yo. Es Cristo, quien unido al corazón de los miembros de la comunidad, eleva a Dios las súplicas de los fieles -«cualquier cosa»- para que sean escuchadas por el Padre. ¿No es maravilloso, por no decir, extraordinario? ¿No multiplica por mil la esperanza en la eficacia de la oración?
Hay que pedir sin desfallecer. No tener miedo a compartir nuestras peticiones. Pedir que oren por nuestras necesidades y nuestros anhelos. Pedir por las necesidades y los anhelos de los más cercanos. Orar por los demás y con los demás. Orar y pedir en familia. Orar y pedir en la comunidad eclesial. Orar y pedir en los grupos de oración. Orar y pedir en cualquier momento o situación. Orar y pedir que Cristo se haga presente en la oración. Dios lo espera. Jesús lo anhela. El Espíritu Santo lo suscita.
Orar por el ser humano y sus necesidades. ¡Qué gran obra es esta de amor y de misericordia!
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Oración de intercesión de nuestra página:
Padre, te pido bendiciones para esta persona que está en mi corazón, revélale cada día tu amor, tu bondad y tu poder. Te pido que seas la guía para su alma. Acompaña a esta alma buena con tu amor. Si tiene dolor, dale tu paz y tu misericordia. Si tiene dudas, renuévale la confianza. Si tiene cansancio, te pido que le des la fuerza para seguir adelante. Si hay estancamiento espiritual, te pido que le reveles tu cercanía, para un nuevo comienzo en la fe. Si tiene miedo, revélale Tu amor, y trasmítele tu fuerza. Donde haya pecado, bloqueando su vida, permite que busque la reconciliación y dale tu perdón y bendición. Concede a esta persona que tanto quiero tus siete sagrados dones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo y saber distinguir las fuerzas negativas que le puedan afectar, y revela a su corazón el poder que tienen en Ti para superarlo. Tú sabes lo que vive, lo que le preocupa, lo que siente, lo que piensa, lo que anhela, lo que le hace falta y lo que desea. Concede a esta alma toda la fuerza del Espíritu Santo y tenla presente siempre en tu Sagrado Corazón. Amén
Oración de sanación para los enfermos del Padre Tardif:
Jesús. Señor Jesús. Creemos que estás vivo y resucitado. Creemos que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar y en cada uno de nosotros. Te alabamos y te adoramos. Te damos gracias Señor, por venir hasta nosotros como pan vivo bajado del Cielo. Tú eres la plenitud de la vida. Tú eres la resurrección y la vida. Tú eres, Señor la salud de los enfermos. Hoy te queremos presentar a todos los enfermos que están aquí, porque para ti no hay distancia ni en el tiempo ni en el espacio. Tú eres el eterno presente y tu lo conoces. Ahora, Señor, te pedimos que tengas compasión de ellos. Visítalos a través de tu Evangelio proclamado en la Santa Biblia, para que todos reconozcan que tu estás vivo en tu Iglesia de hoy; y que se renueve su fe y su confianza en ti. Te lo suplicamos Jesús. Ten compasión de los que sufren en su cuerpo, de los que sufren en su corazón y de los que sufren en su alma que están orando y viendo los testimonios de lo que Tú estás haciendo por tu Espíritu Renovador en el mundo entero. Ten compasión de ellos, Señor. Desde ahora te pedimos. Bendícelos a todos y haz que muchos vuelvan a encontrar la salud, que su fe crezca y se vayan abriendo a las maravillas de tu amor, para que también ellos sean testigos de tu poder y de tu compasión. Te lo pedimos Jesús, por el poder de tus santas llagas, por tu santa cruz y por tu preciosa sangre. Sánalos Señor. Sánalos en su cuerpo, Sánalos en su corazón, Sánalos en su Alma. Dales vida y vida en abundancia. Te lo pedimos por intersección de María Santísima, tu Madre, la Virgen de los Dolores, la que estaba presente, de pie, cerca de la cruz. La que fue la primera en contemplar tus santas llagas y que nos distes por madre. Tú nos has revelado que ya has tomado sobre ti todas nuestras dolencias y por tu santas llagas hemos sido curados. Hoy, Señor, te presentamos en fe todos los enfermos que nos han pedido oración y te pedimos que los alivies en su enfermedad y que les des la salud. Te pedimos por la gloria del Padre del Cielo, que sanes a los enfermos que van a leer este oración o libro. Haz que crezcan en la fe, en la esperanza, y que reciban la salud para la gloria de tu Nombre. Para que tu Reino siga extendiéndose más y más en los corazones, a través de los signos y prodigios de tu amor. Todo esto te lo pedimos Jesús, porque tú eres Jesús. Tú eres el buen pastor y todos somos ovejas de tu rebaño. Estamos tan seguros de tu amor, que aún antes de conocer el resultado de nuestra oración, en fe te decimos Jesús por lo que tu vas hacer en cada uno de ellos. Gracias por los enfermos que tu estás sanando ahora, que tu estás visitando con tu misericordia. Que lo cubras de tu sangre divina, y que a través de este mensaje tu corazón de buen pastor hable a los corazones de tantos enfermos que van a leerlo. ¡Gloria y alabanza a ti, Señor! Amén
Sáname, Señor, Jesús le cantamos hoy al Señor como complemento a estas oraciones de sanación interior:

lunes, 12 de diciembre de 2016

Imitar los gestos de Cristo

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Cada palabra, cada mirada, cada gesto, cada paso que Cristo realiza transforma las situaciones más nimias y prosaicas dotándolas de una luminosidad que nunca nadie ha conseguido dar a la trivialidad. Jesús tiene la enorme cualidad de convertir lo más sencillo en un evento revestido de una belleza mágica, llena de luz y de esperanza.
Aunque estamos en tiempo de Adviento releo la que para mí es una de las escenas más hermosas, didácticas, desbordantes, a contracorriente y extraordinariamente hermosas de sus enseñanzas. Es ese pasaje crucial de su último día en el que Cristo, arrodillado frente a cada uno de sus discípulos, ceñido con el manto de la humildad, les lava esos pies llenos de polvo; pies endurecidos y cansados por tanto trasiego de un lugar a otro siguiendo al Maestro, maltrechos por el mal estado de los caminos de Tierra Santa, doloridos por la ínfima calidad del calzado que usaban. Pies que agradecen la frescura del agua limpia y el roce suave de una toalla limpia.
Y me doy cuenta que vivo enredado en mil quehaceres cotidianos apagando fuegos por doquier y que, con frecuencia, olvido la necesidad de ceñirme una toalla limpia de entrega, servicio y fraternidad para inclinarme con humilde actitud a lavar los pies de los que me rodean. Incluso algo más profundo: colocarme en el lugar adecuado para discernir claramente quien soy y qué deber tengo para con los demás. No siempre es sencillo y fácil afrontar los avatares diarios saliendo de uno mismo para meterse en la piel del prójimo. Sí, tengo que poner más atención a lo que ocurre a mi alrededor para tratar de encontrar más pies llenos de polvo, endurecidos y cansados,  maltrechos y doloridos como pueden estar los míos.
No siempre es sencillo comprender los porqués de la voluntad de Dios, las razones de sus propósitos y «despropósitos», el sentido y el «sinsentido» de lo que Él tiene ideado para mí. Es necesario estar atento para unirme a Dios íntimamente y comprender que Él es el que nunca falla, que todo lo tiene siempre milimétricamente medido, que ofrece la respuesta adecuada, la palabra precisa para moldear en lo más profundo de mi ser el verbo «confía», que me lleva a tener paz interior, sosiego, serenidad de corazón... a encontrarme conmigo mismo en la mirada del otro.
Los gestos de Jesús debo imitarlos cada día si realmente me considero un discípulo suyo de este tiempo. Él me ha dejado infinitud de enseñanzas para que las ponga en práctica. Se trata de conseguirlo realmente para parecerme solo un poco más a Él, y ser un siervo fiel que aprenda a lavar los pies ajenos con grandes dosis de fraternidad. Pero tengo un problema: con frecuencia la toalla ceñida se me cae del cinto consecuencia de mi yo, de mi egoísmo, de mi falta de caridad, de mi falta de amor y de tantos «peros» que jalonan mi vida.

¡Señor Jesús, postrado de rodillas ante Ti te pido encarecidamente que enseñes a quererte tal y como tú me amas; hazme ver tu rostro en el rostro de las personas con las que vivo y se cruzan en mi camino; muéstrame el camino para ser buena persona y que Tú te conviertas en el centro de mi vida, vida que te entrego y pongo confiadamente en tus manos! ¡Ayúdame, Señor, a aceptar a todos los que me rodean como son y haz que mi corazón abierto tenga con ellos esos gestos de amor, de fraternidad y humildad que tú me pides como testimonio de mi ser cristiano! ¡Señor, Tú lavaste los pies de tus discípulos con un amor y una humildad que sobrecogen y además dijiste que lo hacías para que también lo hagamos unos con otros! ¡Me cuesta hacerlo, Señor, porque es un auténtico ejercicio de humildad, de servicio y de bondad! ¡Señor, Tu me muestras por este gesto a ponerme al servicio del prójimo con con mucho amor y grandes dosis de dulzura y sin distinciones de ninguna clase! ¡Tu me enseñas a ponerme espiritualmente de rodillas ante los demás, principalmente entre quienes más sufren y más necesitan del consuelo y la paz interior! ¡Ven, Espíritu Santo, Espíritu de amor, y dame tu luz para ser consciente de que el amor, para que sea verdadero amor, se tiene que concretar en obras! ¡Quedan pocos días para que nazcas en Belén, en el pesebre de mi corazón, y tengo tanto que aprender de ti! ¡Ayúdame, con la fuerza de tu Espíritu y con la fuerza de tu gracia a ser otro Cristo para los demás!
En este tercer domingo de Adviento, denominado Gaudete, nuestro corazón va palpitando de alegría. Nos acompaña la Virgen, Madre de Cristo, en esta espera gozosa y lo hacen también en nuestro corazón aquellos que amamos o nos han hecho daño. En este domingo, encendemos la vela con esta oración: "Vas a llegar pronto, Señor. Prepáranos nuestro camino porque estás cerca. Que esta luz que encendemos ilumine las tinieblas de nuestro corazón. Que no cese de brillar cada día y caliente nuestra alma. ¡Ven, Señor Jesús, y no tardes! ¡Ven pronto, Señor, a salvarnos y envuélvenos con tu luz, aliéntanos en el amor y irradia en cada uno de nosotros tu paz! Ayúdanos a ser antorcha para que brilles en nosotros y lámpara para comunicar la verdadera alegría. Amén!
Del compositor Félix Mendelsson escuchamos su motete Im Advent. Pertenece a su colección Sechs Sprüche, op. 79: