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martes, 7 de febrero de 2017

¡Tienes que ser mas realista!

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No es la primera vez que me lo escucho: «Tienes que ser más realista». ¿Más realista? Es habitual que a los cristianos se nos acuse de ser poco realistas porque nos amparamos en la esperanza, esa virtud sobrenatural tan bella como su nombre que nos infunde Dios en el momento del Bautismo para capacitarnos a tener confianza plena en que Él nos otorgará las gracias necesarias para alcanzar la vida eterna. El ser humano no puede vivir de las rentas del pasado. Ni de los recuerdos ya franqueados. Cuando viajamos acompañados de la esperanza soñamos con un futuro deseado. Y eso nos enfrenta también con valentía y clarividencia al presente, que es la única realidad viva de nuestra vida.
Cada vez que escucho el «Tienes que ser más realista» mi esperanza se reaviva. Como cristiano anhelo ser coherente y vivir mi vida en su totalidad tratando de descubrir todo lo que ella entraña. Es exactamente mi esperanza la que me hace ser realista. No vivir aferrado al hoy, sino vivir abierto al mañana. Mi esperanza como cristiano no me hace perder el horizonte de la vida eterna, me permite luchar contras las dificultades del camino amparado por la ayuda inestimable de Dios, que me otorga la seguridad de que en Él el futuro es cierto; arraigo mi fe que nace, precisamente, de la creencia de que las promesas de Dios son verdaderas.
La esperanza cristiana es el armazón firme de la vida. Es la que me hace sentirme seguro y confiado. Me compromete. Me levanta. Me hace mostrarme activo ante la pasividad. Me invita a ser más creador. Me libera de la cadenas del dolor y del pecado. Me hace sentir la necesidad de que debo luchar por impedir que el mal se imponga, que la sinrazón se instale en este mundo, que la verdad se asiente en las esperanzas de los hombres.
Además tengo un referente. A Cristo. El fue un acérrimo dispensador de esperanza. No hay pasaje evangélico que no deje evidencia de esta impronta. Y, aún y así, seguimos moviéndonos al margen de la fe, la tibieza nos ablanda, la frivolidad nos desorienta, la ligereza de nuestros actos nos atonta, la comodidad nos apacigua, las apetencias nos debilitan, la satisfacción por el tener y el poseer nos puede, las incoherencias nos acomodan… y con ello la esperanza agoniza. Cuando la vida se ama de manera auténtica no se puede bajar la guardia. Ya lo dice el Señor: «Ponte derecho, alza la cabeza, ándate con cuidado y mantente despierto».Es Cristo mismo que me invita hoy a vivir vigilante y a ser capaz de discernir cómo debe ser mi vida. «Tienes que ser más realista», escucho. Y lo soy; lo soy porque tengo esperanza. Y esa esperanza es un don que viene del Espíritu Santo, que todo lo puede y todo lo cambia en mi vida. Por eso es un milagro permanente, es el milagro de saber que es Jesús mismo quien, desde mi esperanza puesta en Él, me hace vivir el presente mirando el futuro.



¡Señor, estás cerca de mí y así lo siento, por eso mi esperanza se acrecienta y me llena de alegría! ¡Veo tus signos, Señor, por todas partes: en mi propio hogar, en mi barrio, en mi trabajo, en mi comunidad eclesial, en mi grupo de amigos, incluso en mi mismo, y eso me llena también de esperanza! ¡Observo tus prodigios, Señor, que despierta en mi una confianza ciega y eso me llena también de esperanza! ¡Señor, me dicen que tengo que ser más realista pero no puedo más que serlo a tu lado que nos colmas de esperanza! ¡Señor, nos angustiamos por todo, perdemos el aliento a las primeras de cambio, vivimos sin vivir ante cualquier dificultad que se nos presenta, no sanamos las heridas del corazón por nuestro orgullo y nuestras autosuficiencias, y no nos damos cuenta de que Tú eres la esperanza viva que camina a nuestro lado y todo lo sanas, todo lo curas y todo lo mitigas! ¡Señor, envíame tu Espíritu Santo, para que me llene siempre del don de la esperanza para permanecer siempre despierto a tu llamada, para que abra mi corazón y me libere de tantas heridas, tantas preocupaciones y tantas desazones mundanas! ¡Ayúdame, Señor, con la fuerza del Espíritu Santo, a nadar siempre a contracorriente y caminar con alegría cristiana, con esperanza cierta y confianza plena! ¡Ayúdame, Señor, a dejar en un recodo del camino lo inútil, lo mundano, lo vano y lo improductivo de mi vida y coger fuerzas para no vivir aferrado al hoy sino abierto al mañana! ¡Señor, Tu comprendes lo que siente mi corazón, por eso en Ti confío! ¡Gracias, Señor, por tanto amor, tanta misericordia y tanta esperanza que infundes hoy a este corazón abierto a tu gracia!
Con el organista holandes Klass Jan Mulder escuchamos el Salmo 42, un canto a la esperanza:

martes, 20 de diciembre de 2016

Si dos oran unidos… Dios se lo concederá

Fernando pide oraciones por Xavier, con un tumor cerebral que no remite y que le ha obligado a pasar varias veces por el quirófano. Carlos por Isabel, enferma del alma por la depresión. Ana Cristina por Andrés, su marido, que ha perdido el trabajo y también la esperanza. Cuca por uno de sus hijos que ha caído en el drama de la droga… Y, así, una interminable cadena de peticiones para llevarlas a la oración.
Un fruto sabroso de la caridad en la comunidad cristiana es la oración conjunta del pueblo de Dios. Estas son las palabras de Cristo: «Si dos de vosotros se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». ¡Cómo conmueve y enternece mi corazón esta frase! ¡Es Palabra de Dios!
La oración personal es fundamental. Indispensable. Necesaria. Vitamina para crecer cada día y para esperar la gracia que viene del cielo. Pero Cristo también nos garantiza su presencia viva entre los creyentes -por muy pequeña que sea la comunidad-, si entre nosotros existe una unión perfecta, una caridad sincera y un amor auténtico. Una comunidad de creyentes que ora es el reflejo mismo de ese Dios uno y trino, que representa la comunión perfecta del amor.
«Si dos de vosotros». Bastan dos corazones entregados para crear una comunidad unida en la oración. Dos voces que se entrelazan en la unanimidad para pedir por la esperanza de los vivos. Dos corazones que se enlazan para, en el amor recíproco, elevar sus plegarias al cielo para ser acogidas por las manos amorosas del Padre. Y, en el centro, Cristo mismo.
¿Por qué la oración fraterna en la comunidad llega con más potencia al corazón de Dios? Probablemente porque estando «reunidos en mi nombre» la oración está más purificada, descontaminada de todo egoísmo y desprendida de todo yo. Es Cristo, quien unido al corazón de los miembros de la comunidad, eleva a Dios las súplicas de los fieles -«cualquier cosa»- para que sean escuchadas por el Padre. ¿No es maravilloso, por no decir, extraordinario? ¿No multiplica por mil la esperanza en la eficacia de la oración?
Hay que pedir sin desfallecer. No tener miedo a compartir nuestras peticiones. Pedir que oren por nuestras necesidades y nuestros anhelos. Pedir por las necesidades y los anhelos de los más cercanos. Orar por los demás y con los demás. Orar y pedir en familia. Orar y pedir en la comunidad eclesial. Orar y pedir en los grupos de oración. Orar y pedir en cualquier momento o situación. Orar y pedir que Cristo se haga presente en la oración. Dios lo espera. Jesús lo anhela. El Espíritu Santo lo suscita.
Orar por el ser humano y sus necesidades. ¡Qué gran obra es esta de amor y de misericordia!
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Oración de intercesión de nuestra página:
Padre, te pido bendiciones para esta persona que está en mi corazón, revélale cada día tu amor, tu bondad y tu poder. Te pido que seas la guía para su alma. Acompaña a esta alma buena con tu amor. Si tiene dolor, dale tu paz y tu misericordia. Si tiene dudas, renuévale la confianza. Si tiene cansancio, te pido que le des la fuerza para seguir adelante. Si hay estancamiento espiritual, te pido que le reveles tu cercanía, para un nuevo comienzo en la fe. Si tiene miedo, revélale Tu amor, y trasmítele tu fuerza. Donde haya pecado, bloqueando su vida, permite que busque la reconciliación y dale tu perdón y bendición. Concede a esta persona que tanto quiero tus siete sagrados dones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo y saber distinguir las fuerzas negativas que le puedan afectar, y revela a su corazón el poder que tienen en Ti para superarlo. Tú sabes lo que vive, lo que le preocupa, lo que siente, lo que piensa, lo que anhela, lo que le hace falta y lo que desea. Concede a esta alma toda la fuerza del Espíritu Santo y tenla presente siempre en tu Sagrado Corazón. Amén
Oración de sanación para los enfermos del Padre Tardif:
Jesús. Señor Jesús. Creemos que estás vivo y resucitado. Creemos que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar y en cada uno de nosotros. Te alabamos y te adoramos. Te damos gracias Señor, por venir hasta nosotros como pan vivo bajado del Cielo. Tú eres la plenitud de la vida. Tú eres la resurrección y la vida. Tú eres, Señor la salud de los enfermos. Hoy te queremos presentar a todos los enfermos que están aquí, porque para ti no hay distancia ni en el tiempo ni en el espacio. Tú eres el eterno presente y tu lo conoces. Ahora, Señor, te pedimos que tengas compasión de ellos. Visítalos a través de tu Evangelio proclamado en la Santa Biblia, para que todos reconozcan que tu estás vivo en tu Iglesia de hoy; y que se renueve su fe y su confianza en ti. Te lo suplicamos Jesús. Ten compasión de los que sufren en su cuerpo, de los que sufren en su corazón y de los que sufren en su alma que están orando y viendo los testimonios de lo que Tú estás haciendo por tu Espíritu Renovador en el mundo entero. Ten compasión de ellos, Señor. Desde ahora te pedimos. Bendícelos a todos y haz que muchos vuelvan a encontrar la salud, que su fe crezca y se vayan abriendo a las maravillas de tu amor, para que también ellos sean testigos de tu poder y de tu compasión. Te lo pedimos Jesús, por el poder de tus santas llagas, por tu santa cruz y por tu preciosa sangre. Sánalos Señor. Sánalos en su cuerpo, Sánalos en su corazón, Sánalos en su Alma. Dales vida y vida en abundancia. Te lo pedimos por intersección de María Santísima, tu Madre, la Virgen de los Dolores, la que estaba presente, de pie, cerca de la cruz. La que fue la primera en contemplar tus santas llagas y que nos distes por madre. Tú nos has revelado que ya has tomado sobre ti todas nuestras dolencias y por tu santas llagas hemos sido curados. Hoy, Señor, te presentamos en fe todos los enfermos que nos han pedido oración y te pedimos que los alivies en su enfermedad y que les des la salud. Te pedimos por la gloria del Padre del Cielo, que sanes a los enfermos que van a leer este oración o libro. Haz que crezcan en la fe, en la esperanza, y que reciban la salud para la gloria de tu Nombre. Para que tu Reino siga extendiéndose más y más en los corazones, a través de los signos y prodigios de tu amor. Todo esto te lo pedimos Jesús, porque tú eres Jesús. Tú eres el buen pastor y todos somos ovejas de tu rebaño. Estamos tan seguros de tu amor, que aún antes de conocer el resultado de nuestra oración, en fe te decimos Jesús por lo que tu vas hacer en cada uno de ellos. Gracias por los enfermos que tu estás sanando ahora, que tu estás visitando con tu misericordia. Que lo cubras de tu sangre divina, y que a través de este mensaje tu corazón de buen pastor hable a los corazones de tantos enfermos que van a leerlo. ¡Gloria y alabanza a ti, Señor! Amén
Sáname, Señor, Jesús le cantamos hoy al Señor como complemento a estas oraciones de sanación interior:

lunes, 12 de diciembre de 2016

Imitar los gestos de Cristo

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Cada palabra, cada mirada, cada gesto, cada paso que Cristo realiza transforma las situaciones más nimias y prosaicas dotándolas de una luminosidad que nunca nadie ha conseguido dar a la trivialidad. Jesús tiene la enorme cualidad de convertir lo más sencillo en un evento revestido de una belleza mágica, llena de luz y de esperanza.
Aunque estamos en tiempo de Adviento releo la que para mí es una de las escenas más hermosas, didácticas, desbordantes, a contracorriente y extraordinariamente hermosas de sus enseñanzas. Es ese pasaje crucial de su último día en el que Cristo, arrodillado frente a cada uno de sus discípulos, ceñido con el manto de la humildad, les lava esos pies llenos de polvo; pies endurecidos y cansados por tanto trasiego de un lugar a otro siguiendo al Maestro, maltrechos por el mal estado de los caminos de Tierra Santa, doloridos por la ínfima calidad del calzado que usaban. Pies que agradecen la frescura del agua limpia y el roce suave de una toalla limpia.
Y me doy cuenta que vivo enredado en mil quehaceres cotidianos apagando fuegos por doquier y que, con frecuencia, olvido la necesidad de ceñirme una toalla limpia de entrega, servicio y fraternidad para inclinarme con humilde actitud a lavar los pies de los que me rodean. Incluso algo más profundo: colocarme en el lugar adecuado para discernir claramente quien soy y qué deber tengo para con los demás. No siempre es sencillo y fácil afrontar los avatares diarios saliendo de uno mismo para meterse en la piel del prójimo. Sí, tengo que poner más atención a lo que ocurre a mi alrededor para tratar de encontrar más pies llenos de polvo, endurecidos y cansados,  maltrechos y doloridos como pueden estar los míos.
No siempre es sencillo comprender los porqués de la voluntad de Dios, las razones de sus propósitos y «despropósitos», el sentido y el «sinsentido» de lo que Él tiene ideado para mí. Es necesario estar atento para unirme a Dios íntimamente y comprender que Él es el que nunca falla, que todo lo tiene siempre milimétricamente medido, que ofrece la respuesta adecuada, la palabra precisa para moldear en lo más profundo de mi ser el verbo «confía», que me lleva a tener paz interior, sosiego, serenidad de corazón... a encontrarme conmigo mismo en la mirada del otro.
Los gestos de Jesús debo imitarlos cada día si realmente me considero un discípulo suyo de este tiempo. Él me ha dejado infinitud de enseñanzas para que las ponga en práctica. Se trata de conseguirlo realmente para parecerme solo un poco más a Él, y ser un siervo fiel que aprenda a lavar los pies ajenos con grandes dosis de fraternidad. Pero tengo un problema: con frecuencia la toalla ceñida se me cae del cinto consecuencia de mi yo, de mi egoísmo, de mi falta de caridad, de mi falta de amor y de tantos «peros» que jalonan mi vida.

¡Señor Jesús, postrado de rodillas ante Ti te pido encarecidamente que enseñes a quererte tal y como tú me amas; hazme ver tu rostro en el rostro de las personas con las que vivo y se cruzan en mi camino; muéstrame el camino para ser buena persona y que Tú te conviertas en el centro de mi vida, vida que te entrego y pongo confiadamente en tus manos! ¡Ayúdame, Señor, a aceptar a todos los que me rodean como son y haz que mi corazón abierto tenga con ellos esos gestos de amor, de fraternidad y humildad que tú me pides como testimonio de mi ser cristiano! ¡Señor, Tú lavaste los pies de tus discípulos con un amor y una humildad que sobrecogen y además dijiste que lo hacías para que también lo hagamos unos con otros! ¡Me cuesta hacerlo, Señor, porque es un auténtico ejercicio de humildad, de servicio y de bondad! ¡Señor, Tu me muestras por este gesto a ponerme al servicio del prójimo con con mucho amor y grandes dosis de dulzura y sin distinciones de ninguna clase! ¡Tu me enseñas a ponerme espiritualmente de rodillas ante los demás, principalmente entre quienes más sufren y más necesitan del consuelo y la paz interior! ¡Ven, Espíritu Santo, Espíritu de amor, y dame tu luz para ser consciente de que el amor, para que sea verdadero amor, se tiene que concretar en obras! ¡Quedan pocos días para que nazcas en Belén, en el pesebre de mi corazón, y tengo tanto que aprender de ti! ¡Ayúdame, con la fuerza de tu Espíritu y con la fuerza de tu gracia a ser otro Cristo para los demás!
En este tercer domingo de Adviento, denominado Gaudete, nuestro corazón va palpitando de alegría. Nos acompaña la Virgen, Madre de Cristo, en esta espera gozosa y lo hacen también en nuestro corazón aquellos que amamos o nos han hecho daño. En este domingo, encendemos la vela con esta oración: "Vas a llegar pronto, Señor. Prepáranos nuestro camino porque estás cerca. Que esta luz que encendemos ilumine las tinieblas de nuestro corazón. Que no cese de brillar cada día y caliente nuestra alma. ¡Ven, Señor Jesús, y no tardes! ¡Ven pronto, Señor, a salvarnos y envuélvenos con tu luz, aliéntanos en el amor y irradia en cada uno de nosotros tu paz! Ayúdanos a ser antorcha para que brilles en nosotros y lámpara para comunicar la verdadera alegría. Amén!
Del compositor Félix Mendelsson escuchamos su motete Im Advent. Pertenece a su colección Sechs Sprüche, op. 79:

domingo, 11 de diciembre de 2016

Golpear las puertas de la Misericordia de Dios

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Como cristiano voy caminando en el camino del Adviento con el corazón abierto, tratando de prepararme para purificarme y renovarme con la ilusión de convertirlo en un pequeño pesebre donde pueda nacer Dios hecho Niño.
El Adviento es, entre otras cosas, un camino de conversión del corazón, un camino para abrir la pobreza de nuestra vida al amor redentor de ese Dios que se hace hombre y que posteriormente se entregará en la Cruz por nuestra salvación.
¿Que sería de nuestras vidas si Dios no hubiese nacido en Belén y no hubiésemos sido salvados en el madero santo? ¿Que hubiese sido de nosotros si nuestro Dios, a través de Cristo, no hubiese entregado su vida para rescatar la nuestra?
Recién terminado el Año Jubilar de la Misericordia tengo la oportunidad de ir golpeando las puertas de la misericordia del corazón amoroso de Dios que pronto llegará a mi -nuestra- vida en forma de un Niño pobre y humilde.
Golpear sin miedo las puertas de su Bondad con mis pequeñas mortificaciones, de mi oración, de mi voluntad de cambiar y, sobre todo, con la puerta abierta de mi caridad y mi servicio a los demás.
Cada vez que golpeo las puertas de la Misericordia de Dios me encuentro con ese Dios que ha golpeado primero la pequeña puerta de mi pobre corazón. Con cada llamada escucho como exclama amorosamente: «Estoy a la puerta y llamo; si escuchas mi voz abre la puerta, entraré en tu corazón y cenaré contigo».
Abro así la puerta para dejar salir el pecado, el orgullo, la soberbia, todo aquello negativo que me domina; abro la puerta para que salga del corazón lo mundano y la comodidad de la carne, y permito que entre el Señor.
¡Señor, quiero estar preparado para abrirte cuando me llames! ¡No permitas que mi alma se muestre complaciente! ¡No permitas, Señor, que me crea bueno porque trato de hacer bien las cosas, de rezar, de servir, de entregarme a los demás...! ¡Te pido, Señor, que salgas a mi encuentro, que te hagas el encontradizo, que llames a la puerta de mi corazón con insistencia! ¡No permitas, Señor, que me olvide de que Tú eres mi referente, mi todo, mi luz, mi guía! ¡Envía Tu Espíritu, Señor, para que no me muestre sordo cuando me llamas y dame la sensibilidad para escuchar los susurros del Espíritu! ¡No permitas, Señor, que mi voluntad se imponga a la tuya y que lo mundano me confunda! ¡Envía Tu  Espíritu, Señor, para que me de la inteligencia y la sabiduría para saber discernir en cada acontecimiento el brillante resplandor de tu presencia amorosa! ¡No permitas, Señor, que nada ni nadie me aparte de Ti, que la sonoridad de lo externo y las muchas excusas que pongo ahoguen tu mensaje y tu palabra! ¡Que Tu Palabra sea para mi alimento, que mis ojos no vean más que tu luz, que mi respiración no sea más que para sentirte, que mi alimento sea tu cuerpo y tu sangre! ¡Llama, Señor, a la puerta de mi corazón y, si no respondiera, siéntate en el zaguán hasta que te abra!
Además de golpear la puerta de la Misericordia de Dios es conveniente tener la lámpara encendida para estar a la espera de la llegada del Redentor. Y eso es lo que cantamos hoy:

jueves, 8 de diciembre de 2016

Y yo… ¿cómo puedo vencer al diablo?

orarcon-el-corazon-abiertoLa principal habilidad del demonio es establecer las bases para destruir. Sabe que rompiendo el corazón del hombre, la confianza, las relaciones humanas, la vida de oración y de sacramentos, la fe, la esperanza… acaba destruyendo la familia y las relaciones de amistad que es el lugar donde crece Cristo, en medio del amor. Por eso el diablo ataca a través de los estilos de vida equivocados, del pensamiento individualista, de las ideologías, seduciendo a través de eslóganes falsos y los lemas mentirosos.
Y yo… ¿cómo puedo vencer al diablo? Amando. Amando como lo hace Dios. Ese es el método más eficaz porque el príncipe del mal nunca luchara contra Dios. Consciente de que tiene todas las de perder, prefiere destruir las piezas más débiles creadas por Él. Por eso el hombre es el objetivo del diablo. Debilitando nuestra alma y nuestro corazón nos coloca en una situación de absoluta vulnerabilidad.
Al diablo sólo le puedo vencer con el Amor que conlleva vivir en la humildad, renunciando a mi yo, revistiéndome del amor de Dios y fortaleciéndome con la gracia del Espíritu, dándome a los demás, transformándome en apóstol de la misericordia en total disponibilidad a la voluntad a Dios y en el servicio a los demás. Amar dejándome llenar del amor de Dios, confiando en su amor providente y paternal y siendo obediente a su voluntad.
Pero desde mi pobre humanidad no puedo vencerlo solo. Por eso es tan necesaria la oración y la vida sacramental. Por eso es tan importante acudir a María, la llena de gracia, para vivir en gracia como vivió Ella en total consonancia con el amor a Dios.
¿Y como es ese Amor? Basta con mirar la Cruz, revestida de la mayor disponibilidad a la voluntad del Padre porque no existe amor más grande que el que da su vida por el prójimo. Y en la Cruz Jesús venció al diablo con el Amor.
¡Señor, dame una fe fuerte para confiar siempre en ti, para abandonarme a tu amor y tu misericordia y para ser siempre obediente a tu voluntad! ¡Señor, ayúdame a convertirme cada día para vencer al demonio! ¡Ayúdame a no abandonar nunca la confesión en la que Tú me perdonas, me liberas del pecado, renuevas tu amistad, limpias mi corazón y me confirmas en la vida de gracia! ¡Espíritu Santo, ayúdame a estar siempre vigilante y alerta para no dejarme vencer por las acechanzas, seducciones y tentaciones del demonio! ¡Señor, perdóname! ¡En este tiempo de adviento ayúdame a cambiar desde el corazón, a no rebelarme contra Dios creyéndome un pequeño dios, a discernir siempre entre el bien y el mal! ¡Ayúdame, Espíritu Santo a desenmascarar las mentiras de la tentación! ¡Ayúdame a rezar más para librarme del mal, para liberarme de todos los males! ¡Señor, estás en camino! ¡Conviérteme de verdad!
Del compositor Philippe De Vitry acompañamos la meditación con su motete Vos Qui Admiramini: