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miércoles, 16 de noviembre de 2016

Ser un alma en Jesús

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Viajando por el corazón de África te vas encontrando en pequeñas y grandes ciudades decenas de rebaños de ovejas escuálidas con sus pastores de cuerpos frágiles. Me vienen a la memoria esas palabras de Jesús a San Pedro: «Apacienta mis corderos». Palabras sensibles y tiernas que salen del corazón de Jesús. Y realmente me siento una oveja de Cristo porque, en mi fragilidad, soy su familia y mi alma es una con Él. Porque Cristo, el Buen Pastor, se identifica conmigo y lo dice claramente en el Evangelio: «lo que hagáis al más pequeño de los míos me lo hacéis a Mi mismo». Y eso me llena de gran consuelo y de alegría porque Cristo se considera uno en mi, porque me ayuda sobrenaturalmente, porque me ama tal y como soy con mis virtudes y mis imperfecciones.
Ser un alma en Jesús. ¡Qué hermoso! Y esto me llena de confianza porque, por ejemplo, cuando el demonio tortura mi corazón y mi mente también está torturando a Jesús. Porque Cristo está en mi, está siendo herido y atacado en mí porque Cristo vive en mí. Y esta identificación tan sencilla y tan amorosa de Cristo me muestra la fascinante caridad que Dios tiene con las criaturas que ha creado. Y no puedo más que darle gracias, porque desde el momento en que fui bautizado tengo vida en Él; ya lo decía el apóstol Pablo «no soy yo quien vive si no que es Cristo quien vive en mí».
Ser un alma en Jesús. ¡Qué gran dicha! Porque sé que Jesús va a cuidar mi alma como si fuese propia, porque yo soy parte del cuerpo de Cristo y Él va a procurar por mis cuidados espirituales, va a tratar de no abandonarme nunca —aunque esto sólo dependa de mi libertad—; pero hay algo que es absolutamente irrefutable: Él siempre va a tener piedad de mí porque Él sufre lo que yo sufro y vive lo que yo vivo.
Ser un alma en Jesús. ¡Qué gozo sentirlo! Saber que Cristo limpia la suciedad de mi corazón, arranca aquellas cadenas que sujetan mis pecados, retira las malas hierbas que lo emponzoñan todo, refuerza mis virtudes y fortalece mis riquezas morales, me ayuda a vencer mis imperfecciones y mis defectos y me guía con la sabiduría de un maestro hacia la cima del bien.
Ser un alma en Jesús. Ahora sólo me queda ser digno de ello... el problema es que todavía me queda mucho por recorrer y purificar para que Él se sienta muy a gusto y cómodo en mi interior.

¡Señor, quiero estar íntimamente unido a ti, quiero tomar la Cruz y negarme a mí mismo y arrepentirme para recibir tu gracia, para vivir una vida cristiana ejemplar, una vida sobria, piadosa y justa que tenga como fin entrar en tu Reino! ¡Quiero, Señor, vivir en unión contigo, caminar por la tierra a la luz de Dios, como hijo de la luz, porque tu Señor eres la luz y estás cerca, en ti vivimos, en ti nos movemos, y en ti existimos! ¡Señor, quiero amarte, guardar tu palabra y convertirme en tu morada! ¡Espíritu Santo, sabes que aspiro a ser como Dios, te pido que me ayudes a ser piadoso, puro, misericordioso, generoso, justo, amable, caritativo, servicial…! ¡Ayúdame a ser un instrumento utilizado por Dios! ¡Elimina de mi corazón la necesidad de vivir acorde con mi propia voluntad, con mi propia mente carnal, con mis propias inclinaciones al mal, con mis conductas equivocadas, con mis errores paulatinos o con mi caminar de acuerdo a los caminos tortuosos de este mundo! ¡No permitas que el demonio gane la partida de mi corazón y que todos mis deseos sean siempre hacer la voluntad de Dios, cumplir su palabra y sus mandatos, seguir siempre a Cristo y desconfiar de mi propia voluntad! ¡Quiero, Espíritu Santo, que me ayudes a ser alma en Jesús, ser completamente dirigido por Dios, para ser esclavo del amor, de la amabilidad, de la bondad, de la virtud, de la fidelidad, de la entrega, de la humildad, de la santidad, de la misericordia, de la gloria, del servicio, del amor, de la paz...! ¡Quiero cada día estar en Cristo y en el Padre para que ellos estén en mí, para llegar a ese punto en que tenga siempre en mi mente puesta en Cristo y seamos uno con ambos, para estar muy unido a Dios, a ser uno con Dios! ¡Espíritu Santo, ayúdame a tener a Cristo completamente resucitado en mi interior, sentirme verdadero hijo adoptivo de Dios, vivir de acuerdo con la voluntad del Padre, tener comunión con Cristo y con el Padre en el cielo mientras todavía esté peregrinando en la tierra, y que todas mis palabras y acciones estén guiadas por Dios!
Del maestro alemán Juan Sebastian Bach nos deleitamos hoy con su cantata Ich bin in mir vergnügt, BWV 204 ("Estoy feliz con mi suerte"):

“No a los cristianos tibios, su tranquilidad engaña y es infeliz”

Dios trata de despertar a los hombres de su sueño constantemente. Quiere sacar a las almas adormiladas del torpor. Y por eso hay que tener cuidado para no volverse «cristianos tibios», porque así se pierde de vista el Señor. Papa Francisco volvió a lanzar esta advertencia en la homilía de esta mañana, 15 de noviembre, en la misa que presidió en la capilla de la Casa Santa Marta, según indicó la Radio Vaticana. El Pontífice exhortó a estar listos para discernir cuándo Jesús «toca a nuestra puerta».
El obispo de Roma reflexionó sobre la Primera lectura de hoy, en la que se narra el regaño de Dios a los cristianos «tibios» de la Iglesia de Laodicea. El peligro de la tibieza en la Iglesia, para Francisco, existe hoy como en esa época. El Papa subrayó que el Señor usa un lenguaje duro para los «tibios», es decir esos cristianos «que no son ni fríos ni calientes». A ellos les dice: «Estoy por vomitar de mi boca».
Dios no acepta esa tranquilidad «sin consistencia» de los tibios. Porque es una «tranquilidad que engaña».
Y el Pontífice se pregunto: «¿Qué piensa un tibio? Lo dice aquí el Señor: piensa que es rico. “Me he enriquecido y no necesito nada. Estoy tranquilo”. Esa tranquilidad que engaña. Cuando en el alma de una Iglesia —advirtió—, de una familia, de una comunidad, de una persona todo está siempre tranquilo, ahí no está Dios».
Y a los tibios el Papa les pidió con fuerza que no se quedaran dormidos, que no cayeran en la convicción (un poco presuntuosa) de no necesitar nada, de no hacerle daño a nadie.
El Señor describe a estas personas como infelices y miserables. Conceptos duros, severos, pero que no surgen de una especie de «maldad», sino del «amor» de Dios por los seres humanos: son estímulos para que se descubra otra riqueza que solo Él puede dar.
No es «esa riqueza del alma —precisó— que tú crees tener porque eres bueno, haces las cosas bien, todo tranquilo: otra riqueza, la que viene de Dios, que siempre lleva una cruz, siempre trae una tempestad, siempre provoca alguna inquietud en el alma». Francisco aconsejó: «comprar ropa blanca» para vestirse, «para que no se vea tu vergonzosa desnudez: los tibios no se dan cuenta de que están desnudos, como la fábula del rey desnudo en la que es un niño el que le dice: “Pero, ¡el rey está desnudo!”… Los tibios están desnudos».
Además, «pierden la capacidad de contemplación, la capacidad de ver las grandes y bellas cosas de Dios». Es por ello que Cristo trata de despertarlos, trata de ayudarlos a convertirse.
Y más: Dios «está presente» de otra manera: «está para invitarnos: “Heme aquí, toco a la puerta”». Papa Bergoglio subrayó la importancia de ser capaces y de estar listos para «sentir cuándo el Señor toca a nuestra puerta, porque quiere darnos algo bueno, quiere entrar a nuestra casa».
El obispo de Roma observó que hay cristianos que no se dan cuenta «cuando el Señor toca, cada ruido es el mismo para ellos». Entonces hay que «entender bien» cuándo toca Dios. Porque Cristo está delante de cada uno también para «que lo inviten».
Dios «está. Alza los ojos y dice: “Pero, ven, invítame a tu casa”. El Señor está, siempre está con amor: o para corregirnos o para invitarnos a cenar o para que lo inviten. Está para decirnos: “Despiértate”. Está para decirnos “Abre”. Está para decirnos “Baja”. Pero siempre es Él».
 
Francisco propuso hacer un examen de conciencia: «¿yo sé distinguir en mi corazón cuándo me dice el Señor “Despiértate”? ¿Cuándo me dice “Abre”? ¿Y cuándo me dice “Baja”?. Que el Espíritu Santo, concluyó, «nos dé la gracia de saber discernir siempre estas llamadas».

martes, 15 de noviembre de 2016

Lo eterno se esconde en lo efímero, ¿sabes descubrirlo?

Me gustan las cosas bellas. Me detengo espontáneamente ante la belleza. Me gusta esa belleza que hoy es y mañana desaparece. Es verdad.
La belleza visible en las flores, en los bosques, en la naturaleza. Me gusta detenerme y contemplar el balanceo de las ramas de los árboles mecidos por el viento. La belleza de las aguas del río, del mar, de una fuente.
La belleza de las obras de arte que me conmueven. Porque un pincel, una mano, una mirada, supieron reflejar de forma visible una belleza que me habla, no sé cómo, de la belleza eterna. Esa belleza temporal me conmueve.
La belleza humana. De los hombres en sus aspecto físico, en su alma bella. La belleza ya madura. La belleza joven. Me impresiona esa belleza temporal y eterna al mismo tiempo. Lleva en sí guardada la semilla de lo eterno, que se mantendrá más allá del tiempo. Por eso me detengo en lo pasajero.
Calmo el alma mirando la belleza hoy. Sé que no importa tanto, porque es pasajera. Pero esa belleza del momento, del instante, del aquí y el ahora, me llena de infinito. De una presencia divina que calma mi sed, por un momento.
A veces corro el riesgo de dejar pasar de largo la belleza eterna mirando lo caduco. Y me quedo absorto contemplando las hojas caídas del otoño. No fijo mi mirada en las que permanecen. No le doy tanto valor a su perseverancia.
Valoro más esas hojas que se han teñido de rojo antes de caer sin vida. Me parecen tal vez más heroicas, más valientes, más audaces. Y me olvido de lo eterno. Quiero aprender a ver lo eterno escondido en lo caduco. Lo que permanece en lo que deja de existir.
Quiero mirar en lo profundo salvando la apariencia. Con ojos más hondos. No quiero quedarme sólo en la superficie de las cosas. Quiero descubrir la belleza en la persona amada. Su belleza oculta, su belleza en forma de semilla aún por germinar.
Quiero calar hondo. Tocar lo más profundo. Quiero sufrir cuando la belleza aparente del momento caduque ante mis ojos. Y elevarme entonces. No quiero quedarme en la superficie de las cosas. En su belleza caduca. Miro más hondo la belleza oculta. Entre los muros. En lo escondido.
Hay personas, lo sé, que tienen el don de ver la bellezaescondida en las almas. No se quedan en su aspecto, no les detienen sus prejuicios. Se adentran sin miedo superando sus recelos. Cavan hondo y encuentran la belleza oculta. Dos velas iluminan lo más bello. Oculto para los hombres que se conforman con lo que vaga por la superficie.
Es tan sencillo en teoría. Pero yo me quedo con frecuencia atado a lo que muere. Sostenido en lo que no perdura. Y no soy capaz de ver lo bello eterno. Lo que sólo Dios percibe.
Quiero tener ese don, esa mirada profunda. Para no contentarme con lo que no llena mi alma. Para saber ver a Dios en lo no aparente. Para ver la luz entre las sombras. Y descubrir a Dios entre mis manos mortales.

Un alma privilegiada

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El encuentro con personas de otras culturas y otras razas es un aprendizaje para el hombre; a mi, personalmente, me ayuda mucho a comprender lo que anida en el corazón de las personas, en las gentes de otras culturas y de otras religiones que ven las cosas con miradas diferentes a las mías.
Un sentimiento profundo llena hoy mi corazón por la experiencia vivida en la jornada de ayer, en el encuentro con hombres y mujeres de una empresa africana con la que estoy colaborando. La mayoría de ellos jóvenes profesionales, bien preparados, con rostros alegres, decididos a colaborar y aprender, predispuestos a echar siempre una mano, fieles musulmanes… pero con una mentalidad muy diferente a la mía.
Por la noche, en el examen de conciencia, doy gracias a Dios por las innumerables gracias que me ha concedido, por la fe cristiana, por la educación que he recibido, por los dones que me ha dado… Pero sobre todo porque me ha permitido nacer en la familia en la que nací, porque he podido crear mi propia familia, con mis ideales y mis principios, porque tengo una parroquia que me acoge, un ambiente que tiene una fe inquebrantable pero... pero podría haber nacido en un ambiente sin ideales, en un lugar donde la fe brillara por su ausencia, con una infancia sin padres o con muchas dificultades, o vivir hundido en la desesperación, o haber caído en el vicio de las drogas, el sexo o el alcohol, o haberme convertido en un hombre sin esperanza, corrompido por la desgracia de la rebeldía...
Pero no. No ha sido así porque Dios así lo ha querido, y esto es motivo de dar gracias... no tengo derecho a quejarme por muchas dificultades que jalonen mi vida. Nunca. Y como quiero ser un apóstol de la dicha cristiana Dios me exigirá. Me exigirá mucho. Y me rendirá cuentas. Y el día que tenga que postrarme ante su presencia, me dirá con el corazón misericordioso: «Tú, hijo mío, amado, has sido un alma privilegiada: ¿qué has hecho en este mundo por mí y por los demás? ¿Cuánto has amado?»
¿Qué le podré responder al Padre que tan generosamente me ha dado los instrumentos para hacer el bien?

¡Señor, soy consciente de que pese a los problemas y los sufrimientos que embargan mi vida —y que tú perfectamente conoces— soy un alma privilegiada porque tú me amas con un corazón misericordioso y soy consciente de ello! ¡Te pido, Señor, que me ayudes a ser sembrador que ponga semillas de fe, de amor y esperanza en las almas de las personas que me rodean! ¡Señor, te pido que me ayudes a ser un trabajador fecundo que pueda labrar en aquellos campos que tú has fecundado con tu presencia! ¡Señor, ayúdame a ser un apóstol de la misericordia y ser ejemplo vivo con mi testimonio cristiano! ¡Para eso, Señor, envía tu Espíritu con el fin de que transforme por completo mi corazón y mi vida! ¡Señor, tú conoces mis padecimientos, mis debilidades y mis temores pero también sabes de mi dicha cristiana por eso te pido que me ayudes a enjuagar todas aquellas lágrimas de los que sufren a mi lado! ¡Señor, envía tu Espíritu para que me de fuerza y valor cada día; basta un soplo imperceptible, una palabra, un gesto para enderezar esta planta torcida! ¡Señor, ayúdame a no tener miedo al sufrimiento, a que la cobardía no invada mi vida y en los momentos de dificultad sepa vivir siempre en la confianza en ti! ¡Pero sobre todo, Señor, te doy gracias por las muestras de tu amor, por todo lo que me has dado, por lo que me das, y por lo que me darás que es fruto de tu infinito amor y tu misericordia! ¡Gracias, Señor, por la vida, por la salud, por la educación, por la fe, por la esperanza, por mi familia, por mis amigos, por mi trabajo, por mis virtudes, por mis capacidades, por los problemas que me hacen crecer en ti y contigo, por esas lágrimas derramadas, por las veces que he caído, por mis experiencias de vida, por las veces que tenía sed y la has saciado!
Tu me has seducido, Señor, cantamos hoy con la hermana Glenda:

Esparcir la fragancia de Cristo

orar-con-el-corazon-abierto
Escribo la meditación de hoy sentado en la capilla. He llegado antes de el despuntar el sol para conectar con la oración.  Al entrar en la capilla, llevo varios textos, pero en una hoja fotocopiada con una fotografía del cardenal John Henry Newman, el presbítero anglicano convertido al catolicismo en 1845 y beatificado en 2010 por Benedicto XVI, leo su célebre oración que contiene esta frase: «Amado Jesús, ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya». ¿Diosidencia?
San Pablo recordaba a los corintios que ellos eran la fragancia de Cristo «porque para Dios somos grato olor de Cristo». ¡Es que realmente los cristianos somos delicados frascos de barro moldeados por sus manos! ¡Y desde estos frascos vivientes llenos del perfume de su conocimiento lo esparcimos por allí donde pasamos!
El encuentro constante con Jesús nos ayuda a expandir su aroma entre los que nos rodean.
Los cristianos estamos llamados a aromatizar nuestros entornos y llenar y perfumar con el aroma de la virtud la vida de los que nos rodean…
Y me pregunto: ¿sienten las personas que me rodean o que conviven conmigo la fragancia de Cristo que debería irradiar mi vida? ¿O acaso mi vida no muestra fragancia alguna? O algo que todavía sería más triste: que en lugar de un olor agradable lo que perciban las personas de mi es el desagradable perfume del rechazo.

¡«Amado Jesús, ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya»! ¡Señor, quiero esparcir por todos los rincones por donde pase la fragancia de tu conocimiento! ¡Quiero ser instrumento tuyo para esparcir el olor de tu conocimiento! ¡Gracias, Señor, por la gracia de escogerme para esparcir tu aroma! ¡Señor, quiero que permanezcas siempre en mi corazón para que allí donde pase deje en el corazón de las personas impregnada la fragancia de tu amor por medio de gestos, palabras y acciones que muestren tu carácter amoroso! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, ayúdame a emanar el aroma de Cristo! ¡Ayúdame, Espíritu divino, a que todos mis actos sean generosos actos de amor como un «olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios»! ¡Acojo, Espíritu Santo, con la alegría de la vocación de esparcir el olor de Cristo! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, a ser olor de Cristo, para evocar su entrega, su unión con Dios, su generosidad, su humildad, su bondad, su perdón, su serenidad, su misericordia, su amor incondicional a todos para poder exclamar: «No vivo yo es Cristo quien vive en mí»! ¡Señor, que mis acciones reflejen que he estado contigo por eso te pido que elimines de mi lo que no te agrada y báñame con la frescura de tu fragancia! ¡Deseo, Señor, serte agradable y serlo a los demás, y que a través de mi testimonio personal todos se enamoren de tu perfume! ¡Ayúdame a centrarme en la belleza interior y llevar tu fragancia a mi vida para valorar lo que tu haces por mí!
 Y de fragancias va esta hermosa canción de Marcela Gandara: