Cada día rezo el Credo al comenzar la Coronilla de la Divina Misericordia: «Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra». Pensaba ayer en la dolorosa escena final de Cristo en la Cruz cuando exclama: «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!». Esta enorme frase es, sin embargo, la enseñanza que Cristo me traslada para encomendarme al cuidado amoroso del Padre y creer realmente en su acción sobre mi vida dejando que sea el mismo Dios el que la modele.
«Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra». Esta primera frase del Credo es todo un desafío para el ser humano. ¿Lo creo de verdad? ¿Creo realmente que Dios es tan poderoso que controla todas las cosas visibles e invisibles, que controla incluso cada milésima de segundo de mi propia vida? ¿Y si lo creo, por qué tantas veces dudo, me desespero, me intranquilizo por mi situación, me aferro a mi voluntariedad, a mis cosas…? ¿Creo realmente que Dios es mi Padre y que nunca me abandona?
Es Dios, Padre Todopoderoso, Creador, el que revela mi vida, mi identidad, mi dignidad, mi esperanza. ¿Por qué temer entonces? Con el amor del Padre, ¿por qué tantas inseguridades, tantos miedos, tanta desesperanza?
Ese «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» está muy unido al Credo porque esta frase de Jesús me muestra la estrecha y profunda relación con Dios. Me enseña que en Dios Padre se asienta el amor más perfecto; el amor del Padre que crea, que sana, que purifica, que dignifica, que levanta, que da esperanza.
Es verdad que la voluntad de Dios es un auténtico misterio. Que muchas veces no comprendes por qué permite ciertas cosas en tu vida. Pero Dios quiere que sea capaz de descubrir cuál es en mi vida Su voluntad que me revela a través de la gracia. Y espera que crea en Él, en ese plan único pensado para mí aunque tenga que hacer frente a la multitud de obstáculos e interferencias que yo le pongo: mis tentaciones, mis faltas frecuentes, la mundanidad de mi pensamiento, mi voluntad intransigente y pertinaz, la terquedad de mi tibieza, la hinchazón de mi orgullo y mi soberbia, las dudas cuando no se cumple lo que espero, mi predisposición a seguir mi camino aunque no sea el que Él ha trazado para mí…
Pero cuando contemplas el gran amor de Dios hacia Jesús, que permite incluso el sacrificio de la cruz, no puedo poner a prueba el amor que Dios siente por mí. Hacerlo es no creer en él, no amarle de verdad porque no hay nada que Dios no controle. Todo, incluso lo aparentemente más absurdo de mi vida, está en el plan de Dios y tiene un significado.
«Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra». Si lo creo de verdad, no puedo más que ponerme en sus manos, confiar en que estoy grabado en su corazón y eternamente vivo en su santa voluntad. ¡Creo en Ti, Señor, que nada ni nada me separe de tu amor!
¡Padre de Bondad y de Misericordia, pongo en tus manos mi vida para que hagas de ella lo que mejor sea para mí! ¡Lo que me toque vivir, Señor, lo acepto con amor para que tu voluntad se cumpla en mi vida! ¡Me pongo tus manos, Padre, que me has creado por amor y lo hago con toda mi confianza! ¡Padre creo en Ti y en tus manos encomiendo mi vida, mi corazón, mi espíritu y mi alma, la vida de mi familia y de mis hijos, de mis amigos y la de mis compañeros de trabajo! ¡Dame, Jesús, la gracia de seguirte siempre con disponibilidad a donde quieras llevarme, incluso si el camino es el de la Cruz y al total desprendimiento de mi mismo! ¡Espíritu Santo, ayúdame a que mi vida sea como la de Jesús, coherente con el cumplimiento de la voluntad de Dios! ¡Que mi búsqueda de esa voluntad sea mi principal ocupación! ¡Y creo en Ti, Padre, porque no hay más que un solo Dios! ¡Y te amo con todo mi corazón, con toda mi alma, con todo mi espíritu y con toda mi fuerza porque siempre estás a mi lado para salvarme, para amarme! ¡Porque me haces sentir mi pequeñez y tu grandeza! ¡Porque eres rico en misericordia y clemencia, porque escuchas mis plegarias, por perdonas mis infidelidades, porque manifiestas siempre fidelidad a pesar de mis pecados! ¡Porque tu palabra es Verdad, porque tus promesas se cumplen siempre, porque tus palabras no engañan, porque me puedo confiar con toda confianza a Ti y a la fidelidad de tu palabra! ¡Porque tu sabiduría rige el orden de la creación ya que eres el Creador del cielo y la tierra! ¡Porque eres el Amor eterno y tu amor es tan grande que nos has dado a Jesús, tu Hijo! ¡Quiero reconocer tu grandeza y tu majestad! ¡Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de ti! ¡Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a ti! ¡Señor mío y Dios mío, despójame de mí mismo para darme todo a ti!
Alabamos a Dios con esta la cantata BWV 16 de Juan Sebastian Bach, Herr Gott, dich loben wir (Señor Dios, te alabamos):