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jueves, 6 de octubre de 2016

¿Por qué es difícil quererse uno mismo cuando mi madre no me quiso?

Dificil, pero no imposible. La causa de nuestra infelicidad no son siempre nuestros padres.


No podemos ser felices, es imposible siquiera como concepto, si no nos queremos a nosotros mismos. Somos nosotros mismos todos los días, no un día sí y otro no. Muchísimas personas se van a la cama con la esperanza de que durante la noche pase el hada madrina y les transforme en otro; no sucede nunca.
Así que si me odio y mi única opción de felicidad es que de noche pase mi hada madrina y me cambie, es evidente que estoy destinada a la infelicidad permanente.
El sueño del hada madrina que llega de noche con la varita a cambiar la vida es el sueño de todos los que no se aceptan como son, y es el núcleo central de los reality shows, donde un equipo de expertos transforman a una persona en alguien distinto. Están los que te hacen perder 20 kilos, o 50, los que te encuentran el vestuario adecuado, los que te arreglan el peinado y el maquillaje, incluso los dentistas y los cirujanos.
El hecho de que estudiando seis horas al día todos los días uno pueda terminar la Universidad – y eso sí que cambia la vida – es un concepto que en los reality shows nunca está presente. Tampoco está la idea de que trabajar con inteligencia, valor y pasión, se puede crear bienestar y prosperidad.
En realidad, ese sueño de mirarse al espejo y ver a otra persona tras el paso del hada madrina es en el que se apoya el shopping compulsivo y otra gravísima toxicodependencia, que es la cirugía estética serial, donde se cambia el color de la piel, los rasgos, la edad y, ¿por qué no?, el sexo, y también la especie (intervenciones para parecerse a un gato o a un perro), para que el himno a la impulsividad no se detenga siquiera ante la psicosis.
¿Por qué nos cuesta aceptarnos? Nosotros somos la primera persona, el primer sujeto de la creación que nos encontramos por la calle; el segundo es mamá. Mamá es la señora que está al otro lado de nuestro cordón umbilical. Mamá, antes de ser una persona, ha sido un lugar. Aprendemos a reconocer su voz y a sentir su presencia al quinto mes de nuestra presencia intrauterina, y durante toda nuestra vida, cuando la oímos, fabricamos oxitocina. Estar separados de la madre es siempre un luto gravísimo, aunque suceda en las primeras horas de vida.
Para nosotros es muy fácil amarnos si mamá nos quería, nos estimaba y tenía fe en nosotros. Si mamá no hizo esto, para nosotros es difícil querernos. Difícil. Para algunos es un poco difícil, para otros es dificilísimo.
Difícil, no imposible. Nunca es imposible. Somos como una casa. Si los cimientos son sólidos y hermosos, es fácil que la casa sea fuerte y bien construida: fácil, no seguro. Es posible que sobre cimientos sólidos se construyan muros enfermos. No es verdad que los únicos responsables de nuestra infelicidad sean siempre nuestros padres.
Puede suceder también que los cimientos sean frágiles y que sobre ellos se construyan muros que nunca dejarán de ser inestables, pero para estabilizarlos se construyen maravillosos arcos que se entrecruzan con los muros para crear una construcción extraordinaria, única y fantástica.
La falta de amor de nuestros padres en la primera infancia, el ser abandonados en lugares privados de amor, es un daño biológico primario, que nos expone a la fragilidad cognitiva y aún más la emotiva. Hemos tenido un ejemplo terrible cuando cayó el muro de Berlín y se abrió ante nosotros la realidad  de los orfanatos soviéticos y rumanos. Y sin embargo, personas salidas de las situaciones más aberrantes logran construir sus casa. La forma nunca será perfecta, pero arcos y contrafuertes hacen la construcción estable y, obviamente, única.

martes, 9 de agosto de 2016

Desde el respeto de la diversidad a evitar querer cambiar al otro. Así, el amor eterno ya no es una quimera


¿Estás enamorado pero infeliz? ¿Piensas que tu pareja necesita una inyección de energía? Encontrar el equilibrio y la felicidad con la pareja es un recorrido lleno de obstáculos.

El prof. Robert Cheaib, teólogo, profesor en la Universidad Católica del Sagrado Corazón en Roma y la Universidad Pontificia Gregoriana, en Il gioco dell’Amore (El juego del amor) presenta diez pasos para que una pareja se encamine hacia la felicidad. Diez consejos prácticos y útiles que volverán más serenos tu futuro.

“Este libro – comenta Cheaib – pretende ir más allá del falso mito que la pareja feliz es una empresa fácil. Feliz y fácil no siempre van de la mano. Como, por otro lado, feliz y difícil no son antónimos, ni siquiera en el diccionario. La pareja es un camino, y cuando se camina se tiene menos equilibrio que cuando se está quieto o sentado. Pero los descubrimientos, los encuentros y las experiencias que se tienen mientras se camina valen completamente el riesgo de ponerse en marcha. Si ponerse en camino es arriesgado, estar inmóviles es mortal, es la muerte”.

Y entonces aquí tienes los diez pasos para volar hacia una posible felicidad.

1) Estar bien incluso en soledad

La incapacidad de saber estar solos empuja a las personas a refugiarse en el amor como antidepresivo, como droga, como sedante y a construir parejas hechas de individuos que se refugian en el amor desde su identidad incierta. El arte de saber estar bien solos, en cambio, abre a un gran privilegio: el de poder elegir con quien estar. La soledad fecunda y rica nos restaura a nosotros mismos y nos permite compartir con el otro no sólo cosas, no sólo experiencias, no sólo la lista de la compra, sino a nosotros mismos, nuestra misma valiosa vida. Es bueno casarse con la propia soledad antes de casarse.

2) Respetar (y perdonar) la diversidad

Un dicho anglosajón afirma que no se debe juzgar a una persona antes de haber recorrido una milla con sus zapatos.

Para recorrer una milla con los zapatos de alguien más, debo quitarme primero que nada los míos, esforzándome por llegar a ese difícil desapego de mi subjetividad. Sólo quien se atreve a vivir la aventura de la alteridad vive un encuentro comprometedor y feliz. Tener pareja sin el intento de ponerse en los zapatos del otro es un preanuncio de desventura asegurada.

Si no estoy listo para la aventura de la alteridad, me encuentro en una condición narcisista de atravesar al otro en busca de mí mismo. Me engaño al ver al otro y veo visiones y, en realidad, imprimo mi imagen bajo el disfraz del nombre y el rostro del otro. Lo primero que tenemos que reconocer en el otro es su diversidad. Lo primero que tenemos que perdonar en el otro es su alteridad.

3) Los riesgos de la familiaridad

La pareja es un nido, un refugio, un espacio precioso. Le preguntó el discípulo al maestro: “¿Cuál es el peligro más grande para la vida en común?”. La respuesta decidida y lapidaria fue: “La familiaridad”. Familiaridad es cuando estás tan habituado a una realidad que no te das cuenta. Pasas al lado o, peor aún, pasas por encima, sin pestañear. Familiaridad es tomar al otro por descontado, olvidando que las relaciones no pueden vivir de descuentos. Dar por descontado las relaciones genera descontento. Familiaridad es también creer que tienes el derecho, más aún el sagrado deber, de decir todo lo que “sientes” o lo que te pasa por la cabeza.

Ser uno mismo no equivale a abandonarse a las propias emociones que vienen y van. Ser uno mismo es también estar en control de los propios sentimientos y de los propios cambios de humor. Ser uno mismo es dominar los propios instintos y frenar la propia lengua.

4) Ser exigentes

No se puede amar condicionadamente: “te amo si”, “te amo pero”. Cuando se ama a alguien, se ama por sí mismo. Teniendo en mente el principio de reciprocidad en la exigencia. Exigir es incitar, no exprimir. Es contribuir delicadamente a la floritura de la libertad con el calor de un amor incondicional.

El amor tiene las exigencias de “eternidad”. Pero no sólo.

Incluso exigencias de responsabilidad. Ser responsable de alguien es poder responder por los propios gestos en relación a él y custodiar siempre el espacio de su respuesta. Responsabilidad implica premura. La premura garantiza la acogida y el cuidado por la existencia del otro. Es una dimensión “materna” que marca el amor que no puede ser condicionado.

5) No actuar como “psicólogos”

Muchas personas se desilusionan del otro, no porque sea malo, sino simplemente porque no las completa. Esperaban, al estar con esa persona, no aburrirse o sentirse solas y no tener que hablar más porque el otro las habría entendido inmediatamente… en cambio se encuentran con una maldita alteridad, a la que se le necesita explicar todo y repetidamente.

Nadie, pero realmente nadie, puede volverse una presencia total y totalizante en nuestra vida. No idealizar. La persona que encontrarás, o con la que ya estás, no es Dios, sino al máximo un don de Dios. No es un salvador, ni un salvavidas, sino una persona como tú que necesita salvación. A propósito de “salvadores”, uno de los grandes errores – especialmente de las personas con el carácter de cruz roja, de madre Teresa o con el síndrome de Jesucristo – es estar con una persona para salvarla, para repararla. No se puede vivir sanamente una relación a dos niveles y con dobles papeles: no se puede ser el novio y el psicólogo de tu novia.

6) Buen humor

El deseo de amor necesita una seguridad lúcida que le de la dosis de paz necesaria para permanecer y construirse, pero necesitan también de ese toque de lucidez, de novedad y renovación. Necesita esa pizca de aventura que se regala con la sorpresa recreativa del humor y le permite superar sus desventuras.

Ser lúdico es relativizar sus experiencias, incluso las más bellas… incluso la del amor. La sabiduría de la sonrisa sabe introducir la efervescencia de novedad en la pareja, pero sabe también simpatizar con la familiaridad, con las cosas que no cambian.

7) Morir para saber escuchar

El amor mata el egoísmo para salvarte del ahogo en ti mismo y salvar la pareja de la vorágine del egoísmo a dos. Quien quiere amar realmente, debe salir de sí mismo. Salir de sí, luego, no siempre es un éxtasis agradable. Es confiar en lo ignoto, como una semilla que se encomienda al frío y a la oscuridad de la tierra, para morir. Sólo aceptando esta “sepultura”, la semilla puede “resurgir” y dar fruto.

Zanjar el propio egoísmo significa haber aprendido a dialogar con el otro. En todo diálogo verdadero hay una muerte a sí mismo, porque la parte esencial del diálogo es la escucha.

Escuchar no es sólo oír, es escuchar los sentimientos que se hacen palabras. Es un gesto de “compasión”, de compartir y de acoger el pathos(1) del otro.

8) Resurgir para relanzar

Hay muchas ocasiones por las que una relación de amor llega a un momento de estancamiento. Cada intento de reactivar el dinamismo de vida parece chocar contra un muro de acero. En situaciones de inactividad y de muerte relacional, se vuelve crucial decir “tú no morirás” porque significa “aún creo en ti”. Significa que quiero invertir nuevamente y todavía. Significa simplemente: “Te amo”.

Y en estos momentos no se debe tener miedo del contraste y la discusión constructiva. Hay personas que piensan que discutir significa no amarse más. No soy de la filosofía de “el amor no es bello si no es peleon”. Lo que les digo siempre a las parejas, sin embargo, es esto: no se alarmen si discuten animadamente, teman más bien la concordia sin alma.

Para recomenzar, el amor necesita de tres aliados: humildad, valentía y esperanza.

Atreverse a resurgir no siempre es el lado dramático de una relación que muere y que necesita reanimación, o resurrección. Puede simplemente adquirir la forma de una elección renovadora del otro después de haber conocido mejor su realidad. Es escoger al otro, no sólo cuando su atractiva novedad lo impone como perfecto, sino cuando el tiempo lo repropone en su imperfección y, con todo eso, nos atrevemos a escogerlo como perfecto para nosotros, precisamente en esta imperfección.

9) Permanecer conectados (con el mundo real)

“Atreverse a estar conectado”, es uno de los pasos más difíciles de este camino, porque implica al menos restablecer y reforzar tres conexiones: con nosotros mismos, con lo que hacemos y con los demás. Es el compromiso de estar menos conectados con pseudo mundos wifi y más conectados y presentes en encuentros reales y vivos. Las parejas, además, necesitan un contexto de parejas para confrontarse y consolarse. Las relaciones permiten a las parejas relativizar sus propios dramas. Y se sorprenden que ciertos dramas sentimentales se vuelven comedias que sacan alguna carcajada.

10) Acercarse a Dios

El amor no es Dios, pero gracias al éxodo del amor comenzamos a parecernos a Dios, permitimos a Dios volverse vida en nuestra vida. Amar como Dios nos transfigura, no para hacernos dioses caprichosos que poseen al otro, sino para conformarnos a semejanza del Dios que ama donando todo y donándose a sí mismo completamente.

Estamos llamados a ser “por participación lo que Dios es por naturaleza”, por lo tanto, a ser partícipes del amor que Dios es. La distinción entre Dios y el hombre permanece, pero la posibilidad de amar a Dios es puesta a nuestra disposición para transfigurarnos. Esta es la gran revolución. El amor es una “virtud teologal” porque es el don puro de Dios que nos permite hacer un acto típico de Dios: amar verdaderamente.


viernes, 5 de agosto de 2016

¿La receta para un matrimonio feliz? !Es simple!

Las emociones son como una onda sinusoidal, que sube y baja. ¿Qué hacer si vuestra relación necesita de una rápida reanimación?

Tomad nota de una regla simple para mantener la unidad del matrimonio: 30 segundos de besos + 30 minutos de de conversación + 3 minutos de oración, CADA DÍA. Vivir con estas tres simples reglas garantiza la frescura y la longevidad del matrimonio.

30 segundos de besos

Esto va dirigido a vosotros, los románticos. Perdón, pero tengo que decirlo en voz alta: la química en una relación no es una metáfora. La química es simplemente química. En nuestro torrente sanguíneo fluyen sustancias llamadas hormonas. Dos de ellas son específicamente hormonas del amor.

Os presento la oxitocina y la vasopresina.

La concentración de oxitocina en mucho más alta en mujeres, por ejemplo: durante el parto, la lactancia materna, durante los abrazos, caricias y besos. La vasopresina es una hormona masculina del amor, que inunda todo el cuerpo durante las relaciones sexuales. Esta mezcla química crea el vínculo entre nosotros, nos involucra, produce una sensación de cercanía y nos ofrece sensaciones muy agradables, tanto que queremos más y más. Funciona mejor que el chocolate y ¡no engorda!

Así que si queremos disfrutar del amor hasta la tumba… debemos simplemente amarnos. No sólo cuando estamos bien, aferrándonos el uno al otro, sino especialmente cuando sentimos que algo comienza a fallar. Unos investigadores californianos observaron que un beso de 30 segundos activa la secreción de oxitocina. Gracias a las caricias, el cóctel hormonal opera en un nivel óptimo.  Así que la proximidad física no debe ser objeto de premio o castigo. Tiene que formar parte de la relación. Entonces, ¿muac muac?

30 minutos de conversación

Es agradable y divertido hablar de todo y de nada. Digamos que, a veces es incluso necesario, porque tomarse la vida demasiado en serio puede ser mortal. Pero la conversación con la pareja es como una buena dieta: para lograr los resultados esperados y para tener más fuerza vital, tiene que ser equilibrada. En una conversación equilibrada caben también los temas poco serios que son cruciales para el funcionamiento saludable de la relación. Treinta minutos al día es el momento óptimo. Una charla constructiva no es un monólogo, no es un sermón, ni un testimonio, ni un bla bla bla, sino un diálogo. Y éste tiene sus propios principios inviolables:

1. En primer lugar, escuchamos y luego hablamos.

2. Tratamos de entendernos y no juzgamos.

3. Compartimos e intercambiamos la información sobre (la oración comienza con un “yo”) nuestras experiencias y sentimientos (debemos tener a mano la “chuleta” con una lista de sentimientos) antes de discutir.

4. Evitamos las generalizaciones y exageraciones, como por ejemplo: tu siempre esto o lo otro…

5. No nos vamos a dormir sin el perdón y la reconciliación.

3 minutos de oración

¿Habéis tratado, alguna vez, correr largas distancias sin calentar previamente? Menos mal, y no lo intentéis. Lo mismo pasa con la oración común. Estos tres minutos de práctica todos los días durante al menos un mes, son tan buenos y necesarios como el calentamiento antes de un maratón espiritual. Pasar de ello puede ser peligroso, con riesgo de salidas falsas o lesiones, y como resultado de la pérdida de motivación.

Podéis rezar juntos una decena del rosario, el pasaje del Evangelio del día con la consideración final, una oración espontánea o letanía favorita. Hay oraciones para todos los gustos. La elección del lugar es importante. Así como tenéis un sofá-cama para dormir y para ver películas, una mesa de comedor y escritorio, también tenéis que organizar un rincón para la oración, con un icono, una vela, la Biblia y el rosario. Que éste sea vuestro rincón de las reuniones espirituales. La perseverancia fortalecerá el deseo de permanecer juntos ante el Señor. Y admitiréis que vale la pena estar en tan buena compañía.

¡Buena suerte!

lunes, 25 de julio de 2016

4 preguntas para fortalecer nuestras relaciones.

Más confianza y respeto, menos individualismo y soledad


No estoy solo. Camino con otros. Vivo en comunidad. Eso lo sé muy bien. Pero a veces no cuido el amor que Dios pone en mi vida.

La amistad, los lazos fraternos, el amor personal, se construye desde la confianza y el respeto. Así es en la vida. Los lazos son fuertes o débiles. O hay intimidad o no la hay. Los lazos se construyen desde la confianza y la complicidad. Si los lazos son frágiles no resisten los conflictos.

Cuando miro el mundo de hoy me conmuevo. Tantas personas solas. Tantas personas llenas de violencia. Atentados. Guerras. Odios. La cadena del odio sólo se rompe desde el perdón, desde la aceptación, desde la tolerancia, desde el respeto. Si no se rompe engendraremos nuevos odios cuando tratemos con odio a alguien.

Esa cadena tiene fuerza. Es verdad que es más fuerte el amor que el odio. Pero la cadena del odio me estremece. Miriam Subirana comentaba: “El odio afecta a nuestra salud, envenena nuestro corazón, mata nuestra paz interior, nos seca de amor y felicidad”.

El odio me aleja de los hombres, me hace insolidario, dejo de ser feliz cuando odio. Quiero romper el odio con mi amor, con mi entrega, con mi vida. No quiero continuar yo esa cadena cada vez que reciba rechazo, desprecio, críticas, odio. Vuelvo a empezar.

No quiero reflejar lo que recibo de los otros cuando es algo poco agradable. No quiero odiar al que no me quiere, ni tramar venganzas contra el que me ofende. No quiero.

Pero para eso tengo que ser capaz de sembrar confianza y respeto. Tengo que aprender a amar con un corazón nuevo. Tengo que aprender a dar y no esperar recibir siempre algo a cambio de lo que hago.

Sueño con una amistad honda y generosa. ¿Soy capaz de establecer vínculos fraternos profundos?

El papa Francisco comenta en su exhortación Amoris Laetitia: “Hay que considerar el creciente peligro que representa un individualismo exasperado que desvirtúa los vínculos familiares y acaba por considerar a cada componente de la familia como una isla, haciendo que prevalezca la idea de un sujeto que se construye según sus propios deseos asumidos con carácter absoluto”.

El individualismo me aísla. Me impide ser más solidario. Me cierra en mi egoísmo. Salir de mi círculo cerrado de necesidades e intereses me abre más ampliamente al hermano, me acerca, me ensancha el corazón.

Hace un tiempo, un seminarista me contaba que tuvieron con otros seminaristas de su curso un encuentro para profundizar en su vida comunitaria.

Se hacían cuatro preguntas respecto a sus hermanos en el camino al sacerdocio:

  1-¿Qué rasgo de Cristo veo en mi hermano? ¿Me gusta, me atrae?
  2-¿Qué rasgo tiene que todavía no ha desarrollado? Algo valioso que yo veo y que tal vez él no               acaba de ver.
  3-¿Qué cosas suyas me cuestan?
  4-Y por último, tal vez la más difícil: ¿Qué me preocupa de él? Si lo veo débil en algo que puede             trabajar. Y me preocupa que no lo haga.

Me quedé pensando. ¿Soy capaz de hacerme esas preguntas respecto a las personas a las que más quiero? ¿He hablado de algo así con un hermano, con un amigo? Y más todavía. ¿Me he hecho esas preguntas a mí mismo?

Es verdad que es necesario siempre hacerlo en un clima de oración. Sabiendo que Dios ha puesto personas en mi camino y me hago responsable de ellas. Estoy allí para ser su lazarillo, para animarlas, enaltecerlas y ayudarlas a crecer.

A veces tendré que decirles cosas que no veo bien. Aspectos en los que pueden crecer. Y también recodarles cuánto valen. Asumiendo los límites, pero sabiendo que podemos crecer.

Decía el papa Francisco: “No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido”.

Miro hoy a Dios. Y pienso en ese rasgo de Jesús que yo tengo. O en eso que no vivo. Pienso en esa actitud a mejorar, porque no me hace feliz, porque no me ayuda. Y le pido que arrase mi corazón. Que empiece de nuevo. Quiero crecer en sus manos. Componer con Él mi día.