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miércoles, 3 de agosto de 2016

¿Seré más feliz si soy más rico… o si soy más pobre?

Lo único que llevaré al cielo será lo que he dado, lo que he perdido por amor


Mi vida no depende de mis bienes. Ni mi felicidad, ni mi desgracia. Mi felicidad no puede depender de las circunstancias que vivo. Estoy convencido. Allí donde Dios me ponga puedo ser feliz. En las circunstancias que me toque vivir. Aunque no sea todo fácil y sencillo. Incluso si pierdo la fama. Incluso si no tengo todo el dinero que sueño, incluso si me quedo solo y pierdo a seres queridos. Incluso si soy víctima de una violencia injusta.

Jesús no dice que tenga que ser pobre para ser feliz. No dice que sea malo tener cosas. Sí dice que mi vida, la vida de verdad, no tiene nada que ver con las cosas que tengo. Mi tesoro es otro. Mi riqueza es otra.

Sé que cuando muera dejaré todo en la tierra excepto lo que he dado, lo que he amado. Lo único que llevaré al cielo será lo que he dado, lo que he perdido por amor a otros. Jesús me anima a ser libre de lo que tengo y también de lo que no tengo. Las dos cosas exigen libertad. No tener miedo a perder. No desear tener lo que no tengo.

Rudyard Kiplin hablaba del hombre íntegro así: “Si al encontrar el triunfo o el desastre, puedes tratar igualmente a esos dos impostores. Si puedes ver rotas las empresas a las cuales has dado tu vida, y bajarte después a reconstruirlas con las herramientas melladas. Si puedes poner en un momento todas tus ganancias y arriesgarlas a un golpe a cara o cruz, perder y volver a comenzar desde el principio sin jamás decir una palabra sobre tu pérdida. Entonces la tierra es tuya con todo lo que contiene, y lo que es más importante, serás hombre, hijo mío”.

Ese ideal es el mío. Ser libre. Vivir con lo que tengo, feliz, sin desear más, sin temer perder. Jesús me habla de esa libertad del corazón. Si me miro, ¿cuál es mi apego a los bienes? ¿Cuál es mi actitud?

Jesús me invita a vivir el hoy, a vivir en presente con pasión. Me invita a llenar la vida sin cuidarla demasiado para el futuro. Me ofrece darme hoy por entero sin guardar en grandes graneros. Ser generoso hoy, compartir hoy.

¡Cuántas veces en mi vida retraso cosas fundamentales por otras futuribles! Y pienso que cuando pase esto tan urgente entonces seré libre para lo importante. O cuando consiga lo que tanto deseo. O cuando suceda lo que sueño. Pero pasa el tiempo y nada de eso sucede.

Jesús me anima a vivir el hoy dándome del todo. Lo que tengo en mi vida es el hoy. Lo único seguro.

Me gusta mucho ver a Jesús en su camino en la tierra. Sin tantos planes. Abierto a lo que cada día el Padre le regala. Cada día la persona que se encuentra es su plan del día. Ser libre de tantos programas.

Lo miro caminando, comiendo, rezando. Viviendo de la providencia. Sin pedir más de lo que cada día recibe. Sin exigencias. Jesús no parece que tuviera ningún bien en la tierra. No tenía posesiones. Tenía el corazón abierto para dar, y también para recibir.

Jesús recibió comida y alojamiento durante toda su vida. El no tener tanto le hizo a Jesús libre para dar y para recibir. Jesús era amigo de pobres y de ricos. Los amaba igual. Algunos lo dejaron todo al conocerle a Él. Y vivieron como Él, la aventura de vivir sin saber lo que va a suceder hoy.

Otros compartieron sus bienes con Jesús, recibiéndolo en su casa. José de Arimatea le prestó su sepulcro.

Lo que cuenta en la vida es la manera de vivir. La manera de dar. No tanto tener o no tener. Hay personas que tienen mucho y dan mucho, y están abiertas a tener menos. No temen porque en su vida lo importante es otra cosa. Hacen felices a muchos. Ayudan y están pendientes de quien necesita algo. Saben optar siempre por los suyos, por estar con ellos, antes que dejarlos de lado preocupados por tener más.

Hay otras personas que tienen poco pero están amargadas, son codiciosas, exigen, quieren más. Hablan mucho de dinero, se quejan siempre. Pienso que a veces el no tener te puede hacer avaricioso. Otras veces sucede al revés.

Tener mucho encoge el corazón y no tener lo abre. La clave no es tener más o tener menos, sino vivirlo bien. ¿Quién es mi dueño? Miro mi corazón. ¿Cuál es mi apego a los bienes? ¿Cuáles son mis prioridades en la vida?

¿Opto por mi familia frente al trabajo? ¿Les dedico el tiempo mejor? ¿Dónde está mi gran tesoro? ¿Cuáles son mis tesoros en la vida? Los que no pasan. Mi herencia y mi vida. ¿Cómo es mi libertad frente a los planes, frente a las cosas, frente al trabajo?

Me gustaría pensar en mi libertad frente al móvil y el ordenador. Al llegar a casa, al estar con mi marido o con mi mujer, o con un amigo, o con mi novio. ¿Cuánto estoy pendiente del móvil? ¿Cuánto de ellos?

A veces les pido a los hijos lo que yo no cumplo. Y estoy con ellos mirando el móvil, contestando mensajes, sin estar de verdad. Ojalá también en estas vacaciones pueda disfrutar del tiempo que merece la pena. Pasear. Estar. Contemplar. Charlar. Aprender a perder el tiempo, sin medir. Nunca dejar de disfrutar y darlo todo hoy por almacenar para mañana.

El mañana es de Dios, se lo entregamos. El hoy lo tenemos para dar lo que tenemos, para agradecer. ¡Qué importante es agradecer! Compartir. Perder el tiempo sin creernos tan importantes. Estar con los nuestros.

Los tesoros de la vida no se miden, no se cuentan. No se guardan en graneros. Se entregan en la fuerza del amor y se guardan en el cielo.

Si, Dios dirige mi vida


Sentado ante el sagrario, en el silencio de una capilla, con el corazón y la esperanza abiertas, comprendes como Dios dirige mi vida y la hace de una manera sencilla, natural, imperceptible y se podría decir, incluso, que misteriosa. Es la fuerza de la gracia que me acompaña desde el día mismo de mi bautismo. Pero lo hace también con la fuerza purificadora de su Palabra, que puedo acoger en mi corazón en la lectura de la Biblia, en la escucha durante la Eucaristía… Y, también, lógicamente con las múltiples inspiraciones que el Espíritu Santo me envía para acogerlas en mi interior.
Esa manera de dirigir mi vida es imperceptible pero transita en mi a través de mi propia historia personal porque ningún acontecimiento, por pequeño sea, escapa a su Providencia divina. Todo lo que me sucede, incluso aquellas cosas negativas y el propio pecado —«¡Señor, ten piedad de mí que soy un pecador»— ha estado, está y estará previsto por Él. Dios no desea el mal para mí —aunque a veces sea difícil comprender las cosas duras que me suceden— pero Él no puede impedir que me equivoque, que tome caminos erróneos, que actúe de manera equívoca como tampoco impidió jamás a lo largo de la historia que nadie abusara de su libertad, el don más preciado que tiene el ser humano junto a la dignidad.
Sin embargo hoy, en el silencio de la oración, le puedo dar gracias porque es a través de su gracia como Él me ayuda, inspirado por el Espíritu Santo, a vencer el pecado. Miras tus propios actos y observas como tantas veces ha sido la fuerza del paráclito el que te ha iluminado de manera clarividente para comprender lo que has de cambiar después de esa caída; como te ha levantado de la fosa con una infinita misericordia cuando has caído en la inmundicia del pecado; como te ha puesto las mejores galas cuando, arrepentido de las faltas cometidas, te has convertido en el sacramento de la Reconciliación en el invitado principal de la fiesta donde Él te ha recibido con las manos abiertas.
Hoy, como tantos días, es hermoso darle gracias al Señor porque tiene la paciencia de esperarme con los brazos abiertos y el corazón lleno de gozo cuando mi soberbia o mi egoísmo le ha dado un portazo en las narices, cuando mi trato a los demás deja que desear, cuando me he llevado la herencia y la he malgastado en cosas inútiles, cuando mis acciones están faltas de caridad y de amor, cuando mi trabajo no está santificado… Tantas cosas alejadas de Él y que me impiden recordar que Cristo murió de manera ignominiosa por mí en una cruz para redimirme del pecado.
Dios por mí no puede hacer nada más. Él me pone los medios porque en el Calvario lo dejó todo ofrecido. Absolutamente todo. Desde el momento de la muerte de Jesús el cielo quedó abierto para todos. Y la fuerza del Espíritu se derramó para la santificación y actua de manera intensa con su gracia en mi corazón y en el corazón de todos los hombres. Es un honor inmenso, fruto de su amor.
Hoy, en esta oración silenciosa, ante su presencia, no puedo más que dar gracias y alabar al Señor de la vida y repetir la invitación que Cristo hizo a sus discípulos:: «convertíos y creed». Sí, Señor, con la ayuda del Espíritu Santo no puedo más que intentar mi conversión cotidiana y creer con firmeza con todo mi corazón y con toda mi alma.

¡Señor, quiero alabarte hoy y darte gracias! ¡Quiero celebrar tu gloria con gran alegría! ¡Quiero, Señor, alabar tu grandeza porque tu eres mi Dios, mi Señor, mi escudo y fortaleza! ¡Quiero celebrar que Tu reinas en mi corazón y eres mi soberano, que por tu gracia, que viene del Espíritu Santo, me guía cada uno de los días de mi vida! ¡Tres veces santo eres Tú, Señor! ¡Dios de las batallas de la vida! ¡Te alabo, Señor, mi corazón y mis labios te adoran con fervor y tan gracias por tantos dones recibidos! ¡Tu mano paternal, Señor, me guía! ¡Cada uno de mis pasos, Señor, son velados por Ti! ¡Son innumerables, Señor, los bienes que por Tú compasión recibo sin cesar cada día! ¡Inefable, Señor, es tu gracia divina es la que está siempre predispuesta a rescatar a los pecadores como yo! ¡Gracias, porque perdonando todos mis pecados Cristo me limpió en la cruz de mi maldad! ¡Gracias porque con su sangre me ha limpiado, su poder me ha salvado! ¡Y a ti, Espíritu Santo, te pido la inspiración para pensar siempre santamente, obrar santamente, amar santamente, actuar santamente, ayudar santamente, perdonar santamente, defender la verdad santamente! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, a no perder el camino de santidad que es el que me lleva cada día más cerca de Dios!

Espíritu de Dios, llena mi vida le cantamos hoy al Señor:

martes, 2 de agosto de 2016

Misericordia, indulgencia y perdón

Hoy se celebra la festividad de Nuestra Señora de los Ángeles, una fiesta vinculada a la orden franciscana, que evoca el encanto femenino de esta congregación fundada por san Francisco de Asís. Lleva directamente a la pureza de los orígenes de esta fundación del santo italiano que tiene a María como Madre y santa Clara como hermana. Coincide esta fiesta que san Francisco concibió para «enviar a todos al paraíso» con el Jubileo de la Misericordia propuesto por el Papa Francisco.
Es una fiesta del amor —conocida como la Porciúncula— pues en la capilla de Santa María de los Ángeles, construida sobre la Porciúncula, a pocos kilómetros de Asís, se asentó la primera comunidad franciscana y allí murió el poverello de Asís.
Un día como hoy todo católico puede obtener indulgencia plenaria en cualquier templo franciscano, para uno mismo o para un familiar o amigo vivo o fallecido que se desee. En los últimos años he tenido la fortuna de transmitir a mis seres más queridos este Perdón de Asís. La indulgencia plenaria consiste en el perdón de la pena que se paga por los pecados en el purgatorio pues en el cielo nadie entra con la mancha del pecado. Sabemos que después de la muerte existe un periodo de purificación y éste se vive en el purgatorio.
Las condiciones requeridas para la Indulgencia son la visita a de una iglesia franciscana, una catedral o una iglesia parroquial donde se reza un Padrenuestro y el Credo, símbolo de la fe; y debe uno confesarse, comulgar tras escuchar la Misa completa y rezar un Padrenuestro y un Avemaría por las intenciones del Santo Padre. Y, lógicamente, tener el deseo ferviente de desapegarse del pecado. Esas condiciones se pueden cumplir también unos días después aunque la comunión y la oración por el Papa se deba hacer en el día de hoy.
Esta festividad me emociona cada año. En primer lugar por el regalo que supone entregar la eternidad a un ser querido y porque me hace consciente que al reino de Dios sólo podré llegar por esa íntima renovación de mi corazón, de mi predisposición a la santidad, a la luz de la santidad y caridad de Dios. Me permite entender que nacido con la mancha del pecado Cristo me ha lavado en el bautismo y que debido a mi enfermedad, mi miseria y mi debilidad su amor me socorre otorgándome su indulgencia por medio de su santa Madre.
La indulgencia no es un camino sencillo sino un apoyo en el caminar cotidiano desde la humildad de la propia miseria, de la conciencia de la propia enfermedad y que me une con el cuerpo místico de Cristo. Siguiendo el ejemplo de san Francisco uno puede llenarse de gozo imitando esa profunda conversión del santo de Asís, tomando como ejemplo su vida auténticamente penitencial y esa perseverancia en la búsqueda de la santidad por medio del camino de la fe.
En este día tenemos la oportunidad para vivir con una actitud de penitencia profunda y de sentida reconciliación y seguir las huellas de san Francisco con el deseo de experimentar la alegría del encuentro con el Señor y el anhelo de recibir en el corazón la ternura de su amor siempre misericordioso. Ni más ni menos lo que transmite el «espíritu de Asís», un espíritu donde la oración, el compromiso, la reconciliación, la paz, la concordia y el amor van cogidas de la mano. ¡Que san Francisco y Nuestra Señora de los Ángeles nos iluminen en este precioso día!

Oración para ganar la Indulgencia de la Porciúncula

¡Dios y Señor mío!, yo creo que estáis realmente presente en este santo templo; os adoro con toda la sumisión de mi alma; me arrepiento, Señor, de todos mis pecados y propongo la enmienda; os suplico, Dios mío, me concedáis la gracia de ganar la santa indulgencia que Vos mismo concedisteis a vuestro siervo el humilde San Francisco, y que aplico por mí mismo o por… (aquí se dice el nombre del alma de algún difunto por la que se quiere lucrar). A este fin os ruego, por las intenciones del Romano Pontífice, por la exaltación de la Santa Iglesia, por la paz de los gobiernos cristianos y por la conversión de todos los pobres y desgraciados pecadores.
Y Vos, oh Reina de los Ángeles, interceded por mí, supliendo, con vuestra poderosa mediación, mis defectos en esta plegaria. Amantísimo protector de todas las almas, bendito San José, amparadme con vuestra protección. Ángel de mi guarda, acompañadme en este santo ejercicio. Seráfico y glorioso Padre San Francisco y todos los Ángeles y Bienaventurados, interceded por mí. Amén.

Y con la oración de san Francisco Hazme un instrumento de tu paz cantamos hoy:

Periodista iraní se convierte a la fe católica tras el martirio del sacerdote Jacques Hamel

Su proclamación pública también es heroica, pues el Islam castiga severamente a quien abandona esa religión


El periodista Sohrab Ahmari nació en Terán, pero a los 13 años, se fue a vivir y a estudiar a Estados Unidos.

Especialista en política internacional y autor de un libro sobre disidentes en la Primavera Árabe, Sohrab Ahmari publicó este miércoles en su cuenta de Twitter:

#EusouJacquesHamel: Este es el momento adecuado para anunciar que me estoy convirtiendo al catolicismo.

El breve y significativo post llamó fuertemente la atención – pero el periodista la borró del microblog porque, al principio, también contenía el hashtag mencionando un oratorio de Londres conocido por la abundancia de misas, incluso en latín. Ahmari explicó:

“A los nuevos seguidores: borré mi tuit que anunciaba mi conversión para no atraer la atención de los locos de Internet a mi iglesia. A parte de eso, sean bienvenidos”.

Al preguntarle si mantiene su conversión, él respondió con toda firmeza:

“Claro que si. Sólo que no quiero que miles de usuarios del Twitter contaminen y hagan un desastre en la cuenta del oratorio”.

El martirio del sacerdote Jacques: sangre de mártires, semilla de cristianos

Sohrab Ahmari, que trabaja en la edición europea del influyente periódico norteamericano The Wall Street Jounal, indicó en su cuenta de Twitter una serie de artículos sobre el sacerdote Jacques Hamel, martirizado en Francia por dos cobardes jihadistas del Estado Islámico. El brutal asesinato del sacerdote, perpetrado en la víspera del anuncio de la conversión de Ahmari, terminó animando al periodista a proclamar en público su decisión, en un acto que también es heroico: es que el Islam castiga con severidad a quien abandona explícitamente esa religión, y su “apostasía” puede atraer la saña de otros fanáticos contra él mismo.

El valor de Sohrab Ahmari al proclamar en público su fe católica vinculando la decisión al sacrificio del padre Jacques da testimonio de una antiquísima y siempre actual constatanción de los primeros años del cristianismo, cuando los seguidores de Cristo eran sanguinariamente perseguidos, torturados y asesinados por el Imperio Romano: “sangre de mártires, semilla de cristiano”.

¿Primavera?

En 2012, Ahmari publicó el libro “Sueños de la Primavera Árabe”, sobre disidentes y activistas del histórico fenómeno social que agitó países musulmanes desde África hasta Oriente Medio y desencadenó un gran impacto político en toda la región – aunque con pocos resultados positivos para la población hasta el momento.

En el libro, el periodista también relata episodios personales, como la ocasión en que, cuando era niño en Irán, fue interrogado por la policía por haber llevado a la escuela una cinta con dos películas de la saga “Star Wars” – las producciones occidentales estaban prohibidas en el país. Los agentes lo llenaron de preguntas sobre su país y lo castigaron en la escuela. Ahmari terminó el relato comentando cuánto apreció el contraste de libertad entre su país y Estados Unidos, lugar al que se mudó en 1998.

A partir de un artículo de Religión en Libertad

La alegría perfecta: Qué es y cómo se encuentra

Sólo quiero ser quien soy. Nada más


Tengo el corazón lleno de recuerdos. Algunos buenos, otros malos. No sé por qué me empeño en centrarme en los malos. Hoy elijo los buenos. Busco ese amor que me haga descansar en sus manos. Un amanecer lleno de esperanza.

Quiero afirmar con san Francisco de Asís: “Si fueses perseguido, rechazado, etc. y te alegras en Dios, habrás encontrado la alegría perfecta”.

Quiero alegrarme en Dios en medio de mi cruz, en medio de mis heridas. Alegrarme por lo que tengo, sin amargarme por lo que he perdido. Recordar lo bueno, dejar a un lado esos malos recuerdos.

Es la memoria buena de la que hablaba el papa Francisco: “¿Cómo ha sido mi vida? ¿cómo ha sido mi jornada hoy, o cómo ha sido este último año? Memoria. ¿Cómo han sido mis relaciones con el Señor? Memoria de las cosas bellas, grandes que el Señor ha hecho en la vida de cada uno de nosotros”.

En medio de mi vida real, esa que no me convence del todo, esa que no me gusta, o inquieta. En medio de esa vida que vivo en la que a veces me siento incómodo… ahí quiero tener memoria buena y recordar la belleza de mi vida.

No quiero detenerme en la memoria mala: “La memoria negativa es la que fija obsesivamente la atención de la mente y del corazón en el mal, sobre todo el cometido por otros”.

No quiero recordar sólo lo malo, quedarme amargado en lo que me hiere, en lo que no me gusta, en lo que me envenena. No quiero huir a esconderme en una realidad virtual para cazar alegrías. Vanidad de vanidades, todo es vanidad. No quiero buscar la apariencia que encandila.

Buscar fotos que me traigan recuerdos buenos. No lo sé, a veces no sé qué hay detrás de las fotos que cuelgo en las redes sociales. ¿Es todo lo que parece? Sonrisas. Risas. ¿Alegría? La verdad de mi vida sé que pesa y duele. Sé que hay lágrimas y sonrisas. Llanto y risas.

Pero es mi vida, es mi memoria. Son mis recuerdos grabados a fuego en el corazón. Ahí no quiero el brillo que deslumbra. Beso con esperanza el peso opaco de mi vida. Con alegría, conmovido. La realidad dura de mi vida.

A veces la realidad virtual me encandila y hace que me aleje de mi vida real. La tensión entre la apariencia y la verdad.

La verdadera alegría nace de la aceptación de mi vida como es. Quiero alegrarme de ser como soy, de tener lo que tengo, de hacer lo que hago. Quiero vivir en paz conmigo mismo y con los que viven a mi alrededor.

No quiero ser tan rico como otros. No quiero hacer tantos viajes como otros. No quiero tener tantos éxitos como otros. No quiero. Sólo quiero ser quien soy. Nada más. Eso me consuela y alegra y me da fuerzas para la vida. Sólo necesito que mi corazón se ensanche. Un poco más.

Como el de ese niño llamado Rafa, que cuando tenía nueve años, escribió en su cuaderno: “Cuando recibí a Jesús sentí que una cruz entraba en mi corazón y se hacía más grande”. Me gusta esa mirada sobre la eucaristía. Así quiero vivir yo y que mi corazón se ensanche cada vez que reciba a Jesús. Así de sencillo. El corazón más grande.