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lunes, 3 de abril de 2017

Comprender que todo está impregnado de Su presencia

orar con el corazon abierto
Hace unos días al escuchar esta frase del Génesis mi corazón se turbó por completo: «Y Dios hizo pasar un viento sobre la tierra y disminuyeron las aguas».
¿Cómo una frase tan simple puede turbar un corazón humano? Porque en ocasiones la tribulación me inunda. Las aguas de mi vida no están siempre en calma. Se levantan olas bravías envalentonadas por el viento. Y uno se siente perdido mar adentro entre tan devastadora tormenta y siendo salpicado por tanta lluvia de dolor. Experimentas esa desoladora fuerza del espíritu roto. Esas aguas que te ahogan y que te demuestran que uno no está avezado en el siempre complejo arte de la navegación. Pero Dios sopla suavemente para calmar la tempestad. Lanza sobre la tierra un viento pausado y hace que las aguas disminuyan. Lo hace así porque es consciente de la fragilidad de uno, de sus ineptitudes y sus incapacidades. Entonces comprendes que ese desvarío solo puede manejarlo Él en quien pones toda tu confianza.
Y comprendes que todo, absolutamente todo, lo que uno experimenta, vive y le rodea está impregnado de su presencia. Que es necesario sentir el aliento de Dios y comprender lo que Él quiere mostrarte.
El corazón se turba pero todo está sellado por su presencia, y es necesario abrir los ojos salpicados del salitre marino y comprender lo que Él quiere mostrarte. Sabes que Dios no reposa en las tranquilas aguas de un mar en calma, que también se encuentra en lugares hostiles, en lugares poco transitados o en zonas agrestes. Que te hace pasar por zonas inundadas de zarzas, en desiertos secos y sombríos, donde la incertidumbre es ley.
Lo hermoso de la fe es que te permite comprender que cuando las aguas disminuyen y se calman surge un gran arco iris multicolor que conforta el corazón y sosiega el alma. Es el signo de las promesas de Dios que se hacen eco en la vida de cada uno. Escuchas la voz del Padre y la tempestad queda en calma, los temores desaparecen, las palabras sanan, las flaquezas se convierten en fortaleza y las incertidumbres en esperanza. Y te sientes en sus manos rebosantes de amor y misericordia completamente libre de ataduras.
La clave es la confianza. La espera paciente. La fe firme. Y cuando observas al Espíritu sobrevolar los cielos todo es más claro. Con Dios todo lo puedo, con el Hijo cargo la Cruz y con el Espíritu me sostengo.
¡Señor, haz que todo se silencie en mi interior para escuchar la fuerza de tu palabra y así serenar mi espíritu cuando las tempestades hagan presencia en mi vida! ¡Señor, tu sabes cuántas situaciones de angustia, de incomprensión, de crisis económica o familiar, en la comunidad, de enfriamiento de mi compromiso cristiano, de caídas, de fracasos en mi tarea evangelizadora, de tener la sensación de ir a la deriva, de no comprender tus silencios! ¡Tu me interpelas, Señor, por mi falta de fe! ¡Sí, Señor, mi fe se tambalea a veces por lo que sucede en el exterior y, sobre todo, por mi fragilidad personal! ¡Lo que me impide acoger el evangelio es mi cobardía! ¡Que no me de miedo atender tus llamadas, Señor, y abrirme con fe a tu persona y comprender que tu sabes vivir en la tempestad y en la bonanza! ¡Espíritu Santo, ayúdame a buscar la calma en medio de tantas preocupaciones, incertidumbres y miedos! ¡Ayúdame, Espíritu de Dios, a saber vivir en la confianza! ¡Concédeme la fuerza interior para soportar los golpes de la vida, los fracasos, los vacíos, las incoherencias, la falta de sentido y todo aquello que dificulta mi vida de fe! ¡No permitas que jamás el miedo me invada porque los temores hace que me vuelva pequeño y nos mire hacia mi interior, sino sólo ver las tempestades que hay en mi interior!
Protégeme Dios mío que me refugio en ti:

domingo, 2 de abril de 2017

El regalo

Si un día al despertar, encontraras al lado de tu cama un lindo paquete envuelto con sumo esmero, lo abrirías, incluso antes de lavarte el rostro, con curiosad de ver lo que hay dentro.
Tal vez hubiese dentro algo que no te guste. Entonces lo guardarías pensando qué hacer con aquel regalo.
Pero si al siguiente día recibes otra caja igual y encuentras algo que te gusta mucho (un recuerdo de alguien distante, un rico perfume, o un ramo de flores de alguien que se acordó de ti) lo disfrutarías.
En realidad, esto ocurre diariamente, pero no lo percibimos. Todos los días al despertar, tenemos frente a nosotros una caja con un regalo enviado por Dios. Se trata de un día entero para usarlo de la mejor manera posible.
A veces, viene lleno de problemas: cosas que no conseguimos resolver, tristezas, decepciones, lágrimas. Pero otras veces viene lleno de sorpresas, alegrías, victorias y conquistas.
Lo más importante es que todos los días, Dios envuelve con todo cariño para nosotros, mientras dormimos, nuestro regalo: El día siguiente.
Él acerca nuestros días, con cintas de colores, sin importar lo que esté por venir.
Ese día, cuando despertamos, recibimos el regalo de Dios para nosotros. No siempre nos regala Él lo que queremos o esperamos. Pero Él siempre nos manda lo mejor que precisamos, que es de lo que merecemos .
Abre tu regalo todos los dias, agradeciendo primero a quien te lo envio, sin importar lo que viene dentro de la caja. Sin duda Él no se engaña en la remesa de los paquetes. Si no vino hoy lo que esperabas, permanece a la espera.
Ábrelo mañana con más cariño, pues en cualquier momento, los sueños y planes de Dios llegarán para ti envueltos en el regalo.
Dios no atiende nuestras voluntades, sino nuestras necesidades.
Que tengas un día con bendiciones y sientas la presencia de Dios, y que Su regalo te traiga mucha paz, cercanía con Dios y sabiduría sobre lo mucho que todavia tenemos que aprender de Él y por Él.

sábado, 1 de abril de 2017

El gran tesoro de mi corazón

Tengo auténtica sed de amor, necesidad de entregarme, de darlo todo por Cristo. Si es así, ¿cual debe ser entonces mi deseo en la vida? Tratar de agradar en la medida de mis posibilidades a Jesús, y unido espiritual y humanamente a Él, a Dios. En este sentido, ahora que camino hacia la Pascua, siento algo que me llena de consuelo. En esta unión con el Señor, Jesús nunca me pedirá que le sacrifique. Me podrá pedir cualquier otra cosa. Me podrá exigir que acepte el sufrimiento, que renuncie a cosas que son importantes para mi, que me haga pequeño en los éxitos y sumiso en los fracasos, que no abandone en la tribulación, que sirva a los demás, que haga más apostolado... pero nunca que le sacrifique. Jesús espera de mi todo y desea ardientemente concedérmelo.

Por eso comprendo que debo vivir siempre con el propósito de agradar a Jesús, el gran tesoro de mi corazón. Con independencia del plan que Dios tenga pensado para mi, del camino que deba seguir según su voluntad, tanto en los momentos de consolación como de sufrimiento, debo siempre agradar a Jesús. Y hacerlo porque Él es la razón que vivifica mi alma. Jesús es la razón de todo, sin Él nada es posible. Él mismo es consciente. Y espera. Espera con paciencia infinita. Y para agradar a Jesús solo he de poner mis pocos medios, ofrecerle mi buena voluntad y dar lo mejor de mi. El resto llegará por añadidura. Y esto lo puedo hacer siempre, incluso en los momentos de mayor desolación personal o espiritual. Jesús es tan bueno y misericordioso que no pide nada más porque Cristo nunca pide imposibles. Cristo pide que haga lo posible por seguirle, que de el todo por hacer el bien, que viva en la verdad y en integridad las virtudes cristianas incluso en entornos de indiferencia u hostilidad. Tan simple y complicado lo hago siempre.

¡Señor, seguir tu camino puede parecer difícil, pero es más sencillo de lo que parece porque solo hay que hacer tu justicia y vivir con coherencia cristiana! ¡Ayúdame entonces a ser consecuente, Señor! ¡Señor, tu no me pides imposibles sino que haga lo imposible por dar el todo por todo por hacer el bien, por vivir en la verdad, por vivir las virtudes cristianas y ser luz! ¡Ayúdame, Señor, a ser consecuente con esto! ¡Tu me pides, Señor, que sea transparente, que mis palabras estén acordes con mis hechos, que mis pensamientos estén acordes con mi corazón, que no utilice dobles discursos según el ambiente en que me encuentre, caminar con la verdad aunque implique sufrimientos y duela denunciando el mal y proveyendo de amor! ¡Señor, sé que soy un pecador y que necesito tu perdón sanador! ¡Creo, Señor, que moriste por mis pecados en la Cruz y resucitaste al tercer día para darme vida nueva! ¡Sé, Señor, que tu eres el único camino que me lleva hacia Dios! ¡Cambia, Señor, mi vida con la fuerza de tu Espíritu y enséñame a conocerte mejor para irradiarte a los demás!
Spem in Alium de Thomas Tallis, muy adecuada a la meditación de hoy:

¿Entender o aceptar el misterio de la Cruz?

orar-con-el-corazon-abierto
Me decía enojado un amigo que está pasando un mal momento personal y profesional que no le hable de la Cruz. Todo porque le comentaba que no hay que entender sino aceptar el misterio de la Cruz. Que a mi no me asusta la Cruz. Que hay que pedirle al Señor en la oración que nos permita entender la paradoja del gozo de la Cruz.
Comprendo que una sociedad –o una persona– que no tenga a Dios como referente desprecie el misterio de la Cruz. Ninguna lógica humana puede comprender que en manos de Cristo el sufrimiento queda dinamitado por completo. Por eso cuesta tanto aceptar la Cruz en nuestra vida. ¿Y cómo vencer ese miedo a la Cruz? Aceptándola de manera generosa, en las luchas y caídas cotidianas; en la aceptación de aquellos imprevistos que llevan al traste todos nuestros proyectos; dando gracias por los fracasos que nos enseñan a levantarnos y a mejorar; aceptando con serenidad las dificultades económicas que nos permiten entender el valor de lo material; santificando los problemas profesionales y laborales, dando gracias por tener trabajo; realizando con alegría aquellas tareas que tanto nos cuestan; renunciando a nuestro yo y aparcando la soberbia para poner a los demás por delante; soportando las incomprensiones y las humillaciones de terceros; sufriendo la enfermedad con entereza; no quejándonos por cualquier cosa, más al contrario sonriendo siempre con espíritu generoso; ofreciendo nuestras caídas constantes para aprender de lo equivocado… Todos estos pasos son una semilla de intensa fecundidad apostólica. En la Cruz está la perfección de la santidad.
El problema es nuestra propensión a convertirnos en dioses en minúsculas. Por eso no comprendemos la Cruz. ¿Cuántas veces he pensado yo que todo lo que tenía era producto de mis propios méritos? ¿Cuántas veces he querido construir mi mundo y mis seguridades con mis propias fuerzas sin comprender que todo era un regalo que venía de Dios? ¿Qué me enseña, por tanto, la Cruz? Que me tengo que vaciar del orgullo, de la vanidad, de la vanagloria, de la suficiencia, del engreimiento para llenarme de la misericordia, del amor y de la caridad de Dios. Sólo así seré capaz de amar a los demás, darme a los demás y comprender la realidad de mi vida. Autoafirmándome a mi mismo sólo encuentro una felicidad artificial. Saliendo de mi mismo me entrego al amor. Un cristianismo que no tenga como raíz el esfuerzo y el sufrimiento es un cristianismo sin Cruz.

¡Señor, que no me acostumbre a verte crucificado! ¡Que no me canse de adorar y besar la Cruz de cada día! ¡Señor, ayúdame a ponerme a los pies de Tu Cruz para abandonarme enteramente a Ti y confiar en que Tu me darás siempre lo que es mejor para mi! ¡María, Madre, ayúdame a contemplar el misterio inefable de la Cruz! ¡Te ofrezco, Señor, mi cruz de cada día! ¡Cuando lleguen, Señor, esos momentos de Cruz que tanto me cuesta aceptar que sea capaz de ofrecértelos con amor! ¡Ayúdame, Señor, a no rebelarme, a no quejarme, a no protestar, a no agitarme ni perturbarme! ¡Ayúdame a penetrar en los secretos de tu corazón doliente, Señor, para corresponder en mi limitada vida cotidiana a tu fidelidad y a tu amor!

viernes, 31 de marzo de 2017

Esas cosas que tanto me molestan

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El individualismo —primo hermano del «ser» soberbio— se va impregnando cada vez más en nuestros corazones. En el seno de las familias. De la comunidad. De los ambientes laborales. De la vida social. Y aunque no nos damos cuenta las personas nos vamos acomodando a nuestro yo convirtiendo todo lo que nos rodea en secundario porque lo que nos interesa es lo nuestro.
Así, nos molesta mucho que organicen nuestro tiempo porque lo hemos programado para hacer otra actividad. Nos fastidia cuando queremos hacer las cosas a nuestra manera y tenemos que someternos a los dictados y a las sugerencias de otros que nos parecen menos valiosas que las nuestras. Nos produce un profundo malestar cuando alguien habla de cosas que desconoce o de las que no tiene el más mínimo conocimiento porque nosotros si sabemos de lo que hablamos. Nos provoca una profunda desazón cuando nos cambian de improviso los planes o no podemos controlar las cosas o las situaciones. Nos descorazona cuando nuestro orgullo y amor propio queda herido. Juzgamos a este y aquel por lo que hace, dice y piensa que tanto difiere de nuestra manera de hacer, decir y pensar.
En definitiva, si las cosas no son como yo las quiero, las he pensado, las tengo organizadas o las digo me siento molesto. Y ahí surge el orgullo que nos acompaña.
Estas situaciones son tan comunes en nuestra vida que uno se plantea si realmente se producen porque uno no es capaz de amar con esa fuerza y esa plenitud que tiene el amor cristiano. Cuando esto sucede lo más conveniente es pedirle al Espíritu Santo luz para que derrame sobre nosotros la gracia de su amor, la sabiduría y la inteligencia para llenar y transformar nuestro corazón y convertirnos en auténticos apóstoles del amor de Dios. Con esta perspectiva es mucho más sencillo tener paz en el corazón y ver las cosas ajenas con una perspectiva diferente, con mayor sencillez y humildad. A la luz del Espíritu lo que nos molesta de los demás se puede convertir en un mirarnos a nosotros mismos y comprender que el egoísmo nos ciega y nos limita el horizonte de los demás; la humildad es la que abre el camino a la caridad en detalles sencillos, prácticos y concretos de entrega y de servicio.
La soberbia infecta por completo cualquier esfera de la vida. Es como un cáncer interior. Donde se pasea un soberbio todo acaba finalmente malherido: la familia, los círculos de amistad, el ambiente laboral, la comunidad parroquial...
Le pido hoy al Señor que me permita ser siempre una persona humilde que cuando observe algo malo en mi vida sea capaz de corregirlo por mucho dolor interior que produzca. No ser alguien soberbio porque quien lo es no acepta nunca o no es capaz de ver los defectos personales y siempre magnifica los ajenos. ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre y poner un candado a la soberbia para que no entre en mi corazón!

¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Ayúdame a olvidarme de mi mismo, a que todo gire en torno a mí, ya sé que es difícil alcanzar este nivel, porque casi siempre vivo pensando en mí mismo, dándole vueltas a todos esos problemas que jalonan mi vida! ¡Tú, Señor, puedes ayudarme, para que no le no coja regusto a las lamentaciones de mis sufrimientos! ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Señor, ayúdame a superar el pensar demasiado en mi mismo, a darle demasiada importancia a los problemas, a relativizar las cosas y a darles su justo grado! ¡Que sea, Señor, capaz de seguirte e imitarte siempre! ¡Ayúdame a darme siempre para vivir la caridad y vivir de amor y superar el yo como eje de todos mis pensamientos! ¡Señor, examina mi corazón y revélame cualquier orgullo que se albergue allí para que ningún pecado me interfiera en mi relación contigo y con los demás, para que el orgullo o la soberbia lo endurezcan más! ¡Ayúdame a conocerme mejor y muéstrame siempre el camino de la humildad que, en definitiva, es el camino de la verdad! ¡Hazme ver, Señor, mis pecados y ayúdame a valorar siempre lo bueno de los demás y a valorarlo para mejorar cada día!
«Hazme como Tú, Jesús» es nuestra canción de hoy: