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martes, 6 de septiembre de 2016

La urbanidad, un deber con Dios

urbanidad
Leo hoy en la Sagrada Escritura: «por su aspecto se descubre el hombre y por su semblante el prudente. El vestir, el reír y el andar, revelan lo que hay en él». No había caído en que este código de la urbanidad esta también revelado en la Biblia pero es una manera de que cada día pueda agradar a Dios con mis actitudes.
La urbanidad es ese conjunto de reglas que nos enseña a comportarnos socialmente con decoro, con respecto y con dignidad. La urbanidad va estrechamente unida a la caridad, porque no deja de ser un retrato del amor con las personas que nos rodean. De hecho, la caridad nos muestra cómo debemos comportarnos con cortesía con el prójimo como quisiéramos que lo hicieran con nosotros mismos. Ser cortés es el acto en el que uno manifiesta atención por el otro, respeto y afecto. La urbanidad auténtica es aquella que está revestida de disposición y virtuosismo cristiano y lleva aparejada la sencillez, la amabilidad, la humildad, la abnegación y la afabilidad. Todo ello enfrenta al egoísmo, que es una de las formas de descortesía contra la persona.
Vivir la urbanidad no solamente es una cuestión de reglas de vocación sino un deber que tenemos también para con Dios, para con nuestros semejantes y para la comunidad.
¡Señor Jesús, envía tu Espíritu para que me libere de todos los miedos, temores e inseguridades que me impiden ser amable y generoso con los demás! ¡Sana, Espíritu Santo, las impresiones que tengo sobre el prójimo y que me impiden muchas veces ser generoso llamarle con él! ¡Sana, Espíritu Santo la dureza de mi corazón para que mis palabras, mis gestos, y mis actitudes muestren a los demás dulzura y amabilidad! ¡Libera, Señor, las máscaras de mi vida para expresarte mi ser más profundo, creado para darse y dar amor al prójimo! ¡Suaviza, Espíritu divino, el trato con lis que me rodean con el don de la compasión y la escucha pues son muchas las ocasiones en que me muestro intolerante con los que más quiero! ¡Libérame del rasgo de la amargura y del que me mantiene en la pasividad! ¡En tu nombre, Jesús, por la fuerza poderosa de tu Cruz obra en mi para liberarme de aquellos rencores que me impiden ser amable y cortés con los demás!
El Señor es nuestro consolador, le cantamos hoy a Jesús:

lunes, 5 de septiembre de 2016

¿No somos todos un poco como Judas?


¿No somos todos un poco como Judas?
Me presentan a un joven comercial que se llama Judas, por san Judas Tadeo. Se hace llamar «Yudy». «Comprenderás los motivos», me dice. Debe haber visto mi cara de sorpresa. Inconscientemente he pensado: «¡Menuda elección de los padres!». He reprobado injustamente. Pero creo que a todos nos ocurriría algo semejante.
Pero a mi me ha venido a la memoria Judas Iscariote que fue «uno de los doce», «uno de los nuestros», «uno de los de Jesús», según San Pedro. Tenía la condición absoluta de apóstol de Cristo. Pero fue el traidor. Y así ha pasado a la historia. El que le vendió por treinta monedas de plata entregando sangre inocente. A continuación se suicidó. No podemos juzgar a Judas, sobre todo si nos ponemos en la mirada misericordiosa, amorosa y siempre justa de Dios que vio en él el remordimiento que le embargaba.
¿Como eligió y confío Jesús en alguien como Judas? La pregunta podría ser otra: ¿no somos todos un poco como Judas? ¡Sí, todos somos Judas! No entro en el misterio de su traición, que desembocó en la Pasión de Jesús. Pero a Judas, Dios le dio la libertad de elegir y el maligno ganó la partida de la tentación. Judas, al que Cristo honraba con su amistad, que le instruyó, le confió el economato del grupo de apóstoles, que le enseñó el Padre Nuestro y le adoctrinó sobre el camino de las Bienaventuranzas no pudo controlar la soberbia de su corazón y su voluntad fue derrotada por la tentación de Satanás. Su corazón egoísta, su individualismo, su tratar de imponer su voluntad le impidió estar íntimamente unido al Señor. Judas no confío en Él. Judas no descansó en la misericordia de Cristo. Judas se dejó vencer por la desesperación. Judas no supo hacer buen uso de la libertad que Jesús nos da. Judas no estaba dispuesto a una auténtica conversión. ¡Todos somos un poco como Judas! Todos somos, aunque no lo queramos ver, cristianos pecadores que entregamos al Señor con nuestras faltas, que merodeamos el mal, que nos cuesta testimoniar muchas veces la verdad del Evangelio, mercadeamos con la libertad que nos concede Dios, que somos capaces de negar al Señor en nuestro entorno familiar, social o profesional por miedo al qué dirán.
La traición de Judas la tomó Dios como elemento esencial para la entrega de Jesús por la redención de nuestros pecados.
Yo puedo entregar al Señor cada día pero a diferencia de Judas tengo la posibilidad de ver los acontecimientos pasados y rectificar para vivir con coherencia mi vida cristiana. ¡Qué gran peso saber que puedo cambiar y no dejarme vencer por las tentaciones del príncipe del mal!

Judas Orar con el corazón abierto
¡Señor, te doy infinitas gracias porque estás cada día conmigo y por mantenerme firme! ¡Te pido, Señor, que me libres de caer en la tentación y no permitas que me deje vencer por las invitaciones fraudulentas del demonio! ¡Señor, ayúdame a no vacilar en el momento de tomar decisiones para evitar los peligros que me acechan y con los que me encuentro cada día! ¡Te pido, Señor, la fortaleza para vencer la debilidad cuando me tenga que enfrentar a situaciones complicadas y momentos difíciles! ¡Es tu poder el que me sostiene, es tu poder el que me ayuda a vencer todas mis debilidades por eso en el día de hoy me enorgullezco de exclamar con fuerza que en ti todo lo puedo! ¡Te pido, con humildad, que me perdones cuando mi debilidad me hace caer! ¡Ayúdame a levantarme cada vez que me caigo, y sostenme siempre porque yo quiero vivir una vida cristiana plena! ¡Señor, te pido que me ayudes cada día a mantenerme con buen ánimo, a ver siempre las cosas positivas, que la negatividad de los demás no haga mella en mí, a rechazar la soberbia, el orgullo, la ira, el rencor, la falta de caridad… Y que sea tu paz, tu amor y me fe la que me hagan permanecer a tu lado en cada uno de los momentos de mi jornada! ¡Aunque sé que tengo muchas cosas que cambiar te doy gracias, Señor, porque tú me amas como soy! ¡Señor, tu deseas mi salvación, porque eres el único Salvador y el demonio quiere mi condena y aunque Dios la permite para someterme prueba quiero darte diempre mi «sí» a Ti; envía tu Espíritu para reconocer siempre la tentación cuando ésta se presenta y alejarme inmediatamente de ella!

domingo, 4 de septiembre de 2016

Enderezad el camino, allanad las sendas

De nuevo pido una palabra para iniciar mi oración. Abro la Biblia y surgen estas palabras de Isaías: “Enderezad el camino, allanad las sendas”. Una forma hermosa de recordarme que mi conversión tiene que ser diaria, que tengo que enderezar las sendas de mi vida; que en mi corazón hay demasiados recovecos, demasiadas cosas que no son lo suficientemente rectas sino que están llenas de curvas sinuosas. Que es imprescindible cambiar todo aquello que debe ser rectificado, convertir lo torcido en algo recto.
Pero este “Enderezad el camino, allanad las sendas” tiene mucho que ver también con esas acciones que, en principio, pueden parecer desinteresadas pero que mi corazón sabe que tiene mucho de egoísmo e interés. Son las dobles intenciones tantas veces torticeras que acompañan las acciones del hombre. En la oración misma, por ejemplo, mercadeando con el Señor pero hay muchas actitudes en la vida que podríamos cambiar: cuando haces mal uso del tiempo, o lo pierdes en cosas absolutamente innecesarias, en asuntos que no merecen la pena; cuando buscas tus propios intereses dando preponderancia más al egoísmo que a la entrega personal; cuando te muestras amable o afectuoso con alguien pero en realidad lo que pretendes es obtener algo de él; cuando la amistad se convierte en una maraña de intereses donde no hay amor ni generosidad sino intentar sacar partido de ella; cuando las metas de la persona no están presididas por la voluntad de Dios sino por lo mundano de este mundo; cuando uno se encierra en la autocomplacencia centrándose en su yo y en su propio mundo; cuando el servicio a los demás, la entrega, la caridad no tienen como fundamento el amor si no solamente el reconocimiento y el aplauso; cuando la propia vida no es más que un narcisismo puro, un «yoísmo» elevado al cuadrado... son ejemplos que demuestran que es necesario enderezar en nuestra vida todo aquello que está torcido.
Si el camino de mi vida es muy sinuoso, y no soy capaz de ponerlo recto, es difícil que el Señor llegue a mi corazón porque no transito por la ruta adecuada. Pero a la vez debo tratar de cubrir los socavones del camino para que éste se convierta en una senda llana. Esos socavones son el fracaso, el sufrimiento, las caídas, la tristeza, el decaimiento, la falta de confianza, la desesperanza… Y, al mismo tiempo, reducir aquellas cosas demasiado elevadas que impiden que el camino transcurra según los designios de Dios: el orgullo que nos eleva a la cima de nuestro yo; la vanidad que se infla cada vez que nos sentimos los mejores del universo; la soberbia que nos convierte en dioses en minúsculas, en realidad en dioses de barro. Son barreras que nuestro corazón pone al Señor para que penetre en nuestro interior.
El “enderezad el camino, allanad las sendas” tiene una gran profundidad porque hace también referencia a cómo es mi relación con Dios y a la honestidad conmigo mismo. Me hace ver que no debo poner obstáculos a la acción liberadora de ese Dios que me ama; es el reconocimiento que Dios debe entrar en mi corazón y allí, en su interior, debe sentirse a gusto. Es contemplar mi propio interior y reconocer que debo cambiar, que es imprescindible ser más humilde, más sencillo, más maduro espiritualmente y llevar siempre la iniciativa en mi predisposición al cambio para no dejarse vencer por la tentación que lo único que logra es alejarme de Dios.
¡Señor mío y Dios mío, te pido en el día de hoy que me des una fe firme para avanzar y seguir adelante! ¡Te pido de todo corazón que me des grandeza de espíritu para acercarme a la gente y saber perdonarles! ¡Señor, también te pido que me envíes tu Espíritu para recibir el don de la paciencia para comprender y aprender a esperar! ¡Y cuando caiga por el desánimo, por la tentación, por el sufrimiento… dame la fuerza para levantarme y caminar a tu lado sabiendo llevar la cruz de cada día! ¡Padre, tú eres amor, te doy gracias por el amor que me tienes, dame un poco de ese amor para que sea capaz de darlo yo también a los demás y pueda demostrar verdaderamente que soy un hijo tuyo! ¡Padre, que tu espíritu penetre en mi corazón para que tenga una voluntad fuerte para no caer nunca en tentación! ¡Ayúdame a aceptar todo lo que me envías, y dame sólo aquello que necesito y no lo que mi corazón anhela y quiere! ¡Te pido que me ayudes a ser una buena persona, un buen cristiano, un buen ejemplo para las personas que me rodean, especialmente mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo y las personas de mi círculo parroquial! ¡Dios de bondad y de misericordia, hazme un instrumento útil de tu voluntad! ¡Que sepa seguirla siempre sin quejas y con alegría! ¡Te pido la fortaleza para sobrellevar las dificultades y los golpes que la vida me va dando, y te pido también que mi corazón sea receptivo siempre a lo que tú deseas para mi! ¡Hazme un instrumento de tu paz para que yo sea capaz de compartirla con aquellos que no la tienen en su corazón!
Le pedimos cantando a Dios que extienda su mano para que nos ayude a enderezar el camino:

Amasando el Pan de Vida

Virgen_eucaristia
Primer sábado de septiembre con María en nuestro corazón. Hay días difíciles, complicados, llenos de problemas. En esos momentos te pones en presencia de Dios y contemplas su Pasión y su Muerte y un consuelo grande llena tu alma. Y miras a María, en la soledad de su dolor, te encomiendas a Ella y una gota de esperanza inunda tu corazón contrito. ¡María!
La Virgen participó de manera directa en la Pasión de Jesús. En el relato de la Santa Cena —aunque no aparece narrado en los Evangelios— se debió producir uno de los gestos más hermosos de la Virgen pocas horas antes de que Cristo se sentara a degustar el banquete pascual con el coro de sus apóstoles. En una estancia próxima al Cenáculo su santas manos debieron amasar el pan que Cristo convertiría en su Cuerpo y debió verter con esmero en la copa el vino que Jesús transformaría en su Sangre. Un doble gesto delicado, lleno de amor maternal, muy unido al sacrificio de su hijo. Allí debió colocar también María todo lo que llevaba guardado en su corazón.
Cada uno de mis problemas, sufrimientos y dificultades están presentes en el sacrificio de la Cruz y en el misterio de la Eucaristía. Yo también puedo amasar con mis manos pecadoras y miserables el pan de la vida y verter en la copa el vino de la esperanza. Jesús sólo me pide que lo haga con confianza y que sea capaz de entregarme a Él con humildad. Como hizo María. ¡Totus tuus, María! ¡Todo tuyo!

¡María, Reina de la misericordia, que asumes en tu corazón todas las angustias del ser humano acoge en tu corazón y en tus manos todas mis dificultades para elevarlas al cielo! ¡Al igual que tú amasaste el Pan de Vida y vertiste en una copa la Sangre de tu Hijo ayúdame amasar los problemas de mi vida poniéndolos siempre en tus manos intercesoras! ¡María, tú eres mi socorro y mi consuelo, levántame de mi miseria y de mi pequeñez e introdúceme en tu amistad y en la de tu Hijo para ir ganando así cada día mayor confianza en tu Providencia! ¡María, tú eres la Reina de la fidelidad, en los momentos de incertidumbre y cuando las cosas en tu vida se hicieron difíciles y complicadas mostraste una confianza ciega en el Padre y pronunciaste el «Sí» más hermoso de la Historia! ¡Y lo mantuviste siempre con una confianza plena y nada ni nadie te apartaron de esta confianza ciega a la voluntad divina! ¡Señora de la Confianza, que tu auxilio me permita superar siempre las incertidumbres de mi vida!
Junto a ti María, en este primer sábado de mes:

jueves, 1 de septiembre de 2016

Cristo no pide certificados de calidad humana

A medida que profundizas en la lectura del Nuevo Testamento te das cuenta de lo poco que le interesaban a Cristo las disquisiciones doctrinales. Jesús imparte doctrina, es evidente, pero lo que verdaderamente le interesa es llegar al corazón de la gente. Cristo no pide certificados de calidad humana, no pone ningún tipo de condiciones, no obliga asistir a ningún curso de formación espiritual, a ninguna catequesis, no exige tener un Máster en bondad ni, siquiera, comportarse de la mejor manera posible. Jesús lo único que hace es mirar profundamente al hombre y ver el sufrimiento que hay en su interior. Cuanto mayor es el sufrimiento —sea espiritual físico, humano, de corazón...— más atención le presta Jesús.
Leyendo los relatos del Evangelio muchas veces uno tiene la sensación de que la gente que se acercaba a Él lo hacía por un interés meramente humano. No había nada más. Sabían que aquel hombre curaba enfermedades, expulsaba demonios, resucitaba a los muertos, daba de comer a los hambrientos, hacía verdaderos milagros. Era una aproximación interesada pero no había un interés real en cambiar de vida. De hecho muchos ni siquiera se plantearon dejarlo todo como había ocurrido con los discípulos. Se puede llegar a pensar, incluso, que las palabras de Jesús no eran trascendentes para ellos, que el mensaje que Cristo trasmitía les era indiferente. Tal vez fuera así pero esperaban recibir sanación.
Cuando padecemos cualquier tipo de dolor sea físico, emocional o espiritual y la soledad, el sufrimiento y la desesperación hace mella en su vida acudimos a Jesús para que nos sane la herida que supura en el corazón. Tal vez sea una actitud egoísta, pero es la actitud habitual en los hombres de antes y de ahora.
Sin embargo, cuando observamos a Cristo vemos como por amor y misericordia se compadece de todos aquellos que se acercan a Él. Es su dolor, su tristeza, su desesperación, su sufrimiento, su soledad, su amargura, lo que lleva a Jesús a acercarse a la gente. Jesús no rechaza nunca, acoge siempre. A veces hay tanta gente a su alrededor que Jesús se ve obligado a darles de comer, a alimentar a miles de personas que están allí esperando ese milagro que transforme el problema inmediato que atenaza su vida. Entonces entiendes que Jesús no pretende solucionarte los problemas que te agobian sino que espera que comprendas que es con Él y junto a Él como uno puede cambiar de vida. Que no importa lo que hayas hecho, como te hayas comportado, cuáles son las oscuridades que ennegrecen el corazón, tus sufrimientos, tus caídas, tus pecados… Jesús te muestra que Dios te ama. Te ama tan profundamente que lo hace sin ningún tipo de condiciones. Que Dios en su amor de Padre y en su infinita misericordia se siente tocado por nuestras necesidades y por nuestros dolores y que nuestros sufrimientos y nuestras heridas Él las hace suyas como algo propio.
Una gran enseñanza para mi día a día. Jesús me hace ver que cada vez que alguien se cruce en mi camino y en su mirada, en sus palabras y en sus gestos denote que hay sufrimiento ponga mis manos y mi corazón para socorrerle. Sin condiciones previas como haría Cristo. Hacerlo, simplemente, porque es hijo de Dios. Es decir, mi hermano. Es la mejor manera de demostrar que soy cristiano, hijo de ese Padre lleno de amor y de misericordia.

¡Señor, soy consciente de lo fácil que es creer cuando todas las cosas en la vida me sonríe pero también sabes perfectamente que en los momentos de prueba es fácil que todo se tambalee a mi alrededor! ¡Pongo hoy en tus manos, mi Señor, todas mis necesidades y las de todas las personas que me rodean porque eres el único que tiene el poder de cambiar las cosas! ¡Señor, hoy te pido especialmente por la iglesia y por todos los que la formamos para que seamos capaces con nuestra entrega y nuestro servicio demostrar a los demás cuál es el verdadero amor amando a los demás como tu amaste! ¡Señor, no puedo estar cerca de ti si antes no amo de verdad, de manera auténtica, si no perdono con el corazón, si no sirvo a los demás con generosidad y amor, si no me arrodilló delante de los otros para servirles como serviste Tú! ¡Señor, ayúdanos a acercar tu figura A la gente que nos rodea en estos tiempos que tantos te esperan y no te conocen! ¡Ayúdanos acercar tu Iglesia al mundo de hoy! ¡Señor, tú que has llevado en tu corazón las vicisitudes de tus contemporáneos ayúdanos a nosotros abrazar las necesidades de las personas que nos rodean, sus sufrimientos, sus negaciones, sus tensiones, sus inquietudes, sus colores, sus dudas, sus complejos, sus problemas…! ¡Señor, ayúdanos a traducir todo esto a un lenguaje franco y sencillo, lleno de misericordia para que seas tú para ellos el camino, la verdad y la vida!
Un Allegro del Concierto de Violín de J.S.Bach en Do mayor BWV 1042: