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miércoles, 12 de julio de 2017

El secreto de la felicidad

http;// desdedios.blogspot.com
Cierto mercader envió a su hijo con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el secreto de la felicidad. El joven anduvo durante cuarenta días por el desierto, hasta que llegó a un hermoso castillo, en lo alto de la montaña. Allí vivía el sabio que buscaba.
Sin embargo, en vez de encontrar a un hombre santo, nuestro joven entró en una sala y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y salían, personas conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba melodías suaves y una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella región del mundo.
El sabio conversaba con todos, y el joven tuvo que esperar dos horas para que lo atendiera.
El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le dijo que en aquel momento no tenía tiempo de explicarle el secreto de la felicidad. Le sugirió que diese un paseo por su palacio y volviese dos horas más tarde.
-Pero quiero pedirte un favor- añadió el sabio entregándole una cucharita de té en la que dejó caer dos gotas de aceite-. Mientras caminas, lleva esta cucharita y cuida que el aceite no se derrame.
El joven comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio manteniendo siempre los ojos fijos en la cuchara. Pasadas las dos horas, retornó a la presencia del sabio.
¿Qué tal?- preguntó el sabio- ¿Viste los tapices de Persia que hay en mi comedor? ¿Viste el jardín que el Maestro de los Jardineros tardó diez años en crear? ¿Reparaste en los bellos pergaminos de mi biblioteca?
El joven avergonzado, confesó que no había visto nada. Su única preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el Sabio le había confiado.
Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo -dijo el Sabio-. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa.
Ya más tranquilo, el joven tomó nuevamente la cuchara y volvió a pasear por el palacio, esta vez mirando con atención todas las obras de arte que adornaban el techo y las paredes.
Vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza de las flores, el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar.
De regreso a la presencia del Sabio, le relató detalladamente todo lo que había visto.
¿Pero dónde están las dos gotas de aceite que te confié? -preguntó el Sabio-.
El joven miró la cuchara y se dio cuenta de que las había derramado.
Pues éste es el único consejo que puedo darte - le dijo el más Sabio de todos los Sabios-.
El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara.
El secreto de la felicidad está en saber disfrutar de los grandes placeres de la vida sin olvidar las pequeñas cosas que tenemos a nuestro alcance.

No dejarse inflar por el orgullo

Desde Dios
¡Con cuanta frecuencia los halagos, los parabienes, las alabanzas, los reconocimientos... obnubilan nuestro amor propio y nos dejamos engañar por la mentira de la soberbia! En estas circunstancias nos sentimos «como dioses» —de barro, en realidad— y pensamos que todo es magnífico porque los demás nos reconocen nuestros méritos humanos. Y así vamos transitando, sin ser auténticos de verdad, en esa búsqueda por agradar al prójimo y aceptando, si es menester, las medias verdades, la mentira, el juicio, las injusticias o la descalificación ajena. Todo por subirse al pedestal del aplauso.¡Cuantas veces nuestros valores y principios pueden quedar aparcados si eso detiene nuestras aspiraciones y objetivos o puede mermar nuestro prestigio o la valoración del prójimo! ¡Cuantas veces la laxitud engulle nuestra conciencia en aras del prestigio —siempre pasajero—!
¡Cuanto cuesta actuar a imitación de Cristo por razón de nuestro orgullo, nuestra soberbia o nuestra autocomplacencia! Si uno sigue el ejemplo del Señor aprende que a Cristo no le importaban ni las lisonjas ni los aplausos sino la actitud siempre revestida de humildad. Por aquí pasa la santidad del hombre, en el despojo del yo, de la capacidad para aceptar el olvido de la gente, de la renuncia a ser aplaudido, a ser preferido a otros, a ser consultado, a ser aceptado, a ser infravalorado, a no temer ser humillado, ni reprendido, ni calumniado, ni olvidado, ni puesto en ridículo; todo se convierte en una gran ocasión para la conversión interior y para la salvación del alma.
¡Cuánto cuesta también actuar a imitación de María, cuyos gestos estuvieron siempre impregnados de la simplicidad y la humildad y que siendo la escogida de Dios pasó inadvertida a los ojos de los poderosos de su tiempo! María, la Madre, la «llena de gracia» por obra del Espíritu Santo, sabiendo que había sido elegida por Dios en lugar de buscar el reconocimiento humano buscó siempre la mirada de Dios y actuó conforme a la voluntad divina guardando todas las cosas en su corazón.
Jesús y María, ejemplos dignos de que uno tiene que transitar por la vida según los designios y las medidas de Dios evitando los aplausos y las lisonjas humanas, tan perecederas como volátiles, que inflan el orgullo y hacen estéril cualquier apostolado.

¡Señor, soy consciente de que la mayoría de los males de este mundo proceden de la soberbia, de pensar que los hombres estamos por encima de ti y de que ponemos todos nuestros criterios por encima de tu voluntad! ¡Ayúdame, Jesús, a ser humilde de corazón y A alejar la soberbia de mi vida y que no haya apariencias sino verdad! ¡Concédeme la gracia de aceptar siempre los desprecios, las humillaciones, las soledades Y todo aquello que me hace más pequeño con alegría y no con resignación y dolor! ¡en estos casos, Jesús, recuérdame que tú estás más cerca de mi! ¡Señor, ayúdame por medio de tu Santo Espíritu a alejar la soberbia de mi corazón, porque no quiero parecerme al príncipe del mal que tenía inoculado corazón el pecado de soberbia! ¡Señor, ayúdame a no dejarme vencer por los halagos, los aplausos, las alabanzas...! ¡Ayúdame a ser humilde de verdad y aceptar la corrección de los demás! ¡Señor, que sepa ver siempre en los desprecios ajenos el secreto oculto de la felicidad porque haciéndome consciente de mi fragilidad y de mi pequeñez puedo sentirme más cerca de ti! ¡Te doy gracias, Señor, porque acoges con tus manos la humildad del hombre, acoge te lo suplico mi pequeñez y mi miseria y haz de ella un don!
Levántate, cantamos con Marcos Witt:

«Entras porque eres bienvenido»

orar con el corazon abierto
Hace unos años, coincidiendo con el final del Ramadán, una familia musulmana instalada en mi ciudad me invitó a cenar a su casa. En el portal de su hogar se puede leer esta inscripción: «Entras porque eres bienvenido». Uno le abre la puerta a quién desea y la cierra al exterior para evitar cualquier pequeña amenaza. Detrás de la puerta de un hogar con la llave puesta uno siente la seguridad de la vida. Yo también quiero decirle al Señor: «Entras (en mi corazón) porque eres bienvenido». De hecho Él ya llama todos los días a mi puerta, si yo no estoy pendiente de otras cosas y escucho su voz le abro. Entonces entra porque se siente bienvenido.

Cuando mi corazón está más cerrado, coincidiendo con las horas del día repletas de actividad, sin dejarle un hueco al Señor, me resulta vivir esa comunión íntima con Cristo. Vivo embriagado por las cosas mundanas y no soy capaz de disfrutar de las caricias de su amor.
Cuando Cristo llama suavemente —porque así es como actúa siempre— al corazón es, simplemente, porque anhela mantener conmigo una comunión íntima y desea compartir la contraseña que da acceso a esa unión personal con Dios. Pero eso es imposible si no soy capaz de abrirle de par en par la puerta de mi corazón.
Una vez acogido, sintiéndose cómodo y atendido, convertirá mi corazón en su morada permanente. Junto a Él traerá consigo el avío de su Espíritu que llegará repleto de sus santos dones.  Y, una vez abierta esa puerta, trataré de que no dejarle marchar.
El Señor sabe que mi corazón es como una posada donde se han instalado huéspedes de todo tipo y condición; desde la soberbia al orgullo, desde la vanidad a la autocomplacencia, desde el mal carácter a la falta de caridad… Y, aunque no tenga mucha reputación, olvido con frecuencia que la forma elegida por Dios para tocar la puerta de mi corazón es por medio del poder persuasivo del Espíritu Santo que es el que da vida a mi vida. La compañía del Espíritu Santo permite ver que lo bueno se sienta como algo más atractivo y las tentaciones menos eficaces. Esta razón basta para decirse el cambio interior, procurar se digno templo del Espíritu y tener siempre al Señor en el corazón.

¡Señor, sé que tocas con frecuencia a la puerta de mi corazón y no te abro! ¡Luego me arrepiento, Señor, y Tú sabes que lo anhelo profundamente para que me llenes de tu amor, de tu misericordia, de tu bondad y de tu poder! ¡Concédeme la gracia, Espíritu Santo, de ser dócil a esta llamada generosa! ¡Señor, tu recuerdas «Estoy a la puerta y llamo, si alguno escucha mi voz y abre la puerta entraré a él»! ¡Esta es una llamada también a apreciar las cosas celestiales y a no dejarme embaucar y embriagar por las cosas mundanas! ¡Hoy, Señor, quiero abrirte la puerta y disfrutar de tu dulce compañía para que me traigas más serenidad interior, más paz, más amor y, fundamentalmente, la salvación que tanto anhelo! ¡Hazme una persona más orante, Espíritu Santo, porque cuando no oro le cierro la puerta de mi corazón al Señor! ¡Te doy gracias, Señor, por esta llamada, porque me ofreces la oportunidad de comenzar de nuevo y, a pesar de mi condición de pecador, merezco tu amor y tu compasión! ¡Concédeme la gracia de tener una fe firme que ponga en Ti toda mi confianza sabedor que Tú responderás a mi llamada y actuarás en el momento que más lo necesite! ¡Acudo a Ti, Señor, para que me llenes de Tu paz y de tu amor! ¡Que mi corazón esté abierto a tu llamada, que sea siempre bueno y dócil, que no deje espacio para el egoísmo y la cerrazón! ¡Dame, en definitiva, Señor, un corazón compasivo como el tuyo para que te puedas sentir cómodo en él!
Como la brisa, una bella canción para complementar la oración de hoy:

Dios existe

Muchas personas dudan de la existencia de Dios porque ven mucho sufrimiento en el mundo, mucho dolor, muchos enfermos, niños abandonados, etc. Creen que si existiera Dios, no permitiría estas cosas. Sobre este tema, les propongo leer el siguiente relato:

Desde Dios
Un hombre fue a una barbería a cortarse el pelo y recortarse la barba. Como es costumbre en estos casos, entabló una amena conversación con la persona que le atendía.
Hablaban de muchas cosas y tocaron varios temas. De pronto, hablaron de Dios. El barbero dijo:
Fíjese caballero, que yo no creo que Dios exista, como usted dice...
- Pero, ¿por qué dice usted eso? - preguntó el cliente.
- Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe, o dígame, acaso si Dios existiera, ¿habrían tantos enfermos?, ¿habría niños abandonados?. Si Dios existiera, no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad. Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas.
El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión. El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio. Nada más salir de la barbería, observó en la calle a un hombre con la barba y el cabello largo. Al parecer, hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía muy desarreglado.
Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero:
- ¿Sabe una cosa? los barberos no existen...
- ¿Cómo que no existen? - preguntó el barbero - Si aquí estoy yo, y soy barbero.
- ¡No! - dijo el cliente - No existen porque si existieran no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle.
- Ahh, los barberos sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen hacia mí.
- ¡Exacto! - dijo el cliente - ese es el punto, Dios sí existe, lo que pasa es que las personas no van hacia Él y no le buscan, por eso hay tanto dolor y miseria...

martes, 11 de julio de 2017

Sentir el susurro De Dios

Desde Dios
Por la noche, cuando todos están acostados, me siento en las piedras para contemplar la oscuridad de la noche y contemplar las estrellas. Se vislumbraba una luna tenue y serena, suficiente para iluminar el ambiente.
Durante una hora aproximada de soledad, disfrutas de un silencio embriagador. Un tiempo en que te quedas únicamente con lo esencial: tu y el Señor acompañado del canto de los grillos, el vuelo alterado de un murciélago o el relampagueo de una estrella fugaz...
Levanté la mirada a la inmensidad del firmamento y traté de ir contando las estrellas. A mí, sobre todo, me gusta contemplar la luna. La luna tiene una hermosura especial, ilumina la tierra con su blanco anacarado. Su luz reina sobre las tinieblas de la noche. Es como la linterna de Dios para que éste vea al hombre en su descanso.
Contemplando la luna sentí de manera especial el susurro de Dios, acompañando a mi soledad buscada, a la luz de la luna. De hecho, la luna siempre presenta su cara cercana familiar a los habitantes de la tierra.
Pensaba lo lejana que está la luna, a la distancia de una mirada, y tan cerca está Dios en una simple oración, en un gesto de amor, en alguna palabra de consuelo, en un abrazo de perdón... Dios se pasea soberano en nuestros sentimientos.
En esa quietud puedes preguntarte por qué tantas veces llegas a vivir agitado, atribulado, perdido, nervioso, tenso... si siempre tienes a Dios a tu lado. Y en esa noche que todo es oscuro y que la luna ilumina puedes ver la luz suave de Dios haciéndose presente en tu vida.
Puede parecer poesía, pero para ser iluminado por la luz del sol, es necesario pasar también por los tiempos de oscuridad que son los que fortalecen la fe, te amarran a la verdad y te alejan de la esclavitud de lo intrascendente.
En esa hora de contemplación de la noche, de la presencia infinita de Dios en las alturas, bajo el sigilo sereno de la luna lejana tuve tiempo de mirar a mi propio corazón y asombrarme porque siendo pequeño y miserable Él ilumina mi interior y me engrandece como persona.

¡Qué bondadoso y misericordioso eres conmigo, mi Dios! ¡Me acerco a ti con un agradecimiento profundo que sale desde el corazón abierto por tu gran bondad, amor y misericordia! ¡Ante tu presencia no puedo más que mostrar mi gratitud y te doy gracias por esa fidelidad que tienes conmigo y que no merezco porque yo te soy infiel muchas veces! ¡Señor, no permitas que me angustie por mis necesidades y sufrimientos, que los presente en la oración para que sea tu acción prominente la que los resuelva según tu voluntad! ¡Señor, tengo el firme propósito de comprometerme contigo, que todas mis acciones se conviertan en una acción de gracias hacia ti que sé que tantas veces el enemigo actúe para que me aleje de tu cercanía; a no hablar más que para honrarte, darte gracias o hablar bien de los demás buscando siempre lo positivo de las cosas! ¡Señor, gracias te doy por ese amor infinito que has tenido con nosotros al enviar a tu Hijo a morir por nuestros pecados! ¡Señor, te doy infinitas gracias porque me haces contigo un triunfador, me multiplicas los recursos que has puesto en mis manos, porque me otorgas sabiduría y revelación, porque me perdonas y me consuelas, porque me proteges de mis enemigos y de la tentación, porque tu favor me da esperanza y vida, porque escuchas mis oraciones aunque a veces yo pienso que no me escuchas! ¡Por mi familia, por mis amigos, por mis compañeros de comunidad, por todo esto, Señor, gracias!
Escuchamos para acompañar el texto la Sonata Claro de Luna de Beethoven: