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lunes, 6 de junio de 2016

7 razones para perdonar

¿Estás enfadado con alguien? Entonces, respira hondo y busca motivos para perdonar


1-Al perdonar, acabas con el estrés de la ofensa
Cada vez que recuerdas a la persona que te hirió vuelve esa mala sensación: el corazón se acelera y se te pone un nudo en el estómago, ¿verdad? Naturalmente tu cuerpo reacciona a las emociones negativas y recuerdos angustiosos. En el momento en que dejas de recordar la ofensa y focalizas la atención en las cosas buenas de la vida aprovecharás mejor el presente, dejando de revivir los sufrimientos que ya forman parte del pasado.

2-Al perdonar, pasas a tener una visión correcta de los acontecimientos
Piensa conmigo: cuando una persona está irritada con otra, tiene la tendencia de exagerar las cosas, viéndolo todo peor de lo que es, ¿cierto? ¿Y sabes una cosa? Tu no debes ser muy diferente cuando estás enfadado: la rabia nos ciega y triplica el impacto de las ofensas. Al practicar el perdón, dejas de alimentar la rabia y puedes valorar los acontecimientos con otros ojos.
¿Difícil? ¡Mucho! Pero también es liberador.

3-Al perdonar dejas de darle poder al que te ha ofendido
Vamos a suponer que no se trate de un malentendido: la persona en cuestión realmente estaba queriendo hacerte sentir mal. Entonces, darle vueltas a lo que ha pasado sólo conseguirá que des a esa persona el poder de hacerte sufrir. ¿Es esto lo que quieres? ¿Y no sería eso exactamente lo que la otra persona quiere?
Tenemos que tener más cuidado para evitar el daño. Es necesario proteger nuestros sentimientos. Cuando una persona intenta ofender a otra y no lo consigue, fracasa. Además de tener que convivir con sus propios problemas y con su infelicidad, no conseguirá transmitirte nada de eso a ti.

4-Al perdonar, te apartas emocionalmente de esa persona tóxica
Si la persona que te ofendió es amarga, el tipo de persona tóxica, más razones para no alimentar pensamientos relacionados con ella. Lo mejor es liberarte de la rabia, que acaba manteniéndote ligado a quien no quieres.

5-Al perdonar, convives mejor con quien vale la pena
Pero, ¿y cuando la persona con la que te enfadaste es alguien importante en tu vida? Ahí es bueno recordar que todos nosotros, aunque sea sin querer, también herimos a los demás. A veces en una discusión acalorada, con un comentario impensado o una broma fuera de lugar… la verdad es que todos hemos pasado por esto. Entonces, teniendo presente el pensamiento de que nadie es perfecto, pregunto: ¿vale la pena perder la convivencia con alguien importante por causa de un mal momento?
Personas buenas y que se preocupan verdaderamente por la gente son pocas. Por eso no podemos ser intolerantes. Amar a los demás debe estar por encima de nuestro orgullo. Cambia la rabia por el diálogo e intenta entender los motivos de los demás. ¡Así no tendrás que arrepentirte de romper la relación con alguien importante en tu vida!

6-Al perdonar, dejas de concentrarte en tus angustias
Focalizándonos en el dolor, dejamos de prestar atención a lo que vale la pena. Si quieres que sucedan cosas buenas en tu vida, necesitas mirar con más optimismo al ahora. Alégrate con quien te tiende la mano hoy, perdona y olvida a quien te negó la ayuda ayer. La importancia que des a los acontecimientos define lo que será importante en tu vida. Entonces, ¡deja de dar demasiado valor a las ofensas!

7- Al perdonar, te estás haciendo un bien a ti mismo
Y lo más importante: te sentirás muy bien, ¡ garantizado!

Perdonar es muy difícil, pero también es una de las actitudes más bonitas e inteligentes que el ser humano puede practicar.

El perdón trae una sensación agradable de tranquilidad y autocontrol. Alimentar el rancor y practicar la venganza sólo te traerá enemigos y afectará a tu vida. Valora tu tiempo: ¡pon en corazón en lo que te hace feliz! Perdona a la persona que te ofendió e ignora la ofensa.

Ser religioso y ser de Dios ¿cuál es la diferencia?

Dios me hace suyo cuando yo me dejo, cuando acepto mi vida como es.


El otro día una persona me comentaba: “No es lo mismo ser religioso que ser de Dios”. Y yo me quedaba pensando. Es verdad. En realidad la meta en la vida es estar profundamente unido a Dios. Y no es lo mismo ser religioso, hablar mucho de Dios, participar en oraciones, repetir gestos litúrgicos, que estar atado a Él desde lo más profundo. Podemos rezar mucho. Hablar de la Iglesia. De los desafíos pastorales. De los cambios de los tiempos. De nuestra estrategia pastoral. De los altos ideales a los que aspiramos. Podemos leer libros religiosos tratando de encontrar respuestas y orientaciones.

Podemos meditar la vida y desentrañar los misterios más ocultos. Podemos escribir con profundidad sobre temas religiosos tratando de dar algo de luz. Podemos querer mucho a Dios pero no pertenecerle por entero.No es lo mismo, es verdad, ser religioso, ser de Iglesia, que ser de Dios desde las entrañas. ¿Dónde está la diferencia? ¿Cómo se puede llegar a ser verdaderamente de Dios? Todo lo que he dicho antes es importante. Es la antesala del verdadero encuentro con Dios. Es lo que prepara el corazón para que tenga lugar esa unión más honda. Es necesario aprender a rezar, invertir tiempo en leer, escribir y hablar con profundidad de Dios y de la Iglesia. Todo ayuda.

Siempre con Dios, siempre pensando en Dios. Todo ayuda. Siempre ayuda. Pero a veces podemos contentarnos con educar hombres religiosos. Les pedimos que repitan gestos. Que interioricen formas. Que lean y estudien. Que conozcan bien la doctrina. Que su conciencia esté bien formada. Todo para que sean más religiosos. Para que estén más unidos a Dios. Queremos que estén arraigados en el corazón de Dios hasta lo más profundo. Que su personalidad sea religiosa desde dentro hacia fuera. Sin formas simplemente pegadas a la piel. Pero, ¡qué difícil es educar hombres de Dios! ¡Cuánto cuesta de verdad ser de Dios! Pensar como Él piensa, amar la vida como Él la ama. Desde lo más profundo. Desde las entrañas. A veces somos del mundo y repetimos actos religiosos. Sólo se nos han pegado formas a la piel. Pero no somos de Dios.

El padre José Kentenich habla de la simplicidad en nuestra relación con Dios: “¿Qué significado tiene la palabra ‘simple’? La función de pensar es simple, la vida afectiva es simple, toda la vida es simple. Sin embargo, no es posible conducir a la oración de simplicidad, de la noche a la mañana, a un alma que aún no está suficientemente cobijada en lo religioso” (J. Kentenich, Hacia la cima). Hace falta tener el corazón muy arraigado en Dios para que mi oración sea simple, para que mi forma de pensar sea simple, para que mi amor sea simple. Hace falta un milagro de conversión para ser totalmente de Dios. Quiero cuidar mi vida, esa huella de eternidad y misterio dejada por Dios en mi alma. Esa presencia de Dios cálida y personal que me remite a Él en cada instante. Esa hondura que, a veces, está muy lejos de los actos externos que repito.

Ojalá fuese más creativo con Él. Sueño con ser más de Dios. Más cada día. Que no busque continuamente la fórmula para que responda a mis deseos. Que no pretenda, rezando mucho, lograr lo que más quiero. Que no busque milagros por todas partes que me den razones para seguir creyendo. Que no me empeñe en enfadarme con Dios cada vez que no sucede lo que más espero.Ser de Dios no consiste en una repetición de gestos religiosos, de frases santas. No es tan solo un arrodillarme asombrado ante el misterio. Tiene que ver con entregarle el corazón por entero, como decía el Padre Kentenich: “Por lo común el ser humano es determinado más por lo que el corazón desea sin confesárselo que por lo que la voluntad quiere. Por eso no hablamos de fusión de voluntades sino de fusión de corazones. Porque es el corazón el que nos hace elocuentes, nos hace grandes o débiles” ( J. Kentenich, Hacia la cima).

Dios me hace suyo cuando yo me dejo. Cuando abro la puerta de mi vida para que Él entre y cambie las cosas. Cuando beso mi vida como es desde lo más profundo. Quiero ser de Dios. Quiero ser propiedad suya. Y acostumbrarme a mirar la vida con sus ojos. Con frecuencia me empeño en que las cosas deben ser como yo creo que deben ser. Y cuando no lo son me alejo de Dios. Me da pena encontrarme con personas que niegan a Dios negando la vida que les ha tocado. Él me acompaña en mi realidad. Tal y como es. Y saca bien del mal. Yo puedo escoger vivir mi vida con Dios o sin Dios. Perteneciéndole a Él o perteneciéndole al mundo. Dios se mete en lo cotidiano y me enseña a mirarlo todo desde Él. En la película El Señor de los anillos, enfrentado a una difícil misión, dice Frodo: “Ojalá nada de esto hubiera ocurrido”. Y Gandalf le contesta: “Eso dicen los que viven estos tiempos, pero no les toca a ellos decidir. Lo único que podemos decidir es qué hacer con el tiempo que se nos ha dado”.

Qué hacer con el tiempo que tengo es lo único que puedo decidir. Las circunstancias de mi vida no puedo cambiarlas. Tan sólo puedo besarlas y aceptarlas en mis manos. Para ello tengo que volver a nacer. Tengo que cambiar mi corazón rígido que se empeña en que las cosas sean como yo quiero. Dios actúa en la verdad de mi vida, en las circunstancias más concretas. No en la idea que tengo sobre cómo deberían ser las cosas. No actúa en mis temores sobre el futuro incierto.

Actúa hoy y me ayuda a decidir hoy. Me ayuda a acercarme a Él para vivir a su lado. Para pertenecerle por entero. Para ser más suyo.

El último día de Pompeya, en una animación

El vídeo, producido para una exposición en el Museo de Melbourne en 2009, reproduce la experiencia de la erupción del Vesuvio que acabaría con la antigua ciudad del sur de Italia.




El Vesuvio es el único volcán activo de la Europa continental. Ubicado en la costa oeste de Italia, es conocido por la erupción que, en el año 79 después de Cristo, arrasaría con la ciudad de Pompeya. Aún hoy, el Vesuvio es considerado como una amenaza potencial para Nápoles y las villas cercanas, que crecen incluso en la falda del volcán.

Cuando el Vesuvio arrasó con Pompeya en el año 79, la ciudad se estaba apenas recuperando de los estragos causados por un terremoto en el año 62, de acuerdo al recuento que, de los hechos, hace Séneca. Plinio, quien observó la erupción del volcán desde el poblado cercano de Misenum, describió la columna de humo como “semejante a un pino mediterráneo. Como si fuese un árbol excepcionalmente alto, la columna de humo ascendía y se expandía en diferentes ramas. A veces blanca, a veces manchada por arena y cenizas”.

Este video, producido por Zero One para el Museo de Melbourne, muestra el desarrollo de la erupción, hora a hora, vista desde la propia Pompeya.

Los tesoros de Santa Maria Antiqua: El cristianismo surge de las cenizas del Imperio Romano

Una completa restauración y exposición muestra cómo los cristianos dejaron huella en Roma tras la salida de los emperadores


Durante 1200 años, el Foro Romano prosperó como centro neurálgico legislativo, religioso y administrativo de Roma. Desde el pequeño reino fundado en el 753 a.C. hasta el SPQR de la República romana y hasta el poderoso Imperio, esta pequeña zona abierta se desarrolló desde lugar de mercado a centro de ciudad y a núcleo del mundo. Pero ¿qué pasó luego? Cuando se derrumbó el Imperio en el 476, ¿el Foro dejó de existir?

La respuesta es no. A pesar de la implosión del gobierno romano, el Foro continuó desarrollándose, transformándose mientras nuevos gobernantes venían a instalarse en el monte Palatino.

Su instinto de supervivencia, no obstante, ya no era alimentado por los viejos dioses paganos, sino por el cristianismo. A medida que los templos quedaban gradualmente abandonados, las iglesias cristianas comenzaron a redefinir el espacio del Foro.

Estos misteriosos años, a menudo conocidos de forma peyorativa como Edad Oscura a causa de la ausencia de registros históricos, son objeto ahora de un colorido testimonio en una exposición que se muestra en el Foro hasta el 30 de octubre de 2016.

Para aquellos que creen haber tachado el Foro de la lista de visitas, la exposición Santa Maria Antiqua tra Roma e Bisanzio revela 300 años de historia después de que los emperadores romanos abandonaran la escena.

La exposición está alojada en la Iglesia de Santa Maria Antiqua, una iglesia del siglo VII enclavada en los restos del palacio imperial.

Tras quedar cubierta por un corrimiento de tierra producto de un terremoto en 847, la iglesia fue desenterrada en 1904 y estudiada brevemente antes de ser cerrada durante 40 años para una restauración que concluyó hace pocos años.
Esta exposición es la primera oportunidad en medio siglo de que el público general ponga un pie dentro de la iglesia.Caminar hacia la iglesia es como abrir un agujero en el espacio-tiempo. Tras pasar bajo las enormes plataformas de los templos dedicados a los muchos dioses de Roma, uno se adentra en el atrio de la iglesia.
Los colosales muros, los restos del ambicioso palacio del emperador Domiciano, empequeñecen al visitante, y el suelo aún conserva las huellas de la fuente de Calígula, un remanente del caprichoso emperador.

Unos cuantos fragmentos de frescos todavía aferrados a las paredes de la biblioteca de Domiciano nos dan una pista de lo que está por venir.

Después de las vertiginosas alturas de la arquitectura imperial, Santa Maria Antiqua resulta un tanto íntima.

Este espacio deslumbra de muy distinta forma. Cada pared, cada columna, cada superficie conserva vestigios de frescos: esta iglesia “huevo de Fabergé” es una obra de arte, un tesoro que relata la vida espiritual del Foro desde los reyes ostrogodos que arrebataron Roma a los emperadores en el siglo V, pasando por la controversia iconoclasta hasta la edad de Carlomagno, que floreció poco antes de que la iglesia quedara borrada por el desprendimiento.

La exposición sigue un itinerario cuidadosamente elaborado. A la entrada, los visitantes encaran una nave guardada por varias estatuas centinelas: los nuevos dirigentes de Roma que permitieron al cristianismo florecer en el Foro.

Una llamativa reina mira al vacío con ojos taraceados bajo una corona salpicada de perlas. Puede que sea Amalasunta, hija de Teodorico, mecenas de la primera iglesia cristiana en el Foro, construida en consagración de los santos Cosme y Damián en 525.

Como por arte de magia, una impresionante imagen de la Virgen y el Niño cuelga en mitad del aire sobre la nave. Fue pintada para esta iglesia entre el 575 y el 600 y quedó hundida tras el colapso de la iglesia, pero fue salvada y llevada a una nueva iglesia, Santa Maria Nova, en el antiguo templo de Venus y Roma.

La estrella de la exposición es el papa Juan VII, cuyo breve pontificado, del 705 al 707, trajo enormes cambios a la iglesia.

Hijo de un virrey bizantino, Juan tenía un pie en la cultura griega y otro en la latina, además de una pasión por el arte, y usó esta iglesia como capilla de la corte.

Su oratorio dedicado a María en la Basílica de san Pedro fue cubierto con unos mosaicos impresionantes, varios de los cuales se muestran en la exposición a pesar de la destrucción de la capilla cerca del 1500, junto con unos grabados con la firma del papa, donde se lee “Juan, siervo de María”.

Santa Maria Antiqua alberga algunas de las primeras capillas laterales y la capilla más antigua que existe consagrada por un seglar.

La primera capilla a la derecha fue decorada en tiempos del papa Juan VII y consagrada a santos médicos.

Pasado el umbral y pintados en fila, aparecen cinco sanadores sosteniendo sus instrumentos médicos; entre ellos están los mártires orientales Cosme y Damián, los médicos gemelos que fueron introducidos en Roma para apaciguar las tensiones culturales de un nuevo emperador bizantino y para suplantar la memoria de Rómulo y Remo, los gemelos fundadores de la ciudad pagana.

La capilla a la izquierda del ábside es más llamativa si cabe, construida a mediados del siglo VIII por Teódoto, un adinerado funcionario judicial.

Después de elaborar las incrustaciones de mármol, se eliminaron algunos adornos de piedra de las paredes para dejar espacio a representaciones de la brutal pasión de los santos Julita y Quirico, madre e hijos martirizados en Oriente.
Aunque estas imágenes son muy fragmentarias, los sofisticados gráficos computarizados rellenan las secciones perdidas, ante el asombro de los espectadores, con una visión de cuál habría sido el aspecto de la capilla en su época de gloria. Es una imponente aplicación de la tecnología al arte.

La zona del ábside es el material del que están hechos los sueños de los historiadores. En la altura del lado derecho del ábside hay un fresco en retazos, con algunas piezas descascaradas que revelan varias de las diferentes etapas de la decoración de la iglesia.

Una astuta iluminación colabora en la guía de los espectadores a través del “muro de palimpsesto”.

El fresco más antiguo, Maria Regina, muestra una severa y majestuosa figura vertical con un tocado incrustado de perlas que sostiene un bebé, mientras se inclina un ángel cerca de ella.
La obra está fechada en 550, cuando Santa Maria Antiqua descubrió por primera vez su identidad cristiana como casa de seguridad de los reyes ostrogodos.Entre los años 600 y 649, una elegante Anunciación protagonizada por un “hermoso ángel” cubrió la obra anterior. Luego, Juan VII añadió una progresión de Padres de la Iglesia como parte de su grandioso plan para la decoración del ábside.
La inmensa escena cuenta con ángeles, santos y mártires adorando la cruz. Una pequeña acuarela cercana demuestra cómo debió parecer una vez: una explosión de color que acercaba a la tierra el triunfante paraíso.
La iglesia sorprende por su antigüedad, pero también anticipa algo de los esplendores más modernos del arte eclesiástico.
Las paredes están decoradas con pinturas de falsos cortinajes, que despliegan narrativas paralelas —Antiguo Testamento a la izquierda, Nuevo Testamento a la derecha— y Jonás reposa en un sarcófago tallado en mármol en el lateral.
Este estilo de decoración sobrevivió a las modas iconoclastas y artísticas, y estos mismos componentes pueden encontrarse en la Basílica Superior de Asís o en la Capilla Sixtina, cerca de medio milenio más tarde.

Santa Maria Antiqua demuestra con creces que la belleza, siempre antigua y siempre nueva, hace mucho que viene guiada de la mano de la Iglesia.

“A Future Not My Own”. Oscar Romero inspira el tema de Matt Maher

La liberación es admitir que no podemos hacerlo todo




"Nosotros vemos una parte,
pero tu amor lo ve todo".


El beato Óscar Romero fue la inspiración detrás de una de las primeras canciones del álbum de Matt Maher Saints and Sinners. Una oración atribuida al obispo y mártir termina con la frase: “Somos profetas de un futuro que no es nuestro”.

"La última frase de la oración es la que realmente me impactó”, dice Maher. “Pensé: eso es lo que necesito. Necesito un futuro que no sea mío. Decidí escribir una canción basada en lo que podría pasar si alguien leyera esa oración. ¿Cuál sería su respuesta? La canción se volvió una respuesta a la plegaria, ‘Señor, necesito un futuro que no me pertenezca. Necesito un futuro que no sea diseñado por mí".

La oración expresa una paradoja que se encuentra en las virtudes cristianas: la íntima conexión entre humildad y magnanimidad.

Podemos hacer muy poco por nosotros mismos, pero cuando reconocemos nuestra pobreza, damos espacio al Señor para que trabaje a través de nosotros y logremos grandes cosas, incluso cuando eso signifique solamente plantar la semilla en esta vida.

Madre Teresa, quien inspiró otra canción de Matt, hace eco al mensaje de la oración de Romero: “Yo sola no puedo cambiar el mundo, pero puedo lanzar una piedra a través de las aguas para crear muchas olas”.

Durante nuestra vida, sólo realizamos una minúscula parte de esa magnífica empresa que es la obra de Dios. Nada de lo que hacemos está acabado.

No podemos hacerlo todo y, al darnos cuenta de ello, sentimos una cierta liberación.

Ella nos capacita a hacer algo, y a hacerlo muy bien.

Puede que sea incompleto, pero es un principio, un paso en el camino, una ocasión para que entre la gracia del Señor y haga el resto.

Es posible que no veamos nunca los resultados finales, pero ésa es la diferencia entre el jefe de obras y el albañil.

Somos albañiles, no jefes de obra, ministros, no el Mesías.
Somos profetas de un futuro que no es nuestro.

A FUTURE NOT MY OWN                                                                     
Matt Maher
God slow me down
I'm like a river running
Pressed to the ground
I feel it overcoming
I'm on my knees
I'm incomplete
This is a great unknown
Love is a long and narrow road
Come chase this heart of stone
I need a future not my own
Your spirit groans
Where all my words are ceasing
Can't do this alone
Lord help my unbelieving
My poverty
I'm incomplete
This is a great unknown
Love is a long and narrow road
Come chase this heart of stone
I need a future not my own
Not my own
We see the start but You see the end
We see in part but Your love sees everything
We plant the seeds but You make them grow
We're building a house, You're building a home
This is the great unknown
Love is a long and narrow road
Come chase this heart of stone
I need a future not my own
This world is not my home
I still have miles and miles to go
Come break this heart of stone
I need a future not my own

SOMOS PROFETAS DE UN FUTURO QUE NO ES NUESTRO-ORACION MONSEÑOR ROMERO
Recordando a Monseñor Romero – Una oración
De vez en cuando, dar un paso atrás nos ayuda
a tomar una perspectiva mejor.

El Reino no sólo está más allá de nuestros esfuerzos,
sino incluso más allá de nuestra visión.

Durante nuestra vida, sólo realizamos una minúscula parte
de esa magnífica empresa que es la obra de Dios.

Nada de lo que hacemos está acabado,
lo que significa que el Reino está siempre ante nosotros.

Ninguna declaración dice todo lo que podría decirse.
Ninguna oración puede expresar plenamente nuestra fe.

Ninguna confesión trae la perfección,
ninguna visita pastoral trae la integridad.

Ningún programa realiza la misión de la Iglesia.
En ningún esquema de metas y objetivos se incluye todo.

Esto es lo que intentamos hacer:
plantamos semillas que un día crecerán;
regamos semillas ya plantadas,
sabiendo que son promesa de futuro.

Sentamos bases que necesitarán un mayor desarrollo.
Los efectos de la levadura que proporcionamos
van más allá de nuestras posibilidades.

No podemos hacerlo todo y, al darnos cuenta de ello, sentimos una cierta liberación.
Ella nos capacita a hacer algo, y a hacerlo muy bien.

Puede que sea incompleto, pero es un principio,
un paso en el camino,
una ocasión para que entre la gracia del Señor y haga el resto.

Es posible que no veamos nunca los resultados finales,
pero ésa es la diferencia entre el jefe de obras y el albañil. 

Somos albañiles, no jefes de obra, ministros, no el Mesías.
Somos profetas de un futuro que no es nuestro. Amen.

S. E. Mons. Óscar Romero