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jueves, 8 de diciembre de 2016

El dogma de la Inmaculada Concepción


La Inmaculada Concepción de María es el dogma de fe que declara que, por una gracia especial de Dios, Ella fue preservada de todo pecado desde su concepción.

En el año 2024 se celebrará el 170 aniversario de la Proclamación del Dogma de que María fue concebida sin pecado original, sin mancha. El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.

"...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de todo mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelado por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles ... "   Pío IX, bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de (1854)

La Concepción: Es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica procedente de los padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana. María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir, María es la "llena de gracia" desde su concepción. Cuando hablamos de la Inmaculada Concepción no se trata de la concepción de Jesús, quien, claro está, también fue concebido sin pecado.

"Dios inefable, (...) habiendo provisto desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género humano que había de derivarse de la culpa de Adán, y habiendo determinado, en el misterio escondido desde todos los siglos, culminar la primera obra de su bondad por
medio de la encarnación del Verbo (...), eligió y señaló desde el principio y antes de todos los siglos a su unigénito Hijo, una Madre, para que, hecho carne de Ella, naciese en la feliz plenitud de los tiempos; y tanto la amó por encima de todas las criaturas, que solamente en Ella se complació con señaladísima benevolencia

Como nos indican las anteriores palabras de Pío IX, la concepción inmaculada de la Virgen María es un maravilloso misterio deAMOR. La Iglesia lo fue descubriendo poco a poco, al andar de los tiempos. Hubieron de transcurrir siglos hasta que fuera definido como dogma de fe.

Dirijamos, pues, nuestra mirada en este tiempo de Adviento a María, que preparó a conciencia el primer y verdadero adviento. Nadie como Ella supo interpretar los signos de los tiempos, sintiendo que el Señor estaba cerca, Ella oró como nadie con el Salmo 24:
"Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y salvador y tenemos en ti nuestra esperanza"

Y cuando le fue propuesta la maternidad, nada menos que del mismísimo Hijo de Dios, no quiso decir que no. Su vida fue un "sí "rotundo a los planes de Dios.
  
Siendo Ella, con su sí, quien propició que el Dios lejano se hiciera nuestro, y a partir de la encarnación de su Hijo, Dios tuviera otro título que antes no tenía: Emmanuel", el Dios con nosotros, el Salvador, el que puso su tienda entre nosotros.

Parece que de María tendríamos que explayarnos hasta la última semana de Adviento, pero quién mejor que Ella para abrir y disponer los corazones para que esta Navidad no tenga las características de ser sólo una fiesta más, o mejor la fiesta de las fiestas, donde hay de todo, pero donde se siente muchas veces un vacío, no tanto por las cosas de las que no se pudo disponer para la fiesta y el festejo, sino precisamente por no haber dispuesto el corazón, para hacer ahí el Adviento, la llegada, la recepción y la acogida para el recién nacido.

Navidad será entonces un festejo anticipado de la Pascua del Señor. Sin su encarnación, no hubiera sido posible ni la entrega, ni la redención, ni la cruz; pero tampoco la Resurrección y la vuelta de los hijos de Dios a la casa, al Reino, a los brazos amorosos del buen Padre Dios. La Navidad nos hermanará en torno al Divino Niño, nos hará compadecernos y enternecernos a la vista de quien se convierte en la presencia más cercana del Dios de los Cielos, y de la tierra.

María es un signo anticipado: de limpieza, de belleza, de santidad, de perfección, de plenitud, de vida nueva, de victoria pascual. Es un anticipo del ideal humano, del proyecto que Dios había soñado para el hombre. Un modelo, por lo tanto, para cada persona humana, para cada creyente, para la Iglesia, para la humanidad. Lo que tanto soñamos y deseamos es posible, en María se ha realizado ya.

Alegre aurora. Cuando aparecen las primeras luces del día, cuando amanece o mañanea, admiramos los tonos de color que vencen la oscuridad nocturna, Y nos alegramos. La luz, además de ofrecernos claridad, nos llena de alegría. Así es la Virgen Inmaculada, suave luz que anuncia victoria sobre el pecado y la muerte, señal segura de que se acerca el día, buena noticia para todos los hijos de la noche, causa de nuestra alegría.

Alegría verdadera, porque nos garantiza salvación y victoria. Después de tantos fracasos, después de tantas derrotas, por fin podemos levantar cabeza. El poder de las tinieblas ha sido superado. En la madre aparece un punto de luz primero, como una flor, pero la luz va creciendo hasta el encanto. Es un regalo, no sólo para los ojos, sino para toda el alma.
Pero la aurora es un anuncio solamente, ella no tiene identidad propia, es una adelantada de otra realidad original, que es el sol. La aurora no es el día, sino que lo anuncia, lo prepara. Sus luces y colores no son propios, sino del sol. La aurora es algo relativo, sin el sol nada sería. Así es María conRELACIÓN a Cristo, nuestro día y nuestro sol.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

¿Qué busco? ¿Quién me abre el camino?

Muchas cosas están en mis manos pero necesito algo más


Me pregunto qué es lo que busco yo cuando busco a Dios. Siempre he sido un buscador. He buscado mi camino. El tesoro por el que merece la pena venderlo todo. He mirado en mi alma. He alzado la vista al cielo. Todos buscamos algo. Todos deseamos algo más allá de lo que ya vivimos. Nuestra vida a veces es rutinaria y anhelamos más.

En este Adviento camino buscando a Dios, buscando mi verdad, anhelo más. Pienso en Jesús. Yo quiero ser bueno, manso, pacífico, como lo fue Él. Miro a Juan bautista que abre los corazones de los hombres con sus palabras. Quiero cambiar.

Sé que hay muchas cosas que puedo cambiar: “Puedo decidir cómo paso el tiempo, con quién me relaciono, con quién comparto mi vida, mi dinero, mi cuerpo y mi energía. Puedo seleccionar lo que como, leo y estudio. Puedo establecer cómo voy a reaccionar ante las circunstancias desfavorables de la vida; si voy a considerarlas maldiciones u oportunidades. Puedo elegir las palabras que uso y el tono de voz que empleo para hablar con los demás. Y, por encima de todo, puedo elegir mis pensamientos”

Muchas cosas están en mis manos. Y de ellas dependen muchas cosas más. Pero sé que necesito algo más. Tengo que volverme hacia Dios para cambiar en el fondo. Para vivir más en Dios.

Sé que Jesús amó sin condiciones a los pecadores. No pidió como premisa el cambio del corazón. Jesús amó sin medida. Se mezcló con todos.

El anuncio siempre es menos que Dios mismo. La esperanza de Juan fue superada del todo por Jesús. Pero era necesaria esa voz en el desierto. Para despertar en el alma el deseo. Para animarme a buscar más. Para salir al desierto y mirar al cielo. Para ver la propia vida en su verdad. Para aprender a pedir perdón. Para mirar el corazón y darme cuenta de cuánto necesito a Dios.

Juan me abre el camino. Me ayuda a buscar a Dios. A mirar cuánto necesito cambiar el corazón para estar con Jesús. Me anima a desear que llegue pronto y toque mi vida, cambiándola para siempre.

Te estoy esperando

Una oración para rezar en Adviento

Señor, te estoy esperando…
Con una mezcla de esperanza,
impaciencia, inquietud e ilusión,
pero a la vez teñido de un cierto miedo,
a que todo siga igual,
a que nada cambie en mi vida.
Sigo necesitando encontrarte,
descubrir dónde vives,
en qué lugares te escondes, dónde buscarte
cuando creo perderte.
Pero a la vez sé que Tú me
buscas en todo momento,
que buscas las mil y un maneras
para salir a mi encuentro.
Dame tus ojos para poder verte,
dame oídos de discípulo
para poder escucharte y seguirte.
Dame corazón de niño para seguir
admirándome de tus caminos,
de tus maneras, de tus tiempos,
de tus revelaciones…
Dame un corazón sencillo
para poder albergarte…
Tú elegiste un lugar pobre, retirado,
humilde y oscuro para nacer.
Sé que en este tiempo quieres
nacer en mi corazón.
Yo quiero ser dócil para que vayas
formándome como quieras.

El Señor quiere obrar cada día de mi vida un milagro

orar-con-el-corazon-abierto
Hay días que las jornadas resultan agotadoras. No solo por el esfuerzo físico sino por el esfuerzo intelectual, emocional, por las dificultades de todo tipo que hay que vencer... No encontramos tiempo para nosotros mismos y nuestro lamento es descorazonador. Nos gustaría encontrar más espacio para disfrutar de lo nuestro pero las obligaciones nos superan.

Leyendo los Evangelios encontramos también como las jornadas del Señor eran extenuantes. Es difícil imaginarse la cantidad de personas que, al concluir el día, habría tenido que tratar, todos buscando algo de Él. Unos para escuchar simplemente sus enseñanzas, otros para aplacar sus miedos, otros para sanar las heridas de su corazón o tratar de curar sus enfermedades. Imagino la tensión también de los apóstoles tratando de poner orden entre tanto gentío. Y su imperiosa necesidad de alejarse de tanto barullo y poder disfrutar de la intimidad con el Señor, que tanta paz debía infundir en sus rudos corazones. Pero son muchas las ocasiones que Cristo les descoloca con sus respuestas. Como el día que se encuentran con aquellos niños o la extraordinaria jornada de la multiplicación de los panes y los peces.
El Evangelio es una escuela de vida. Un Cristo siempre al servicio de los demás; unos apóstoles cumplidores, prudentes, acomodaticios, tantas veces incrédulos, incapaces de comprender lo que estaba transformando sus vidas. En definitiva, siguiendo los patrones mundanos más que la sabiduría divina. Así es tantas veces nuestra vida -mi vida-, buscando la seguridad de lo terreno sin comprender que, tal vez lo que Dios tiene preparado para mi, es radicalmente opuesto al plan que yo me había hecho de mi vida. ¿Y entonces? Entonces... Entonces comprendo que Dios escribe con renglones torcidos y que cada minuto de mi vida me está invitando a seguirle para que deje de lado esa comodidad mediocre que atenaza mi vida, para que me aleje de ese vivir sin exigencias cumpliendo lo mínimo... El Señor quiere obrar cada día de mi vida un milagro tan extraordinario como el de la multiplicación de los panes y los peces. Un milagro para el que tan solo necesitó tres panes y cinco peces. Y con sólo estos pocos bienes sació a miles de personas. El gran milagro radica en que no solo los nutrió físicamente sino que los sació espiritualmente para conmoción de unos apóstoles cansados que hubieran preferido retirarse a descansar con el Maestro.
Contemplo ahora mi vida. Observo cual es mi comportamiento cotidiano, y me pregunto  si mi búsqueda de lo fácil, lo cómodo, lo superficial me alejan de Dios. Me pregunto también si mis intereses egoístas tratan de aminorar la acción de Dios en mi vida. Me cuestiono si las excusas que pongo porque estoy cansado no convierten mi fe en un trozo de esos panes sobrantes que con el paso de los días se van endureciendo y solo sirven para hacer pan rallado. Si es así es que soy alguien incapaz de acoger en mi corazón los dones que Dios me ofrece cada día.

¡Señor, quiero ser autentico como el oro y brillante como las esmeraldas! ¡Quiero que ese brillo natural nazca porque tu vives en mi, Señor! ¡Te pido, Señor, que me ayudes a brillar en mi vida con el brillo de la autenticidad de ser hijo de Dios! ¡Te pido, Espíritu Santo, que fluyas en mi interior para que limpies todo lo malo que haya en mi y transformes por completo mi ser! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, a ser siempre auténtico y verdadero tal y como me ha creado Dios! ¡Ayúdame a escoger siempre la vida que Dios ha diseñado para mí y no la que mi pequeño ser trata de organizar a espaldas de Él! ¡Ayúdame a conocerme más y mejor para en la profundidad de mi corazón aceptarme como soy y tratar de mejorar cada día! ¡Dame, Espíritu Santo, la capacidad para construir y edificar en mi interior bases sólidas para alcanzar la santidad! ¡Dame, Espíritu Santo, la fortaleza, serenidad y paciencia para avanzar cada día! ¡Dame, Espíritu de Dios, la inteligencia, la sabiduría y la creatividad para caminar por la senda del bien, del agradecimiento y de la esperanza para descubrirme a mi mismo y dar alegría al Señor! ¡Ayúdame, Espíritu divino, a aceptar siempre la voluntad de Dios en mi vida!
O Salutaris Hostia es una preciosa antífona de Adviento que nos recuerda: «Oh, ofrenda salvadora que abres la puerta del cielo: nos asedian enemigos peligrosos, danos fuerza y préstanos auxilio». La disfrutamos hoy en nuestro camino hacia el encuentro de Jesús en Belén:

Sin nada que decirle a Jesús

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Hace unos días, durante unas charlas sobre liturgia tuve ocasión de hablar sobre como el Espíritu Santo actúa en nuestra vida. Al terminar una de las charlas, una persona se me acercó y me comentó que habitualmente no encuentra palabras para hablar con el Señor, que no sabe como dirigirse a Él, que se queda siempre en blanco sin nada que decir.

Le digo: lo tienes muy sencillo; abre una página del Evangelio y trata de dirigirte a Jesús como lo haría cualquiera de los personajes que hablaron con Él en los diferentes escenarios donde tuvo lugar su vida pública. Verás como te resulta fácil encontrar alguna palabra. Dile, como le dijo la Virgen al encontrar a Jesús tras tres días perdido en el templo: «¿por qué haces esto conmigo?» O dirígete al Señor como hizo Pedro, el pescador temeroso ante aquellas aguas embravecidas: «Señor, aléjate de mí que soy un miserable pecador». O como el ciego Bartimeo cuando le dijo a Cristo: «haz que vea». O como el centurión, el día que Jesús resucitó a su hija: «Señor, no soy digno que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme», frase icónica de fe que pronunciamos con fervor antes de la Comunión. Son simples ejemplos que ilustran cómo dirigirse humildemente al Señor para que a continuación, bajo el influjo del Espíritu Santo, las palabras vayan surgiendo de nuestro corazón contrito para confiarse al Amigo por excelencia.
Pero si aún así las palabras tampoco salen se puede imitar las actitudes de todos aquellos que se cruzaron con Él por los caminos de Palestina. Hacer como los pobres pastores que se quedaron embelesados contemplando el cuerpo del Niño Jesús en el portal de Belén. O cantarle una canción, como hizo el anciano Simeón cuando lo circuncidó en el templo. O permanecer en silencio, contemplando el Sagrario, a imitación de los doctores de la ley que le escuchaban maravillados. O ponerse de rodillas, turbado por la emoción, como hizo la Magdalena cuando se arrodilló a sus pies y sus lágrimas lo empaparon y el perfume inundó su cuerpo. O permitir que el Buen Pastor nos tome a hombros como ocurrió con la oveja perdida de la parábola. O mirarlo como aquellos niños que se sentaron en sus rodillas y sonrieron viéndole a Él sonreír. O tender la mano para ser curado como el ciego, el leproso, el paralítico, el enfermo... O recostar la cabeza en su pecho con mi hizo San Juan el día de la institución de la Eucaristía. O tomar la Cruz, sin quejarse, como el Cirineo...
¡Qué fácil puede ser dirigirse y hablar con el Señor y qué complicado lo hacemos siempre por esa cerrazón y esas cadenas que cierran nuestro corazón!

¡Señor, desde la fidelidad pero desde la más profunda sencillez y pobreza, con el corazón abierto a Ti, necesito hablar contigo! ¡Necesito, Señor, que me escuches porque son muchas las veces que tengo miedo y no sé cómo expresarlo! ¡Señor, Tú nos dices que no tengamos miedo, que no se turbe nuestro corazón porque Tú estarás con nosotros hasta el final! ¡Me lo creo, Señor, pero aún así a veces me surgen las dudas! ¡Recuérdamelo siempre, Señor, especialmente en aquellos momentos en que el sufrimiento y la dificultad se me hagan más presentes! ¡Señor, ayúdame con la fuerza de tu Espíritu a decir siempre que sí a todo lo que me envías para que la turbación y el desasosiego no hagan mella en mí! ¡Necesito hablar contigo, Señor! ¡Dame, Señor, la luz y la paz interior para balbucear desde la pobreza de mi ser todo lo que me ocurre! ¡Escúchame, Señor, Tú que nunca nos abandonas y nos consuelas! ¡Purifícame, Señor, con la fuerza de tu Santo Espíritu y poda todo aquello que encuentres superfluo en mí para que mi diálogo contigo esté impregnado de sencillez y de verdad! ¡Señor, como los personajes del Evangelio ayúdame a aceptar las pruebas, a llevar la cruz, a ser consciente de mi fragilidad…y darte siempre gracias! ¡Señor, ven a mi corazón y desde dentro de él transfórmame para que me sienta más cerca de Ti y mi diálogo contigo sea fluido! ¡Señor, que nunca me falte tu amor! ¡Señor, ten paciencia conmigo y ten misericordia de mis debilidades y miserias! ¡Puríficame, Señor, con la fuerza de tu Santo Espíritu y sáname! ¡Aumenta mi fe, mi confianza y mi amor a Ti y, por favor, no me sueltes nunca de esa mano amorosa que  tanta seguridad y esperanza me transmite cada día!
Por tu gloria, cantamos hoy en estilo góspel al Señor: