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lunes, 28 de noviembre de 2016

¿Ya oíste hablar del coro de las 20 mil voces? Existe y te sorprenderá



¿Ya oíste hablar del Latvian Nationwide song and dance? Este tesoro poco conocido, pero de una riqueza inmensa, no pasaría desapercibido a los ojos atentos del equipo de Cecilia Music. Se trata de un tradicional festival realizado cada cinco años, en Letonia, que reúne a alrededor de 40 mil personas, entre las cuales, 20 mil cantantes y 20 mil bailarines. El evento está considerado la opera prima del patrimonio oral e inmaterial de la humanidad por la UNESCO.
Historia y curiosidades
El festival se lleva a cabo desde 1873 y expresa bien algo que forma parte de la cultura de los letones: la fuerte presencia de coros musicales. En ese país báltico, localizado al este de Rusia, las personas aprenden, desde niños, a tocar algún instrumento o a cantar. Muchos, a partir de esa formación de base, entran en orquestas y corales de altísimo nivel.

Llega el tiempo de la luz

¿Estas preparad@?


Hoy me invitan a revestirme de Jesús: “La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Vestíos del Señor Jesucristo”.

Pasa la noche y llega el tiempo de la luz. Quiero ser como una de esas vírgenes que esperan al novio con su lámpara encendida. El fuego en su corazón. La mirada llena de luz. No quiero que se apague el fuego que Jesús ha encendido en mí.

Jesús me lo dice: “Estad en vela”. Quiero aprender a velar con mi luz encendida. La luz en mi alma. No quiero sembrar oscuridades a mi alrededor. Me gustaría abrir ventanas en las vidas de los hombres. Puertas que les abran un mundo nuevo que colme su esperanza.

Hoy se enciende simbólicamente una primera vela del Adviento. Me gusta ese fuego que comienza tímidamente. Luego crece, día a día, semana a semana. Somos hijos de la luz. Esa imagen me da tanta vida… Prefiero la luz a la oscuridad. La vida a la muerte. Estar despierto a estar dormido.

Decía el padre José Kentenich: “El Espíritu de Dios debe encender una luz en mi alma. Debemos contemplar el mundo de Dios a la luz de la fe. Si no somos al mismo tiempo maestros de la oración, entonces no podremos transmitirles a los que nos siguen esa gracia divina interna”[1].

Pienso en lo que significa revestirme de Cristo y llenarme de luz. Encender la luz del alma para poder vivir como Él. Revestido de su Espíritu.

Necesito la presencia de su Espíritu en mi vida. Lo necesito para cambiar mi forma de vivir. No todo da igual. Es importante cómo vivo, cómo actúo, las consecuencias de mis actos. En cualquier momento puede venir Jesús a buscarme y quiero que me encuentre revestido de Él.

No simplemente revestido de formas. Quiero tener el corazón hecho a su medida. Que mire la vida en su verdad. No marcado por mis creencias y mis ideologías. Que sepa distinguir el bien del mal, sobre todo cuando sea sutil la diferencia. Que sepa poner en orden mis prioridades y no considerar importantes las cosas que no lo son. Una nueva forma de mirar, de vivir, de amar. Revestido de Cristo.

Me conmueve pensar que Jesús puede hacerlo en la fuerza de su Espíritu. Puede eliminar mis cadenas. Puede dar luz a mi corazón. Para que no viva en las tinieblas, para que no me derrumbe en medio de la oscuridad. Necesito su luz, su paz. Quiero aprender a hacer su voluntad y encontrar su paz.

Decía santa Teresa de Calcuta: “La alegría que busco es sólo agradarle a Él. Soy suya y solamente suya. El resto no me afecta. Puedo pasar sin tener todo lo demás si le tengo a Él”[2]. Esa libertad interior me da luz. La necesito. Esa luz ilumina mis pasos. Pacifica mis ansias y mis egoísmos.

Quiero que la luz de Jesús acabe con las penumbras y con las tristezas. La luz de esa primera vela que me revela el camino. Mis prioridades. Lo importante en mi vida. No todo da igual. Mi sí no es indiferente para Dios. Mi sí profundo y libre, firme y arraigado.

Quiero un corazón lleno de luz que ilumine la vida de Jesús sufriente. Ese Jesús que vive sin luz en tantos hombres. Turbados por sus pecados. Angustiados por sus miedos. Porque han puesto su seguridad en un mundo cambiante. Y se han olvidado de lo importante.

Quiero la luz de Jesús que ilumine mis pasos, mis decisiones, mi amor más hondo y verdadero.



[1] J. Kentenich, Niños ante Dios

[2] Santa Teresa de Calcuta, Ven sé mi luz

Hoy se enciende una llama

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Comenzamos un año litúrgico nuevo con el inicio del tiempo de Adviento, la preparación para la Navidad. Es el misterio de cómo Dios entra en nuestra historia y pasar a ser parte del compromiso con el ser humano. Un compromiso de esperanza, de vida y de salvación. Hoy nos preparamos para ese imposible que es que Dios se convierta en hombre como nosotros porque estamos todos llamados a ser un día como Dios, a participar de Él plenamente y por siempre. Este misterio comienza con este Dios que desea encarnarse en la naturaleza humana.

El tiempo de Adviento nos llama a estar preparados. A ser capaces de abrir nuestro corazón, nuestro entendimiento y nuestro amor a este Dios que se hace humanidad en nosotros.
Hasta el día de Navidad cada domingo, con el corazón abierto, realizaremos el gesto sencillo de encender las cuatro velas de la corona de Adviento, esa corona circular que nos indica que Dios siente por nosotros un amor eterno sin principio ni fin. Entre ramas verdes que simbolizan la esperanza y la vida y la unión estrecha con Dios para alcanzar la vida eterna cada una de las cuatro velas con sus respectivos colores tienen un significado profundo. Estas velas iluminan nuestra vida, nos recuerdan la oscuridad del pecado que nos aleja de Dios. Pero cada vela encendida es a su vez una luz que ilumina el mundo y anuncia la llegada próxima de ese Dios que se hace pequeño por nuestra salvación. Luz y vida para toda la humanidad porque la Navidad es la fiesta grande de la luz ya que nace Jesús, Luz del mundo.
Al encender hoy la primera vela podemos recordar a María, la primera en acoger en su interior la llamada de Dios. Es la vela del amor sincero, desprendido, generoso. Es la vela del acogimiento, del don de darse como Dios nos dio a su propio Hijo por la inmensidad de su amor infinito. Es la vela que nos invita a abrir de par en par las puertas de nuestro corazón para entregárselo todo a Dios como hizo la Virgen y para que Dios, a través del Espíritu Santo, derrame sobre nosotros la fuerza de sus dones y de su gracia. Una vela para recordar que estamos en este mundo para amar.
El segundo domingo podemos encender la vela recordando a los coros celestiales y proclamar la paz. La paz en el corazón. La paz en los gestos cotidianos. La paz en la mirada. La paz que rompe rencores y resentimientos. La paz que Dios nos deja y nos da. La paz que aplaca la desazón. La paz que nos abre a la esperanza. Esta vela de la paz es para llenar nuestro corazón de serenidad y para llevar paz allí donde los otros corazones estén llenos de dolor y turbación.
En el tercer domingo tal vez podemos encender la vela de la alegría cristiana. Esa misma alegría que sintieron los humildes pastores de Belén tras el anuncio del ángel. La vela que nos recuerda las palabras del Señor de estar alegres en la tribulación porque nuestra tristeza acabará convirtiéndose en alegría y en gozo. La Navidad es la fiesta de la alegría, la alegría de la venida de Cristo al mundo y a nuestro propio corazón.
En el cuarto domingo, antes del día de la Navidad, la vela que encendemos puede ser  la de la esperanza. Nuestro corazón anhela que Cristo nazca, que nuestro Salvador se encuentre ya en el portal de Belén. Este humilde establo es nuestro propio corazón. Y allí, pacientemente, reposará el Niño Dios. Y para ello hay que prepararse bien porque todos ponemos en Dios nuestra esperanza.
El día de Navidad me gusta encender una quinta vela colocada en el centro de la corona para recordar que Cristo es la Luz del mundo, la que ilumina mi hogar y da luz a cada uno de los miembros de la familia. Cristo ya ha llegado en este día a nuestro corazón. Ahora sólo le tengo que dejarle entrar.
¡Te doy gracias mi Dios y Señor porque esta espera ha valido la pena!

¡Señor, quiero ser luz en este tiempo de Adviento! ¡Señor, ayúdame a ser luz de confianza para acercarme más a ti que eres el amigo que nunca falla y acercarme más a los demás para no fallarles nunca!¡Ayúdame a ser luz para buscarte con el corazón y llegar también a los demás!¡Ayúdame a ser luz de alegría para contagiar al prójimo la alegría de la Navidad para que todos puedan seguir soportando sus problemas y sufrimientos con alegría! ¡Ayúdame a ser luz de amistad para que siempre alguien se pueda arrimar a mi y caminar conmigo! ¡Ayúdame a ser luz de Buena Nueva para darle  a Tu Palabra el auténtico sentido y convertir mis pequeñas acciones en un testimonio de tu Evangelio! ¡Ayúdame a ser luz de perdón para abrir mi corazón a la reconciliación y la entrega! ¡Ayúdame a ser luz de la fe para testimoniarte siempre! ¡Ayúdame a ser luz de fidelidad para recoger con mis pequeñas manos los frutos abundantes de tu amor y misericordia! ¡Ayúdame a ser luz de amor para no olvidar nunca el mandamiento primero que nos dejaste! ¡Ayúdame a ser luz de compromiso para no fallarte nunca a Ti ni a los demás! ¡Ayúdame a ser luz de oración para no perder el tiempo en cosas inútiles y hacer de mi vida un pequeño sagrario de oración porque el que no ora no sabe de amor! ¡Ayúdame a ser luz del Espíritu Santo para que Tu Espíritu, Señor, ilumine siempre mi vida y pueda irradiar también a los demás y sus dones me fortalezcan, me purifique, me renueven y me transformen!
Oración para el encendido de la primera vela de la corona de adviento: «Encendemos, Señor, esta luz, como aquél que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. En esta primera semana del Adviento queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y vigilantes, porque tú nos traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús. Ven, Señor Jesús!»
Hoy se enciende una llama, cantamos en este día de Adviento:

domingo, 27 de noviembre de 2016

Por qué necesitas paciencia y esperanza para preparar la Navidad

Quiero preparar el corazón para la vida que comienza entre mis manos rotas


Tiene el Adviento mucho de espera y anhelo. Mucho de paz y sosiego. Mucho de alegría y sueños. Mucho de nostalgia y deseo. Porque todavía no tengo lo que sueño, porque todavía no alcanzo lo que persigo. Así es mi vida, incompleta, en búsqueda. Como los caminos de María y José a Ein-karem o a Belén o a Egipto.

Trae el Adviento una corriente de aire fresco al alma para que no me estanque. Para que me ponga con prontitud en camino.

Es como un despertar a una vida nueva que se me regala para que no me duerma. Una vida que comienza hoy, ahora, en el momento presente en el que digo que sí, que estoy dispuesto a recorrer mil caminos.

Es un tiempo de espera y de esperanza. De expectativas concretas. De sueños inmensos. Cuando el mundo no es como yo quisiera y la vida es más pobre de lo que yo deseo.

Necesito esa paciencia que normalmente me falta. Quiero preparar el corazón para la vida que comienza entre mis manos rotas.

Quiero prepararlo en oración, con calma, sin pausa, de rodillas. Prepararlo para que no llegue Jesús sin que yo lo sepa, cuando menos lo espere y mi alma tal vez no esté bien dispuesta.

Me gusta el Adviento lleno de luces y noches oscuras. Del calor de un hogar. Del frío de esas calles vacías. Ese frío de la espera. En medio de esa calma infinita del Niño que nace.

Una persona rezaba: “Las estrellas calmas me muestran el amplio horizonte. Y yo sigo soñando. La oración me sostiene. Ese canto callado que brota de mi alma. Y sonrío muy quedo. Apenas lo comprendo. Sólo sé que las lágrimas lavan toda mi alma. Calman mi voz cansada. Levantan mi nostalgia. Me llenan de esperanza. No sé qué tiene mi alma, que anhela el infinito”.

Anhelo el infinito. Anhelo una vida plena. La oración me sostiene. Cada día. Cada hora. Me gusta el Adviento. Quiero renovarme por dentro. Volver a comenzar. Alzar de nuevo mi mirada al infinito. Para no quedarme en lo que ahora me inquieta, en lo finito que pesa y me turba.

Tiene algo el Adviento que rompe los límites marcados por mis manos. Cuando me pongo triste, o pierdo la esperanza. Quiero mirar más lejos, más hondo. Quiero creer en esa vida eterna que le da sentido a todo lo que vivo.

Se cierran las puertas de la misericordia al comenzar este Adviento. Aún recuerdo cómo se abrían el Adviento pasado. Un año de misericordia. Se abren las puertas de mi alma cargada de misericordia. Y brota ese río de gracias que he podido tocar con mis manos.

Se me ha pegado la misericordia al alma, a la mirada. Se me ha quedado en las manos, en la piel.

Son vivencias sagradas las que han jalonado este año. Momentos de un Dios que me ama como soy, en mi indigencia. Un Dios misericordia en medio de mi nada.

Ahora comienzo el Adviento con el deseo de seguir yo siendo una puerta abierta de misericordia para tantos que buscan posada, un poco de consuelo y algo de esperanza.

Para todos los que tienen en su alma un deseo de infinito que nada lo calma. Para todos los heridos por una herida de abandono. Para los que cargan muy dentro una soledad muy honda.

Quiero que cada momento de mi vida me deje en el alma profundas vivencias de Dios. Para no olvidarme de lo importante.

Decía el padre José Kentenich: “Lo que podemos constatar, es que puede ser que la cabeza sepa muchas cosas, pero el corazón no se encuentra enraizado, no está arraigado en lo Eterno. Por eso, es un hecho que la tendencia a tener vivencias religiosas aparezca como lo más necesario, como el contrapeso que Dios espera y requiere hoy de nosotros”[1].

Necesito arraigarme más en Dios, tocar a Dios, tenerlo sostenido en mi vasija rota, para poder darlo. Tener vivencias de niño abrazado al Dios de misericordia que me abraza y sostiene.

Es cierto que no quiero acumular vivencias, pero quiero que mi vida esté marcada de encuentros profundos con Dios. No tengo que buscar grandes vivencias para sobrevivir. No hace falta.

Pero sí tengo que cuidar en mi alma las experiencias que he tenido. Para no olvidarlas. Porque son momentos sagrados en los que Dios me abraza.

No quiero olvidar este año de la misericordia. No quiero olvidar el amor que Dios me ha dado. El amor que he tocado en otros brazos que han sido conmigo misericordiosos. No quiero olvidarme de tantas veces que mis propias manos han sido fuente de misericordia para otros.

Porque es algo sagrado. Es lo que queda en el alma cuando todo ha pasado. Es el agua pegada a mi piel al acabar de pasar el torrente. Es la gracia de Dios pegada a mis huesos después de haber amado y haber sido amado. Es esa presencia permanente de Dios la que me cambia por dentro.

[1] J. Kentenich, Hacia la cima

Las primeras imágenes del sepulcro de Cristo

La superficie original, en la Iglesia del Santo Sepulcro, ha sido expuesta por primera vez en siglos.


Los trabajos de restauración del Santo Sepulcro que ha llevado adelante el grupo científico griego a cargo dirigido por Antonia Maropoulou han evitado que el que la tradición considera fue el sepulcro que albergó durante tres días el cuerpo de Cristo haya quedado convertido en poco más que una “montaña de arena”.



En declaraciones ofrecidas a EFE y recogidas por el ABC de España, Maropoulou, profesora de la Universidad Politécnica Nacional de Atenas, explicó que “los resultados han sido muy buenos y estamos en la fase de instalar las juntas de titanio —traído desde Grecia y utilizado también en la Acrópolis— para reajustar las piedras de la cueva y fijarlas al templete que lo protege”. Para el mes de febrero está proyectado retirar las vigas de metal que fueron instaladas en 1947 durante los años del protectorado Británico, y que hasta ahora han sostenido el edículo.

El revestimiento de mármol que cubre la tumba desde al menos el siglo XVI fue removido por el equipo restaurador, revelando una cantidad impresionante de material “de relleno”. Una vez removido, la roca original sobre la que la tradición asegura que reposó el cuerpo de Cristo durante los tres días previos a la Resurrección podrá ser observada y analizada en detalle, para restaurarla y evitar su total desintegración.