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domingo, 24 de julio de 2016

¿He perdido la inocencia?

No pienses sólo en moral sexual, sino también en moral social


Hoy me habla Dios de su misericordia. Abraham intercede ante Él a favor de los que están más lejos. Quiere el perdón, la misericordia de los que le han sido confiados. No quiere que ninguno muera: “¿Y si se encuentran diez inocentes? Contestó el Señor: – En atención a los diez, no la destruiré”.

Y me habla de la inocencia. Dios salva a la ciudad en atención a diez inocentes. Decía el padre José Kentenich: “Dios nos pide la inocencia de corazón. La pureza. Que seamos como niños para poder entrar en el Reino de los Cielos ¡Qué hermosa es la inocencia de los niños! Están tan cerca de Dios”.

Dios tiene una misericordia infinita y se conmueve ante la inocencia de sus niños, de sus hijos. Me habla de la inocencia y de la misericordia.

Cuando Santiago (un joven recientemente fallecido) tenía seis años, un día le preguntó a su padre: “Papá, Juan es el mejor al Ping -Pong y Cakus es el mejor lector, y yo, ¿Qué soy?”. Su padre lo miró conmovido y le dijo: “Tú tienes un corazón de oro”.

La respuesta no convenció a ese niño de seis años. Pero era muy verdadera. Tenía un corazón de oro. Es lo más importante que alguien podría decir de mí. Que tengo un corazón de oro, inocente, ingenuo, puro. Es lo que ese niño no valoraba con seis años.

Hoy tras su muerte vemos lo importante que es tener un corazón de oro. Un corazón inocente ante el que Dios muestra su misericordia.

Tal vez yo, con el paso de los años, he perdido la inocencia. Y tal vez el oro de mi corazón se ha perdido. Quiero tener un corazón de oro, un corazón puro, inocente. Pienso en el valor de mi vida. Quiero volver a ser inocente. Entregar mi corazón. Pedirle a Dios que lo haga de oro.

A veces pienso que da igual lo que yo haga. Que no importa. Que igual el mundo va a seguir igual, o la Iglesia, o mi familia. Y me guardo mi aporte, mi gota, mi corazón inocente. Si todos lo hacen yo lo hago. Si nadie lo hace yo tampoco. Esta forma de pensar hace daño.

Por un solo justo Dios muestra su misericordia. Basta con volver a ser inocente. Estoy llamado a ser justo, a ser inocente, a permanecer firme en la grieta de la muralla. A mirar la vida con inocencia y permanecer inocente en medio de una sociedad donde hay tanta injusticia, tanta inmoralidad.

¡Cuánta justicia social hace falta! Sabemos que su misericordia no va contra la justicia. Lo afirma así el papa Francisco: “La misericordia no excluye la justicia y la verdad, pero ante todo tenemos que decir que la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios”.

Su misericordia establece la verdadera justicia. Pero yo no lucho tantas veces por establecer un mundo más justo.

A veces he centrado la inocencia en la moral sexual. Y dejo de lado la moral social. Me acerco a Dios sin sentimiento de culpa cuando no cuido la justicia social. Pero nunca lo hago igual si he faltado en algún precepto de la moral sexual.

Inocencia tiene que ver con una mirada pura sobre la vida. Tiene que ver con esa mirada misericordiosa de Jesús. ¿Qué estoy haciendo para que mejore la justicia social a mi alrededor, en mi trabajo, en mi familia, con las personas que dependen de mí?

Misericordia quiere Dios y no sacrificios. Quiere que construya un mundo más justo. Con mi ejemplo, con mi forma de vivir en mi relación con los bienes, con el trabajo, con las personas que dependen de mí. Por un solo inocente Dios se muestra misericordioso.

Estoy llamado a construir un mundo más justo. No puedo eludir mi responsabilidad pidiendo que sean otros los que lo hagan, o la jerarquía, o los que tienen más poder. Es mi misión. Y cuando eludo ese compromiso falta algo. Mis omisiones, o mis injusticias hacen tanto daño…

Decía un dicho latino: “La corrupción de los mejores es la peor”. La corrupción de los que tienen más medios a su alcance para hacer el bien. Más medios para hacer justicia. Más medios para sembrar misericordia.

A veces no soy agradecido con todo lo que tengo. Y guardo, y retengo. Y no quiero perder nada. Y pierdo en mi egoísmo la oportunidad de ser más justo, de ser más inocente.

Mi santidad se construye en pequeños detalles como me recuerda el Padre Kentenich: “No es santo quien sabe mucho sobre la santidad, sino quien santamente duerme, come, juega. Esto es, quien realiza santamente todas las acciones de su rutina diaria”.

Mi justicia, mi forma de amar, mi forma de tratar a las personas, mi relación con los bienes, mi generosidad, mi preocupación por las injusticias que veo a mi alrededor. No quiero perder el tiempo en pequeñeces, agobiado por mi imagen, por el qué dirán. Estoy llamado a cambiar el mundo cambiando mi vida, mi forma de ser.

No quiero pecar de omisión. No quiero dejar de hacer lo que puedo hacer. Yo puedo ser uno de esos inocentes ante los que Dios se conmueve y perdona. No busco salvarme a mí mismo. Como Jesús quiero dar mi vida para que muchos encuentren su salvación. No quiero eludir mi misión. Le digo a Dios que sí, que estoy dispuesto.

sábado, 23 de julio de 2016

O amantissime sponse Jesu y Herr Jesu Christ, du höchstes Gut

Hoy nos deleitamos con esta delicada cantata de Christian Ritter 



Cantata BWV 113 Herr Jesu Christ, du höchstes Gut (Señor Jesucristo, Bien Supremo) de J. S Bach que en su coral repite con voz compungida ¡Señor, ten piedad de mí!

Los emoticonos del Papa Francisco. ¡Comparte la alegría de la fe con los demás

Con la bandera polaca de fondo, con el traje tradicional de Cracovia o comiendo las típicas empanadillas hervidas polacas “pierogi”: una popular aplicación PopeEmoji diseña unos iconos exclusivos para la JMJ



El próximo encuentro del Santo Padre con la juventud se celebrará no sólo en la ciudad de Cracovia o en los cercanos Brzegi. Se puede decir, con toda certeza, que otros “lugares” de igual importancia en las que se reunirán los jóvenes peregrinos serán… las redes sociales.

Será en Facebook, Twitter, Instagram o Snapchat donde los participantes de la JMJ irán compartiendo en directo sus vivencias, desde el encuentro con el Papa a las experiencias en las tierras polacas: con su población y su colorido.

Y si hablamos de las redes sociales, estamos hablando de imágenes: fotografías e ilustraciones, porque de ellas nos servimos en las modernas tecnologías de la comunicación.

Por lo tanto, en nombre del portal de internet Aleteia, la empresa Swyft Media ha creado la aplicación PopeEmoji, una colección de iconos cuyo protagonista es el papa Francisco.

El teclado de los emoticonos fue diseñado primero en inglés, con motivo de la visita del Papa a los Estados Unidos.

“El éxito de los primeros PopeEmoji rebasó nuestras expectativas. La alta participación de los usuarios nos ha demostrado que existe una verdadera necesidad de este tipo de aplicaciones”, dice Jason Deal, responsable de la estrategia y el marketing de Aleteia.

Desde mediados de septiembre de 2015, para los usuarios de las aplicaciones de todos los continentes pusieron a disposición 1,1 millones de PopeEmoji, generando 28 millones de visualizaciones de los emoticonos.

A las aplicaciones les añadíamos nuevos iconos asociados con los eventos que se iban celebrando después, por ejemplo: la Navidad, Semana Santa o la visita del Papa a México.

“Pero sobre todo hemos querido que nuestros 8 millones de usuarios de todo el mundo, pudieran tener acceso a las aplicaciones en su idioma preferido”, explica Jason Deal.

Actualmente la aplicación PopeEmoji está disponible en siete idiomas: inglés, español, italiano, polaco, francés, portugués y árabe.

No podría faltar tampoco un paquete especial de emoticonos en la JMJ en Cracovia.

Esperamos que gracias a vosotros en las redes sociales pronto reinen los dibujos con el papa Francisco y la bandera polaca en el fondo, vestido con el traje de Cracovia o comiendo las típicas empanadillas polacas pierogi.

En el paquete de emoticonos de la JMJ también encontraréis, por ejemplo, el icono de santa Faustina Kowalska.

Puedes descargar el PapaEmoji AQUÍ   Con la bandera polaca de fondo, con el traje tradicional de Cracovia o comiendo las típicas empanadillas hervidas polacas “pierogi”: una popular aplicación PopeEmoji diseña unos iconos exclusivos para la JMJ

El próximo encuentro del Santo Padre con la juventud se celebrará no sólo en la ciudad de Cracovia o en los cercanos Brzegi. Se puede decir, con toda certeza, que otros “lugares” de igual importancia en las que se reunirán los jóvenes peregrinos serán… las redes sociales.

Será en Facebook, Twitter, Instagram o Snapchat donde los participantes de la JMJ irán compartiendo en directo sus vivencias, desde el encuentro con el Papa a las experiencias en las tierras polacas: con su población y su colorido.

Y si hablamos de las redes sociales, estamos hablando de imágenes: fotografías e ilustraciones, porque de ellas nos servimos en las modernas tecnologías de la comunicación.

Por lo tanto, en nombre del portal de internet Aleteia, la empresa Swyft Media ha creado la aplicación PopeEmoji, una colección de iconos cuyo protagonista es el papa Francisco.

El teclado de los emoticonos fue diseñado primero en inglés, con motivo de la visita del Papa a los Estados Unidos.

“El éxito de los primeros PopeEmoji rebasó nuestras expectativas. La alta participación de los usuarios nos ha demostrado que existe una verdadera necesidad de este tipo de aplicaciones”, dice Jason Deal, responsable de la estrategia y el marketing de Aleteia.

Desde mediados de septiembre de 2015, para los usuarios de las aplicaciones de todos los continentes pusieron a disposición 1,1 millones de PopeEmoji, generando 28 millones de visualizaciones de los emoticonos.

A las aplicaciones les añadíamos nuevos iconos asociados con los eventos que se iban celebrando después, por ejemplo: la Navidad, Semana Santa o la visita del Papa a México.

“Pero sobre todo hemos querido que nuestros 8 millones de usuarios de todo el mundo, pudieran tener acceso a las aplicaciones en su idioma preferido”, explica Jason Deal.

Actualmente la aplicación PopeEmoji está disponible en siete idiomas: inglés, español, italiano, polaco, francés, portugués y árabe.

No podría faltar tampoco un paquete especial de emoticonos en la JMJ en Cracovia.

Esperamos que gracias a vosotros en las redes sociales pronto reinen los dibujos con el papa Francisco y la bandera polaca en el fondo, vestido con el traje de Cracovia o comiendo las típicas empanadillas polacas pierogi.

En el paquete de emoticonos de la JMJ también encontraréis, por ejemplo, el icono de santa Faustina Kowalska.

Puedes descargar el PapaEmoji :
 
https://play.google.com/store/apps/details?%20%20id=com.swyftmedia.android.PopeEmoji

Celebra tu vida católica compartiendo estos emoticonos de alegría y esperanza

¡Incluye el nuevo Pack de Pascua!

Disponible en árabe, inglés, francés, italiano, polaco, portugués y español. Funciona con todas tus apps de mensajería favoritas, incluida iMessage, WhatsApp, Facebook Messenger, Line, email, y cualquier otra en la que se pueda pegar imagen. Durante el año se añaden nuevos gifs y pegatinas.

Cada vida vale mucho, ¿sabes por qué?

Mi melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra, porque Dios es el compositor.

Dijo Dios, agase la luz y la luz fue hecha

Mi vida es pequeña a los ojos de Dios. La vida pequeña es la más valiosa. Vale oro. Lo sé. Sólo vivo una vez y para siempre. Por lo tanto no es pequeño nada de lo que hago. Aunque haya personas a las que la vida de los otros les parezca insignificante.

Tantas muertes injustas, tanto dolor. Tanta violencia en los ataques terroristas, tanto odio. Como si la vida no valiera nada. Pero la vida vale mucho. Mi vida, que es pequeña, vale mucho para Dios.

Lo que yo hago, cuando lo hago en Él, tiene otra resonancia. Se escucha más fuerte. Se ve desde lo lejos. A Dios le importa mi vida pequeña y se acerca a mí, camina conmigo. Le importan todas las vidas.

El otro día leí una historia. Una madre llevó a su hijo de siete años a un concierto de un pianista famoso. El ambiente no era tan adecuado para un niño tan pequeño. Pero la madre deseaba que por lo menos absorbiera un poco de inspiración del pianista. Faltaba poco para que todo comenzara.

El niño estaba inquieto. Se levantó cuando su madre miró hacia otro lado. El niño no sabía bien a dónde ir. Vio el piano en el escenario y sin pensarlo se dirigió hacia él. Buscó las teclas y comenzó a tocar una sencilla melodía.

El público se indignó al ver al niño. ¿Quién dejó que subiera solo al escenario? El pianista vio lo que estaba sucediendo. Se apresuró, salió y se sentó al lado del niño. Y le susurró al oído: “No pares, sigue tocando”. Él buscó las teclas correctas y acompañó con un bonito arreglo la melodía sencilla del niño.

Fue una composición maravillosa. Creo que muchas veces sucede así en mi vida. Con mis limitaciones canto una torpe melodía para Dios. Siento que no va a llegar a nadie. Que no va a ser una gran melodía.

Así compongo mis días, mis horas, mi vida. Con mucho esfuerzo. Con mis dedos torpes y pequeños. Sin saber bien cómo hacerlo para que todo salga bien. Y en mi interior escucho una voz que me susurra: “No pares, sigue tocando”. Y yo sigo y no paro. Y no me quedo quieto esperando a que pase la vida.

Quiero llegar lejos, pero quiero llegar donde Dios me pide que vaya. Quiero hacer su voluntad. No la voluntad que otros piensan que es la de Dios para mi vida. Para eso necesito estar muy cerca de Dios, para poder reconocer bien sus huellas.

Necesito reconocer su voz, para no perderme con tantas voces. Descifrar sus signos, sus acordes, sus manos. Tal vez ya no me es tan fácil buscar a Dios en mi vida real. Buscarlo vivo en mi alma. Buscarle en todo lo que me pasa. Y descubrir que está en mí.

Y mi melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra, porque es Él el compositor. El que pone la música y hace los arreglos perfectos. Y yo me dejo hacer por Él. Y me pongo en marcha.

No quiero dejar pasar de largo sus huellas, sus señales. Dios me habla en todo. Me habla a través de todos. Quiero seguir tocando mi melodía, aunque sienta que no acierto con las notas o que otros a mi lado critican lo que hago.

Quiero seguir tocando para que se escuche otra melodía en medio de tantos ruidos, injusticias, atrocidades. Quiero que mi melodía, transformada por la música de Dios, cambie este mundo en el que vivo.

Mi vida es pequeña a los ojos de Dios. La vida pequeña es la más valiosa. Vale oro. Lo sé. Sólo vivo una vez y para siempre. Por lo tanto no es pequeño nada de lo que hago. Aunque haya personas a las que la vida de los otros les parezca insignificante.

Tantas muertes injustas, tanto dolor. Tanta violencia en los ataques terroristas, tanto odio. Como si la vida no valiera nada. Pero la vida vale mucho. Mi vida, que es pequeña, vale mucho para Dios.

Lo que yo hago, cuando lo hago en Él, tiene otra resonancia. Se escucha más fuerte. Se ve desde lo lejos. A Dios le importa mi vida pequeña y se acerca a mí, camina conmigo. Le importan todas las vidas.

El otro día leí una historia. Una madre llevó a su hijo de siete años a un concierto de un pianista famoso. El ambiente no era tan adecuado para un niño tan pequeño. Pero la madre deseaba que por lo menos absorbiera un poco de inspiración del pianista. Faltaba poco para que todo comenzara.

El niño estaba inquieto. Se levantó cuando su madre miró hacia otro lado. El niño no sabía bien a dónde ir. Vio el piano en el escenario y sin pensarlo se dirigió hacia él. Buscó las teclas y comenzó a tocar una sencilla melodía.

El público se indignó al ver al niño. ¿Quién dejó que subiera solo al escenario? El pianista vio lo que estaba sucediendo. Se apresuró, salió y se sentó al lado del niño. Y le susurró al oído: “No pares, sigue tocando”. Él buscó las teclas correctas y acompañó con un bonito arreglo la melodía sencilla del niño.

Fue una composición maravillosa. Creo que muchas veces sucede así en mi vida. Con mis limitaciones canto una torpe melodía para Dios. Siento que no va a llegar a nadie. Que no va a ser una gran melodía.

Así compongo mis días, mis horas, mi vida. Con mucho esfuerzo. Con mis dedos torpes y pequeños. Sin saber bien cómo hacerlo para que todo salga bien. Y en mi interior escucho una voz que me susurra: “No pares, sigue tocando”. Y yo sigo y no paro. Y no me quedo quieto esperando a que pase la vida.

Quiero llegar lejos, pero quiero llegar donde Dios me pide que vaya. Quiero hacer su voluntad. No la voluntad que otros piensan que es la de Dios para mi vida. Para eso necesito estar muy cerca de Dios, para poder reconocer bien sus huellas.

Necesito reconocer su voz, para no perderme con tantas voces. Descifrar sus signos, sus acordes, sus manos. Tal vez ya no me es tan fácil buscar a Dios en mi vida real. Buscarlo vivo en mi alma. Buscarle en todo lo que me pasa. Y descubrir que está en mí.

Y mi melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra, porque es Él el compositor. El que pone la música y hace los arreglos perfectos. Y yo me dejo hacer por Él. Y me pongo en marcha.

No quiero dejar pasar de largo sus huellas, sus señales. Dios me habla en todo. Me habla a través de todos. Quiero seguir tocando mi melodía, aunque sienta que no acierto con las notas o que otros a mi lado critican lo que hago.

Quiero seguir tocando para que se escuche otra melodía en medio de tantos ruidos, injusticias, atrocidades. Quiero que mi melodía, transformada por la música de Dios, cambie este mundo en el que vivo.

Mi vida es pequeña a los ojos de Dios. La vida pequeña es la más valiosa. Vale oro. Lo sé. Sólo vivo una vez y para siempre. Por lo tanto no es pequeño nada de lo que hago. Aunque haya personas a las que la vida de los otros les parezca insignificante.

Tantas muertes injustas, tanto dolor. Tanta violencia en los ataques terroristas, tanto odio. Como si la vida no valiera nada. Pero la vida vale mucho. Mi vida, que es pequeña, vale mucho para Dios.

Lo que yo hago, cuando lo hago en Él, tiene otra resonancia. Se escucha más fuerte. Se ve desde lo lejos. A Dios le importa mi vida pequeña y se acerca a mí, camina conmigo. Le importan todas las vidas.

El otro día leí una historia. Una madre llevó a su hijo de siete años a un concierto de un pianista famoso. El ambiente no era tan adecuado para un niño tan pequeño. Pero la madre deseaba que por lo menos absorbiera un poco de inspiración del pianista. Faltaba poco para que todo comenzara.

El niño estaba inquieto. Se levantó cuando su madre miró hacia otro lado. El niño no sabía bien a dónde ir. Vio el piano en el escenario y sin pensarlo se dirigió hacia él. Buscó las teclas y comenzó a tocar una sencilla melodía.

El público se indignó al ver al niño. ¿Quién dejó que subiera solo al escenario? El pianista vio lo que estaba sucediendo. Se apresuró, salió y se sentó al lado del niño. Y le susurró al oído: “No pares, sigue tocando”. Él buscó las teclas correctas y acompañó con un bonito arreglo la melodía sencilla del niño.

Fue una composición maravillosa. Creo que muchas veces sucede así en mi vida. Con mis limitaciones canto una torpe melodía para Dios. Siento que no va a llegar a nadie. Que no va a ser una gran melodía.

Así compongo mis días, mis horas, mi vida. Con mucho esfuerzo. Con mis dedos torpes y pequeños. Sin saber bien cómo hacerlo para que todo salga bien. Y en mi interior escucho una voz que me susurra: “No pares, sigue tocando”. Y yo sigo y no paro. Y no me quedo quieto esperando a que pase la vida.

Quiero llegar lejos, pero quiero llegar donde Dios me pide que vaya. Quiero hacer su voluntad. No la voluntad que otros piensan que es la de Dios para mi vida. Para eso necesito estar muy cerca de Dios, para poder reconocer bien sus huellas.

Necesito reconocer su voz, para no perderme con tantas voces. Descifrar sus signos, sus acordes, sus manos. Tal vez ya no me es tan fácil buscar a Dios en mi vida real. Buscarlo vivo en mi alma. Buscarle en todo lo que me pasa. Y descubrir que está en mí.

Y mi melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra, porque es Él el compositor. El que pone la música y hace los arreglos perfectos. Y yo me dejo hacer por Él. Y me pongo en marcha.

No quiero dejar pasar de largo sus huellas, sus señales. Dios me habla en todo. Me habla a través de todos. Quiero seguir tocando mi melodía, aunque sienta que no acierto con las notas o que otros a mi lado critican lo que hago.

Quiero seguir tocando para que se escuche otra melodía en medio de tantos ruidos, injusticias, atrocidades. Quiero que mi melodía, transformada por la música de Dios, cambie este mundo en el que vivo.

viernes, 22 de julio de 2016

Jesús, arrasa mi corazón

Mi felicidad no está en ningún lugar, ni en ninguna persona, mi felicidad está en ti


No sé muy bien cuántos días tengo por delante. Gracias a Dios no lo llevo escrito en mi ADN. No sé si llegaré a viejo o moriré antes. Si lo haré súbitamente o después de una enfermedad. No lo sé.

Tampoco me quita el sueño. No me angustia no saberlo y vivir en una ignorancia inocente. Al contrario. Me mantiene en esa tensión del que sueña y ama, del que hace y guarda. Del que se entrega y espera. Cada día un paso. Sin pensar tanto en lo que me aguarda o en lo que me queda por hacer.

Siempre de nuevo me conmueve la muerte de alguien joven. Es como si Dios se llevara antes de tiempo a aquel a quien amamos. O tal vez para Dios estaba ya listo y no fue antes de tiempo. Como en ese jardín que Él cuida en el que los distintos frutos maduran a distintos tiempos. O tal vez hay misiones más largas y otras que continúan en el cielo nada más haber comenzado en la tierra.

No lo sé. Me cuesta imaginarme el cielo. Pero creo tanto en la misericordia de Dios que me alegra pensar en una eternidad de su mano. Pese a todo me cuesta ese “de repente” que tiene la muerte a veces. Me arrebata la vida de la persona amada casi sin darme tiempo a pensar, ni siquiera a decir adiós.

Y cuesta de nuevo seguir el camino. Una persona escribía sobre la muerte de su padre: “No se vive un duelo cuando muere tu padre, lo que se hace es tenerlo muy vivo y guardarlo muy dentro en el corazón. Hacerle un hueco grande. No dejar que ninguno de los recuerdos se borre nunca. No hay un duelo desde ese día sino un hacerse un sitio tranquilo dentro de ti del que no se irá nunca. Algo hermoso, no doloroso”.

Me conmovieron esas palabras. Calaron hondo. Es dura la muerte de alguien a quien queremos. A veces demasiado dura. Y no sé el momento en que llegará a mi puerta. Tal vez por eso quiero vivir intensamente cada día. Dejando que Dios me utilice y cambie mi corazón.

Un joven llamado Santiago falleció hace pocos días. Supe que le dijo a Dios en una ocasión: “Veo cómo tu amor ha arrasado una y otra vez mi corazón a lo largo de mi vida. Mi felicidad no está en ningún lugar, ni en ninguna persona, mi felicidad está en ti”.

Me emocionaron esas palabras de vida en medio del dolor. Jesús arrasó su corazón y cambió su vida para siempre. Empezó a mirarlo todo desde Dios. Quiero pedirle a Jesús que arrase también mi corazón. Esa imagen me gusta.

Aunque el verbo arrasar se suele utilizar para hablar de algo negativo. Una lluvia torrencial puede arrasarlo todo, un ciclón, un ejército. Es una acción violenta. Acaba con la vida, con todo lo que había antes en pie. Y después de haber arrasado todo, ya no queda nada como antes.

Pienso en Jesús que arrasa mi vida. Tiene tanta fuerza su amor que me arrasa. Quiero que lo haga con fuerza, con su fuego, con su misericordia. Es un amor hondo. Un amor que no deja nada igual en mi vida.

No quiero que sea sólo una expresión, una forma de hablar al rezar en alto. Quiero que sea verdad. Que arrase mi corazón y cambie mi alma para siempre. Quiero que su amor me apasione. Y su presencia calme mis ansias.

Quiero que me toque en lo más íntimo de mi ser. Y que sea Él quien gobierne mi vida, dirija mis manos, mire con mis ojos, ame con mis gestos, hable con mi voz. Quiero que sea mi hogar verdadero. Quiero que construya sobre mi tierra asolada por su amor.

Muchas veces hago a Dios declaraciones de amor. Le digo que le quiero con toda el alma. Incluso le entrego todo. Pero luego, cuando cambia mis planes, cuando no me da lo que le pido, me rebelo. No quiero perder lo que tengo, no quiero que me quite nada de lo que amo.

Su amor es inmenso. Pero me duele el alma pensar en las pérdidas. Y le pido milagros. Y le pido que no ocurra lo que temo. Y quiero que las cosas no sean malas en mi vida. Le vuelvo a decir que arrase mi corazón. Con voz baja, un leve susurro.

Me asusta que se tome en serio mi entrega. Y lo tome todo de golpe. Me tome por entero. Pero sé que es la única forma de vivir de verdad. Siendo vivido por Él, por su amor. Dejándole mis miedos en su pecho herido. Abriendo las manos sin querer retenerlo todo. Dándole las gracias cada mañana. Sin pedir tanto. Alabando.