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miércoles, 5 de abril de 2017

Los labios y los pies de Judas

orar con el corazon abierto
Me viene esta mañana una escena que recoge un momento álgido en la vida de Cristo horas antes de la Pasión. Profundamente conmovido, Jesús exclama: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar». Uno se imagina la perplejidad de los apóstoles allí reunidos ante estas palabras en cierto modo enigmáticas. A continuación, mojó el pan y se lo dio a Judas. Y, este, con los pies limpios pues Cristo se había humillado ante él como signo de servicio, salió para rematar esa traición que bullía desde hace tiempo en su corazón.

Nos acordamos de los labios de Judas porque es a través de la palabra como vende al Señor. Son sus labios los que le besan y desatan su detención. Son sus palabras postreras las que tratan de deshacer el daño causado ante el Sanedrín. Los labios de Judas me provocan desconcierto, desazón e incomodidad porque ponen en evidencia que mis labios también besan de manera infame y pronuncian palabras que hieren y traicionan a los demás.
Pero olvido con frecuencia los pies de Judas. Esos pies cansados de tanto caminar acompañando al Señor en jornadas extenuantes por Palestina pero que Cristo lavó con la misma ternura y amor que hizo con Pedro y el resto de los discípulos. Los mismos pies que, de manera delicada y amorosa, Cristo secó con el paño de la amistad, de la humildad y de la servidumbre. Esos pies de Judas, tocados con delicadeza por Jesús, los contemplo como un símbolo extraordinario de redención, ese lavar las manchas del pecado que uno experimenta cuando camina por el mundo y que necesita con tanta frecuencia una limpieza general. Es una limpieza de salvación, purificación y redención.
Mientras le lavaba los pies a Judas el Señor sabía cuál iba a ser el destino de su discípulo. Y como siempre en Él respetó su libertad. Es el misterio impresionante de la libertad del hombre. Mientras le secaba los pies, Cristo aceptaba lo sucio y lo desagradable de Judas pero, en su infinita misericordia, perdonaba la elección equivocada de aquel discípulo al que tanto amaba.
Se que Cristo también me lava los pies en la figura de los apóstoles. Y me deja actuar con plena libertad. Pero también borra mis pecados desde el trono de la Cruz y me ofrece su Espíritu, para que viva en mí a través del lavamiento del agua por la palabra, para caminar hacia la santidad. Y este lavatorio es continuo porque continua es también mi necesidad de vivir limpio de toda mancha de pecado. Salvación o perdición. Mientras sientes como Cristo te lava los pies tu interior ha de ir tomando su propia decisión.

¡Señor, lávame los pies para caminar siempre puro y limpio y ser digno de Ti! ¡Señor, Judas te traicionó y es el símbolo viviente de quien errando le mantienes tu amor incondicional! ¡Señor, que aprenda a que cuando me lavas los pies y me los secas con profundo amor y misericordia sepa revisar mi vida, mis comportamientos, mis actitudes respecto a los demás para no llevar mi vida hacia el mal y hacia la senda equivocada! ¡Ayúdame, Señor, con los pies limpios a caminar hacia la santidad, sin pisotear los sentimientos ajenos, sin llenarme de egoísmo y de soberbia, actuando con gratitud, apelando a la ternura, sin utilizar la palabra para dañar, sin desviarme del sendero correcto, sin romper las amistades, sin resquebrajar las confianzas con el prójimo! ¡Señor, cuando derrames sobre mis pies el agua tibia de tu misericordia, ayúdame a orar siempre con el corazón abierto hacia Ti para acoger tu amor y saberlo darlo a los demás y mientras secas mis pies cansados que mi corazón experimente un profundo arrepentimiento por tantas traiciones que cometo contra tí y contra los demás! ¡Salvación o perdición: Señor opto por la primera opción pero envía tu Espíritu para hacerme más fácil mi camino de cruz!
Lava mis pies, es la canción que propongo hoy para acompañar esta meditación:

martes, 4 de abril de 2017

Parte de una impresionante obra de amor

orar con el corazon abierto
Dios me piensa. Cristo me piensa. El Espíritu Santo me piensa. Mi existencia está impregnada por estos tres pensamientos divinos. Existimos por el pensamiento amoroso del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡Es posible sentirse más agraciado, feliz y emocionado!
En estos días de Cuaresma uno siente especialmente que existe por el pensamiento amoroso de Cristo. Como ser humano formo parte de esa impresionante obra de amor que es la redención. Todo hombre es como esa pieza musical que entona un himno sublime de amor que Cristo, el Dios hecho Hombre, canta al Padre Creador.
Me siento parte de esa cantata de amor que Cristo entona bellamente. Y siento como Jesús se sirve de mi pequeñez, de mis imperfecciones, de mi fragilidad y también de mi entrega a Él para amar más al Padre en la tierra.
Y en este tiempo que uno se analiza más profundamente, que va más hacia el interior, tratando de enmendar lo que no ha sido corregido durante el año anterior, que es consciente de que son muchas las manchas de pecado que ensucian el traje de su vida, a los ojos de Dios soy visto con un amor inmenso expresión de su enorme gratuidad.

¡Padre bueno, quiero darte las gracias, en el nombre de Jesús, por todas tus bendiciones que me llenan de paz y de alegría! ¡Gracias por los infinitos dones de tu gran misericordia, por esos momentos llenos de luz en que los que siento la alegría de tu presencia! ¡Gracias por todo lo bueno, lo verdadero, lo agradable, lo bueno que acontece en mi vida: el cariño de mis hijos, la amistad de tantos, el perdón, las apoyos recibidos, los abrazos, la oración cotidiana, el esfuerzo compartido, la esperanza... son muchas cosas que me acercan a Ti! ¡Gracias también por las dificultades que me toca afrontar, los problemas que surgen y los sufrimientos que me toca padecer que me unen a Ti porque son para mi bien! ¡Gracias porque soy consciente de que ordenas todas las cosas para mi bien,  que todo lo que me ocurre es permitido por ti... y eso me hace fijar mis ojos en Ti como signo de la enorme confianza que tengo en tu fidelidad y en tu gracia! ¡Te pido, Padre, que por la gracia del Espíritu me concedas un corazón siempre agradecido y que aprenda a darte gracias incluso en aquellos momentos que mi corazón sufra y la tribulación me invada con el único fin de que mi acción de gracias se convierta para mi en un glorioso camino de bendición! ¡Hazme, Padre, testimonio vivo del poder inmenso de tu amor en mi pobre vida!

lunes, 3 de abril de 2017

Allí está Él, orando con uno

orar con el corazon abierto
Ayer domingo una persona que está en un proceso de caminar pausadamente hacia la fe me decía que no encontraba palabras para hablar con Dios. «¿Sabes rezar el Padrenuestro, el Avemaría, el Gloria? ¿Puedes coger la Biblia y recitar un salmo?»; «Sí», responde con una sonrisa. «Pídele que te enseñe a orar como hizo con los apóstoles e, incluso, puedes lanzar al vuelo una jaculatoria: «Te amo, Señor, con toda mi humildad y mi pequeñez porque no se rezar», cualquier frase que te salga del corazón sirve -le digo-, pero no lo hagas a toda prisa sino poniendo todo tu amor, tu entrega, tu pobreza, tu fragilidad, tu desnudez. Eso lo toma el Señor con la mayor de las alegrías porque esa es la más auténtica de las oraciones».
Se lo digo porque lo pienso. Se lo recomiendo porque lo siento. Una frase sencilla pronunciada desde el corazón abierto es un encuentro íntimo entre uno y el Señor. Y en ese santuario íntimo que es el corazón de cada persona cuando se profiere una jaculatoria dicha con amor Dios fija allí su morada. Allí está Él, orando con uno.
Cristo habita en lo más profundo de nuestro corazón. Solo por eso, nuestra vida debería ser en cada palabra, en cada gesto, en cada pensamiento, en cada sentimiento… una oración auténtica impregnada de amor.

 Y hoy, mi oración, son sucintas jaculatorias al Señor que impregnadas de amor y paz interior y dichas desde el corazón llegan al Corazón de Cristo:
¡Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío! ¡Sagrado Corazón de Jesús, perdóname y se mi Rey! ¡Corazón de Jesús, que te ame y te haga amar! ¡Corazón divino de Jesús, hazme santo! Dulce corazón de Jesús, haz que te ame siempre más y más! ¡Sagrado Corazón de Jesús, protege mi familia! ¡Sea por siempre bendito y adorado Cristo, Nuestro Señor Sacramentado, Nuestro Rey por los siglos de los siglos! ¡Te alabo y te doy gracias en cada instante y momento, Buen Jesús! ¡Viva Jesús en mi corazón por siempre! ¡Viva Cristo Rey! ¡Te adoro ¡oh Cristo!, y te bendigo porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo! ¡Buen Jesús, amigo de los niños, bendice a mis hijos y a los niños de todo el mundo! ¡Buen Jesús, me uno a ti de todo corazón! ¡Señor eres mi pastor, nada me puede faltar! ¡Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo! ¡Por ti, Jesús, vivo; por ti, Jesús, muero; tuyo soy, Jesús, en vida y en muerte! ¡Señor, auméntame la fe! ¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo! ¡Creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad! ¡Jesús Dios mío, te amo sobre todas las cosas! ¡Jesús, ten misericordia de mi que soy un miserable pecador!

Seguimos caminando por la Cuaresma acompañados de música bellísima; hoy con el responsorio Ecce Quomodo Moritur Justus (He aquí como muere el Justo) de Jacob Handl (1550-1591) compuedto para el Sábado Santo:

Comprender que todo está impregnado de Su presencia

orar con el corazon abierto
Hace unos días al escuchar esta frase del Génesis mi corazón se turbó por completo: «Y Dios hizo pasar un viento sobre la tierra y disminuyeron las aguas».
¿Cómo una frase tan simple puede turbar un corazón humano? Porque en ocasiones la tribulación me inunda. Las aguas de mi vida no están siempre en calma. Se levantan olas bravías envalentonadas por el viento. Y uno se siente perdido mar adentro entre tan devastadora tormenta y siendo salpicado por tanta lluvia de dolor. Experimentas esa desoladora fuerza del espíritu roto. Esas aguas que te ahogan y que te demuestran que uno no está avezado en el siempre complejo arte de la navegación. Pero Dios sopla suavemente para calmar la tempestad. Lanza sobre la tierra un viento pausado y hace que las aguas disminuyan. Lo hace así porque es consciente de la fragilidad de uno, de sus ineptitudes y sus incapacidades. Entonces comprendes que ese desvarío solo puede manejarlo Él en quien pones toda tu confianza.
Y comprendes que todo, absolutamente todo, lo que uno experimenta, vive y le rodea está impregnado de su presencia. Que es necesario sentir el aliento de Dios y comprender lo que Él quiere mostrarte.
El corazón se turba pero todo está sellado por su presencia, y es necesario abrir los ojos salpicados del salitre marino y comprender lo que Él quiere mostrarte. Sabes que Dios no reposa en las tranquilas aguas de un mar en calma, que también se encuentra en lugares hostiles, en lugares poco transitados o en zonas agrestes. Que te hace pasar por zonas inundadas de zarzas, en desiertos secos y sombríos, donde la incertidumbre es ley.
Lo hermoso de la fe es que te permite comprender que cuando las aguas disminuyen y se calman surge un gran arco iris multicolor que conforta el corazón y sosiega el alma. Es el signo de las promesas de Dios que se hacen eco en la vida de cada uno. Escuchas la voz del Padre y la tempestad queda en calma, los temores desaparecen, las palabras sanan, las flaquezas se convierten en fortaleza y las incertidumbres en esperanza. Y te sientes en sus manos rebosantes de amor y misericordia completamente libre de ataduras.
La clave es la confianza. La espera paciente. La fe firme. Y cuando observas al Espíritu sobrevolar los cielos todo es más claro. Con Dios todo lo puedo, con el Hijo cargo la Cruz y con el Espíritu me sostengo.
¡Señor, haz que todo se silencie en mi interior para escuchar la fuerza de tu palabra y así serenar mi espíritu cuando las tempestades hagan presencia en mi vida! ¡Señor, tu sabes cuántas situaciones de angustia, de incomprensión, de crisis económica o familiar, en la comunidad, de enfriamiento de mi compromiso cristiano, de caídas, de fracasos en mi tarea evangelizadora, de tener la sensación de ir a la deriva, de no comprender tus silencios! ¡Tu me interpelas, Señor, por mi falta de fe! ¡Sí, Señor, mi fe se tambalea a veces por lo que sucede en el exterior y, sobre todo, por mi fragilidad personal! ¡Lo que me impide acoger el evangelio es mi cobardía! ¡Que no me de miedo atender tus llamadas, Señor, y abrirme con fe a tu persona y comprender que tu sabes vivir en la tempestad y en la bonanza! ¡Espíritu Santo, ayúdame a buscar la calma en medio de tantas preocupaciones, incertidumbres y miedos! ¡Ayúdame, Espíritu de Dios, a saber vivir en la confianza! ¡Concédeme la fuerza interior para soportar los golpes de la vida, los fracasos, los vacíos, las incoherencias, la falta de sentido y todo aquello que dificulta mi vida de fe! ¡No permitas que jamás el miedo me invada porque los temores hace que me vuelva pequeño y nos mire hacia mi interior, sino sólo ver las tempestades que hay en mi interior!
Protégeme Dios mío que me refugio en ti:

domingo, 2 de abril de 2017

El regalo

Si un día al despertar, encontraras al lado de tu cama un lindo paquete envuelto con sumo esmero, lo abrirías, incluso antes de lavarte el rostro, con curiosad de ver lo que hay dentro.
Tal vez hubiese dentro algo que no te guste. Entonces lo guardarías pensando qué hacer con aquel regalo.
Pero si al siguiente día recibes otra caja igual y encuentras algo que te gusta mucho (un recuerdo de alguien distante, un rico perfume, o un ramo de flores de alguien que se acordó de ti) lo disfrutarías.
En realidad, esto ocurre diariamente, pero no lo percibimos. Todos los días al despertar, tenemos frente a nosotros una caja con un regalo enviado por Dios. Se trata de un día entero para usarlo de la mejor manera posible.
A veces, viene lleno de problemas: cosas que no conseguimos resolver, tristezas, decepciones, lágrimas. Pero otras veces viene lleno de sorpresas, alegrías, victorias y conquistas.
Lo más importante es que todos los días, Dios envuelve con todo cariño para nosotros, mientras dormimos, nuestro regalo: El día siguiente.
Él acerca nuestros días, con cintas de colores, sin importar lo que esté por venir.
Ese día, cuando despertamos, recibimos el regalo de Dios para nosotros. No siempre nos regala Él lo que queremos o esperamos. Pero Él siempre nos manda lo mejor que precisamos, que es de lo que merecemos .
Abre tu regalo todos los dias, agradeciendo primero a quien te lo envio, sin importar lo que viene dentro de la caja. Sin duda Él no se engaña en la remesa de los paquetes. Si no vino hoy lo que esperabas, permanece a la espera.
Ábrelo mañana con más cariño, pues en cualquier momento, los sueños y planes de Dios llegarán para ti envueltos en el regalo.
Dios no atiende nuestras voluntades, sino nuestras necesidades.
Que tengas un día con bendiciones y sientas la presencia de Dios, y que Su regalo te traiga mucha paz, cercanía con Dios y sabiduría sobre lo mucho que todavia tenemos que aprender de Él y por Él.