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miércoles, 5 de julio de 2017

La virtud de la delicadeza

desde dios
Una de las características que más me impresionan de la humanidad de Cristo es su delicadeza. Alrededor de Jesús todo rezuma delicadeza que entronca con otras de sus cualidades innatas como son la paciencia, el cariño, la alegría, la ternura, la finura, la humildad, la magnanimidad, la cortesía… Nada en Jesús es vulgar, ni grosero, ni prepotente, ni egoísta. Su trato con la gente es delicado porque la delicadeza y la mansedumbre —una de las características del alma de Jesús es que es “manso y humilde de corazón”— son dos virtudes que caminan juntas. Quien cultiva la mansedumbre hacia los demás se convierte en un ser delicado, incluso con aquellos con los que cuesta empatizar.

La delicadeza es una virtud que, en cierta manera, brota de una fe firme, que se traduce en actitudes bienintencionadas, en gestos que imitan la acción del Señor que es la santidad visible para el corazón del hombre como recuerda san Mateo en uno de sus pasajes: “En verdad os digo, que cuanto hicisteis a uno de mis hermanos, a Mí me lo hicisteis”.
La delicadeza cristiana nunca se asienta sobre una serie de principios y derechos innegociables, no se sustenta sobre privilegios adquiridos, no trata de defender los intereses particulares, no reivindica nunca el yo. La delicadeza, que lleva implícita la virtud de la humildad, es la contraposición al egoísmo y la soberbia, a la necesidad de aparentar, al hacer las cosas para ser aplaudido, a dejar entrever las intenciones para que nadie olvide que es cosa nuestra, impide al prójimo quedarse con la sensación de que te debe algo, ni deja la impresión de que estás con alguien por interés o por pena.
La delicadeza cristiana exige condescendencia con el prójimo —con el más cercano—, evita la discusión permanente, el herir con palabras y con gestos, el mal humor constante, el recriminar con acritud las cosas mal hechas, vincula la verdad a la caridad, valora a los que le rodean y respeta su dignidad, sus ideas, su opinión y sus carencias. La delicadeza cuida los pequeños detalles.
La delicadeza es un don del amor de Dios y, por tanto, hay que pedirle al Espíritu Santo que nos la envíe para tratar mejor a los más cercanos. En nuestra alma tiene que reinar la delicadeza porque un corazón delicado es un corazón que arde por cada persona que se le acerca. Delicadeza en nuestros actos y nuestras acciones, llenarlas todas ellas de contenido sobrenatural, como exigencia de nuestro amor. Así se comportó el Señor, y en eso hemos de imitarle cada día. Poniendo la delicadeza como criterio de conducta, seguro que las demás virtudes crecerán a nuestro alrededor.

¡Señor, envíame tu Espíritu, para seguir tu ejemplo, para imitarte en tu entrega a los demás, para hacer el bien a los que me rodean, para vivir en la humildad, la bondad y la generosidad, para caminar hacia el Reino al que Tú siempre me invitas! ¡Señor, quiero aprender de Ti, maestro bueno, ayúdame a descubrir la gratuidad de tu amor! ¡Conviérteme en un delicado instrumento de tu amor hacia los demás! ¡Envíame tu Espíritu, Señor, para reconocer tu presencia y agradecer tu compañía! ¡Señor, escucha mis plegarias que surge de un corazón sencillo, prepárame para seguir tu camino, ilumina mi sonrisa para convertirme en alguien delicado para los demás! ¡Todo lo espero de ti, Señor, confío plena y exclusivamente en ti, confío en la inmensidad de tu bondad, de tu poder y tu sabiduría! ¡Gracias, Señor, por tu delicadeza conmigo!
Al que está sentado en el trono es el título de la canción de hoy:

jueves, 29 de junio de 2017

Tengo la certeza de que Dios me escucha siempre

desde Dios
Tengo amigos que me recriminan mi poca participación en los chats de WhatsApp. Lo cierto es que estoy agregado a varias decenas de ellos y los sigo todos con la atención que el tiempo me permite, especialmente los que integran mis amigos en la fe. Pocas veces intervengo pero ayer me detuve especialmente en uno. Un amigo andaluz, amante del buen toreo, el fino, el jamón ibérico y las mujeres elegantes y guapas (sin llegar a más), escribe una experiencia personal y concluye: “Ahora tengo la certeza de que Dios me escucha siempre”. A orado intensamente con fe por algo y Dios ha escuchado su súplica. Alguien le responde con una frase de san Agustín: “La oración es la debilidad de Dios y la fuerza del hombre”.
Profundo siempre el santo de Hipona. Efectivamente, Dios escucha siempre. En mis momentos de aridez espiritual siempre me viene a la mente el tesón espiritual y físico del Señor para recogerse en oración cuando tuvo que superar tantos obstáculos humanos. Para Él ni la tribulación, ni el cansancio, ni el dolor, ni la sequedad constituyeron una traba para dejar de orar. Ese ejemplo del Señor es la constatación de que es necesario rezar siempre, no sólo en los momentos de exaltación y devoción sensible, sino también en esos periodos en los que la aridez y el desconsuelo, el disgusto y la aspereza anidan en nuestro corazón. Y esto, además, se hace necesario hacerlo siempre, todos los días, toda la vida, acontezca lo que acontezca, pase lo que pase, murmure quien murmure, critique quien critique.
No olvidemos que la experiencia de una oración llena de consuelos no tiene porque ser la que más nos acerque a Dios, sino el ejercicio de las virtudes teologales, que puede ser muy intenso y unitivo aunque caminemos a oscuras.
El fin de toda oración no son los impulsos afectivos sino la total y plena adhesión a la voluntad del Padre, que en su bondad acoge nuestras plegarias. Siempre le digo a mis hijos cuando se lamentan de un problema y lo rezan: no le contéis a Dios lo tremendo que es vuestro problema, explicadle claramente a vuestro problema lo grande que es Dios y lo que Él puede hacer para ayudaros.


¡Haz, Señor, que se eleve a Ti mi espíritu y piense en mis culpas con dolor y propósito de la enmienda! ¡Dame, Señor, un corazón alerta para que ningún pensamiento superficial lo distraiga de ti; un corazón recto y noble que impida ser seducido por una pasión indigna; un corazón incorruptible que no se vea contaminado por ninguna tipo de intención mala; un corazón firme que ninguna tribulación pueda quebrar; un corazón libre que ninguna pasión turbia logre vencer! ¡Tú me conoces enteramente Señor; tu sabes de mi presente, de mi pasado y de mi futuro; los tienes delante de Ti, por eso te entrego mis miedos para que los transformes en confianza; mis lágrimas, para que las transformes en oración; mi desánimo, para que lo transformes en fe; mis desconfianzas, para que las transformes en paz del alma; mi rencor, para que lo transformes en serenidad; mis silencios, para que los transformes en adoración y alabanza a Ti! ¡Gloria siempre a Ti, Señor, por lo que haces en mi vida!
Disfrutamos con esta pieza de J. F. Fachs. Suave, tierna y alegre:

lunes, 26 de junio de 2017

PRIOIRIDADES

Si supieras que hoy es el último día de tu vida, ¿cuánto tiempo dedicarías a cosas que no significan nada en el contexto de la eternidad?
Los minutos se tornarían sumamente valiosos, por lo que optarías por emplearlos en lo que es más importante para ti. Las cosas del mundo te parecerían vanas, te resultarían casi ofensivas.
Desearías manifestar amor a quienes quieres más entrañablemente y te asegurarías de que supieran cuánto significan para ti.
Te dedicarías a subsanar todo lo que hiciste mal y a reconciliarte con quienes has tenido alguna diferencia.
Si alguna vez has visto la muerte cara a cara o has convivido con un ser querido que padecía una enfermedad letal y te diste cuenta de cómo cambió por completo su orden de prioridades, ya me entiendes. En esos momentos, todo se vuelve sumamente claro. Lo único que reviste importancia es el amor.
La felicidad y la alegría que Jesús puede darnos no tienen punto de comparación con lo que el mundo nos ofrece.
Él nos da alegría, paz, amor, satisfacción, conocimiento, verdad... El mundo no tiene forma de competir con Él en esos aspectos. Se requiere cierta disciplina mental y física para aprender a valorar esas cosas más que las imágenes, los sonidos, los sabores y los placeres del mundo. Se trata de satisfacer el corazón y la mente más que los cinco sentidos. En última instancia, eso es lo único que el mundo puede darnos: una satisfacción temporal por medio de la vista, el oído, el olfato, el paladar y el tacto. Más allá de eso, no hay nada en el mundo que pueda satisfacer las ansias del alma. Solo Jesús puede. Él es la solución. Pero mientras sigamos procurando que las cosas de este mundo nos satisfagan y nos hagan felices, no encontraremos la verdad (1 Juan 2:15-17).
Nuestra alma recibe de Dios su personalidad. Fue concebida para que Él la llenara. El peligro al que nos enfrentamos todos es el de llenar nuestra alma de mezquinas ambiciones y de nuestra miope concepción de lo que es sentirnos realizados, sin dejar espacio para la obra que debe realizarse en nosotros.

¿Y cómo es mi relación de agradecimiento al Señor?

Con frecuencia levantamos la voz enérgicamente contra aquellas personas que no han sabido agradecer aquello que hemos hecho por ellas. Nos duele que no tengan en cuenta nuestro esfuerzo y nuestro sacrificio. Nos cuesta aceptar que el darse no tenga un retorno en afecto, en agradecimiento, en reconocimiento. Pero al mismo tiempo, nos cuesta mucho aceptar que hemos sido desagradecidos con aquellos que nos han entregado su generosidad. ¡Qué fácil es mirar la paja en el ojo ajeno!¿Y cómo es mi relación de agradecimiento al Señor? No hay que olvidar que el ser humano no existiría si previamente Dios no lo hubiera amado de manera especial, única, individual. Los seres humanos existimos porque Dios así lo ha querido. Nuestra mera existencia por voluntad de Dios debería hacer imposible que existan hombres y mujeres frustrados, desalentados, viviendo en la amargura, sin alegría, sino hombres y mujeres felices, siempre arrimados a la mano de su Creador. ¿Cuántas veces a lo largo del día, de la semana, del mes, del año agradezco a Dios que me haya otorgado el don de la vida? ¿Cuántas veces al levantarme por la mañana le digo al Señor, «¡Gracias por la vida que me has dado! ¡Permíteme amarte, permíteme dar frutos, permíteme ser testimonio!». Como cristiano que comprendo que mi vida tiene sentido en el camino de la fe, ¿qué es lo que me da la seguridad en la vida, la razón de mi cristianismo? Aviva en mi corazón esas palabras tan intensas, tan profundas, tan impresionantes de la santa de Ávila: «¡Nada te turbe, nada te espante, a quien Dios tiene nada la falta». Sin fe mi vida sería una vida de desesperanza, de tristeza, de desazón, de amargura pero la fe es un don que Dios me entrega gratuitamente. Si es así, ¿cuántas veces al día, a la semana, al mes, al año le agradezco a Dios la gracia de la fe que me ha transmitido gratuitamente?

Con frecuencia levantamos la voz enérgicamente contra aquellas personas que no han sabido agradecer aquello que hemos hecho por ellas. Nos duele que no tengan en cuenta nuestro esfuerzo y nuestro sacrificio. Nos cuesta aceptar que el darse no tenga un retorno en afecto, en agradecimiento, en reconocimiento. Pero al mismo tiempo, nos cuesta mucho aceptar que hemos sido desagradecidos con aquellos que nos han entregado su generosidad. ¡Qué fácil es mirar la paja en el ojo ajeno!
¿Y cómo es mi relación de agradecimiento al Señor? No hay que olvidar que el ser humano no existiría si previamente Dios no lo hubiera amado de manera especial, única, individual. Los seres humanos existimos porque Dios así lo ha querido. Nuestra mera existencia por voluntad de Dios debería hacer imposible que existan hombres y mujeres frustrados, desalentados, viviendo en la amargura, sin alegría, sino hombres y mujeres felices, siempre arrimados a la mano de su Creador. ¿Cuántas veces a lo largo del día, de la semana, del mes, del año agradezco a Dios que me haya otorgado el don de la vida? ¿Cuántas veces al levantarme por la mañana le digo al Señor, «¡Gracias por la vida que me has dado! ¡Permíteme amarte, permíteme dar frutos, permíteme ser testimonio!». Como cristiano que comprendo que mi vida tiene sentido en el camino de la fe, ¿qué es lo que me da la seguridad en la vida, la razón de mi cristianismo? Aviva en mi corazón esas palabras tan intensas, tan profundas, tan impresionantes de la santa de Ávila: «¡Nada te turbe, nada te espante, a quien Dios tiene nada la falta». Sin fe mi vida sería una vida de desesperanza, de tristeza, de desazón, de amargura pero la fe es un don que Dios me entrega gratuitamente. Si es así, ¿cuántas veces al día, a la semana, al mes, al año le agradezco a Dios la gracia de la fe que me ha transmitido gratuitamente?
Esa falta de agradecimiento a Dios, pero también a los que nos rodean por todo lo que han hecho por nosotros, indica nuestra imperfección como hombres. Pero como Dios nunca se cansa de concedernos el perdón, de agraciarnos con su misericordia día a día, semana a semana, mes a mes, año a año nos da la posibilidad de poder rehacer nuestra vida. Sólo por eso deberíamos estar dándole gracias, agradeciéndole esa misericordia, esa paciencia, ese amor para con nosotros.
Y… ¿Cómo estoy yo de comprensión, de tolerancia, de paciencia, de generosidad hacia los demás especialmente con los que constituyen mi círculo más cercano?

¡Señor Jesús, gracias, porque has vendido al mundo a salvarnos del pecado y darnos vida eterna! ¡Gracias por la vida! ¡Gracias por tu Cruz, Señor, en la que has dado Tu vida para salvarnos y devolvernos la nuestra muerta por el pecado! ¡Quiero bendecirte, Dios de la vida, quiero bendecir a tu Hijo, que nos rescató de la muerte y quiero darte gracias por todos los dones recibidos! ¡Señor, eres mi respuesta a la necesidad, mi refugio en las tormentas que pasan por mi vida, mi consuelo ante la tristeza y mi fortaleza ante mi debilidad! ¡Señor, gracias, gracias porque todo es por tu gracia y tu amor! ¡Espíritu Santo, ayúdame a que la gracia entre en mi corazón y que la Palabra se avive en mi! ¡No permitas que me cierre a las palabras del Señor y que me aleje de Él! ¡Gracias, Señor, por la fe recibida que me has dejado como la mejor herencia para fortalecer mi vida cada día! ¡Gracias, Señor, por la vida, por mi familia, por mi hogar, por mis amigos, porque me permites compartir todo lo que Tu nos provees con ellos! ¡Gracias, Señor, por tu infinita bondad! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!

La Cantata 76 Die Himmel erzählen die Ehre Gottes (Los cielos cuentan la gloria de Dios) BWV76 de Juan Sebastian Bach el compositor nos recuerda en la XIV Chorale: “Es danke, Gott, und lobe dich” (“Gracias, Dios, te alabamos“) que tan bien se ajusta a la meditación de hoy:



¿Qué sucede cuándo transcurre el tiempo y los cambios que uno anhela no llegan?

orar con el corazon abierto
¿Qué sucede cuándo van sucediéndose los días, las semanas, los meses, los años y los cambios que uno anhela no llegan? ¿Cuándo ese milagro que uno está esperando no se produce?

En la mayoría de las ocasiones ocurre que la paciencia se va perdiendo, dominada por la impaciencia; que sus pilares que parecían tan firmes en la fe se van desquebrando poco a poco; y que esas cuestiones que nunca te habías planteado empiezan a remover tus pensamientos y a llevarte de cabeza. Sí, crees en Dios, pero las dudas te embargan, la incertidumbre te supera y el dolor te adormece. Y en estas circunstancias uno está determinado a tomar decisiones poco sensatas, carentes de sentido son muy propensas a lo irracional.
Y si en estos casos cuando más se demuestra la confianza en el Padre. Buscar en el interior y hacer caso omiso de esas voces estruendosas que vienen del exterior. Estar atento al susurro del Espíritu, que trasmite siempre en lo más profundo del corazón la voluntad del Padre. Claro que esto no es sencillo porque siempre uno camina sobre la línea del precipicio y, sin esa luz que ilumina para dar pasos certeros. Esa luz que es Cristo es la que permite al que confía mantenerse atento, paciente, dispuesto y expectante. Es el que te permite, a la luz de la oración, vislumbrar la voluntad de Dios y alejar de los pensamientos aquello que no es conveniente.
¿Qué sucede cuándo van sucediéndose los días, las semanas, los meses, los años y los cambios que uno anhela no llegan? ¿Cuándo ese milagro que uno está esperando no se produce? A la luz de la razón, llega la congoja y la angustia. Cuando no hay respuesta, cuando no se vislumbra un futuro, llega la desesperación del alma. De la mano de Dios, sin embargo, la paz y la serenidad interior se convierten en compañeras del alma.Y así el corazón descansa.
Las experiencias vitales te enseñan a ponerlo todo en las manos misericordiosas del Padre. Esas manos toman tus preocupaciones y tus angustias y las acaricia y, suavemente, van calmando la angustia interior. La vida te enseña que no puedes caminar con orgullo sino que el Señor te acompaña firme cuando te sientes frágil y pequeño, cuando contemplas la Cruz y aceptas por amor el sacrificio porque uno es un pobre Cirineo que se dirige con Cristo al Calvario, que es decir la eternidad. Miras al Señor y comprendes que todo tiene un propósito. Y ese propósito tiene un fin. ¡Bendito fin!

¡Padre de Bondad, Dios Todopoderoso, Tú me has creado con un propósito y yo quiero cumplirlo haciendo Tu voluntad! ¡Ayúdame a crecer en santidad para llevarlo a término! ¡Padre, Tú tienes un plan para mí mucho antes de mi nacimiento: ayúdame con la fuerza del Espíritu Santo a cumplirlo! ¡Concédeme la gracia, Padre de Amor y Misericordia, a vivir acorde a tus mandamientos y a vivir acorde a lo que tienes pensado para mí! ¡No permitas, Padre, que nada me detenga, que nada me desanime y nada me frene! ¡Capacítame, Padre, con los dones de tu Santo Espíritu! ¡Señor, recuérdame con frecuencia que a Ti no de detienen ni te desconciertan los problemas! ¡Mantente, Padre, cerca siempre de mis familiares y amigos, de aquellos que sufren persecución, enfermedad, soledad, dolor, carencias económicas y laborales! ¡No nos abandones nunca, Padre!¡Enséñame a aceptar todo lo que me das y, aunque no entienda los motivos y las circunstancias, haz que se convierta siempre en una bendición y me haga una persona agradecida! ¡Gracias, Padre, porque me puedo acercar a Ti y presentarte en cualquier momentos mis plegarias, por darme la paz que tanto anhelo y el descanso en tiempos de turbulencia! ¡Gracias, Dios mío, por tu bondad, tu amor y tu misericordia!
¿Por qué tengo miedo?, buena pregunta que se responde en esta canción: