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ADORACIÓN EUCARÍSTICA ONLINE 24 HORAS

Aquí tienes al Señor expuesto las 24 horas del día en vivo. Si estás enfermo y no puedes desplazarte a una parroquia en la que se exponga el...

domingo, 7 de mayo de 2017

Un ángel llamado MAMA


Un niño que iba a nacer le dijo a Dios:
-Me dicen que me vas a enviar a la Tierra, pero, ¿cómo viviré tan pequeño e indefenso como soy?
Y Dios le respondió:
-No temas, entre muchos ángeles escogí uno para ti que te está esperando; él te cuidará.
Y el niño volvió a preguntar:
-¿Quién me alimentará?
-El mismo ángel - contestó Dios.
-¿Quién me acunará?
-El lo hará, como también te hará sonreír, calmará tus dolores, velará tu sueño, te guiará por la vida mientras creces.
-¿Y cómo entenderé a la gente que me hable, si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres?
-Tu ángel te dirá las palabras más dulces y más tiernas que puedas escuchar, y con mucha paciencia y cariño te enseñará a hablar.
-He oído que en la Tierra hay hombres malos. ¿Quién me defenderá?
-Tu ángel te protegerá de todas las maldades del mundo y cuidará de ti en cada momento de tu vida, día y noche. No permitirá que te hagan daño. Si enfermas, buscará los medios para sanarte, porque dará su propia vida por ti si es necesario.
En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo, pero se oían voces terrestres, y el niño, presuroso, repetía suavemente:
-Dios mío, si ya me voy, dime su nombre. ¿Cómo se llama mi ángel?
Dijo la voz de Dios, llena de paz y de amor:
-Su nombre no te lo diré, porque no es necesario, pero tú le llamarás MAMÁ.

sábado, 6 de mayo de 2017

EL PERFUME DEL SABER

En cierta ocasión estaban en un convento trabajando arduamente los monjes, cuando en forma imprevista llegó otro monje peregrino que se dedicaba a predicar las cosas de Dios. Golpeó la puerta principal y les dijo a los laboriosos religiosos del convento: " Vengo a visitarles para hablarles del Señor".
Los monjes que estaban muy atareados, de inmediato empezaron a murmurar entre ellos: "¿Qué puede enseñarnos éste que nosotros no sepamos?"
"¡Sólo llega este peregrino a hacernos perder el tiempo!", comentaban contrariados.
Y en medio de ese descontento, decidieron insinuarle muy sutilmente que no podrían detenerse para escucharlo.

Entonces, uno de los monjes, le ofreció como cena sólo un vaso de leche diciéndole: "Mira, es lo único que tenemos para darte de comer; no tenemos tiempo en prepararte otra comida".
El monje peregrino, que no era tonto, interpretó inmediatamente la indirecta, y colocando un pétalo de rosa sobre el vaso de leche que le habían ofrecido, dijo: "Ves, este pétalo que he agregado a la leche flota en la superficie, pero no hace rebasar el vaso. Por el contrario, no sólo que no ocupa lugar, sino que además perfuma la leche que me trajiste".
El monje del convento calló y se retiró avergonzado: Él también había captado el sutil mensaje de respuesta.-

Moraleja: "Por más que estemos atareados, siempre debe haber un tiempo en nuestra vida y un lugar en nuestro corazón para escuchar las cosas de Dios. Lo que escuchemos y aprendamos acerca de Él, no sólo no "rebasará" nuestros conocimientos u ocupará inútilmente nuestro tiempo, sino que por el contrario, contribuirá a "perfumar" y hacer más bella nuestra existencia".

viernes, 5 de mayo de 2017

¡SI YO CAMBIARA ..., CAMBIARÍA EL MUNDO

Si yo cambiara mi manera de actuar ante los demás, los haría felices.
Si yo deseara siempre el bienestar de los demás, yo sería más feliz.
Si yo comprendiera plenamente mis errores y defectos, sería humilde y comprensivo con los otros.
Si yo cambiara el "tener" más por el "ser" más, ¡cuán dichoso sería!
Si yo cambiara el ser "yo" a ser "nosotros", comenzaría la civilización del amor.
Si yo siguiera decididamente a Jesús y su Evangelio, comenzaría a vivir la verdadera felicidad.
Si yo amara "en serio" a los demás, ellos cambiarían.
Si yo cambiara mi manera de pensar hacia los otros, los comprendería.
Si yo criticara menos y aplaudiera más, ¡cuántos amigos ganaría!
Si yo encontrara lo positivo en todos, ¡con qué alegría los trataría!
Si yo cambiara mi manera de tratar a los demás, tendría más amigos.
Si yo aceptara a todos como son, sufriría menos.
Si yo comprendiera que todos cometemos errores, sería más humilde.
Si yo tuviera más sentido del humor, relativizaría mis pequeños problemas.
Si yo pensase antes de decir y de hacer, me ahorraría muchas palabras y más de un fracaso.
Si yo fuese más «inteligente», no me quedaría en las apariencias de las personas y de las cosas.
Si yo mirase «más allá de mi ombligo», .vería a más de una persona que me necesita.
Si yo me esforzara siempre por hacer el bien a los demás, sería más feliz.
Si yo tuviera más en cuenta mis defectos, sería más comprensivo.
Si yo fuese menos autosuficiente, me enriquecería con lo bueno de los demás.
Si yo confiara más en Dios Padre, me sentiría como un niño en los brazos de un ser querido.
Si yo «comulgase» más y mejor con Cristo, sería capaz de «tragar a los que me caen gordos»
Si yo...
Si yo no puedo cambiar el mundo, sí que puedo cambiarme a mí mismo.

Cristo en lo cotidiano de mi vida

orar con el corazon abierto
La vida ordinaria, esa que vivimos cotidianamente, la que nos acompaña en el descanso y en el trabajo, en la familia y con los amigos, en el tiempo de oración, en las pequeñas tareas del día a día, es una aventura maravillosa. Una vida donde reina la discreción, la prudencia y la tranquilidad, esa que se vive pasando sin hacer demasiado ruido y sin llamar la atención de los que nos rodean. Los detalles monótonos del día a día, incluso aquellos con momentos difíciles, deben estar impregnados de santidad y de grandeza.

La vida ordinaria es también tiempo de renuncias, de abandono de lo mundano, de relativizar las cosas y darle a cada cosa y momento su verdadero valor y significado. Es en la grandeza de las pequeñas cosas, en lo ordinario de la vida, donde Dios se hace presente. Aunque no lo percibamos allí está. Depende de nosotros sentir su Presencia. Día a día. Minuto a minuto.
Pero en todo ese palpitar hay algo impresionante que a nadie se le escapa, escondido en el corazón de todo hombre. El Amor con mayúsculas con la que se hacen las cosas. Y eso hace que la vida ordinaria nada tenga de ordinaria. Porque entre las mil pequeñas discusiones diarias, el trabajo en la casa o en la oficina, los problemas que agobian, el estrés, las dificultades económicas, el malestar por una situación… surge una cascada de amor que hace maravilloso el día a día.
Y entonces uno entiende que la vida ordinaria es extraordinaria, sí, que incluso agota porque hasta los pequeños detalles y los más nimios deberes se conviertan en un esfuerzo. Pero entonces piensas en la vida de esa familia de carpinteros de Nazaret, hace más de dos mil años, con una imponente proyección contemplativa. Y entiendes que entre tanto lío allí está Jesús en el centro. Y descubres que para que Dios se haga presente en nuestra vida es necesario transformar la superficialidad de nuestra mirada hacia una más profunda que nos permita observar la historia —nuestra historia— con los mismos ojos con los que Cristo lo mira todo y descubrir entonces su Presencia escondida. Y pides al Espíritu Santo que se haga presente porque con tus solas fuerzas y esfuerzos no puedes. Y descubres que la presencia escondida de Cristo en la cotidianidad de nuestra vida es la gran obra de Dios en cada uno de nosotros. Y Cristo te permite mirar tu entorno con una mirada nueva, con un corazón expansivo. Así es más fácil encontrar a Dios en la vida ordinaria. Vivir desde la fe lo pequeño como un regalo, que en absoluto no es ajeno. Y, así, sin pretenderlo, recuperas poco a poco la alegría escondida en las pequeñas cosas que a uno le van surgiendo. Todo encuentro con Dios une lo espiritual con lo cotidiano. ¡Qué maravilla!

¡Señor, quisiera mirar mi vida sencilla con ojos nuevos, con un corazón abierto a tu llamada! ¡Quisiera vivirlo todo como un regalo que me haces no como un motivo para la queja! ¡Señor, quisiera aprender de Ti que la santidad que Tu viviste durante aquellos años en Nazaret sea una santidad basada en las actividades más sencillas, impregnadas de trabajo y de vida familiar! ¡Padre, Tu estás presente en todas mis tareas diarias, ayúdame a llenarlas de Tu amor y de tu santidad para irradiar a todos los que me rodean! ¡Espíritu Santo, no permitas que los acontecimientos controlen mi vida sino que sea yo con mi actitud positiva impregnada de Dios el que sea dueño de mi vida! ¡María, quiero que seas espejo de mi alma para que cada una de mis acciones, mis pensamientos y mis deseos estén revestidos de amor, caridad y servicio! ¡Señor, que mi servicio y entrega a los demás no sea para ensalzarme y mostrar mis capacidades sino que tengan la humildad y sencillez como ideal, desposeyéndome a mi mismo para despojarme de mi amor propio y de mi interés!
Gloria, de Johannes Eckart:

martes, 2 de mayo de 2017

Pisadas en la arena


Aprovechando el buen tiempo y el día de fiesta, caminé ayer a primera hora de la mañana por una playa solitaria del pueblo. No había ni una sola alma. La brisa  me daba la fuerza para sonreír, para hablar, para caminar. Cuando llevaba un tiempo andando sobre las arena me dimos cuenta de que mis pisadas iban acompañadas de una pisada anónima (véase foto). Instintivamente segui la estela de estas pisadas desde que nos habíamos adentrado en la arena.  Me sentí acompañado. Y rece una oración a Jesús para darle gracias por esta mañana tan agradable que estába disfrutando. Hoy en la oración me viene a la mente las veces que he seguido al Maestro siguiendo sus huellas. La infinidad de ocasiones que he dicho al Señor que «Sí» aunque en realidad era a medias, o casi nada, o nada. A través de los pasajes del Evangelio me he sentado junto a aquel ciego que recuperó la vista, del cojo que comenzó a andar, del manco que recuperó la mano; he estado en la ladera del monte de las bienaventuranzas escuchando como nos legaba ese nuevo conjunto de ideales que se centran en la humildad y el amor al prójimo; me he sentado a comer un trozo de pan y de pescado junto a aquella multitud ingente de personas ávidas de escuchar a Cristo; pero, también, en el terrible momento de su prendimiento en el huerto de los Getsemaní me ha desprendido de todo lo que me cubría para alejarme de Jesús. Al salir huyendo he dado entrada en mi corazón al rencor, a la desesperanza, a la sensación de miedo, a ese sentimiento culpable de mi corazón, al llamarme cristiano y en realidad ser un tibio seguidor de Jesús, al dolor... He dejado abandonado a Cristo y cuando lo necesito —que es casi siempre— me encuentro que estoy solo, que me falta lo esencial, que todo se tambalea. Y ahí es donde surge esta imagen tan clarividente de las huellas en la arena de ayer.
Son muchas las ocasiones en la vida que ante los problemas que nos sobrevienen empezamos a correr sin criterio y nos alejamos de Cristo, sabedores de manera consciente o inconscientemente del error que hemos cometido. Lo hacemos sin nada que nos cubra sometidos a las inclemencias de la hostilidad del mundo en el que vivimos y nuestra fragilidad nos expone de manera cruenta ante la realidad del mundo. Y entonces Jesús me enseña que Él camina a mi lado. Que sí, soy una frágil criatura que Él nunca abandona y que a su lado debo luchar en lugar de huir despavorido, que debo plantar cara con valentía y confianza a los problemas a los que me enfrento y que debo buscar siempre soluciones que Él me ofrecerá en la escucha de la oración. Él me da la fortaleza para no hundirme y caer rendido ante las adversidades. También me enseña que todas mis preguntas van a tener su debida respuesta pero su contestación llegará en el momento oportuno. Que debo caminar cogido de su mano. No soltarla nunca. Que la lucha cotidiana supone un trabajo siempre arduo, y que si huyo de mis obligaciones escondiendo mi rostro bajo la arena tal vez logre en la práctica no afrontar la realidad pero esto implica un descomunal desacierto.
Caminar por la vida viendo como cada paso de Cristo a mi lado la huella se une a la mía, me enseña a superar mis limitaciones y asimilar que cada día debo seguir luchando cogido de su mano.
¡Señor, tu caminas cada día a mi lado y eso es un gran privilegio! ¡Tu Señor conoces mis anhelos, mis frustraciones, mis sueños, mis fracasos, mis dudas, mis alegrías! ¡Tú, Señor, me acompañas y me ayudas a avanzar y por eso te doy gracias! ¡Tu, Señor, lees en lo más profundo de mi corazón, en mis pensamientos y en mis necesidades cotidianas! ¡Señor, gracias porque me ayudas a caminar contigo! ¡Señor, yo no puedo ocultarte nada por eso te pido que me permitas vivir bajo tu amparo y protección! ¡Te ruego, Señor, cubras todas mis necesidades y las de los míos! ¡Concédeme, Señor, que proveas en mi vida lo que tú consideres es mejor para mí! ¡Te pido, Señor, la fortaleza, la guía y la sabiduría del Espíritu para ir recorriendo los caminos de la vida según tu voluntad y no la mía!
Jaculatoria a la Virgen en el mes de mayo: María, Madre mía, se tu mi guía.
Junto a ti María, cantamos hoy a la Virgen: