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martes, 21 de marzo de 2017

Vértigo en aceptar la voluntad de Dios

orar-con-el-corazon-abierto
A pesar del vértigo que, en ocasiones, me produce aceptar la voluntad de Dios cuento con la fuerza del Espíritu. El Espíritu Santo ofrece al hombre el don del discernimiento cuyos apellidos pueden ser perfectamente sabiduría y prudencia. Pero cuando este miedo me invade puedo enfrentarme a la tentación de abandonar y recular lo andado. Este miedo es, por otro lado, normal. Es el miedo a la acción del Espíritu. Sin embargo, la seguridad auténtica se encuentra en el Espíritu Santo que es el que guía siempre, dirige –si se lo permito– mi vida, el que me otorga la confianza para avanzar y me marca el camino de mi exigencia en lo cotidiano de la vida.
Existe otra tentación también muy peligrosa, la del ir por libre. Seguir mi propio instinto, agarrarme a las propias seguridades y seguir aquellos valores, ideas, principios y reglas que más me convienen. El riesgo es enorme porque no distingo entre el bien y el mal.
El camino real –el de la libertad plena– lo otorga la guía del Espíritu Santo. Sólo Él da la sabiduría para alcanzar la auténtica libertad y me permite discernir con claridad cuál es la voluntad del Padre en mi vida. Por eso para que sea auténtico, real, veraz, el discernimiento debe venir de lo más profundo del alma. Es un sentimiento que anida en lo íntimo, en el interior de cada uno, porque es Dios quien lo deposita en el corazón. Es lo que le pido hoy al Espíritu Santo, la gracia de discernir siempre lo que es mejor para mí y, según mi comportamiento, para con Dios y con los demás. Consagrar mi vida a la verdad, a la autenticidad y a la recta razón para discenir espiritualmente las cosas que vienen de Dios.

¡Espíritu Santo, te pido me otorgues el don de discernir siempre cuál es el camino que me conduce hacia Cristo para convertirme en un seguidor fiel de su Palabra y para ser capaz de difundir su Buena Nueva y convertirme en un auténtico instrumento en sus manos! ¡Tú, Espíritu Santo, que eres el alma de mi alma, guíame e ilumíname siempre! ¡Revélame, Espíritu divino, cuáles son los designios de Dios; hazme saber siempre lo que el Padre desea de mí; lo que debo realizar; lo que debo sufrir, lo que debo experimentar, los que debo aceptar, lo que debe cargar, lo que debo soportar! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, a convertirme en un auténtico «Sí» a la voluntad, los deseos y el querer de Dios! ¡Invoco tu santa presencia, Espíritu de Dios, para que todos mis actos estén iluminados por la voluntad de Dios con el único fin de cumplir la misión que Dios me ha encomendado obsequiándome con la vida! ¡Te consagro, Espíritu divino, mis pensamientos, mis palabras, mi intelecto, mis sentimientos, mí espíritu, mi alma, mi cuerpo y todo mi ser, para actuar siempre iluminado por la gracia de tu dadivosa gracia! ¡Concédeme, Espíritu de Dios, la gracia de recuperar el tiempo perdido en todos aquello sin importancia o que no tenía sentido alguno y me capacites para comprender que en la vida hay que caminar hacia la santidad, con rectitud de intención y perfección! ¡Concédeme, Espíritu divino, una total perseverancia para seguir la voluntad de Dios!
Cantamos al Espíritu Santo para que nos ilumine cada día:

Compromiso y amor

orar con el corazon abierto
Hay una frase del Evangelio que me impresiona mucho: «Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den alegría a vuestro Padre que está en el cielo». ¿Qué se puede decir ante esto? Compromiso. Así le comprendieron y pusieron en práctica los apóstoles y los primeros cristianos y tantos miles de cristianos a lo largo de la historia que dieron su vida, entregaron todo lo que tenían, para dejar testimonio vivo de la grandeza y el valor definitivo de este Reino que todos anhelamos: el Reino de Cristo. Lo hacemos porque sabemos que Jesús es el camino, la verdad y la vida y que, además, Él es la resurrección y la vida. Pronto experimentaremos esta realidad.
En el testimonio está la verdad. La forma de conseguirlo. Sencilla pero complicada a la vez: repartir el pan con el necesitado; dar de hospedar al desamparado; vestir al desnudo... das a los demás y te salvas tu mismo y con eso conseguimos que la luz brille en mis tinieblas, mi oscuridad se vuelva mediodía y el Señor me responda: «Aquí estoy». El camino continua con la humildad y la fidelidad cristianas, valerse también de la fuerza que nos da ese Cristo crucificado y resucitado, y la fuerza iluminadora del Espíritu Santo.
Cada día me doy mas cuenta de la enorme responsabilidad que tengo como cristiano. Debo testimoniar a Cristo como sal de la tierra y luz del mundo. Salirme de mi mismo, de mis comodidades, para llevar la sal y la luz del Evangelio allí donde haya un corazón abierto a la escucha, un hermano necesitado, alguien que busca, especialmente en este tiempo en que gran parte de la sociedad pretende vivir al margen del Señor que lo ha creado, lo renueva, lo sostiene y le ama.
Pero ante todo debo ser consciente de la forma de testimoniar esa verdad tan maravillosa, frente a esta manera de evangelización que podríamos llamar la «actitud del soldado». No se trata de ir con la espada de la imposición, con el arnés de la fuerza. El Evangelio se impone por la convicción y el testimonio de las buenas obras. Es la única manera de que el mensaje de Cristo llegue al corazón de cualquier persona. La fe no se puede imponer nunca. La fe tenemos que proponerla siempre. Y no lo lograré por muchas rimbombantes palabras que emplee o por muy grandes que sean las manifestaciones que realice. La fe la transmitiré por mi auténtico comportamiento como cristiano, que es abrir el corazón, extender las manos y dar amor humilde y misericordioso.

¡Jesús, amigo, te pido hoy que me des la luz verdadera para iluminar a todos aquellos hombres que no te conocen, que ilumines también mi fe para llevarla a los demás! ¡Te pido, Señor, que sazones mi vida cristiana pues es la única manera de llevar a cabo de manera eficaz el encargo que tu me haces de iluminar el mundo y sazonar la tierra del entorno humano que me rodea! ¡Ayúdame a ser testimonio que comunique, transmita y contagie aquello que vivo desde mi sencillez! ¡Concédeme la gracia, Señor, iluminado por el Espíritu Santo de vivir tu estilo de vida y que me identifique siempre con tu proyecto de paz, amor, verdad y misericordia! ¡Señor, me llamas desde mi fragilidad y pequeñez a ser una pequeña luz en medio de este mundo que vive en la desorientación, pero que busca la verdad y necesita encontrarte; ayúdame a dar sentido a la vida de tantos! ¡Cuenta conmigo, Señor, para que tu Palabra llegue a cualquier rincón del mundo! ¡Cuenta conmigo para llevar la buena noticia a los que me rodean! ¡Pones, Señor, tu mirada en mi y me pides que sea luz y sal para dar sentido a la vida; para demostrar que la vida merece ser vivida desde tu verdad! ¡Envía tu Espíritu, Señor, sobre mi para que sea testimonio auténtico de esta verdad! ¡Para ello, Señor, necesito un corazón sencillo, humilde, pobre, firme y esperanzado, capaz de buscar siempre la verdad y aceptar tu voluntad y hacerla parte de mi vida! ¡Necesito, Señor, un corazón compasivo, misericordioso, que acoja y que viva en la verdad y la transparencia! ¡Dámelo, Señor, para que mi camino siempre difícil, sienta el aliento de tu Espíritu y me haga ver más allá de las experiencias de la vida!
Del maestro Ralph Vaughan Williams escuchamos hoy su responsorio para el Jueves Santo O vos omnes, en nuestro camino cuaresmal musical hacia la Pascua:

El plan divino de Dios para mi

orar-con-el-corazon-abiertoDurante la Cuaresma es habitual marcarse metas, establecer objetivos, hacer proyectos, predisponer el corazón a un encuentro auténtico con el Cristo Resucitado. Cuando nuestros deseos se ven realizados es comprensible que la alegría se apodere de nuestro corazón y nos desborde la alegría, pero habitualmente el éxito mundano no es lo que el Señor desea para nosotros. Lo frecuente es que en esa singular contradicción que es la Cruz se manifieste la voluntad de Aquel que vino a servir y no ser servido y a entregarse para la salvación de todos.

Para todos los que creemos en el poder de la Gracia lo importante es tener siempre presente cuál es el plan divino para cada uno, y por muchas aspiraciones y anhelos que tengamos —por muy lícitos que éstos sean— siempre deben estar condicionados a que coincidan plenamente con la gracia, para no convertir los mandatos del Evangelio en meros cumplimientos interesados. Al final no hay que olvidar que es el Señor el que nos auxilia y nos guarda.
La tendencia es tratar de lograr el reconocimiento, el aplauso, la reafirmación y las felicitaciones de los demás y, a ser posible, colocarnos los primeros. Y de esta forma tan mediocre y humana, medimos el éxito o el fracaso de nuestra vida. Nos ocurre como les sucedía a los discípulos de Cristo, que con frecuencia discutían entre ellos para saber quién ocuparía los primeros lugares, colocando su yo por encima de lo que realmente es fundamental. Pero la medida de la vida no es el éxito externo sino lo que es justo ante el Señor, y eso pasa por el Amor, por la entrega verdadera a los que nos rodean.
Cualquier iniciativa que trata de alcanzar la realización personal, por muy digna y honesta que ésta sea, puede inducirnos a cometer la misma equivocación que tuvieron aquellos dos discípulos preocupados en saber en qué lugar, si a la derecha o a la izquierda, iban a ocupar en la gloria eterna. A Dios le interesa que cada uno ejecute con libertad el plan que Él le ha encomendado, pero eso es imposible si no hay amor en nuestros actos.

¡Señor, nos has hecho depositarios de tu gracia, de tu amor y de paz, de tu perdón y de tu palabra! ¡Nos envías, Señor, para que lo transmitamos a todas las personas que se cruzan en nuestro camino! ¡Concédeme, Señor, tu gracia para que pueda vivir fielmente los carismas que el Espíritu Santo depositó en mí el día mi bautismo! ¡Señor, conviértete en la pasión de mi vida! ¡Quiero entregarte mi vida a todas horas! ¡Bendícela con tu gracia, Señor! ¡Bendice todos los trabajos que tengo que afrontar este año, los trabajos en la familia, laborales, pastorales, comunitarios! ¡Bendícelos, Señor, en este año de gracia y de misericordia! ¡Bendícelos, Señor, para que todo mi esfuerzo, mi voluntad y mi energía busquen sólo tu gloria y tu alabanza porque Tú eres para mí el único y verdadero Maestro! ¡Concédeme, Señor, la gracia para ser yo también un buen maestro para mi cónyuge, para mis hijos, para mis amigos, para mis compañeros de trabajo y de comunidad! ¡Haz, Señor, que me convierta en un buen modelo de confianza, de paz, de misericordia y de comprensión! ¡Que con mi vida, Señor, sea un testimonio de tu gracia! ¡Espíritu Santo, abrásame con el fuego de tu amor! ¡Graba en mi corazón, Espíritu de Dios, tu ley, ábreme al tesoro de tus gracias! ¡Ilumíname, Espíritu Santo, en el camino de la vida y condúceme por el camino del bien, de la justicia y de la salvación! ¡Llena, Espíritu Santo, los corazones de todos los que me rodean y hazles rebosantes de tu amor y de tu gracia!
Un hombre clavado en una cruz, símbolo del Amor:

lunes, 20 de marzo de 2017

Aquí tienes mi pequeño corazón, hazlo tuyo

Para comunicarme su infinito amor Dios necesita que me haga pequeño. Humilde. Sencillo. Dios nunca espera. Actúa y lo hace otorgando su gracia. Puro don. Es la alegría plena de celebrar la obra de su gran amor en cada uno. Siento esta alegría mientras camino hacia la fiesta de la Pascua; la más grande celebración del amor en la historia de la humanidad.

En el amor se presentan dos estadios. Uno hace referencia a la entrega. El que mas da más entrega, porque el amor es pura entrega. Este principio se une al segundo. El amor está íntimamente unido a las obras más que a las palabras. El lazo que une todo es la humildad.
Para comprender el infinito amor del Padre, fruto de su generosidad, debo hacerme pequeño, buscar la pequeñez en mi vida porque Dios sólo se revela a los pequeños y humildes de corazón. Hacer pequeño mi corazón, hacer pequeña mi alma que no implica hacer grandes gestos de amor.
Cada secuencia de la Pasión de Cristo, cada estación del Vía Crucis, cada misterio de dolor del Rosario es un testimonio del amor que Dios siente por el hombre a través de Cristo. Es un sello de su ternura. Esta contemplación me fortaleza. Me da confianza. Me levanta. Me ayuda a tomar mi cruz, «porque tú, Señor, estás conmigo» y me salva ante mi relatividad mundana.
Hacerme pequeño para conquistar el mundo. ¡Qué incongruencia aparente! Pero esta es la historia de Cristo, el manso y humilde de corazón; el que renunció a la gloria y el poder, al prestigio del mundo; el que se abajó sorprendentemente para aceptar la misión del Padre y recibir también su amor misericordioso.
¡Qué hermoso es el amor de Dios! Cuando uno llega, Dios ha tiempo que estaba esperando. Cuando uno le busca incansablemente, Él hacía tiempo que esperaba. Cuando uno le llama, su oído está atento a la llamada. Y, sus brazos abierto, esperan estrecha los cuerpos heridos con su corazón generoso.
En esta semanas de preparación para la Pascua necesito poner a los pies de la Cruz y exclamar: «Aquí tienes mi pequeño corazón, Señor, hazlo tuyo».


¡Señor, aquí tienes mi pequeñez, mis fragilidades, mis debilidades, mi nada! ¡Te lo entrego todo para que lo santifiques! ¡Te doy gracias, Señor, porque tu también te haces pequeño en la grandeza de la Eucaristía, en el Santísimo, en el ejemplo de tus enseñanzas! ¡Quiero ser como tu, Señor, manso y humilde de corazón pero tu sabes lo mucho que me cuesta! ¡Concédeme la gracia, Señor, de aprender de ti para salir de mi mismo y darme a los demás! ¡Despójame, Señor, de mis egoísmos para ir al encuentro del hermano, desprenderme de mis oyes y servir con el corazón abierto! ¡Gracias, Señor, porque soy débil y tu me perdonas cada vez que caigo, me aconsejas en lugar de reprenderme cada vez que fallo, me das fortaleza cada vez que desfallezco! ¡Gracias, Señor, porque se que siempre me esperas y me llamas aunque muchas veces no sea capaz de escucharte! ¡Quiero ir a tu encuentro, Señor! ¡Aquí tienes mi pequeño corazón, hazlo tuyo!
Tu mano me sostiene, cantamos hoy:

No resulta sencillo

orar con el corazon abierto
No resulta sencillo poder mirar con ojos de amor a aquel que me ha hecho daño.
No resulta sencillo ponerse de rodillas, ceñirse un paño y lavar delicadamente los pies de los que me rodean en señal de servicio.
No resulta sencillo obviar los desprecios y las críticas sino acogerlas conjugando el verbo amar con la palabra humildad.
No resulta sencillo abrazar a alguien que te ha herido o extender de nuevo la mano a aquel que siempre te la ha negado.
No resulta sencillo suspirar profundo, contar hasta diez, y callar para no dañar al otro con palabras necias, juicios desafortunados o comentarios desacertados.
No resulta sencillo ofrecer una sonrisa al que siempre tiene cara agriada y es un «me quejo por todo».
No resulta sencillo enmudecer para no resaltar nuestros méritos y ensalzar nuestro orgullo.
No resulta sencillo renunciar a nuestras apetencias mundanas.
No resulta sencillo ofrecer la mejilla setenta veces siete.
No resulta sencillo cuando el agotamiento hace mella ofrecer las manos para cuanto el otro disponga.
No resulta sencillo olvidar cuando la herida es profunda.
No, nada de todo esto resulta sencillo. Pero resultaría más fácil si si hiciese con una mirada diferente, sin esperar recompensa, pensando que en positivo todas estas actitudes agradan al Señor. No hay que hacerlo por uno mismo o por los demás, basta con hacerlo por Él. Amar por Él; servir por  Él; servir por Él; comprometerse por Él; renunciar a uno mismo por Él...
Ser prójimo —prójimo seguidor de Cristo, quiero decir— implica mucho. Significa hacerse hermano de los hermanos, de los amigos y de los enemigos, de los que amamos y de los que nos hacen daño. No es sencilla la tarea. Pero si quiero estar a la altura de lo que este tiempo de conversión demanda de mí necesito tomar la insignia del amor y ser luz que ilumina, sal que sazona y lumbre que calienta.

¡Señor, deseo buscarte con todo mi corazón porque reconozco que si encuentro contigo durante este periodo cuaresmal puede transformar mi vida! ¡No permitas, Señor, que nada me aparte y Santo Espíritu la gracia de la perseverancia! ¡Señor, quisiera coger un poco de la virtud de cada una de las personas que me rodean para a través de ellas saber siempre hacer el bien! ¡Señor, ayúdame a ser consciente de lo decisivo que es encontrarse contigo para encontrar esa paz que mi alma tanto anhela! ¡Hay muchas cosas en la vida que no me resultan sencillas de aplicar, por eso quiero exponerlo todo a tu mirada Señor, porque a la luz de tu rostro las mentiras, los egoísmos, las malas actitudes y las hipocresías  caen por si solas! ¡Quiero ser discípulo de esperanza para el prójimo, Señor! ¡Concédeme vivir con una actitud de entrega durante todo el día para escuchar tu voz y ser un poco mejor!
Hoy el Miserere de Gregorio Allegri para acompañar el texto: