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domingo, 27 de noviembre de 2016

¡Ave María, Señora del Adviento!

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Último sábado de noviembre con María en nuestro corazón. Mañana se inicia el tiempo de Adviento, en que empezamos a preparar la llegada de Cristo. Me imagino hoy cómo la Virgen debió preparar en la intimidad y en la oración, con alegría, esperanza y agitación interior el nacimiento de su Hijo. Ella es, también, una de las grandes protagonistas de este tiempo de reflexión interior porque a través de su maternidad llegamos los cristianos al nacimiento de Cristo en Belén. María, con su generoso «¡Hágase!», se une estrechamente a la unión con Cristo al que llevó en su seno virginal.
Hoy María me enseña algo hermoso, sencillo. Con su fe, con su amor, con su entrega, la Virgen me indica cuál es el camino para esperar a Jesús. A Jesús por María. Poner a Cristo siempre en el centro de mi corazón. Dar siempre mi «¡Amén!» a la voluntad del Padre. Estar siempre plenamente disponible a aceptar los planes de Dios en mi vida. Alabarle siempre. Vaciarme de mi yo y, en mi pobreza y humildad, estar cerca de los que más me necesiten. Ser siempre fiel y obediente a la Palabra de Dios y, desde ella, crecer espiritualmente y confiar. Servir desde el amor, amar desde el servicio. Ser capaz de ver a Dios en un pequeño niño. Saber contemplar a Dios en lo pequeño de las cosas. Saber vislumbrar en la necesidad del afecto y del cariño.
Deseo en este tiempo de preparación caminar junto a María. Con Ella será más fácil llegar a Jesús.

¡Señora del Adviento, hazme pronunciar su «¡Sí!» a Dios como hiciste Tu; visítame como visitaste a tu prima Isabel; hazme hacer como invitaste a los criados de las bodas de Caná; seréname como hiciste con los apóstoles en el cenáculo; acompáñame en la tribulación como hiciste con Jesús a los pies de la Cruz! ¡María, Señora del Adviento, camina junto a mi hasta el feliz día de Navidad! ¡María, Señora del Adviento, lléname de esperanza, de alegría, de fe, de caridad, de amor, de paz, de fortaleza, de humildad! ¡María, Señora del Adviento, permíteme en su momento postrarme ante el Niño Dios y arrullarlo entre mis brazos! ¡María, Señora del Adviento, mi corazón es como un pobre pesebre sucio y frío, límpialo con tu presencia; haz que en su interior brote el calor del amor y la serenidad para que se encuentre a gusto Jesús! ¡María, Señora del Adviento, haz a todos los matrimonios santos, que la fuerza de nuestro amor se irradie en la familia; danos santos matrimonios para que haya hijos santos y también santas vocaciones! ¡María, Señora del Adviento, haz que aprendamos a pedirle al Espíritu que cada palabra, cada gesto, cada pensamiento, cada mirada esté impregnada del amor de Dios! ¡María, Señora del Adviento, ayúdanos a imitación tuya a estar siempre atentos a la llamada del Padre! ¡María, Señora del Adviento, gracias por ser mi Madre!
En este último sábado mariano de noviembre escuchamos hoy el motete Ave gloriosa - Salve virgo regia, que se encuentra recogido en el folio 100v del Códice de las Huelgas.

¿Cómo hacer frente al vampiro emocional?

El “chupar y usar” la energía de los demás no tiene nada que ver con querer hacer daño a los demás de forma intencionada...


Casi seguro que cada uno de nosotros se topó en su vida, aunque fuera una sola vez, con una persona que se podría describir como un vampiro emocional. Exigiendo la atención constantemente, culpando a los demás de sus propios problemas imaginarios, o al menos exagerados. Con una enorme voluntad de pedir y no ofrecer casi nada a cambio. Refiriéndonos a la fuente del nombre metafórico – un vampiro es alguien que necesita utilizar la energía de otra persona (en este caso – emocional), para poder funcionar. En esto consiste su drama – no sabe satisfacer sus necesidades si no utiliza la energía de los demás.

Un vampiro emocional es relativamente fácil de reconocer por cómo nos sentimos en su compañía (cansancio permanente, impotencia, una sensación de fracaso, a pesar de los intentos de ayudarle, son los síntomas más característicos). Pero ¿tenemos en cuenta que el problema también se puede aplicar a nosotros mismos? ¿Qué nosotros mismos podemos ser un vampiro en los ojos de los demás? Este auto-diagnóstico es una tarea mucho más difícil.

El primer paso y el más importante en la domesticación de nuestro propio vampirismo es tener conciencia de nosotros mismos (para poder solucionar cualquier problema, primero se debe de identificar). Así que, si te sientes bien sólo cuando la atención de los demás está centrada en ti y tus problemas, si te resulta difícil entender a otra persona, y además, si tienes la impresión de que tus amigos cada vez contactan menos contigo o escuchas directamente de ellos que se sienten mal en tu compañía, es muy probable que seas un vampiro emocional. Si lo estás descubriendo ahora – es genial, estás superando la primera etapa del cambio.

En el manejo eficiente de los patrones disfuncionales de comportamiento (es decir, los patrones bien establecidos de comportamiento en las relaciones; uno de ellos es el vampirismo emocional) es muy útil la comprensión de uno mismo. Cada acción, independientemente de lo perjudicial que fuera para nosotros mismos o para los demás, tiene una causa y alguna vez tuvo que sernos útil. Tal vez de niños no recibimos suficiente atención y cuidado de nuestros padres, y sólo cuando éramos groseros o parecíamos infelices, la obteníamos. Estas primeras experiencias a menudo dan forma a los patrones de comportamiento en la edad adulta, cuando repetimos los patrones establecidos, sin verificar si son buenos y útiles para nosotros. Procura no culparte a ti mismo, incluso si identificas en tu interior a un vampiro emocional, no perpetúes la espiral de las emociones negativas. Trátalas como una herramienta, que solía ser útil antes, pero ahora tal vez ya no sea necesaria.

Ser conscientes del problema y sus causas es de suma importancia. El siguiente paso consiste en supervisar (observar) nuestro comportamiento día a día. Esto es muy importante porque sólo observando nuestro comportamiento de forma regular cuando estamos haciendo algo que no nos gusta, nos da la oportunidad de cambiar y tomar decisiones que se oponen al esquema actual. La atención plena, aquí y ahora, te permite realizar acto conscientes en lugar de automatismos que operan independientemente de nuestra voluntad. En esto consiste el cambio – no en una declaración abstracta, sino en cada “aquí y ahora”, en el que tomamos una decisión consciente. Así que trata de ver cómo te comportas en tus relaciones con los demás, y si percibes algo que no te gusta, detente y pregúntate: ¿aún quiero hacer esto? Gracias a esto, serás tú quien controlará tus patrones de comportamiento, y no ellos te controlarán a ti.

Sólo que, cuando dejemos de comportarnos como un vampiro, ¿con qué llenaremos este espacio? Sí, podemos desistir de molestar a los demás, pensando en su bienestar, pero ¿cómo satisfacer nuestras necesidades reales?

Por supuesto, sería necesario encontrar una nueva manera de hacerlo – una que no suponga ninguna carga para los demás, y sea más constructiva para nosotros mismos. Recordemos que el “chupar y usar” la energía de los demás no tiene nada que ver con querer hacer daño a los demás de forma intencionada, sino con el hecho de no ser capaces, nosotros mismos, de cuidarnos con eficacia. Lo más importante para abandonar de forma permanente el papel de ser vampiro, será el desarrollo de competencias internas como la auto-relajación o la auto-animación en los momentos difíciles. Esto satisfará en gran medida las necesidades emocionales propias, reduciendo de forma automática el deseo de incomodar a los demás. Uno de los métodos que facilitan el establecimiento de una relación positiva con uno mismo, es tratarse como si se fuera un niño que necesita apoyo y cuidados – pero ya no desde el exterior, sino desde ti mismo. Como ya eres un adulto, entenderás mejor a tu niño interior.

Paralelamente a la mejora de satisfacer nuestras propias necesidades, también debemos practicar y desarrollar nuestra capacidad de la empatía. Nos puede ser útil centrar la atención en la otra persona durante la conversación (haciendo preguntas o practicando la escucha activa) o animando a nuestros seres queridos para que compartan sus experiencias vitales. Recordemos que la reciprocidad es uno de los principios más importantes en el funcionamiento de la sociedad. Los estudios demuestran que somos más propensos a actuar en nombre de otra persona, cuando ella ha hecho algo por nosotros con anterioridad. Si no queremos que nuestros seres queridos se sientan explotados por nosotros, procuremos que puedan contar con nosotros en los momentos difíciles.

Trabajando en la domesticación de nuestro vampiro interior, tengamos cuidado de no caer en la exageración. No olvidemos que, como seres humanos, somos criaturas de rebaño que necesitan del apoyo mutuo para poder funcionar correctamente, lo cual es confirmado por numerosos estudios que tratan el fenómeno de apoyo social. Así que, no tengamos miedo, en caso de la verdadera necesidad, de acudir a nuestros seres queridos en busca de ayuda, porque nosotros mismos no siempre podemos con todo. En primer lugar, recordemos la importancia de equilibrar las acciones de dar y recibir. Gracias a esto, las relaciones que crearemos serán más armoniosas, y nosotros más felices.

La corona de Adviento

Se denomina corona de Adviento a un adorno hecho con ramas de abeto o pino, con cuatro velas, que es colocada sobre una mesa durante el tiempo de Adviento.

Las cuatro velas suelen ser de los colores que se describen a continuación:

Morado: Representa el espíritu de la vigilia.
Verde: Representa la esperanza.
Rosa: Representa la alegría por la cercanía del nacimiento de Jesús. 
Blanco:  Es el color de la presencia luminosa de Dios.

El año litúrgico comienza con el Adviento. Se enciende una de las cuatro velas cada domingo de los cuatro que dura el Adviento, para indicar el camino que se recorre hasta la Navidad. El primer domingo de Adviento una, el segundo dos, y así sucesivamente. El orden de encendido es: morado, verde, rosa y blanco.

Además de ser un elemento decorativo, esta corona anuncia que la Navidad está cerca y debemos prepararnos.

Los cristianos, para prepararnos a la venida de nuestra LUZ y VIDA, la Natividad del Señor, aprovechamos esta "Corona de adviento" como medio para esperar a Cristo y rogarle infunda en nuestras almas su luz.

El círculo es una figura geométrica perfecta que no tiene ni principio ni fin. La corona de adviento tiene forma de círculo para recordarnos que Dios no tiene principio ni fin, reflejando su unidad y eternidad. Nos ayuda también a pensar en los miles de años de espera desde Adán hasta Cristo y en la segunda y definitiva venida; nos conciencia que de Dios venimos y a Él vamos a regresar.

Las ramas verdes de pino o abeto representan que Cristo está vivo entre nosotros, además su color verde nos recuerda la vida de gracia, el crecimiento espiritual y la esperanza que debemos cultivar durante el Adviento.

Las manzanas rojas con las que algunas personas adornan la corona, representan los frutos del jardín del Edén, con Adán y Eva, que trajeron el pecado al mundo, pero recibieron también la promesa del Salvador universal.

El lazo rojo representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.

El día de Navidad, las velas  son sustituidas por otras de color rojo que simboliza el espíritu festivo de la reunión familiar. En el centro, se coloca una vela blanca o cirio simbolizando a Cristo como centro de todo cuanto existe.

La luz de las velas simboliza la luz de Cristo que desde pequeños buscamos y que nos permite ver, tanto el mundo como nuestro interior. Como hemos comentado antes, cuatro domingos antes de la Navidad se enciende la primera vela. Cada domingo se enciende una vela más. El hecho de irlas prendiendo poco a poco nos recuerda cómo, conforme se acerca la luz, las tinieblas se van disipando, de la misma forma que conforme se acerca la llegada de Jesucristo, que es luz para nuestra vida, se debe ir esfumando el reinado del pecado sobre la tierra. La luz de la vela blanca o del cirio que se enciende durante la Nochebuena nos recuerda que Cristo es la Luz del mundo. El brillo de la luz de esa vela blanca en Navidad, nos recuerda cómo en la plenitud de los tiempos se cumple el "Adviento del Señor".

ADVIENTO Y NAVIDAD

Como sabéis, este domingo 27 de noviembre comienza el Adviento, que inicia el año litúrgico. Es el periodo en el que la Iglesia nos prepara para la venida del Señor. Por ello, os propongo esta lectura:



1) EL ADVIENTO
SIGNIFICADO Y CONTENIDO
Adviento significa venida. Este tiempo nos prepara para la venida del Señor. La venida de Cristo al mundo se realiza en un triple plan:
PASADO: venida histórica a Palestina,
PRESENTE: venida sacramental, hoy,
FUTURO: venida gloriosa al fin del mundo.

Cristo está viniendo hoy y aquí, a nosotros, dentro de nosotros. Nos está haciendo concorpóreos suyos, solidarios de su persona y de su misterio redentor. Mediante el don de su palabra y de la eucaristía, Cristo se graba en nosotros. Nos hace su cuerpo. Su venida gloriosa al final de los tiempos no será otra cosa que la revelación de las venidas que ahora realiza en nosotros. Hay continuidad real entre su venida actual y su venida gloriosa. Exactamente igual como la semilla se prolonga en el fruto. Esta es la verdad de fe más grandiosa. Quien quiera encontrarse con el Cristo viviente, debe penetrar en el misterio de su presencia, a través de la liturgia. Es necesario que el cristiano tenga mirada interior. El adviento es radicalmente cercanía y presencia del Señor.

LOS GRANDES TESTIGOS DEL ADVIENTO


Son tres: El profeta Isaías, Juan el Bautista y la Virgen María.
Isaías anuncia cómo será el Mesías que vendrá. Sacude la conciencia del pueblo para crear en él actitud de espera. Exige pureza de corazón.
Juan el Bautista señala quién es el Mesías, que ya ha venido. Él mismo es modelo de austeridad y de ardiente espera.
María es la figura clave del adviento. En ella culmina la espera de Israel. Es la más fiel acogedora de la palabra hecha carne. La recibe en su seno y en su corazón. Ella le prestó su vida y su sangre. María es Jesús comenzado. Ella hizo posible la primera navidad y es modelo y cauce para todas las venidas de Dios a los hombres. María, por su fidelidad, es tipo y madre de la Iglesia.

LAS ACTITUDES FUNDAMENTALES DEL ADVIENTO


1. Actitud de espera. El mundo necesita de Dios. La humanidad está desencantada y desamparada. Las aspiraciones modernas de paz y de dicha, de unidad, de comunidad, son terreno preparado para la buena nueva. El adviento nos ayuda a comprender mejor el corazón del hombre y su tendencia insaciable de felicidad.
2. El retorno a Dios. La experiencia de frustración, de contingencia, de ambigüedad, de cautividad, de pérdida de la libertad exterior e interior de los hombres de hoy, puede suscitar la sed de Dios, y la necesidad de «subir a Jerusalén» como lugar de la morada de Dios, según los salmos de este tiempo. La infidelidad a Dios destruye al pueblo. Su fidelidad hace su verdadera historia e identidad. El adviento nos ayuda a conocer mejor a Dios y su amor al mundo. Nos da conocimiento interno de Cristo, que siendo rico por nosotros se hace pobre.
3. La conversión. Con Cristo, el reino está cerca dentro de nosotros. La voz del Bautista es el clamor del adviento: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios ... » (Is 40,3-5). El adviento nos enseña a hacernos presentes en la historia de la salvación de los ambientes, a entender el amor como salida de nosotros mismos y la solidaridad plena con los que sufren.
4. Jesús es el Mesías. Será el liberador del hombre entero. Luchará contra todo el mal y lo vencerá no por la violencia, sino por el camino de una victimación de amor. La salvación pasa por el encuentro personal con Cristo.
5. Gozo y alegría. El reino de Cristo no es sólo algo social y externo, sino interior y profundo. La venida del Mesías constituye el anuncio del gran gozo para el pueblo, de una alegría que conmueve hasta los mismos cielos cuando el pecador se arrepiente. El adviento nos enseña a conocer que Cristo, y su pascua, es la fiesta segura y definitiva de la nueva humanidad.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Inclinado consciente del pecado

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Durante la Santa Misa, en el momento en que se pronuncian las palabras «porque he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión», mi vecino de banco inclina su cuerpo y con el puño cerrado golpea con fuerza su corazón. No termina la oración porque le oigo decir compungido: «Señor, perdona, porque he pecado mucho contra ti y contra los demás». Estoy profundamente sacudido. ¡Este hombre tiene verdadero sentido de su pecado! Es consciente de su nada pero también de la enorme gracia del perdón de Dios que es, en sí mismo, misericordia pura.
Estoy convencido de que este hombre no se regodea del pecado cometido. Ante tanta misericordia que recibe del Padre se inclina para ser consciente de que Dios le ama con ternura infinita. Después de comulgar, al terminar la Misa, los dos permanecemos en el banco sentados unos minutos. Le miro de reojo y pienso: «Señor, tu lo sabes todo. Tú sabes como lo sabes de este hombre que soy un pecador». Porque lo soy; soy un pecador que camina siempre en el filo de la vida con propósitos de no volver a caer y resbalando con la misma piedra. Y te caes cuando piensas que estás bien sujeto porque el orgullo te puede y la soberbia te desequilibra. Porque no eres consciente de que la tentación es sibilina y te debilita a la mínima que le abres una rendija.
«Si, Señor, tu lo sabes todo. Tú sabes como lo sabes de este hombre que soy un pecador». Un pecador que se hace fuerte en si mismo pero que no tiene la valentía de ponerse confiado en las manos providentes de Dios; que intenta rezar, pedir, dar gracias y bendecir pero sólo puede balbucear palabras reiterativas; con gestos, palabras y actos que desdibujan el verdadero sentido de la fe que profesa; que es inconstante en la oración; al que le cuesta la entrega y el desprendimiento; que está lleno de buenas intenciones y mejores propósitos pero que no tiene más que negligentes omisiones y tristes descuidos; con un corazón abierto al «yo» más que al amor, al servicio, a la generosidad y a la entrega…¡Qué esperar de alguien con estos mimbres! Simplemente, el Amor del Padre.
«Porque he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Solo puedo pedir al Padre que me perdone. Una vez más. Afligido, a la espera de su abrazo, de su amor, de su misericordia y de su gracia para reconocerle mi realidad de pecador, pedirle la gracia de la conversión mirando a su Hijo crucificado y que cree en mí un corazón nuevo abierto en espíritu, amor, fe y verdad.

¡Señor, Tú eres el Dios del perdón que suprimes la iniquidad y perdonas el pecado y amas la misericordia: compadécete de mi y destruye todas mis culpas y pecados! ¡Reconozco ante ti, Padre, mi realidad de pecador y mirando a tu Hijo crucificado con una mirada arrepentida, agradecida y de fe no puedo más que pedirte el perdón y la gracia de una conversión auténtica! ¡Te pido perdón, Señor, por haber pecado de pensamiento porque son tantas las veces que la mente alimenta que las cosas las puedo lograr por mi mismo porque dependen de mi buen trabajo y mi esfuerzo y allí no apareces Tú; porque son tantas las veces que pienso o digo algo y hago lo contrario; porque son muchas las ocasiones que interiormente juzgo y condeno; porque es mucho el tiempo que pierdo en cosas intranscendentes o que no son buenas! ¡Perdón, Señor! ¡Te pido perdón, Señor, porque he pecado de palabra, criticando, juzgando, hiriendo, rebelándome contra Ti, con conversaciones inútiles, con excusas y pretextos vanos! ¡Perdón, Señor, y ayúdame que mis palabras surjan de un corazón sincero! ¡Perdón, Señor, también porque he pecado de obra contra ti y contra los demás por tantas infidelidades a los compromisos adquiridos, al egoísmo, a la envidia, a las obras contra la caridad y el amor; al incumplir mis deberes como esposo, como padre, como amigo, como compañero de trabajo; al no buscar el bien común; al no trabajar a veces con esmero y por amor a Ti y a los demás; por descuidar mi camino de santidad y mis obligaciones como cristiano! ¡Perdón, Señor, y ayúdame a tener una conciencia recta, una actitud positiva y un vivir santo! ¡Señor, perdón porque he pecado también de omisión porque pudiendo ayudar no lo he hecho, pudiendo servir no he servido, pudiendo alentar no he alentado, pudiendo ayudar por pereza o por vergüenza no me he ofrecido, pudiendo defender al injustamente criticado he callado, pudiendo escuchar no he escuchado, pudiendo dar buen ejemplo no lo he dado, pudiendo ofrecer mi mano y me escabullí para no hacerlo! ¡Perdón, Señor, pero tú sabes que tengo deseos de cambiar interiormente! ¡Escucha, Señor, mis súplicas que son sinceras y nacen de un corazón abierto a tu misericordia!
La misericordia del Señor cantaré: