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jueves, 20 de abril de 2017

Experiencia a la luz de la Resurrección

Me escribe, por sorpresa, un amigo suizo del que no sabía nada hace cinco años. Trabajamos en el pasado en un proyecto de restauración a nivel internacional y juntos, con nuestros diferentes carismas, compartíamos en los viajes algún momento de oración. Es una persona muy querida con un gran sentido del humor. Alguien con un corazón muy grande y generoso. Su característica es su gran capacidad de escucha. Es un hombre entrado en edad limitado ahora por la enfermedad. Viudo desde hace unos meses su mente, antes tan lúcida, sufre ahora ciertas limitaciones. Perteneciente a la Iglesia Protestante, es un gran conocedor de la Biblia y de los Evangelios.
Me habla de crisis de fe y de lo que la muerte de su esposa, su compañera más fiel durante décadas, ha significado en su vida.
En los últimos cinco años los dos hemos cambiado en muchas cosas. Cambios personales profundos con caminos espirituales muy diferentes. Yo me he ido acercando más a Dios. Desengañado del mundo, a Él le han surgido dudas de fe que mucho le hacen sufrir. Hablamos, aprovechando la tecnología,  precisamente de nuestros caminos, de cómo Dios nos sedujo en algún momento de nuestra vida y de aquellas experiencias de fe desde dos visiones diferentes —la católica y la protestante—.
Este encuentro me ha permitido reabrir un capítulo de vida del pasado y revivir con alegría ese momento de mi vida en que el Señor llamó a mi puerta insistentemente para que le dejara entrar. Y el momento en que yo le abrí. Me ha permitido contemplar esos momentos hermosos desde mi propia realidad y la de la Iglesia; como he sentido que Dios me acompañaba desde los esfuerzos y dificultades de cada día, los míos y los de los más cercanos.
Hace unos días Cristo ha resucitado. Yo también —como todos— he pasado mi propio via crucis.  Pero en cada esfuerzo y en cada superación de los problemas he tenido un encuentro con el resucitado.
La Pascua de Resurrección me lleva a regresar a mi propia Galilea, el lugar donde descubrí al Cristo del amor que siempre me acompaña. A la luz de la resurrección, es más sencillo comprender y acoger a Jesús; asimilar en el corazón sus enseñanzas; vencer los miedos; superar los egoísmos y las autosuficiencias...
No quiero olvidar que la Resurrección del Señor pasa por la experiencia de la Palabra vivida: que se trata de celebrar cada día y cada domingo, su muerte y resurrección. Que la luz del Cristo resucitado brilla cada día para todos. Siento hoy que es más necesario que nunca hacer mía la Palabra de Cristo porque cualquier enseñanza que surge de la Escritura nos habla directamente al corazón porque, en definitiva, habla de nosotros mismos. Ser partícipe de la resurrección de Cristo es experimentar que el amor que por mí siente no tiene límites, que es más fuerte que todo lo negativo que hay en mí y que pese a todas mis limitaciones, fracasos, caídas, pecados, soberbia, egoísmo, negatividad, méritos… implica saberse amado para para la eternidad con un amor que supera la muerte. Es lo que trato de transmitir a mi amigo suizo. Porque lo siento y porque me duele ver dudas cuando se derrama sobre cada hombre tanto Amor desinteresado.

¡Señor, No permitas que dude de tu amor y misericordia! ¡No permitas que este mundo y sus cosas mundanas me confundan! ¡Concédeme la gracia de mantenerme con un corazón sencillo y renovado que sea capaz de contemplar siempre tu Rostro y no desviarme de la senda que tu me marcas! ¡Llena, Señor, mi vida de humildad y sencillez! ¡Señor, quiero sentir la sed de Ti, la sed de no sentirse complacido y satisfecho sino de buscar la fuente que mana agua de Vida Eterna! ¡Dame una fe firme y cierta! ¡Dame una fe que no permita detenerme y atender los cantos de sirena de otras voces que tanto confunden y ofrecen una felicidad caduca y vacía de contenido! ¡Quiero experimentar cada día el amor que sientes por mi! ¡No permitas, Señor, que mi fragilidad humana sea rea de estas ataduras que tanto esclavizan y que me separan de Ti! ¡Señor, tu conoces mis debilidades y mis pecados, y aún así me amas hasta el punto de morir en la Cruz por salvarnos! ¡No permitas, Señor, que esa muerte  se pierda en mi debilidad y en mi fragilidad! ¡Sostenme y mantenme siempre contigo, Señor, porque solo en Ti hay esperanza cierta!
Christus Resurrexit, con los coros de Taizé:

Custodia de Tierra Santa lanza documental sobre la Basílica del Santo Sepulcro

El Christian Media Center de la Custodia de Tierra Santa publicó el pasado 07 de abril un documental elaborado especialmente para destacar la importancia de la Basílica del Santo Sepulcro, que resguarda el lugar en el cuals e produjo la Resurrección de Cristo.
 Documental del Christian Media Center sobre el Santo Sepulcro.
Bajo el título de "No está aquí. ¡Ha resucitado!", el audiovisual recorre la historia del que constituye uno de los más importantes centros de la fe cristiana y los trabajos de la reciente restauración que permitió retirar las vigas de metal que solían sostener la estructura y que representaban una grave limitación a su estética.
El video exhibe datos sobre el terreno en el cual se ubicaba el Sepulcro de Cristo y los templos que se construyeron sucesivamente sobre el Lugar Santo, las visitas de los últimos Pontífices a la Basílica y momentos claves de la restauración , como el día en que se retiraron las lozas que cubren la roca sobre la cual se depositó el cuerpo de Cristo.
"El Christian Media Center es fruto de un constante esfuerzo por parte de la Asamblea de Ordinarios Católicos de Tierra Santa", expone la organización en su presentación oficial, con el fin de "ser puente e instrumento de comunicación entre la iglesia local, incluyendo sus diferentes comunidades, y los cristianos de todo el mundo".
Con información de Christian Media Center



Contenido publicado originalmente en es.gaudiumpress.org 

miércoles, 19 de abril de 2017

8 secretos para ser feliz

Un sabio, al ver la sencillez y la pureza de una niña, le dijo: A ti te enseñaré los secretos para ser feliz. Ven conmigo y presta mucha atención.

Mis secretos los tengo guardados en dos cofres, y éstos son: mi mente y mi corazón, y consisten en una serie de pasos que deberás seguir a lo largo de tu vida:

El primer paso, es saber que existe la presencia de Dios en todas las cosas de la vida y por lo tanto, debes amarlo y darle gracias por todas las cosas que tienes.

El segundo paso, es que debes quererte a ti mismo y todos los días al levantarte y al acostarte, debes afirmar: Yo soy importante, yo valgo, soy capaz, soy inteligente, soy cariñoso, espero mucho de mí, no hay obstáculo que no pueda vencer.

El tercer paso, es que debes poner en práctica todo lo que dices que eres. Es decir, si piensas que eres inteligente actúa inteligentemente; si piensas que eres capaz, haz lo que te propones; si piensas que eres cariñoso, expresa tu cariño; si piensas que no hay obstáculos que no puedas vencer, entonces proponte metas en tu vida y lucha por ellas hasta lograrlas.

El cuarto paso, es que no debes envidiar a nadie por lo que tiene o por lo que es. Ellos alcanzaron su meta, logra tú las tuyas.

El quinto paso, es que no debes albergar en tu corazón rencor hacia nadie; ese sentimiento no te deja ser feliz; deja que las leyes hagan justicia, y tú perdona y olvida.

El sexto paso, es que no debes tomar las cosas que no te pertenecen. Recuerda que mañana te quitarán algo de más valor.

El séptimo paso, es que no debes maltratar a nadie. Todos los seres del mundo tenemos derecho a que se nos respete y se nos quiera.

Y por último, levántate siempre con una sonrisa en los labios, observa a tu alrededor y descubre en todas las cosas el lado bueno y bonito; piensa en lo afortunado que eres al tener todo lo que tienes; ayuda a los demás, sin pensar que vas a recibir nada a cambio; mira a las personas y descubre en ellas sus cualidades y dales también a ellos el secreto para ser triunfadores y que de esta manera, puedan ser felices.

¡Aplica estos pasos y verás que fácil es marcar la diferencia y ser feliz!

No subestimes el poder de tus acciones; con un pequeño gesto puedes cambiar la vida de otra persona para bien o para mal. Dios nos pone a cada uno frente a la vida de otros para impactarlos de alguna manera.

¿Qué tienes pendiente perdonar?

Al pensar en el perdón, hay personas que dicen: “Ya no me queda nada que perdonar”. Puede ser, pero no es lo más común.

Lo normal es que en el alma haya heridas profundas y desconocidas. Las tapamos para seguir sobreviviendo. Las olvidamos, o al menos eso parece.

Hasta que un día, por mis reacciones desproporcionadas en la vida, descubro que hay algo oculto.

Mi ira repentina, mis enfados bruscos, mi tristeza honda e injustificada, mis emociones exageradas, pueden deberse a ofensas ocultas, a heridas tapadas, que nunca he perdonado del todo.Algo toca el subconsciente y sale a la luz lo que me duele, lo que no he perdonado todavía. Salen a la luz mis inmadureces, mis dolores profundos. Darme cuenta de lo que hay bajo el agua me ayuda, me hace ahondar y ver dónde está la herida. Para pedirle a Dios que me ayude a perdonar.

Mi perdón no tiene que ver con la culpa del otro sino con el daño que me han hecho. El que perdone a alguien por lo que ha hecho no significa que él no sea responsable del daño causado. Y al revés, el que yo perdone por una herida no significa siempre que el otro sea culpable. Puede no ser culpable, pero lo que hizo me dolió. No es su culpa quizás, pero mi percepción es lo que importa. Mi daño subjetivo, mi mirada subjetiva sobre el hecho. El perdón no quita ni pone culpabilidad en el otro. Al otro le dejo ir, sin juicio y sin condena. Sea o no sea culpable. Es muy importante el perdón que doy porque va sanando mi vida.

Hoy miro en mi corazón buscando tantas cosas que tengo que perdonarme y perdonar a los demás. 
Es necesario no vivir atados por ese perdón que no damos. Es necesario romper esas cadenas que nos esclavizan. Dios nos ayuda a perdonar.

Perdonarme a mí mismo

En la vida hace falta dar muchos perdones concretos. El primer perdón que hace falta dar es el perdón a mí mismo. Si no me perdono a mí mismo difícilmente podré perdonar a otros. Tengo que aprender a perdonarme mis errores, mis omisiones, mis debilidades. Perdonar mis decisiones. Perdonar mi forma de ser, mis carencias, mis límites. No es tan sencillo perdonar mis deficiencias y mis caídas. Me gustaría ser de otra forma. No me acepto.

No es sencillo mirar mi vida con sus defectos y perdonarme con todo el corazón. Y sin ese perdón no se puede seguir avanzando. ¿Me perdono de verdad? 
Perdonar mis errores, mis caídas, mis debilidades. No es tan sencillo. Preferimos culpar a otros. Encontrar alguien que cargue con la culpa. Buscamos excusas. Justificamos. ¡Qué difícil es reconocer la propia debilidad, aceptarla y perdonarla! Es un proceso muy sanador. Pero difícil. Es una gracia que tengo que pedir cada día para no quedarme a mitad de camino. El perdón a mí mismo. Cuando me defraudan mis debilidades. Cuando me dejo llevar y no encuentro en mí todo lo que he soñado. Ese perdón es un don de Dios. Es necesario pedirlo para no vivir atado. Ojalá pudiera mirarme a mí mismo con los ojos con los que Dios me mira. Si no me perdono es difícil que perdone a los demás.


Perdonar con nombres, fechas y lugares por los sueños incumplidos

En ese momento, cuando veo la desproporción entre mis sueños y la realidad, necesito detenerme y perdonar a aquellos que han impedido que los sueños sean verdad. Hacerlo con la fecha y el lugar en el que el sueño concreto se vino abajo. Perdonar por lo que podía haber sido y nunca fue. Sería bonito hoy entregarle esos sueños a Dios. Sueños que quedaron a mitad de camino. Sueños frustrados y que nos duelen en las entrañas. ¿Cuáles son esos sueños?

¿Perdonar a Dios?

Necesito perdonar también a Dios porque no ha hecho posible todos esos deseos que tenía. Parece raro tener que perdonar a Dios, que todo lo puede, que me ama con locura y conduce mi vida a la felicidad. Es paradójico. Pero es necesario.

A veces no he sentido que fuera a mi lado. Ahora necesito perdonarle por no haber sido capaz de hacer realidad el ideal que estaba inscrito en el corazón. Puede que siempre haya estado conmigo. Pero no lo he percibido en cada paso. Necesito perdonarle por esas ausencias que he sentido. Y también porque las cosas no han sido tal como yo esperaba. Necesito perdonar a Dios por los hijos que no tuve.

Le perdono por mis pérdidas, por las personas que se ha llevado tal vez antes de tiempo, injustificadamente. Por los caminos a los que renuncié al no casarme con esa persona. Le perdono por mis vacíos. Por la soledad que me ha acompañado durante toda mi vida.

Necesito perdonarle por todo lo que no ha hecho realidad en mi vida. Me debe la felicidad plena que me prometió un día. Me debe ese amor eterno que me había asegurado. Quiero poder amar con libertad. Necesito perdonar a Dios.

No es que Él sea culpable de nada. Al revés, es bueno, misericordioso, sólo quiere mi felicidad y llenar mi vida. Me ama con locura y todo lo hace bien. Eso lo sé. Pero no acabo de entender sus planes. Y me duelen, y mi hieren. No acabo de comprender su camino. No logro descifrar el sentido de su voluntad.

El sufrimiento me ha dejado heridas. Quiero perdonarle desde mi dolor. Me siento herido y le quiero perdonar por lo que no me ha dado. Por lo que ha permitido. Por lo que tengo y por lo que no tengo. Lo escribo hoy. Se lo entrego. Le perdono.

Mi corazón arde porque te siento cerca

orar con el corazon abierto
La torpeza es uno de mis defectos en relación con el Señor. Leo su palabra, me pongo en su presencia en la oración, me alimento del pan de vida y, aún así, mi corazón se mantiene tantas veces cerrado para aprender a leer los acontecimientos de mi vida, todo aquello que acontece a mi alrededor. A veces me cuesta comprender que el Señor es el centro de todo. «¡Qué necio y torpe soy para creer en su Palabra!» Como los discípulos de Emaús me cuesta muchas veces creer que Cristo camina a mi lado. Mi torpeza me impide ver que Él está vivo siguiendo mis huellas. Mi torpeza me hace ahogarme en mis problemas, en mis miedos, en mis dificultades, en mis desesperanzas, en mis incertidumbres. Mi torpeza me impide leer en el trasfondo de su Palabra, en sus mensajes de Buena Nueva. Como los discípulos de Emaús me cuesta abrir los ojos y reconocerle y eso, lógicamente, mitiga mi alegría, mi entrega, mi compromiso, mi vitalidad cristiana.

Pero pese a esta torpeza, mi fe me sostiene porque hay algo en mi interior que hace que arda mi corazón de una manera intensa, inexplicable. Y ese algo, que es la presencia viva de Cristo, me permite vencer todas las resistencias y apegos que hay en mi vida.
¡Cristo vive! ¡Jesucristo ha resucitado! Y yo tengo un deseo profundo de proclamarlo. Una necesidad imperiosa de exclamar que Cristo es el que da verdadero sentido a mi existencia. Que quiero dejarle entrar en mi corazón. En mi ser. En mi vida. Que deseo ser uno con Cristo. Que a su lado, con Él y en Él, todo tiene sentido.
De los dos de Emaús aprendo que no puedo salir huyendo. Que no puedo acomodarme al fracaso. Que no puedo cerrar mis ojos, mis oídos, mi corazón, mi alma al Cristo yaciente sino al Cristo Resucitado, al Jesús cercano, al Jesucristo que se hace presente en mi vida y la llena de esperanza. Quiero estar abierto a la palabra de Cristo y en comunión con Él descubrir, desde mi realidad, el camino que conduce al cielo prometido.

¡Señor Jesús, caminas junto a mi y muchas veces no me doy cuenta como les pasó a los dos de Emaús! ¡Sabes, Señor, que mi camino no siempre es fácil pero en la incerteza Tu me invitas a acudir a Tu llamada! ¡Señor, que mis estados de ánimo, que mis frustraciones, debilidades y sufrimientos no me paralicen! ¡Regálame, Señor, tu presencia! ¡Hazla, Señor, viva en mi vida y en las de los que me rodean! ¡Señor, te haces el encontradizo conmigo! ¡Concédeme, Señor, la gracia de discernir siempre lo que me sucede, ser capaz de verte en los acontecimientos de mi vida, tener la capacidad para profundizar en el significado de lo que me sucede! ¡Ayúdame, con el soplo de tu Espíritu, a interpretar mi historia y permite que sea tu Palabra la que haga arder con intensidad el fuego de mi corazón! ¡Señor, sé que estás vivo, que has resucitado! ¡Camina conmigo, Señor, hazte visible en mi vida! ¡Envía tu Espíritu para que me quite la venda de los ojos y viva acorde con tu Palabra, despegándome de mis autocomplacencias, egoísmos y comodidades! ¡Señor, sentirte resucitado es una experiencia viva de fe! ¡Quiero sentirte en mi corazón pobre de creyente! ¡Ayúdame a entrar en comunión contigo en la oración y en la vida de sacramentos para ser testigos de Ti, Señor resucitado, en mi vida! ¡Quédate conmigo, Señor, que atardece y quiero que en mi interior vivas siempre! ¡Concédeme, Señor, la fuerza de tu Espíritu de amor; haz que sienta mi fragilidad, mi individualismo y mis inseguridades cuando esté solo para necesitar de tu presencia; dame la posibilidad de experimentar siempre la alegría de tu presencia; ponme en camino para predicar tu Buena Nueva; ayúdame a borrar la esclavitud de mis apegos y hacer mi éxodo contigo! ¡Desgarra de mi corazón, Señor, todo apego a lo mundano y ábreme a la fraternidad del amor! ¡Como los de Emaús, Señor, ábreme a tu Palabra y conviérteme en creyente reunido en torno a tu Espíritu! ¡Mi corazón arde porque te siento cerca!
La canción de Emaús, para acompañar a la meditación de hoy: