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martes, 28 de junio de 2016
¿Qué significa seguir a Jesús?
Hoy algunos le ofrecen a Jesús seguir sus pasos: “Te seguiré adonde vayas”. En otras ocasiones es Jesús quien invita al seguimiento: “Sígueme”. Toma la iniciativa para que le sigan.
¡Cuántas veces le pido a Jesús que me siga Él a mí, en mis caminos, en mis idas y venidas, en mis huidas y en mis regresos! Y Él lo hace, porque me ama mucho. Me ama como soy. Se hace el encontradizo en mis caminos. Siempre lo hace. Y me habla al corazón. Y mi corazón arde y todo lo cambia.Pero yo también quiero seguirlo a Él. Estar con Él cuando sufra. Cuando se sienta solo. Cuando necesite que alguien lo sostenga. Estar con Él en la montaña, en el lago, en la cruz. Ir detrás de Él. A su lado.
Me conmueven esas personas tan dóciles para seguir al Señor. Se arriesgan, no dudan, no temen. Lo dejan todo para seguir a otro. Para caminar en pos de otro.Siempre me han impresionado aquellos que son tan libres para darse, para ponerse en camino. Sé que si no soy libre no puedo dar un salto audaz en la vida. Me gustaría ser libre de tantas cadenas que me atan.
Muchos dicen seguir al Señor pero luego no todos le siguen: “Déjame primero despedirme de mi familia. Déjame primero ir a enterrar a mi padre”.Seguir significa comportarme como Jesús se comporta. Significa ir donde Él vaya, seguir siempre sus pasos. Amar como Él ama. Custodiar a otros como Él los custodia. Interesarme por la vida de los que me confía.
Seguirle significa hablar con sus palabras, sentir como Él siente. Tener sus valores. Seguir a Jesús significa llegar a amar como Jesús me ama. Siguiendo las tendencias que Él impone en mi vida.
Me gustaría sentir que lo he dejado todo para seguir sus pasos, pase lo que pase. En medio de la luz de mis éxitos, en medio de la oscuridad de mis fracasos. No siempre me siento tan libre para seguirle sin miedo. Recuerdo que estas palabras me han acompañado desde hace muchos años: “Te seguiré, Señor, adonde vayas”. Me han recordado que mi sacerdocio pasa por estar con Él, por caminar con Él.
No consiste en hacer muchas cosas, en lograr muchas metas. No consiste en ser pastoralmente muy eficiente, en contar a manos llenas mis éxitos pastorales.Estar con Él. Dormir donde Él duerma. Seguir sus pasos. ¿Y si de repente pierdo sus huellas? ¿Y si no sé si ha dejado el lugar donde estoy para emprender un nuevo camino? No lo sé. Sólo sé que está conmigo y eso me hace pensar que estoy donde Él está. Haciendo lo que Él quiere que haga. Cuando me comparo con otros, cuando intento ver cómo lo hacen otros, a veces dudo y me entra esa presión de ser como los otros. Quiero ser fiel a su llamada. Seguirle por los caminos de la vida, de mi vida. No quiero sentir que pierdo su rastro.
A veces no sé cómo hacerlo. Creo que implica que por una vez deje de pensar en mis planes y en cómo pedirle a Jesús que se meta en ellos y me ayude a resolverlos a mi manera. Seguirle es dejar mis planes, y pensar, vacío de mí, cuál es su plan, su camino. La confianza en Él, el abandono, es la única manera de seguirlo. No quiero ponerle excusas. No quiero entorpecer sus deseos.
lunes, 27 de junio de 2016
La escalera que san José construyó en Nuevo México
La capilla de Loreto, en Santa Fe, Nuevo México, es el hogar de una obra de carpintería excepcional
La escalera de la Capilla de Loreto, en Santa Fe, Nueva México, es conocida por tres misterios: nadie sabe quién la construyó, nadie entiende cómo se mantiene la estructura sin un soporte central, y nadie ha podido dar con el origen de la madera.
Aunque se sabe que es madera de abeto, no se ha podido determinar de qué subespecie se trata, ni cómo llegó la madera a la capilla.
En 1852, por orden del obispo de Santa Fe, Jean Baptiste Lamy, se construyó la Capilla de Nuestra Señora de la Luz (inspirada en la Sainte-Chapelle de París), que estaría al cuidado de las Hermanas de Loreto, quienes llegaron al lugar desde Kentucky para fundar allí una escuela para niñas.
Cuando la capilla estuvo lista, los constructores se consiguieron con un problema inesperado: no pudieron poner una escalera que llevase desde la nave principal hasta arriba, al segundo piso, donde se ubicaba el coro. Se trataba de un error de diseño del arquitecto del edificio, Antonio Mouly, que murió antes de poder solucionar.
Cuando las monjas intentaron construir una, los constructores les dijeron que sería imposible, y que una escalera normal tomaría demasiado espacio, por lo que se les recomendó, más bien, derribar el coro.
Fue entonces cuando las monjas decidieron rezar una novena a San José, patrono de los carpinteros, pidiéndole una solución.
Al terminar la novena, según testimonios que han pasado de generación en generación desde mediados del siglo XIX, se apareció un hombre a la puerta de la capilla, afirmando que él podría construir la escalera, bajo una condición: que se le concediese total privacidad.
Así, el extraño se encerró en la capilla durante tres meses, con una sierra, una escuadra y otras pocas herramientas, y desapareció apenas la obra estuvo terminada, sin siquiera haber recibido el pago por sus servicios. La escalera, de seis metros de alta, da dos vueltas completas hasta llegar al coro. Fue construida sin ningún tipo de clavos ni cola, y carece de cualquier soporte central.
Por ello, se dice que la construcción es “imposible”, y que debería haber colapsado en el momento en el que alguien la utilizase por primera vez, aunque se supone que la espiral central de la escalera es lo bastante estrecha para servir, ella misma, como apoyo central.
En todo caso, la escalera original no estaba sujeta a ninguna pared o puntal, hasta que en 1887, diez años más tarde, se añadió la barandilla (que tampoco tenía) y la espiral exterior se sujetó a un pilar cercano.
La historia asegura que nunca se ha resuelto de forma satisfactoria el misterio de la identidad del carpintero.
Ni siquiera existen registros que ayuden a descifrar de dónde sacó la madera, pues no hay ningún reporte de entrega de material. Nadie vio tampoco, durante esos meses, a ninguna persona entrar o salir de la capilla durante el tiempo de la construcción.
Como el carpintero se marchó antes de que la Madre Superiora pudiera pagarle, las Hermanas de Loreto ofrecieron una recompensa a quien pudiera dar a conocer su identidad, pero nadie la reclamó nunca. Así, se suele atribuir la autoría de esta obra a un milagro del propio san José
La “Salve”, como se cantaba en el siglo XII
El himno, promovido por franciscanos, dominicos y cistercienses, ha sido atribuido a diversos autores medievales
El “Salve Regina”, mejor conocido como, simplemente, “la Salve”, es un himno mariano, y una de las cuatro antífonas marianas cantadas en diferentes tiempos del calendario litúrgico. Tradicionalmente, se canta a la hora de las Completas, en el tiempo que va desde el sábado antes de la fiesta de la Santísima Trinidad, hasta el viernes previo al primer domingo de Adviento, pero es tanto más común escucharla, recitada, como la última oración del Rosario.
Sin embargo, como himno, fue compuesto, aparentemente, a finales del siglo XI, obviamente, en latín. Suele atribuirse su autoría al monje alemán Hermann de Reichenau (lo mismo que al obispo de Compostela Pedro de Mezonzo; al de Segovia, San Jeroteo; o incluso a San Bernardo de Claraval) pero la mayoría de los musicólogos dedicados al tema siguen considerando que el himno es anónimo.
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