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miércoles, 7 de septiembre de 2016

4 hábitos poderosos que todo cristiano necesita practicar a diario

Aproximadamente al mismo tiempo que descubrí que necesitaba un retiro anual para rejuvenecer mi vida de oración, me topé con un artículo del padre John McCloskey llamado Los siete hábitos diarios de la gente santa y apostólica.

Me impactó y me dio el empujón y la motivación para comprometerme a la oración diaria. Supe que debía incorporar más la oración en mi vida diaria, pero no sabía cómo.

Los 7 hábitos diarios de la gente santa y apostólica fueron la clave para que yo me abriera a un nuevo mundo de oración.

Sin embargo, los 7 hábitos que el padre McCloskey sugiere pueden ser desalentadores a veces. Es por eso que les sugiero comenzar con 4 hábitos diarios que considero que todo cristiano necesita para adaptarse a vivir bajo la sombra de Dios.

Recuerda, Roma no se construyó en un día; necesitamos incorporar gradualmente estos hábitos en nuestras vidas para asegurar el éxito. He aquí los esenciales:

Ofrecimiento de las mañanas
15 minutos de lectura espiritual
15 minutos de oración mental
Examen de conciencia por las noches

Estos hábitos (junto con los tres adicionales que mencionaré más adelante) buscan profundizar nuestra relación con Dios.

Esta relación, de la misma manera que cualquier amistad o matrimonio, sufrirá si no se fortalece con momentos de conversación regular. Nunca hubiese podido casarme con mi esposa si no le hubiese hablado.

Es simplemente sentido común, si quieres llegar a conocer a alguien, debes pasar tiempo con él o ella.

Lo mismo sucede con Dios.

Si queremos crecer en nuestra relación con Dios, debemos dedicar tiempo regularmente a conversar con Él. Cuando lleguemos las puertas del paraíso celestial, queremos que nuestra experiencia sea una reunión entre viejos amigos y no un encuentro entre extraños.

¿Qué significan cada uno de estos hábitos? Examinemos cada uno de ellos:

1. Ofrecimiento de las mañanas

El padre McCloskey describe el ofrecimiento de la mañana como “arrodillarse y usar tus propias palabras, o una fórmula, para ofrecer el día que está por comenzar para la gloria de Dios”.

Puedes escoger la oración de ofrecimiento que quieras. Yo personalmente uso el Serviam en cuanto me despierto. Es sencilla pero muy poderosa.

Una oración de ofrecimiento muy popular es la de santa Teresa de Lisieux:

“Dios mío, te ofrezco todas las acciones que hoy realice por las intenciones del Sagrado Corazón y para su gloria. Quiero santificar los latidos de mi corazón, mis pensamiento y mis obras más sencillas uniéndolo todo a Sus méritos infinitos, y reparar mis faltas arrojándolas al horno ardiente de Su amor misericordioso.

Dios mío, te pido para mí y para todos mis seres queridos la gracia de cumplir con toda perfección Tu voluntad y aceptar por Tu amor las alegrías y lo sufrimientos de esta vida pasajera, para que un día podamos reunirnos en el cielo por toda la eternidad. Amén”.

Al realizar una oración de ofrecimiento en la mañana, le dedicas el resto del día a Dios, lo que te prepara a la vez para enfrentar cualquier cosa que se venga ese día.

2. 15 minutos de lectura espiritual

Esto es “unos pocos minutos de lectura sistemática del Nuevo Testamento para identificarnos a nosotros mismos con las palabras y acciones de nuestro Salvador, y el resto del tiempo dedicarlo a la lectura de un libro clásico de espiritualidad católica, preferiblemente recomendado por tu consejero espiritual.

Como decía san Josemaría Escrivá, “no descuides tu lectura espiritual. La lectura ha formado muchos santos” (Camino, 116).

Una manera de cumplir con esto es leer la lectura del Evangelio del día y luego encontrar un libro espiritual que te ayude a crecer en tu relación con Dios.

3. 15 minutos de oración mental

La oración mental es muy sencilla, aunque no se da con distracciones. Consiste en un momento “corazón a corazón” con Dios, dejando tiempo para hablar y escuchar. Dios está extremadamente interesado en qué te perturba y qué sucede en tu vida. De forma similar a como un padre se interesa en el día de sus hijos después de la escuela. Dios quiere conocer (aunque Él ya conoce) todo acerca de tu vida.

La razón por la que Él quiere conocer tus más profundos deseos es porque eso te atrae hacia Él. Como en cualquier relación, cuando le revelas a otra persona tus sentimientos empiezas a compartir este lazo invisible que puede durar toda una vida.

4. Examen de conciencia por las noches

El padre McCloskey explica cómo hacer un examen de conciencia antes de ir a la cama:

– Te sientas, llamas al Espíritu Santo para que te ilumine y repasas por algunos minutos tu día en la presencia de Dios preguntándote si te has comportado como un hijo de Dios en casa, en el trabajo, con tus amigos.

– También debes ver esa área particular que has identificado con ayuda de la dirección espiritual en la que sabes debes mejorar para convertirte en santo.

– Puedes, además, dar un vistazo y ver si has sido fiel a esos hábitos diarios que hemos discutido en este artículo.

– Luego, haces una acción de gracias por todo lo bueno que has hecho y un acto de contrición por todas las áreas donde has fallado deliberadamente.

– Ahora es tiempo de tu merecido descanso, por el que luchas para ser santo por medio de tu diálogo interior con la Santísima Trinidad y tu madre María mientras eres empujado al sueño.

Esto es importante y ayuda a prepararse para la próxima confesión. Es muy saludable examinar tus faltas y fracasos y pedir la ayuda de Dios para superarlos.

El Divino Doctor sanará cualquier cosa que le digamos que está mal con nuestra alma. En ocasiones, Su medicina no será fácil de digerir, pero Él nos da el remedio que nos ayuda a avanzar más rápido en el camino hacia la Vida Eterna.

Los otros tres hábitos diarios que el padre McCloskey sugiere son: la Misa diaria, el Santo Rosario y orar con el Ángelus.

Sugiero comenzar con los cuatro primeros antes de intentar estos últimos tres. Son un poco más difíciles de cumplir dependiendo de nuestro estado en la vida.

lunes, 1 de agosto de 2016

Orgulloso de ser cristiano

He seguido este fin de semana con viva emoción y con el corazón abierto la vigilia de oración y la Misa de Clausura de la JMJ de Cracovia por la televisión. La alegría de los jóvenes, los testimonios de fe, las palabras del Santo Padre, la presencia de tantos miles de sacerdotes y consagradas jóvenes, las canciones, la adoración al Santísimo… me ha llenado de profundo orgullo de ser cristiano. He fortalecido mi fe ondeada entre tantas banderas al viento de culturas cristianas tan diferentes. Es el milagro vivo de la fe. Una tendencia religiosa actual es la indiferencia. Hay muchos que creen en Dios pero pocos se interesan por Él.
No he estado físicamente en Cracovia pero lo he hecho espiritualmente en el Campus de la Misericordia del salón de mi hogar, poniéndome en oración frente a la pantalla del televisor. Le he dado gracias a Dios por mi fe, para que me haga sembrador de la esperanza y me convierta en auténtico peregrino de la misericordia. Que me ayude a que no me invada la apatía espiritual y pierda el celo por mi servicio a Dios y a las verdades bíblicas.
He sentido que como cristiano debo tener un concepto claro de quien soy y estar orgulloso de ello. Soy testigo de Cristo y colaborador de Dios en la predicación de la buena nueva, en dar amor y misericordia, en ser testimonio, en distinguir tanto lo correcto como lo incorrecto”, en ser “iluminador de luz en el mundo”, ser centinela del mañana, y en mantener una conducta que sea ejemplo de Cristo en los que me rodean. Que me ayude a compartir la fe que abre el horizonte de la esperanza y el camino del amor y el servicio a los demás.
Soy parte del mundo como lo fue Jesús, el Salvador del hombre, orgulloso de que sea mi Dios y tener el privilegio de conocer a Dios y serle de utilidad para ayudar al prójimo.
Orgulloso de ser cristiano. Orgulloso de mi fe. Y hago mías las palabras del apóstol Pablo que nos animó a los cristianos a ponernos a prueba para ver si estamos en la fe, y seguir dando prueba de lo que somos para identificar cualquiera de mis debilidades humanas y espirituales y tomar las medidas para corregirlas. Para asegurarme de si mis hechos y mis palabras armonizan con lo que afirmo creer.
Sí, estoy orgulloso de ser cristiano. Seguidor de Cristo, libre y perseverante en la promoción de la fe.
Apago la televisión lleno de alegría y esperanza misionera. Lleno mi corazón con la gracia de la Misericordia. Cristianismo y misericordia son vasos comunicantes. Lleno de emoción plena, agradecido por tener testimonios como san Pablo II y santa Faustina Kowalska.
La mirada tierna de Cristo pixelado con miles de fotografías de gentes sencillas como yo ha tocado mi corazón: estoy contigo y no tengas miedo. Lleva al mundo el amor solidario y la misericordia, signo del cristiano. Estoy a tu lado. “Señor, en vos confío”.

¡Bendice a tu pueblo, Señor, para que seamos capaces de llevar al mundo tu amor misericordioso! ¡Que seamos capaces de llevar la chispa de la misericordia al mundo! ¡Bendice a las familias, a los esposos, a los jóvenes, a los niños, a los ancianos, a los abuelos…! ¡Ayúdanos a ser más generosos, más solidarios, más misericordiosos, más serviciales, más fraternales, mas agradecidos a Dios Padre de infinita misericordia! ¡Ayúdanos a llevar el entusiasmo firme de nuestra fe para llevar la alegría del Evangelio! ¡Háblanos al corazón para caminar en la misericordia! ¡ Virgen María, Madre, enséñanos a ser fecundos como ti custodiando la fe en nuestro corazón para que germine la fe en nosotros con la ayuda del Espíritu Santo!

Oramos con el Himno de la Misericordia:

sábado, 4 de junio de 2016

Transformar el acero

El herrero


 Lynell Waterman cuenta la historia del herrero que, después de una juventud llena de excesos, decidió entregar su alma a Dios. Durante muchos años trabajó con ahínco, practicó la caridad, pero, a pesar de toda su dedicación, nada parecía andar bien en su vida. Muy por el contrario: sus problemas y sus deudas se acumulaban día a día.

Una hermosa tarde, un amigo que lo visitaba, y que sentía compasión por su situación difícil, le comentó:

- Realmente es muy extraño que justamente después de haber decidido volverte un hombre temeroso de Dios, tu vida haya comenzado a empeorar. No deseo debilitar tu fe, pero a pesar de tus creencias en el mundo espiritual, nada ha mejorado.

El herrero no respondió enseguida: él ya había pensado en eso muchas veces, sin entender lo que  acontecía con su vida. Sin embargo, como no deseaba dejar al amigo sin respuesta, comenzó a hablar y terminó por encontrar la explicación que buscaba. He aquí lo que dijo el herrero:

- "En este taller, yo recibo el acero aún sin trabajar y debo transformarlo en espadas. ¿Sabes tú como se hace esto? Primero, caliento la chapa de acero a un calor infernal, hasta que se pone roja. Enseguida, sin ninguna piedad, tomo el martillo más pesado y le aplico varios golpes, hasta que la pieza adquiere la forma deseada. Luego la sumerjo en un balde de agua fría y el taller entero se llena con el ruido del vapor, porque la pieza estalla y grita a causa del violento cambio de temperatura. Tengo que repetir este proceso hasta obtener la espada perfecta: una sola vez no es suficiente".

El herrero hizo una larga pausa y siguió:

- "A veces, el acero que llega a mis manos no logra soportar este tratamiento. El calor, los martillazos y el agua fría terminan por llenarlo de rajaduras. En ese momento, me doy cuenta de que jamás se transformará en una buena hoja de espada. Y entonces, simplemente lo dejo en la montaña de hierro viejo que ves a la entrada de mi herrería.

Hizo otra pausa más, y el herrero terminó:

-Sé que Dios me está colocando en el fuego de las aflicciones. Acepto los martillazos que la vida me da, y a veces me siento tan frío e insensible como el agua que hace sufrir al acero. Pero la única cosa que pienso es: "Dios mío, no desistas, hasta que yo consiga tomar la forma que Tú esperas de mí.

Inténtalo de la manera que te parezca mejor, por el tiempo que quieras, pero nunca me pongas en la montaña de hierro viejo de las almas".

Tu verdad mídela en tu capacidad de dar amor incondicional a pesar de tu soledad y del vacío del mundo. Que Dios te acompañe en tu búsqueda.