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sábado, 25 de junio de 2016

Encuentro ecuménico, en directo desde Armenia

Conoces a la “monja del rock”

Hermana Kelly Patricia
No estoy solo


"No estoy solo" es el nombre de la canción y la monja que toca la guitarra con el efecto de distorsión es la hermana Kelly de Patricia, la conocida religiosa brasileña para composiciones musicales que unen la poesía y los escritos de los grandes místicos católicos.

La canción habla del papel de Ángel de la guarda, que, según la tradición Judeo-cristiana, está a cargo de un Dios cuya misión es proteger y llevar a cada ser humano para que no se desvía de la voluntad de Dios.


"Aquí estoy no solo porque en la vida de exilio Ángel de la guarda Guía mis pasos," dice la primera estrofa de la canción.


La letra poética y característica profunda, autor de hermana Kelly, quien adoptó una forma más "suave" a lo largo de su carrera, ganaron aún más fuerza a la audaz propuesta de transmitir la fe a través del ritmo que hace que la cabeza de los jóvenes: rock ' n ' roll.


Desde 2010, el fundador de la Hesed de Instituto religioso, la ciudad de Fortaleza, adoptado el género de música rock de sus dos últimos discos: 'búsqueda de Dios' (2010) y 'hijos de la luz' (2013). . El objetivo, dice, es atraer a la juventud que esta lejos de Dios.


Francisco: «el amor concreto es la tarjeta de presentación del cristiano»

VATICAN INSIDER  25 JUNIO, 2016

Es el amor concreto «la tarjeta de presentación del cristiano». «Otras formas de presentarse son engañosas e incluso inútiles, porque todos conocerán que somos sus discípulos si nos amamos unos a otros». Papa Francisco se dirigió de esta manera a la comunidad católica armenia, en la ciudad de Gyumri, en donde los católicos son más numerosos y que se encuentra en una región que se vio devastada por un violento terremoto en 1988. Y pronunció palabras que van a lo esencial del testimonio de los cristianos. 

Francisco quiso visitar esta ciudad, a pocos kilómetros de la frontera, cerrada, con Turquía. Lo recibió una multitud de miles de personas, que durante la mañana se cubrían del sol con sombrillas. Hay grupos que llegaron desde Georgia, país que al que el Pontífice viajará en septiembre de este año. Entre todos los católicos que había, también estaban los fieles de la Iglesia apostólica, que en esta ciudad viven una disminución demográfica, después del terremoto de 1988, cuando fallecieron alrededor de 250.000 personas. La vida dura en casas improvisadas y las dificultades para reconstruir el tejido social provocaron que la población pasara de 222.000 habitantes registrados durante el censo soviético de 1984 a poco más de 210.000 en la actualidad. El Papa entró en procesión al lado del Catholicos Karekin II, llevando una mitra blanca con la cruz armenia. 

En su homilía, Bergoglio recordó el temblor que destruyó la que era la ciudad más industrializada del país: «Después de la terrible devastación del terremoto, estamos hoy aquí para dar gracias a Dios por todo lo que ha sido reconstruido. Pero también podríamos preguntarnos: ¿Qué es lo que el Señor quiere que construyamos hoy en la vida?, y ante todo: ¿Sobre qué cimiento quiere que construyamos nuestras vidas?». El Papa respondió proponiendo tres «bases». La primera es la memoria: «Una gracia que tenemos que pedir es la de saber recuperar la memoria, la memoria de lo que el Señor ha hecho en nosotros y por nosotros». Dios «nos ha elegido, amado, llamado y perdonado». Pero también hay otra memoria que debemos custodiar, la memoria del pueblo. «Los pueblos, en efecto, tienen una memoria, como las personas. Y la memoria de su pueblo es muy antigua y valiosa. En sus voces resuenan la de los santos sabios del pasado; en sus palabras se oye el eco del que ha creado su alfabeto con el fin de anunciar la Palabra de Dios». Francisco después invitó a los armenios a recordar «con gratitud que la fe cristiana se ha convertido en el aliento de su pueblo» y que lo ha sostenido incluso en las «tremendas adversidades». 

La segunda base es la fe. «Existe siempre un peligro que puede ensombrecer la luz de la fe: es la tentación de considerarla como algo del pasado, como algo importante, pero perteneciente a otra época, como si la fe fuera un libro miniado para conservar en un museo». Pero si se queda encerrada en los «anales de la historia, la fe pierde su fuerza transformadora, su intensa belleza, su apertura positiva a todos. La fe, en cambio –explicó el Papa–, nace y renace en el encuentro vivificante con Jesús, en la experiencia de su misericordia que ilumina todas las situaciones de la vida». «Nos vendrá bien –añadió– dejar que el encuentro con la ternura del Señor ilumine el corazón de alegría: una alegría más fuerte que la tristeza, una alegría que resiste incluso ante el dolor, transformándose en paz». 

Después de haber invitado a los jóvenes a descubrir su vocación a responder generosamente en el caso de una llamada, Francisco habló sobre la tercera base sobre la que hay que construir nuestras vidas: el amor misericordioso. «El amor concreto es la tarjeta de presentación del cristiano: otras formas de presentarse son engañosas e incluso inútiles, porque todos conocerán que somos sus discípulos si nos amamos unos a otros. Estamos llamados ante todo a construir y reconstruir, sin desfallecer, caminos de comunión, a construir puentes de unión y superar las barreras que separan. Que los creyentes den siempre ejemplo, colaborando entre ellos con respeto mutuo y con diálogo».  

Dios, explicó Bergoglio, «habita en el corazón del que ama; Dios habita donde se ama, especialmente donde se atiende, con fuerza y compasión, a los débiles y a los pobres. Hay mucha necesidad de esto: se necesitan cristianos que no se dejen abatir por el cansancio y no se desanimen ante la adversidad, sino que estén disponibles y abiertos, dispuestos a servir; se necesitan hombres de buena voluntad, que con hechos y no sólo con palabras ayuden a los hermanos y hermanas en dificultad; se necesitan sociedades más justas, en las que cada uno tenga una vida digna y ante todo un trabajo justamente retribuido». 

Al final, Francisco citó al gran santo armenio Gregorio de Narek, «un maestro de vida, porque nos enseña que lo más importante es reconocerse necesitados de misericordia y después, frente a la miseria y las heridas que vemos, no encerrarnos en nosotros mismos, sino abrirnos con sinceridad y confianza al Señor». El Papa añadió antes de concluir: «Quisiera saludar a quienes, con tanta generosidad y amor concreto, ayudan a los que se tienen necesidades. Pienso sobre todo en el hospital de Ashtosk, inaugurado hace 25 años y conocido como el “Hospital del Papa”: nacido del corazón de san Juan Pablo II». 

¿Cuándo una propuesta espiritual está "en el buen camino"?

5 criterios para distinguir la verdadera espiritualidad cristiana


1) Continuidad

La Iglesia tiene un tesoro precioso: la tradición milenaria que brota de la sabiduría y la experiencia de generaciones de creyentes y santos, abiertos a Cristo y a la acción de su Espíritu. El primer criterio de comprobación de la espiritualidad cristiana consiste, por tanto, en el respeto sabio de un depósito de verdad de valor inestimable. Quien quiera archivarlo, declararlo superado, haciéndose ilusiones de llevar a cabo una refundación de la fe, no puede sino salirse del camino correcto.

2) Paz

Entre las palabras más importantes de Jesús – casi un testamento – están las que el celebrante repite en cada eucaristía: “mi paz les dejo, mi paz les doy”. La espiritualidad cristiana, si se entiende rectamente, conduce a esta perspectiva; de lo contrario produce desorden e inquietud. Por lo demás, el diablo es la inquietud infinita, y no sorprende que busque producir confusión en la conciencia de los fieles.

3) Alegría

Un tercer criterio es el que Jesús enuncia en el evangelio de Juan: “les he dicho estas cosas para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría sea plena”. La espiritualidad que enseña Cristo hace emerger la alegría: no superficial, como la que no supera el tiempo de un evento contingente; sino la alegría arraigada en la confianza indestructible en Jesús, en el hecho de que la gracia nos otorgará lo que deseamos de verdad.

4) Profundidad

El cuarto criterio es la profundidad. Hay una coincidencia significativa entre la psicología más fiable y la fe. Para ambas la vida es un camino; o, por decirlo con Jung – el padre de la psicología analítica – es un proceso de individuación, gracias al cual se pasa de la personalidad superficial (el Yo) a esa más profunda (el Si). La verdadera espiritualidad no se contenta con una acción externa (la Iglesia como organización, realidad cultural o asistencial), sino que exige una confrontación continua con las raíces de la vida, que tienden a Dios.

5) Definitividad

El último criterio de comprobación es la apertura explícita y concreta al infinito. El hombre y la mujer no pueden saciarse con algo que sea menos que el Todo. Esto significa que vivirán siempre de entereza e integridad, empezando por una fe declinada en todos sus elementos: como doctrina y como práxis, como realidad teológica y al mismo tiempo pastoral, hecha de sentimiento e inteligencia, de cuerpo y de espíritu. Solo así la persona podrá abrirse al Todo de Dios, en el que se accede a la vida llamada eterna, pero que sería mejor llamar definitiva, porque el Señor la comunica desde ahora.

Francisco en el Memorial del «Gran Mal»

«nunca más tragedias como esta»

 VATICAN INSIDER  25 JUNIO, 2016

Aquí, en la «colina de las golondrinas», el tiempo parece haberse detenido. El mausoleo, el Muro de la Memoria y las estrellas de la Armenia renacida expresan el dolor de un pueblo que ha sufrido una tragedia, «un genocidio», como afirmó ayer Papa Francisco frente a las autoridades del país, un millón y medio de personas exterminadas por los turcos. Un exterminio olvidado durante mucho tiempo y que sigue siendo negado, que representa todavía tensiones constantes con Turquía, quien se empeña en negar lo que sucedió al inicio de la Primera Guerra Mundial. Aquí, en el Tzitzernakaberd Memorial, en el mausoleo circular conformado por doce placas inclinadas de basalto (que representan el número de provincias que vivieron la violencia atroz), arde al aire libre la «Llama Eterna», en memoria de quienes perdieron la vida. Una memoria a la que todavía le cuesta muchos esfuerzos ser reconocida.

Bergoglio y el Catholicos Karekin II fueron recibidos por el presidente armenio y recorrieron a pie el último trayecto del camino que lleva al Memorial, en donde el Papa dejó una corona de flores, acompañado por un grupo de niños con carteles que representaban a los mártires de 1915. Fue conmovedor el canto del himno del «Hrashapar bakuzmamp», que, hablando sobre las víctimas, afirma: «Imágenes auténticas del Ángel de Dios, que guiadas a la masacre, fueron sacrificadas como corderos inmaculados, que estaban frente a los verdugos inflamados por un ímpetu irracional, sin embargo no abrieron sus bocas, ni para renegar al Señor, ni la patria. Señor, santo y verdadero, hasta cuando no juzgues y no exijas justicia de la causa de nuestra sangre».

Papa Francisco conoce muy bien la historia de Armenia y los sufrimientos de su pueblo. En el discurso que pronunció ayer, viernes 23 de junio, ante las autoridades políticas del país, recordó el «Metz Yeghérn», el «Gran Mal», expresión que utilizan los mismos armenios para referirse al genocidio. Un evento, según dijo Bergoglio, «azotó a su pueblo y causó la muerte de una gran multitud de personas. Aquella tragedia, aquel genocidio, por desgracia, inauguró la triste lista de las terribles catástrofes del siglo pasado, causadas por aberrantes motivos raciales, ideológicos o religiosos, que cegaron la mente de los verdugos hasta el punto de proponerse como objetivo la aniquilación de poblaciones enteras».

La oración de intercesión en el memorial de Tzitzernakaberd es un signo elocuente de cercanía y de participación del dolor del pueblo armenio. El Papa rezó en italiano con estas palabras: «Escúchanos, Señor, y ten piedad, expía y limpia nuestros pecados».

A lo largo del recorrido, el Pontífice bendijo y regó un árbol que quedará en el lugar como recuerdo de su visita. Estaban presentes, en la terraza, unos diez descendientes de armenios perseguidos, que en su momento fueron alojados y salvados en Castel Gandolfo por Papa Benedicto XV. Papa Francisco también firmó el libro de visitas del Memorial, en el que escribió el siguiente mensaje: «Aquí rezo, con dolor en el corazón, para que nunca más haya tragedias como esta, para que la humanidad no olvide y sepa vencer con el bien el mal; que Dios conceda al amado pueblo armenio y al mundo entero paz y consolación. Que Dios custodie la memoria del pueblo armenio. La memoria no debe licuarse ni olvidarse, la memoria es fuente de paz y de futuro».

Hace poco más de un año, Francisco quiso celebrar el centenario aniversario del genocidio con una misa en San Pedro. Hoy fijó su mirada, en silencio, sobre la «Llama Eterna». Rezando y recordando.

Si volvemos a leer la homilía y el mensaje que entregó al pueblo armenio al final de la liturgia de abril de 2015, durante la conmemoración del centenario, nos damos cuenta de que, en la óptica del Obispo de Roma, reconocer el exterminio de 1915 no tiene nada que ver con ninguna reivindicación o con la voluntad de culpabilizar a Turquía en su conjunto por los hechos que sucedieron hace un siglo.

Al responder a una pregunta sobre el genocidio armenio durante el vuelo de regreso a Roma de Estambul, al final de su viaje a Turquía en noviembre de 2014, Papa Bergoglio usó palabras de aliento para referirse a ese primer reconocimiento de la tragedia armenia que había hecho el presidente turco: «El gobierno turco hizo un gesto, el año pasado: el entonces primer ministro ministro Erdo?an escribió una carta en esta fecha; una carta que algunos consideraron demasiado débil, pero fue, según mi opinión, grande o pequeño, no lo sé, un tender la mano. Y esto siempre es positivo. Yo puedo tender la mano así o puedo tender la mano así, esperando a ver qué me dice el otro para no quedarme incómodo. Y esto es positivo, lo que hizo entonces el primer ministro».

Los primeros asesinatos del «Metz Yeghérn» comenzaron entre el 23 y el 24 de abril de 1915: fueron arrestados los miembros de la élite armenia de Constantinopla. La operación, orquestada por el Imperio Otomano, continuó durante los días que siguieron. En un mes, más de mil intelectuales armenios (periodistas, escritores, poetar y parlamentarios) fueron deportados hacia el interior de Anatolia. Después llegaron las deportaciones y los exterminios de masa, con la población principalmente compuesta por viejos, mujeres y niños obligados a las «marchas de la muerte» hacia la región de Deir ez Zor en Siria: cientos de personas murieron debido al hambre, a las enfermedades, al cansancio o fueron asesinadas a lo largo del camino.