A veces me da miedo el abismo de lo eterno, pero el hoy lo consigo
A veces me canso y dejo todo para mañana. O busco mi comodidad, mi cueva en la que me guardo. O me da miedo pensar en una generosidad sin medida, siempre, todos los días, abierta a todos.
Decía el Padre Kentenich: “Hoy Cristo quiere morir en mí. Hoy. No mañana. Una de las más grandes tentaciones del demonio: ¿Vivir toda una vida en forma tan sublime y con tal profundidad religiosa y moral? ¿Quién puede resistir algo así? La respuesta es: ¡Hoy, sólo hoy! Tengo esa responsabilidad sólo por veinticuatro horas. De eucaristía en eucaristía. Las gracias que necesito para bajar hoy a la arena de mi vida, las recibo cada mañana en la santa misa”.
Hoy puedo partirme y morir un poco, morir por completo. Hoy, sólo me pide que lo haga hoy. Eso me da paz. Un día es posible. Y mañana de nuevo la petición. Mañana, otro día. Y después cada día recibo la fuerza para partirme, para morir un poco más. Cada día recibo más fuerza. Pero sólo por ese día.
Creo que la fidelidad se construye así, día a día. Sueño con el siempre. Vivo en el presente. Recibo la fuerza para dejar de pensar en mí y en lo que yo necesito. Para dejar de mirar mi dedo, mi ombligo, mis miedos, mis ansias. Un día. Sólo un día para dar la vida por entero, sin miedo.
Me conmueve pensar en ese amor de Dios que se conjuga sólo en presente. Me ama hoy. Por entero. De forma total. Me ama en este momento en el que me vuelvo hacia su cruz. Es el amor presente de Jesús a mi lado. El viático para recorrer las horas de mi día. Las horas de mi presente.
A veces me da miedo el abismo de lo eterno. Ese siempre sin fecha de retorno. Ese presente continuo que se derrama en un futuro incierto. Me asusta. Y vuelvo entonces a notar la presencia de Jesús hoy. Para hoy. Para las próximas horas. Desaparece el miedo. El hoy lo consigo. El hoy es posible.
Siempre, en el camino de Santiago, donde la meta final está clara, lo que permite caminar un día más es saber a cuánto está el siguiente pueblo, el siguiente albergue. Da igual su nombre o su importancia. Lo importante es saber cuántos kilómetros me faltan hasta la siguiente parada. Cinco, siete, diez. Es posible. El camino es posible.
Luego contaré, mirando hacia atrás, cuánto llevo. Y celebraré con alegría el camino recorrido, los aniversarios celebrados. Pero me centro en el hoy, en los kilómetros de hoy, en mi vida partida hoy. Con renuncias, sacrificios y alegrías. Hoy. Sólo hoy. Eso me salva.
Comenta el papa Francisco: “Se confunde, a menudo, la fidelidad y el aguante. Aguantar significa resistir el peso de una carga, y es condición propia de muros y columnas. La fidelidad supone algo mucho más elevado: crear en cada momento de la vida lo que uno, un día, prometió crear. Debemos grabar a fuego en la mente que la fidelidad es una actitud creativa”.Cada día me comprometo de nuevo a crear una vida según Cristo. A crear horas santas, una entrega santa. Creativo en un amor que se hace de nuevo cada mañana. La fuerza creadora de mi vida. Me comprometo de nuevo a amar hasta el fondo del alma de forma creativa. Me comprometo a cuidar el camino que Dios me ha regalado. Ahora y siempre.
No simplemente aguanto y soporto lo que me toca vivir. El amor que Dios me pide va mucho más allá, más lejos, crea vida. Me comprometo a ser fiel de forma creativa. Haciéndolo todo nuevo, cada día nuevo. Desde lo más hondo de mi vida.
La fidelidad se juega aquí y ahora. En medio de mi camino Dios me anima a ser fiel, a darme por entero. A no guardarme con egoísmo pensando en el futuro. Quiere que mi amor se entregue sin reservas. Aquí y ahora.
En cada eucaristía Jesús me enseña a partirme, a darme, a ser para otros pan partido. A llegar a todos con mi vida limitada, rota, herida. Me emociona pensar en la fe de Jesús en mí. Cree en mi fidelidad. Cree en mi sí repetido cada mañana.
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