No es la primera vez que me lo escucho: «Tienes que ser más realista». ¿Más realista? Es habitual que a los cristianos se nos acuse de ser poco realistas porque nos amparamos en la esperanza, esa virtud sobrenatural tan bella como su nombre que nos infunde Dios en el momento del Bautismo para capacitarnos a tener confianza plena en que Él nos otorgará las gracias necesarias para alcanzar la vida eterna. El ser humano no puede vivir de las rentas del pasado. Ni de los recuerdos ya franqueados. Cuando viajamos acompañados de la esperanza soñamos con un futuro deseado. Y eso nos enfrenta también con valentía y clarividencia al presente, que es la única realidad viva de nuestra vida.
Cada vez que escucho el «Tienes que ser más realista» mi esperanza se reaviva. Como cristiano anhelo ser coherente y vivir mi vida en su totalidad tratando de descubrir todo lo que ella entraña. Es exactamente mi esperanza la que me hace ser realista. No vivir aferrado al hoy, sino vivir abierto al mañana. Mi esperanza como cristiano no me hace perder el horizonte de la vida eterna, me permite luchar contras las dificultades del camino amparado por la ayuda inestimable de Dios, que me otorga la seguridad de que en Él el futuro es cierto; arraigo mi fe que nace, precisamente, de la creencia de que las promesas de Dios son verdaderas.
La esperanza cristiana es el armazón firme de la vida. Es la que me hace sentirme seguro y confiado. Me compromete. Me levanta. Me hace mostrarme activo ante la pasividad. Me invita a ser más creador. Me libera de la cadenas del dolor y del pecado. Me hace sentir la necesidad de que debo luchar por impedir que el mal se imponga, que la sinrazón se instale en este mundo, que la verdad se asiente en las esperanzas de los hombres.Además tengo un referente. A Cristo. El fue un acérrimo dispensador de esperanza. No hay pasaje evangélico que no deje evidencia de esta impronta. Y, aún y así, seguimos moviéndonos al margen de la fe, la tibieza nos ablanda, la frivolidad nos desorienta, la ligereza de nuestros actos nos atonta, la comodidad nos apacigua, las apetencias nos debilitan, la satisfacción por el tener y el poseer nos puede, las incoherencias nos acomodan… y con ello la esperanza agoniza. Cuando la vida se ama de manera auténtica no se puede bajar la guardia. Ya lo dice el Señor: «Ponte derecho, alza la cabeza, ándate con cuidado y mantente despierto».Es Cristo mismo que me invita hoy a vivir vigilante y a ser capaz de discernir cómo debe ser mi vida. «Tienes que ser más realista», escucho. Y lo soy; lo soy porque tengo esperanza. Y esa esperanza es un don que viene del Espíritu Santo, que todo lo puede y todo lo cambia en mi vida. Por eso es un milagro permanente, es el milagro de saber que es Jesús mismo quien, desde mi esperanza puesta en Él, me hace vivir el presente mirando el futuro.
¡Señor, estás cerca de mí y así lo siento, por eso mi esperanza se acrecienta y me llena de alegría! ¡Veo tus signos, Señor, por todas partes: en mi propio hogar, en mi barrio, en mi trabajo, en mi comunidad eclesial, en mi grupo de amigos, incluso en mi mismo, y eso me llena también de esperanza! ¡Observo tus prodigios, Señor, que despierta en mi una confianza ciega y eso me llena también de esperanza! ¡Señor, me dicen que tengo que ser más realista pero no puedo más que serlo a tu lado que nos colmas de esperanza! ¡Señor, nos angustiamos por todo, perdemos el aliento a las primeras de cambio, vivimos sin vivir ante cualquier dificultad que se nos presenta, no sanamos las heridas del corazón por nuestro orgullo y nuestras autosuficiencias, y no nos damos cuenta de que Tú eres la esperanza viva que camina a nuestro lado y todo lo sanas, todo lo curas y todo lo mitigas! ¡Señor, envíame tu Espíritu Santo, para que me llene siempre del don de la esperanza para permanecer siempre despierto a tu llamada, para que abra mi corazón y me libere de tantas heridas, tantas preocupaciones y tantas desazones mundanas! ¡Ayúdame, Señor, con la fuerza del Espíritu Santo, a nadar siempre a contracorriente y caminar con alegría cristiana, con esperanza cierta y confianza plena! ¡Ayúdame, Señor, a dejar en un recodo del camino lo inútil, lo mundano, lo vano y lo improductivo de mi vida y coger fuerzas para no vivir aferrado al hoy sino abierto al mañana! ¡Señor, Tu comprendes lo que siente mi corazón, por eso en Ti confío! ¡Gracias, Señor, por tanto amor, tanta misericordia y tanta esperanza que infundes hoy a este corazón abierto a tu gracia!
Con el organista holandes Klass Jan Mulder escuchamos el Salmo 42, un canto a la esperanza: