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martes, 6 de febrero de 2018

Cristiano de salario mínimo

Desde DiosFernando, además de una excelente persona y un cristiano comprometido, es un buen amigo. Lo conocí hace unos meses y, desde entonces, hemos compartido experiencias hermosas y gratificantes en torno a la fe. La noche del pasado lunes regresábamos juntos en coche y al despedirme de él, después de una conversación sobre algo que a él le preocupaba, bajó del coche diciendo algo que me invita a la meditación: «…soy un cristiano de salario mínimo». Se refería a que mientras hay personas que tienen el carisma de transmitir la fe, que sobresalen en la Iglesia, que tienen el don de la intercesión, etc., él es alguien sencillo sin cosas extraordinarias que mostrar y al que las cosas tal vez le cuestan más que a otros pero todo con un gran amor a Dios.
Y yo pienso, ¿que es ser un «cristiano de salario mínimo»? Es el que permite, en su sencillez, que Dios entre en su alma; el que no le cierra la puerta de un portazo a consecuencia de su egoísmo. Un poco como le sucedió a María; Dios pudo entrar en su corazón gracias a su docilidad y su sencillez. Ser «cristiano de salario mínimo» implica ofrecer con alegría el corazón a Dios para que pueda obrar a través de uno.
Ese «cristiano de salario mínimo» supone abrir su corazón a los que te rodean, tratando de perdonar ⎯algo no siempre sencillo, pero eso nos pasa a todos⎯ y de comprender las miserias ajenas.
Ser «cristiano de salario mínimo» implica también tener siempre la mente abierta para dejarse interpelar por Dios; sin complicarse la vida con razonamientos estériles y aceptando la voluntad divina.
El «cristiano de salario mínimo» es aquel que no es soberbio ni egoísta, que no se deja vencer ni por el desaliento ni por el tremendismo, tan de boga en nuestro mundo actual, que aborrece el pesimismo y lucha contra el inconformismo. Es el que busca la claridad de Dios en su vida.
El «cristiano de salario mínimo» tiene la mente siempre abierta al bien, al encuentro con el hermano, a la Palabra de Dios, a los acontecimientos que le suceden en la vida, a aceptar las opiniones y los juicios ajenos sin tratar de imponer los propios.
Ser «cristiano de salario mínimo» es esforzarse siempre en cumplir la voluntad de Dios, aceptar los planes que Él tiene pensado para uno, aparcar la propia voluntad y permitir el «hágase en mí según tu Palabra».
Ser «cristiano de salario mínimo» es aperturar los sentimientos propios y unirlos a los del hermano, del necesitado, del herido, del que busca, del enfermo. Con todo ello tiende su propia mano como si la tendiera el mismo Dios.
El «cristiano de salario mínimo» tiene una fe sencilla que es la fe más grande porque en todo ve el signo de la gracia de Dios por medio del Espíritu Santo.
Y, lo más importante, cuando uno se siente «cristiano de salario mínimo» es que cuenta con la virtud de la sencillez y de la humildad que nace del conocimiento propio. No hay que olvidar nunca que donde Cristo se encontraba más a gusto era con los mansos y humildes de corazón; es decir, con los sencillos, aquellos que mi amigo define muy bien como «cristianos de salario mínimo».
¡Señor, a mi también me gustaría ser un «cristiano de salario mínimo», alguien sencillo y humilde, que actúe sin dobleces, que se entregue siempre a los demás, que no es superficial, ni se deje llevar por el materialismo, que es sensible a las necesidades de los hermanos, que ama la pequeñez de las cosas de la vida, que es agradecido con los tantos obsequios que recibe cada día de Dios! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» capaz de aceptar siempre tu voluntad con confianza y esperanza plenas! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» que se maraville por la grandeza de tu amor y de tu misericordia! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» que desde la sencillez se aferre a la fe! ¡Señor, quisiera ser «cristiano de salario mínimo» que no se apegue a lo material y a lo mundano de la vida! ¡Señor, quisiera ser «cristiano de salario mínimo» para desde la sencillez y la humildad te abra siempre el corazón y se lo abra también al prójimo sin odios, ni rencores, sin juicios ni críticas! ¡Señor, quisiera ser «cristiano de salario mínimo» para tener siempre un corazón limpio abierto al amor, al perdón y a la misericordia! ¡Señor, quisiera ser un «cristiano de salario mínimo» porque lo que anhelo es la felicidad a tu lado y eso lo puedo conseguir desde la sencillez de mi vida!
Beati Quorum Via, hermosa canto a cappella para un encuentro con Dios:



En la escuela del dar




Desde DiosDar. Verbo de profunda intensidad. Es el verbo de la economía del amor. El verbo que te invita a salirte de ti mismo. El verbo que conjuga a las mil maravillas con tantas palabras en los que impera el lenguaje del corazón: entrega, solidaridad, donación, estima, generosidad, felicidad, perdón, acogida…
En los Evangelios existen varios preceptos que sintetizan el espíritu del verbo dar: «Dad y se os dará» o «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis».
Ahora, ¿En qué medida soy yo capaz de dar? ¿Soy generoso y magnánimo en la donación de mi tiempo, de mis bienes, de mi corazón, de mi escucha…? ¿Doy porque espero recibir algo a cambio? ¿Doy para que sepan que doy? ¿Doy desde el compromiso o desde el interés? Como siempre en la vida la naturaleza es sabia. Cuando el dar surge desde el corazón retorna la donación con sobreabundancia de dones.
Lo fundamental es saber dar. Setenta veces dar. Mil veces dar. Y no parar de dar…. porque en definitiva cuando das siempre recibes y aunque a veces lo que esperas es puramente material y humano en realidad lo que te proporciona es gracia en abundancia. ¡Y la gracia es la mayor riqueza que te puede enviar Dios!
 ¡Señor, hazme comprender siempre que en mi dar desde la generosidad y la gratuidad recibiré de ti en abundancia! ¡Concédeme la gracia, Señor, de ser generoso en todo momento y que la generosidad basada en el amor sea el signo de mi vida! ¡Concédeme la gracia, Señor, de ser generoso en el dar y hacerlo con amor, afecto, ternura y alegría! ¡Ayúdame, con la fuerza de tu Santo Espíritu, a poner siempre el corazón en cada gesto, en cada palabra, en cada acción! ¡Hazme comprender, Señor, que compartir no es sólo dar lo material sino que es dar mi tiempo, mi amor, mis atenciones, mis sentimientos! ¡Concédeme la gracia, Señor, de dejar de centrarme en mi mismo y aprender a darme a los demás, no dar lo que me sobra sino darme lo que soy aprovechando las cualidades y los dones que he recibido del Padre! ¡Ayúdame, Señor, con la gracia de tu Santo Espíritu, a estar atento a las necesidades del prójimo, a reconocer lo que falta y lo que necesita, a abrirme siempre a los demás y ser sensible a sus carencias! ¡Que mi entrega, Señor, esté basada en la solidaridad y no anteponga nunca mi propio beneficio! ¡Concédeme la gracia, Señor, de apartar mis comodidades e intereses personales y ponerme siempre al servicio de la comunidad! ¡Me abandono a Ti, Señor, para que me hagas instrumento de tu amor!
Siervo por amor, cantamos hoy:


Impregnar el tiempo de silencio

Desde DiosLas horas, los días, las semanas, los meses transcurren a una velocidad que sorprende. Con frecuencia te quedas sin tiempo para ti. Y para el Señor.
En los últimos tiempos por motivos profesionales me veo obligado a viajar con frecuencia a destinos muy alejados de mi residencia habitual. Horas interminables de avión en las que saboreo los tiempos silenciosos de Dios. Horas que te permiten, en la soledad del espacio, impregnarlo todo de silencio. Tiempos para sentir que Él viaja a mi lado, acompañándome en un encuentro de corazón a corazón. Tiempos largos de silencio para meditar un texto, impregnarlo y alimentarlo en el corazón. Grandes tiempos de gracia para un encuentro muy próximo con el Señor. Hay ocasiones que es una gran bendición ese encuentro en la alturas con el Amor.
Estos viajes de horas me han llevado a amar el silencio. En ese silencio que te lleva al encuentro con el Maestro. El silencio que te invita a mirar a Dios. El silencio que te enseña a acomodar los ojos de tu corazón al rostro misericordioso del Padre. Ese silencio que te permite valorar la grandeza de la creación pues en las alturas los reflejos de la belleza del Creador se hacen más claras. El silencio que te permite dar gracias por la grandeza de la vida. El que te permite discernir el valor las cosas obsequio del Creador, las huellas de su bondad infinita. El silencio que te ayuda a impregnarlo todo con la mirada del amor, origen y fin la historia personal de cada ser creado por Dios. El silencio que te ayuda a abrir el corazón para comprender los vacíos que hay en él, las puertas que se abren cuando todo parece no tener salida ni oportunidad. El silencio que te ayuda a vislumbrar en ti el verdadero rostro del Señor.
Él es quien te obsequia con la mirada interior de fe.
Llenarse del silencio me predispone a la oración, a reconocer la voz de Dios pues Él habla en el silencio y es necesario saberlo escuchar. Para mí los largos viajes en avión se convierten en un claustro simbólico, porque es ese espacio cerrado abierto hacia el cielo, en el que disfruto de horas de intimidad con Dios.
¡Gracias, Señor, por esos silencios que me regalas! ¡Tus silencios son, Señor, la respuesta a muchas de mis preguntas! ¡Son silencios de paz, Señor, y te los agradezco porque aminoran el ruido que me envuelve! ¡Señor, muchas veces comprendo mejor tus silencios que otras respuestas más sonoras que me ofreces! ¡Gracias, Señor, porque en tus respuestas silenciosas hay un amor muy grande! ¡Gracias, Señor, porque aunque no lo merezco y bien lo sabes me inundas de tu luz y de tus silencios! ¡Gracias por esa luz que se origina en tu presencia y gracias por esos silencios tan sublimes que se esconden en mi corazón miedoso! ¡Perdona, Señor, cuando tantas veces interpreto tus silencios como ausencias pero es por mi orgullo y mi soberbia que me ciegan el corazón y me cierran el alma a todo regalo de tu gracia! ¡Gracias, Señor, porque en tu silencio te haces presente en mi vida en cada instante! ¡Gracias, Señor, gracias por todos tus silencios llenos de amor y de misericordia!
El sonido del silencio, canción tan adecuada a la meditación de hoy:



¡Levántate y anda!

Desde DiosEn el día de ayer mi ánimo estaba apesadumbrado, cansado, fatigado por las luchas de la jornada. Hay días que el peso de los dificultades abruma. Entré a última hora en una iglesia, necesitaba descargar los fardos de los problemas que se habían ido acumulando con el paso de las horas. Sentí lo que aquel tullido que se encontró con Pedro y Juan en la oración de la hora nona en el templo. Sentado en la última fila de bancos, contemplé fijamente el sagrario. En los Hechos de los apóstoles, Pedro y Juan fijan los ojos en aquel enfermo y le dicen: «Míranos». El hombre espera recibir algo de ellos. Pero Pedro le recuerda que no tienen ni oro ni plata pero le puede ofrecer algo en nombre de Cristo. Y exclama gozoso: «Levántate y anda». En ese momento aquel tullido observa como sus miembros son restaurados, como su vida es transformada, como su corazón es transformado. Como toda su existencia es transformada radicalmente por el poder inmenso del Dios que todo lo puede. Y entra en el interior del templo lleno de alegría y de gozo alabando al Dios de la esperanza. No quería dejar de dar gracias al auténtico dador de aquel extraordinario obsequio que ha cambiado su futuro. Y, viéndome reflejado en ese hombre, por el poder que Dios ejerce en mi vida «me levanto y ando» y salgo de la iglesia descargando en Él los pesados fardos que me abruman. Le doy gracias al Padre de la misericordia pues soy consciente de que no siempre reconozco ese poder, ni acepto su infinito amor y sus gracias y todo lo que ello implica para mi vida. Y «ando» plenamente convencido de que mi día a día es un pequeño gran milagro del que no puedo más que estar agradecido. Que no me puedo acomodar en mis «yoes» y mis problemas porque sus prodigios en mi son reales y exigen de mi alabanza permanente. Cuando el ajetreo cotidiano y la monotonía del día a día te absorben, los ojos del corazón se nublan y te impiden ver con lucidez tantas gracias divinas derramadas en tu vida. Pero es en el silencio de la oración donde se enciende la luz que da claridad a las respuestas que el corazón espera. Allí es donde se siente el soplido suave del Espíritu que te señala el camino.
Las cargas cotidianas convierten al hombre en un ser tullido por las dificultades pero cada día hay un momento en que uno escucha ese esperanzador «¡levántate y anda!» que no es más que el clamor de Dios que, por medio del Espíritu Santo, te libera de los miedos interiores, te hace fuerte en las luchas cotidianas y te ofrece el impulso para afrontar lo que en la vida se vaya presentando. Todo lo que a uno le sucede es una ofrenda de amor y no puede dejar de alabar por ello al Padre exultante de alegría.
¡Señor, tengo la suerte de conocerte, de sentirte a mi lado, de conocer tus caminos, de intentar seguir tu voluntad, de seguir tus enseñanzas! ¡Señor, aunque el peso de las dificultades y los problemas me abruman, tengo la suerte de que por Ti mi vida tiene un sentido, una razón de ser, porque es tu mano la que me sostiene, es tu amor y tu misericordia los que me impulsan, el soplo del Espíritu el que me da la fortaleza! ¡Gracias, Señor, porque mi corazón siente tu cercanía! ¡Gracias, Señor, porque me invitas a levantarme y andar sin miedo, sin rendirme, sin perder la esperanza! ¡Te doy gracias, Señor, porque estás conmigo para lo que venga, sin perder la confianza en Ti! ¡Te alabo, Señor, porque entre tantos obstáculos me prodigas tu amor! ¡Te alabo, Señor, porque siento tu amor, me dices que ame a los demás y me prodigo en tu amor! ¡Te alabo, Señor, porque aunque tantas veces te olvido tu no me abandonas nunca! ¡Te alabo, Señor, porque en Ti todo es amor y misericordia y todo lo que haces en mi vida es una manifestación de tu amor! ¡Señor, tengo la suerte de amarte y de conocerte por eso te alabo porque no quiero desviarme del camino que me lleva hacia a Ti y desde Ti a los demás!
Levántate y anda, cantamos para perder los miedos y acogerse a la esperanza:


viernes, 19 de enero de 2018

¡Excusas!

Aves
Observo la gran capacidad que tenemos los hombres para poner excusas. Somos expertos en crear pretextos. Desde que se inventaron las excusas, parece que nadie queda mal. Pero no es así. En realidad, si somos honestos con nosotros mismos no deberían caber las excusas para dar excusas. El valor supremo es decir la verdad y asumir con todas las consecuencias la responsabilidad que se amaga detrás de cada excusa. Los pretextos están más cerca del (auto)engaño que del argumento pues tienen más que ver con la justificación subjetiva que con la razón objetiva. Lo negativo de vivir de excusas es que acabas quedándote sin argumentos.
Pero detrás de una excusa siempre hay el temor a ser juzgado, a sentirse desaprobado o reprendido, a no ser valorado, a no reconocer qué no hemos hecho lo que sabemos que teníamos que hacer. Existen, por otro lado, grandes de dosis de soberbia y amor propio en ese muro que uno levanta a su alrededor para evitar que el otro conozca nuestras imperfecciones. Hay asimismo cierta falta de madurez y de responsabilidad ante las propias acciones. Y, en algunos casos, también grandes dosis de estrés detrás de las excusas que formulamos.
Pero cuando eres capaz de reconocer tu error, cuando lo asumes desde la humildad, cuando eres capaz de disculparte por ello y evitas la excusa una gran sensación de libertad te invade interiormente. Desde la aceptación del error, asumiendo las consecuencias y el grado de responsabilidad tu propia imagen se enaltece.
Tenemos los seres humanos gran pavor a reconocer nuestras miserias y nuestros errores, nos causa desasosiego pedir perdón y disculparnos. Cuando el corazón se abre y se experimenta la agradable sensación de reconocer la verdad dejamos aparcado en nuestra vida el conformismo y la mediocridad. ¡No hay más claridad en uno que la autenticidad!
¡Señor, a imitación tuya concédeme la gracia de ser perfecto como nuestro Padre celestial es perfecto! ¡Concédeme la gracia, Señor, de vivir siempre buscando la perfección en cada instante de mi vida! ¡No permitas que me acomode en la indolencia y concédeme la humildad para que Tu que eres el ejemplo a seguir moldees mi vida! ¡Dame, Señor, por medio de tu Santo Espíritu la fe para que mis proyectos se sustentes en tu voluntad! ¡Ayúdame, Señor, a vivir para dar frutos, para ser testimonio de verdad, para trabajar en busca del bien y de la perfección! ¡No permitas que la tibieza ni la indolencia me venzan en ningún campo de mi vida y mucho menos en el espiritual que sustenta mi vida de piedad, personal, familiar o profesional! ¡No permitas que las dificultades y la contrariedades me venzan! ¡Que mi relación personal contigo, Señor, me sirva para crecer siempre a mejor, para llenarme continuamente de Ti y poder reflejar tu gloria! ¡Tú, Señor, me revelas cada día tu preciado plan orientado a vivir en la excelencia personal! ¡Que mi búsqueda de la perfección, Señor, sea vivir la plenitud de la vida en Ti! ¡Ayúdame a ser ejemplo de excelencia en mi entorno y no acomodarme en la indolencia! ¡Ayúdame, Señor, a vivir para obrar y actuar conforme a la verdad y cada vez que me equivoque tómame de la mano para que me vuelva a levantar y no dejar de crecer!
Toma tu lugar, cantamos hoy unidos al Señor: