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sábado, 22 de abril de 2017

Cómo ganar la indulgencia plenaria el día de la Divina Misericordia

Este domingo celebramos la Divina Misericordia, fiesta muy importante que fue instituida por San Juan Pablo II según la petición de Nuestro Señor Jesucristo a Santa Faustina Kowalska. ¿En qué consiste esta devoción? ¿Cuál es su origen? ¿Cómo se reza la Coronilla de la Divina Misericordia?

Nuestro Señor se apareció desde 1931 a 1938 a la religiosa polaca Santa Faustina Kowalska, confiándole la difusión de la devoción a Su Divina Misericordia. Estas revelaciones las escribió Santa Faustina en un diario, por indicación de su director espiritual.   
La Divina Misericordia es una devoción centrada en la enseñanza de la misericordia de Dios y Su amor infinito por la humanidad. Esa misericordia y ese amor lo pone Jesucristo a disposición de todos los hombres, especialmente a los más pecadores.
San Juan Pablo II canonizó a Santa Faustina Kowalska en el año 2000 y ese mismo año instituyó la Solemnidad del Domingo de la Divina Misericordia, para que se celebrara cada año el domingo siguiente al Domingo de Resurrección.
Dada la importancia de esta fiesta, la Iglesia ofrece una indulgencia plenaria para hacer que los fieles vivan con intensa piedad esta celebración. Fue San Juan Pablo II quien estableció que el Domingo de la Divina Misericordia se enriqueciese con la indulgencia plenaria para que los fieles recibiesen con más abundancia el don de la consolación del Espíritu Santo y cultivasen así una creciente caridad hacia Dios y hacia el prójimo, y una vez obtenido de Dios el perdón de sus pecados, ellos a su vez perdonen generosamente a sus hermanos.
Para ganar esa indulgencia plenaria, hay que hacer lo siguiente:
  • Confesarse
  • Acudir a la Santa Misa de la Fiesta de la Divina Misericordia
  • Comulgar
  • Tener la disposición interior de un desapego total del pecado, incluso venial.
  • Rezar por las intenciones del Papa un Padrenuestro y un Avemaría, u otras oraciones

En el día de la fiesta de la Divina Misericordia, les recomiendo que cuando sean en sus respectivos países las 3 p.m., hora en que murió Jesucristo, recen la "Oración de las tres", cuyo texto es: 

Oración de las tres dictada por Jesús a Santa Faustina Kowalska

Expiraste, Jesús, pero Tu muerte hizo brotar un manantial de vida para las almas y el océano de Tu misericordia inundó todo el mundo. Oh, Fuente de Vida, insondable misericordia divina, anega el mundo entero derramando sobre nosotros hasta Tu última gota.
Oh, Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús, manantial de misericordia para nosotros, en Ti confío.

El Señor le dijo a Santa Faustina Kowalska lo siguiente sobre la oración de las tres:
A las tres de la tarde en punto, implora Mi misericordia, especialmente por los pecadores; y, aunque sea por un breve momento, sumérgete en Mi pasión, particularmente en Mi abandono en el momento de la agonía. Esta es la hora de la gran misericordia para todo el mundo. Yo te permitiré entrar en Mi dolor mortal. En esta hora, Yo no rehusaré nada al alma que Me pida algo en virtud de Mi pasión.

Entender la cruz junto a María

desdedios.blogspot.com
Cuarto sábado de abril con María en nuestro corazón. Un día para tener muy presente a la Virgen que con tanto sufrimiento acompañó a su amado Hijo en el camino de su Pasión. Y en este caminar después de la Resurrección aprendimos de Ella esa lealtad, ese amor incondicional y ese cariño de Madre cuando todos habían abandonado a Cristo, como hago yo tantas veces vencido por la comodidad y el desánimo de cada día. Toda la vida es semana de Pasión porque hay muchas cruces que llevar, por eso quiero ir de la mano de María en esas horas amargas de profundo e intenso dolor por ese Hijo que murió para redimirnos del pecado.

Estos últimos días he mucho observado mucho sufrimiento humano en diversas circunstancias y en ambientes diferentes. Pero esas vivencias me han permitido entender también que la Cruz de Cristo entra en el orden humano de la cosas y que el sufrimiento, como el que padeció María, y como el que sufrimos todos, tiene un elemento maravilloso de corredención porque proviene de Cristo mismo y porque, aunque sea difícil de entender, permite colaborar con Él en la redención del mundo.
Cualquier historia humana es una historia de dolores, de sufrimientos, de aflicciones. Pero eso no le da un cariz negativo a la vida. En el padecimiento también surge el amor. Y ahí está el ejemplo de la Virgen. Sufre por Cristo porque lo ama. Trata de consolarle porque lo ama. Padece con Él porque lo ama. Obedece la voluntad del Padre porque ama. Y en esa fidelidad es testigo de la Resurrección. Ese es el amor sin medida. Y donde todo se hace por amor está la plenitud, sentido final de la creación del mundo.

¡María, Señora de los dolores y del amor hermoso, dame la fortaleza para aceptar todos los sufrimientos de mi vida! ¡Y cuando me embargue el cansancio, o el dolor, o la tristeza, o la indiferencia de la gente, o la amargura por mis fracasos, o el sufrimiento por la enfermedad, o la incertidumbre por la carestía económica, o el abandono de los que pensaba eran mis amigos… ayúdame a postrarme a los pies de la Cruz como hiciste Tu Madre, y que siga tu ejemplo de amor en la dudas que me atenazan! ¡Que mi amor a los demás sea un amor sincero y desmedido! ¡Y al igual que hiciste Tu, María, ayúdame a apartar mis yos, a olvidarme de mi mismo para poner por delante a Dios y todos los que me rodean por amor a Tu Hijo! ¡Quiero acogerte, María, en mi corazón de piedra; necesito de tu presencia porque en mi pequeñez, contando con tu ayuda, podré tener una relación más estrecha con Cristo y comprender que todo dolor en mi vida, si lo sé llevar con ánimo cristiano, es un acto verdadero de amor!
Un Stabat Mater para este sábado acompañando a María los días previos a la pasión de su Hijo:

Depositar la confianza en Dios

orar con el corazon abierto
¿Cuántas veces te has preocupado o desesperado con los problemas que parecen no tener solución? ¿Cuántas veces esperas que Dios haga un milagro en tu vida? ¿Cuántas veces buscas una salida, una alternativa, una mínima esperanza y no aparece ninguna? ¿No te ha sucedido alguna vez que debido a los problemas personales, a las dificultades económicas, a las contrariedades de la vida, a los problemas profesionales todo se vuelve oscuridad y te dan ganas de desaparecer, de tirar todo por la borda y mudarse a algún lugar donde nadie te pueda encontrar? Hay veces que uno siente esa necesidad pero, ¿es esa la decisión más correcta? ¿Logramos solucionar con esta medida todos nuestros problemas?
Los problemas son copilotos ocasionales de nuestra vida. Cuando nos mostramos infelices es porque nos olvidamos de depositar toda nuestra confianza en Dios. Él es el único que está a nuestro lado a tiempo completo. Él es el único que nos ampara para asistirnos en los momentos de felicidad y de dificultad.
Me decía un amigo que le resultaba difícil entender mi serenidad por los muchos problemas que me rodean. La respuesta es simple: “Confío plenamente en el Señor”. Ya sé que Él no me promete una vida fácil, pero siento que camina a mi lado, que está siempre conmigo en todas las situaciones de la vida, dándome las fuerzas para enfrentar las dificultades. No somos nosotros quienes tenemos el destino en nuestras manos. Es Dios quien lleva la brújula de nuestra vida y toma la iniciativa. Nosotros podemos seguir el rumbo que Él marca o seguir otro camino.
El principal problema del hombre Dios ya lo ha solucionado. Es la condena eterna que fue pagada por Jesús. A partir de su muerte en la Cruz Cristo nos prometió estar a nuestro lado hasta el fin de los tiempos. Por tanto, lo mejor es confiar en Dios porque Él cumple lo que promete. Pídele al Señor con fe que te otorgue su sabiduría y su serenidad para enfrentar los obstáculos que se presentan en tu vida y verás como tu actitud será diferente.

¡Gracias, Señor, porque estás siempre a mi lado! ¡Ayúdame a acrecentar mi confianza en Ti! ¡Tu sabes que es en Ti donde encuentro la felicidad y la tranquilidad para el día a día! ¡Señor, Tú sabes cuando he sufrido, cuánto he llorado, cuantas veces me he sentido tan pequeño, tan poca cosa, tan inservible! ¡Pero también sé, Señor, que nada de lo que he vivido ha sido ajeno a Ti! ¡Por eso, ahora y siempre, te pido Señor que me ayudes a creer firmemente en tu acción todopoderosa sobre mi, que me ayudes a creer en mis posibilidades, a encontrar un sentido a todo cuanto realice en esta vida! ¡Señor, soy consciente que detrás de cada experiencia negativa que he vivido estabas Tu, bendiciéndome y cuidándome! ¡Gracias, Señor, por Tu amor y misericordia! ¡Por eso te pido también que asistas a todos aquellos que sufren, que no confían, que no te conocen, que tienen miedo, que no saben, que dudan porque una sola mirada bastará para sanarles!
Una pieza espiritual, Locus Iste, para acompañar la meditación de hoy:

viernes, 21 de abril de 2017

Los 4 objetivos de la Misa

Compréndelos para vivir aún más profundamente la maravilla de la misa


Adoración

Es el fin latréutico de la misa. Deriva del término griego “latría”, que quiere decir precisamente adoración, alabanza a Dios en señal de reconocimiento de su divinidad; alabanza a Dios porque es Dios, pero no sólo de manera “genérica”, por lo que se puede alabar a Dios en cualquier lugar y momento, sino con la conciencia que en la misa Dios está presente de manera real y física en la Eucaristía, es decir, su Cuerpo y su Sangre donados por nosotros por amor para salvarnos del pecado y de la muerte.

Acción de gracias

Es el significado mismo de la palabra “Eucaristía”, que deriva del griego y significa precisamente “agradecimiento”. Este es el objetivo eucarístico de la misa: agradecer, dar gracias. La misa es la Eucaristía, es agradecimiento, es acción de gracias a Dios por todo lo que recibimos de él – precisamente por el hecho de recibirlo a Él mismo. Dios nos ha dado el don de agradecerle dignamente haciendo que en la misa ofrezcamos nada menos que al mismo Jesucristo en un acción de gracias.

Reparación

Llamada también propiciación o expiación, es el fin propiciatorio de la misa: se trata de reparar el sufrimiento que le provocamos a Dios cuando con nuestros pecados nos alejamos voluntariamente de su amor. Sólo Jesucristo puede expiar dignamente, a través de su sacrificio, las ofensas hechas a Dios. La misa es el sacrificio expiatorio porque vuelve presente, en la Eucaristía, al mismo Cristo en estado de víctima, con su Cuerpo donado por nosotros y su Sangre versada para lavarnos de nuestros pecados. “Esta es mi sangre de la alianza, versada por ustedes, en remisión de los pecados” (cfr. Mt 26, 28).

Petición

Llamada también impetración, es el acto de suplicar a Dios y de presentarle nuestras oraciones. Es el fin imprecatorio de la misa. Jesucristo vive e intercede por nosotros, presentando al Padre su Pasión. Si tenemos ya la promesa de obtener todo lo que pedimos a Dios en nombre de Jesús (cfr. Jn 16, 23), mayor debe ser nuestra confianza si ofrecemos a Dios al propio Jesús que nos ama. Además de ser la oración del mismo Jesús, la misa es también la oración de la Iglesia, que une sus súplicas a las de Cristo.

La sabiduría que viene de Dios

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La sabiduría comienza con el silencio. Tanto la palabra como el silencio revelan lo que hay en el interior de nuestro ser, de nuestra alma, aquello que hay dentro de cada uno. Y yo necesito silencio, mucho silencio, porque mi vida ya está de por sí llena de ruidos y alboroto. Por eso, en lo sereno de la oración, Cristo se me presenta como una voz interior que me llama, me susurra, espera mis palabras a veces llenas de alegría y otras de lamentos.

Cuando mis labios permanecen sellados y no dicen nada, el corazón de Cristo también me escucha porque Él es el único que lee en mi interior. Ese es el gran misterio de la presencia misteriosa de Cristo en la vida del hombre. Es cuando reposas a los pies de Jesús cuando puedes atisbar esa voz suave y amorosa del buen Dios, que exclama: “No te preocupes, hijo, porque aquí estoy y nunca te abandono”. Y te sientes lleno de paz y de serenidad interior al comprender que Dios está siempre, por encima de todo, en tus pensamientos, en tus sentimientos, en tu vida misma. Comprendes que Dios lo llena todo. Absolutamente todo. Que está siempre a tu lado, que jamás te abandona ni siquiera en esas noches oscuras que tantas veces cubren la vida. En los momentos más complicados y difíciles en los que caminar se hace pesado. Que su bondad siempre acompaña, que su misericordia no se termina ni se acaba sino que se renueva cada día porque así de sublime es su fidelidad y así de grande es su Amor.
¿Por qué, entonces, no detenerme con más frecuencia a contemplar la belleza de esta sabiduría que viene de Dios?
¡Dios mío, te pido con toda confianza, la sabiduría del corazón! ¡Ayúdame a hacer más silencio para llenarme más de ti! ¡Padre, Tú eres el que quieres entrar en mi intimidad y yo no te lo permito porque hay demasiado ruido en mi interior y a mi alrededor! ¡Entra si quieres, Señor, y dame la gracia para acoger tu revelación en mi! ¡No permitas, Señor, que te cierre el corazón deslumbrado como estoy tantas veces por el resplandor de las cosas mundanas, de mi propio yo, de mi soberbia y mi egoísmo! ¡Señor, siento con gozo que me amas y yo quiero amarte también más a ti, por eso necesito hacer más paradas, hacer más silencio, para encontrar más momentos de intimidad contigo, para abrir mi corazón, para a través tuyo servir a los demás y ser capaz de irradiar esperanza, amor y caridad! ¡Permíteme estar siempre contigo, Señor, sin etiquetas, sin prisas, sin parámetros que fijan distancias, sin normas, sin contrapartidas, simplemente en silencio escuchando tus palabras y saboreando tu presencia en cada uno de mis muchos vacíos! ¡Permíteme, en el silencio, sentado a los pies de tu presencia, recostado en tu regazo de sabiduría, sintiendo tus abrazos de amor y de misericordia! ¡Y en este tiempo de silencio, acoge con magnanimidad mis secretos!
Dame más sabiduría, le pedimos cantando al Señor: