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martes, 27 de septiembre de 2016

Las cinco lecciones de la conversión de San Pablo

Dios lo esperó y lo hizo caer de lo más alto

“Todos hemos leído la historia de la conversión de Saulo; de acérrimo enemigo de los seguidores de Cristo a legendario evangelista por Dios”, escribe Gabriel Garnica en un artículo reciente publicado en Catholic Stand.
Garnica señala que Pablo “no se convirtió en esta leyenda tan pronto como cayó del caballo; antes bien ahí comenzó el proceso que lo llevó a jugar el maravilloso papel que ha jugado en la historia de nuestra fe”.
Dejando a un lado el proceso en general –dice el autor—podemos descubrir al menos cinco lecciones directas de la caída en sí misma:
  1. La misericordia divina de Dios llega, generalmente, cuando nos encontramos peor, en nuestro punto más bajo. Saulo fue una pesadilla para los primeros cristianos, y su persecución parecía no tener límite. Recordemos que estuvo presente y aprobó la lapidación de Esteban. Dios lo esperó y lo hizo caer de lo más alto, tanto de su caballo como de la ventolera que había tomado en contra de los seguidores de su Hijo. De forma similar, Cristo nos ofrecerá pacientemente su divina misericordia cuando parezca que menos la merecemos; incluso cuando menos creamos merecerla. Hay que recordar el recibimiento del padre al hijo pródigo.
  2. La intervención de Dios en nuestras vidas será siempre inesperada. La forma de medir el tiempo de Dios nada tiene que ver con nuestra forma de hacerlo. Su intervención en nuestras vida no refleja nuestras expectativas. Saulo era la última persona en la cual los primeros cristianos esperarían que fuese su más apasionado defensor, que fue, exactamente, lo que Dios hizo nacer en Saulo. Fe no es esperar a comprender en totalidad la bondad de Dios; paciencia es tener la fe para esperar por ella.
  3. La presencia de Dios en nuestras vidas se encuentra más a menudo fuera de una iglesia. Mientras que es necesario ir a Misa para refrescar el alma escuchando la Palabra de Dios y para alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, gran parte de las aplicaciones de la enseñanza de la Iglesia ocurren en el mundo. Saulo cayó del caballo en el camino hacia Damasco, no en su destino, ni en una casa o en algún lugar de adoración. La casa del Señor es la estación de servicio, donde rellenamos de combustible nuestra fe; pero nuestra misión en el servicio a Dios es en el camino, donde aplicamos la fe para ayudar a otros.
  4. Todos tenemos un caballo de Damasco. Saulo iba montando su caballo camino a pelear en contra de Dios. Podría haber usado el mismo caballo para ayudar a Dios, pero decidió usarlo para hacer lo contrario. Dándole esa respuesta, hizo que Dios lo derribara, para humillarlo como preparación a la gran misión de servirlo en su plan. Todos tenemos un caballo que nos puede llevar lejos de Dios: ese caballo puede ser orgullo, arrogancia, dinero, poder… ¿Nos bajaremos por iniciativa propia o esperaremos a que Dios nos derribe?
  5. Fe y humildad superan a los cinco sentidos.Pablo nunca caminó al lado de Cristo. No fue de los originalmente elegidos. Pero su fe y su humildad lo hicieron tan grande como aquellos que caminaron con el Señor. Dios viene a nuestras vidas, y nosotros le permitimos entrar, sin la proporción de lo que creemos, vemos, escuchamos, tocamos o gustamos. Los cinco sentidos y todas las sensaciones que les siguen son polvo en el camino de la humildad y la fe. Pablo estuvo ciego por un tiempo tras ser derribado de su caballo por Dios Nosotros a menudo estamos ciegos por un tiempo mucho mayor, en el viaje hacia nuestro Damasco.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Inmolarse uno mismo en el altar

¡Qué bonita es la liturgia de la Eucaristía! En el momento de la presentación de los dones y la preparación del altar es un momento mágico, un momento de pausa interior, entre la plegaria eucarística y la palabra; es ese momento en el que podemos tener unos instantes para contemplar serenamente el rito que va a tener lugar inmediatamente y meditar de manera sincera la Palabra que hemos escuchado en las lecturas y en la homilía del sacerdote. Es el momento mágico y hermoso para prepararse con la propia ofrenda personal y dirigir toda nuestra mirada, nuestros sentidos, y nuestro amor hacia la oración eucarística.

Me maravilla cuando puedes fijar tus ojos hacia el altar que se convierte en el signo viviente de la presencia de Jesucristo entre nosotros y que está representado por ese sacerdote que preside la Eucaristía.
ofertorio
Es bonito pensar en la propia ofrenda, qué es lo que le vamos a ofrecer a Dios en el momento de la consagración. Por eso es un instante donde tienes que perdonar con caridad, sinceridad y amor, comprometerte a servir a los demás, atender sus necesidades, actualizar la palabra, vivir comprometido con el amor, la justicia, el bien, la responsabilidad, el servicio, la caridad, la generosidad, la superación de los egoísmos y la soberbia… signos que son expresión de lo que anida en lo más interior de nuestro corazón.
Pero la mejor ofrenda, esa que mayor agrada Dios, es el ofrecer a la persona que amamos o aquella que nos ha hecho daño. Personas, todas ellas hijas de Dios, que necesitan de nuestro amor. Porque si detrás de cualquier ofrenda hay amor, expresión máxima de Dios, habremos logrado autentificar nuestra ofrenda y habremos ofrecido a Dios el mayor don de nuestra vida.
Ponerse ante Dios, en el momento de la Eucaristía, con toda la sencillez y toda la humildad de lo que somos, de lo que poseemos, de lo que hacemos, con nuestros fracasos y nuestras alegrías, con nuestros anhelos y nuestras esperanzas, con nuestros deseos y nuestras necesidades, con nuestros éxitos y nuestros fracasos, con nuestras luchas y nuestras operaciones… es colocar ante Dios el sacrificio espiritual de nuestra propia vida.
¡Qué hermoso es en el sacrificio eucarístico inmolarnos a nosotros mismos y poner nuestro corazón contrito delante de Dios!

Hoy, en lugar de mi oración personal, propongo cuatro oraciones preciosas para la Misa:
Oración de San Ambrosio para antes de comenzar la Celebración Eucarística

Señor mío Jesucristo, yo pecador indigno, confiando en tu misericordia y bondad, vengo a tomar parte en este Banquete Santísimo del Altar.
Reconozco que tanto mi corazón como mi mente están manchados con muchos pecados; y, que mi cuerpo y mi lengua no han sido guardados cuidadosamente.
Por lo cual, Dios adorable, yo miserable pecador, en medio de tantas angustias y peligros, recurro a Ti que eres fuente de misericordia, ya que me es imposible excusarme ante tu mirada de Juez irritado. Deseo vivamente obtener tu perdón, ya que eres mi Redentor y Salvador.
A Ti Señor presento mis debilidades y pecados para que me perdones.
Reconozco que Te he ofendido frecuentemente. Por eso me humillo y me arrepiento y espero en tu misericordia infinita.
Olvida mis culpas y no me castigues como merecen mis pecados. Perdóname, Tú que eres la misma bondad. Amén.



Comunión Espiritual
Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los Santos. Amén.

Alma de Cristo, santifícame.Alma de Cristo

Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del Costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
Oh buen Jesús, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparta de                      .
Del enemigo malo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Tí.
Para que con tus Santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.

Miradme, ¡oh mi amado y buen Jesús!,

postrado en tu prescencia; te ruego con
el mayor fervor imprimas en mi corazón
vivos sentimientos de fe, esperanza y
caridad, verdadero dolor de mis pecados
y propósito de jamás ofenderte, mientras
que yo, con el mayor afecto y compasión
de que soy capaz, voy considerando tus cinco
llagas, teniendo presente lo que de Tí dijo
el Santo Profeta David: «Han taladrado mis
manos y mis pies y se pueden contar todos
mis huesos.»

Acto de entrega de sí

Toma mi Señor, y recibe mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Tú me lo diste, a Tí, Señor, lo torno; todo es tuyo; dispón de ello conforme a tu voluntad. Dame tu amor y gracia, que esto me basta. Amén.

Alma de Cristo:

«Dominus vobiscum»: el señor esté contigo

Me invitan ayer a una casa a comer. En el recibidor de la entrada, en una inscripción esculpida en madera vieja, se puede leer: «Dominus vobiscum»: El señor esté contigo. Es una invitación preciosa a la persona que entra en ese hogar. El señor esté contigo. Es así. Está en tu vida, en tus sueños, en tu corazón, en tus pensamientos, en tus gestos, en tu mirada, en tus pasos, en tus sentimientos... allí donde quiera que uno vuelve la mirada no ve más que a ese Cristo, no sientes más que a ese Dios que se ha hecho hombre, no gozas más que de ese Jesús que ha muerto por cada uno de nosotros para redimirnos del pecado.
Nunca se habla de los treinta años de vida oculta en la que Jesús va gestando su personalidad sagrada y experimenta los sentimientos humanos. Su nacimiento vino precedido de un «Alégrate, María, el Señor está contigo». Y cuando comienza su vida pública Cristo se vuelca sobre los corazones humanos para dejar claro que «está» cerca de cada uno de sus hermanos.
El señor esté contigo. Es decir, en todas mis fuerzas, en toda mi actividad, en todos mis anhelos, en todos mis esfuerzos cotidianos. El señor está contigo porque no nos deja ni nos abandona nunca, jamás se aparta de nosotros y nos invita a agarrarnos con fuerza de su mano para llevar la cruz con alegría.
Dios nos ama, nos eligió con un propósito y por eso nunca nos deja. Dios, Jesucristo y el Espíritu Santo, están vivos y son reales, viven dentro de cada uno. Y si es en el interior de nuestro corazón donde viven y se forma en función de nuestras gratitudes nuestro corazón se ha de convertir en un auténtico sagrario que custodie ese Dios engendrado de la Virgen María para corresponder con autenticidad a ese «El Señor está contigo».

¡Tú estás conmigo, Señor, para llenar mi corazón de amor y de felicidad! ¡Tú llenas mi vida, Señor, de alegría! ¡Tú estás conmigo, Señor, cuando mi corazón sufre y está lleno de heridas! ¡Tú estás conmigo, Señor, cuando me embargan las dudas y me fe se tambalea! ¡Tú estás conmigo, Señor, cuando las tentaciones me hacen caer en la misma piedra! ¡Tú estás conmigo, Señor, en cada acontecimiento de mi vida! ¡Tú estás conmigo, Señor, en mis triunfos y mis fracasos! ¡Tú estás conmigo, Señor, en la luz y en la oscuridad! ¡Tú estás conmigo, Señor, en el abrazo y la mano del amigo, en la ayuda y la escucha del compañero, en el beso de mi cónyuge, en la sonrisa de mi hijo, en la bendición del sacerdote, en la palabra de aliento del colega! ¡Tú estás conmigo, Señor! ¡Tú estás conmigo, Señor, para llenar mi vida! ¡Tú estás conmigo, Señor, para bendecir mi hogar, mi trabajo, mis tareas cotidianas, mis esfuerzos, mis sueños y mis esperanzas! ¡Tú estás conmigo, Señor, para sanar mi corazón y mi cuerpo! ¡Tú estás conmigo, Señor, cuando llegan y se van los problemas, algunos sencillos otros imposibles de resolver, en las desavenencias con las personas que quiero! ¡Tú estás conmigo, Señor, Tú estás ahí, siempre ahí, siempre conmigo, gracias Señor! ¡Tú estás conmigo, Señor, en tus gracias y bendiciones! ¡Qué seguro me siento sabiendo que estás conmigo!


Dios está aquí, tan cierto como el aire que respiro:

domingo, 25 de septiembre de 2016

Ser prójimo para el prójimo

El Año de la Misericordia sigue avanzando. Y como la misericordia es esa disposición del corazón a compadecerse de los sufrimientos y las necesidades ajenas no puedo permitir quedarme impertérrito ante una llamada tan decidida como la que me ha hecho el Santo Padre. Y hoy me pregunto: desde que se convocó este año jubilar, ¿qué he hecho yo por mi prójimo, hasta qué punto he tratado de curar sus llagas abiertas, sus necesidades, sus sufrimientos, acoger en mi corazón todos sus anhelos? La señal por la que se conocerá que soy discípulo de Cristo es mi capacidad de amar y mi capacidad para pensar y vivir en cristiano. A los demás, claro. Entonces, ¿quién es el prójimo para mi?

Jesucristo ya dejó claro que el cristiano no nace prójimo, se hace prójimo. Y, por tanto, surge de inmediato una segunda pregunta: ¿en qué medida estoy dispuesto a hacerme prójimo de quien me necesite?
Ya sabemos que mi prójimo es mi esposo, mi esposa, mis hijos, mis parientes, mis amigos, mis parroquianos, mis vecinos, mis compañeros de trabajo, mis jefes, mis empleados, mis colegas del equipo de fútbol, los miembros de mi grupo de oración, el tendero de la esquina.... los que no me caen bien, los que me han hecho daño, los que hablan mal de mí.
Pero sobre todo, el prójimo es aquel que me obliga a salir de mi yo y abrir mi corazón para entregarme de verdad; es el que exige poner en práctica mi fe para que esta no se quede en una mera teoría si no en una realidad viva fruto de mi testimonio cristiano. Es el que me permite interpelarme cada día que hecho yo por Cristo, para Cristo y por Cristo.
El prójimo es aquel que necesitando una palabra de consuelo, un abrazo, un consejo, una esperanza, una sola presencia aunque silenciosa he estado allí aunque me faltara el tiempo o tuviera cosas más importantes que hacer en lugar de salir corriendo, cruzar de acera o hacer ver que no me enteré.
El prójimo es aquel por el que rezo con el corazón abierto, al que pongo a los pies del altar, el que me hago uno con él en su dolor y sufrimiento y me lleva a una oración viva y no a al intrascendente «ya rezaré por tí».
El prójimo es aquel al que todo el mundo abandona, o crítica, o se olvida y yo, a sabiendas de su soledad y de lo que puede perjudicarme socialmente, la acojo en mi corazón, en mi vida y en mi oración por qué no me importa el qué dirán.
El prójimo es aquel que se acerca a mí, espera un trato humano, cristiano, con detalles sencillos impregnados de amor y misericordia y no sermones, peroratas o lecciones de gran sabio oriental.
Prójimo es aquel al que las cosas le iban también, y no se acordaba de nosotros porque vivía en la materialidad y cuando lo hacía nos miraba por encima del hombro, pero la crisis, las dificultades personales, económicas... lo han zarandeado de tal manera que lo ha perdido todo y ahora se vuelve hacia nosotros mendigando nuestra amistad buscando un halo de esperanza o desasirse el desencanto de la vida o del desconcierto que le ha producido su nueva situación.
Prójimo es aquel... y aquel... y aquel... cada uno sabe quien es su prójimo y qué necesita porque prójimos son todas aquellas personas que se cruzan en nuestro camino, que tienen nombre y apellidos, una circustancia, un entorno, una vida más o menos llena, una fe más o menos firme pero todos ellos están al borde del camino sentados esperando que a nuestro paso les demos la mano con amor en este Año de la Misericordia. Este amor de caridad nos hace valorar el hecho de que todo hombre es nuestro prójimo y por tanto no puedo esperar tranquilamente a que el prójimo se cruce en mi camino sino que me corresponde a mi estar en predisposición de percibir quién es y de descubrirlo cada día. ¡Prójimo es a lo que estoy llamado a convertirme en esta vida! Echo la mirada hacia atrás y tengo la impresión de haber dejado pasar muchas oportunidades.

¡Señor Dios, Padre nuestro, te damos gracias porque nos has dado el mandamiento del amor, para que nos amemos unos a otros, te amemos a Tí y reconozcamos a todas las personas que nos rodean como nuestros hermanos, creados a tu imagen y semejanza! ¡Ayúdanos, Padre de bondad a amarnos unos a otros ya que así mostramos a la sociedad que somos tus hijos con el con el fin de que con nuestro ejemplo crean en tí, Dios de bondad y de Paz, de Amor y Misericordia! ¡Envíame, Señor, Tu Espíritu para que mis ojos se impregnen de tu misericordia y sea capaz de ver en los demás su dignidad y la belleza que hay en su interior, los vea como me ves Tú a mí y no juzgue nunca por las apariencias porque solo tu Señor sabes lo que anida en su corazón! ¡Envíame, Señor, Tu Espíritu para que este siempre atento a las necesidades del prójimo y mis oídos estén abiertos a su llamada y su clamor como me escuchas Tú siempre a mí, y no haga oídos sordos a sus dolores, su sufrimiento, su tristeza o a su llanto acercándome a ellos con ternura y compasión! ¡Envíame, Señor, Tu Espíritu para que de mi boca sólo surgen palabras de aliento, de misericordia, de consuelo, de paz, de perdón y de cariño y ayúdame a no juzgar ni a ser injusto con los que me rodean! ¡Que mi mente, Señor, se vuelva siempre hacia el más cercano para que pueda entender su necesidad como Tú entiendes siempre la mía! ¡Que mis manos, Dios mío, sean como las tuyas tiernas y generosas, acogedoras y sensibles, entregadas y puras, para que todas mis acciones sean para levantar, abrazar, acoger y llevar a cabo esas tareas que los otros no quieren realizar! ¡Que mi corazón se Vuelva siempre hacia el corazón del prójimo para que sea capaz de amarlo siempre como me amas Tú, con ese amor clemente, amorosos, paciente y misericordioso! ¡Que en cada prójimo vea a un hermano; que su dolor sea el mío y dame, Padre bueno, el don para suavizar sus penas y compartir su espíritu! ¡Ayúdame a vivir en el amor, a vivir para el amor y a vivir de amor! ¡Que mi vida no tenga ya otra motivación, ni otro sentido, ni otra meta que el amarte en los demás!
Cantamos hoy la canción del Buen Samaritano:

¿Cuál es mi vocación?

vocacion
Todos tenemos en la vida una vocación. Y esa vocación va muy unida a la profesión que hemos elegido: la medicina, el periodismo, la banca, la enfermería, la educación, el servicio social, el sacerdocio… Pero las profesiones, a diferencia de la vocación, cambian de vez en cuando. La vocación, sin embargo, tiene un tinte personal indiscutible porque se basa en una serie de valores absolutos que relativizan todo lo que nos envuelve. Alrededor de mi vocación está todo lo que soy y todo lo que poseo. Es por eso que de una madre se dice que vive por su familia o por sus hijos, o de un empresario que vive por su empresa o sus negocios, o de un médico de su hospital o de sus pacientes.
La vocación espiritual da siempre un sentido unitario a la vida del hombre porque implica poner a Dios como centro y núcleo central de la existencia. Como hombre estoy llamado a una vida sobrenatural, ser hijo de Dios por Cristo y en Cristo, reproducir la imagen de Jesús en mi vida. Mi vocación como hombre cristiano es mi vocación de unirme a Dios. Es como dijo San Pablo «para mí vivir es Cristo» o como María cuya vocación cristiana fue dar el «sí» más absoluto y pleno a Dios el día de la Encarnación.
Por eso hoy me pregunto cuál es mi Dios, ¿el Padre que está en el cielo o el dios ídolo material de la vida?; ¿cuál es mi vocación cristiana, sobre qué valores se sustenta mi vida, como decido entrar en ese proyecto divino que Dios tiene pensado para mí antes incluso de haber sido engendrado? ¿Mi vida cristiana gira en torno a Dios Padre, a Cristo y a María y mis proyectos están inspirados y puestos en manos del Espíritu Santo? Eso lo puedo responder solo en la intimidad de la oración, sustento junto a la Eucaristía y los otros sacramentos de mi vocación cristiana. Es allí donde Dios llama y yo, como hombre, puedo responder con entera disponibilidad.

¡Te doy gracias, Dios mío, por tu llamada del Bautismo! ¡Te respondo otra vez con mi "Sí"! ¡Dame fidelidad para tu causa y para mi vocación! ¡Renueva con un espíritu de entusiasmo a todos los que se dedican al servicio de tu pueblo! ¡Llena mi corazón con tu Espíritu de Sabiduría para proclamar tu Evangelio y dar testimonio de tu presencia entre nosotros! ¡Eres Tú quien me llama por mi nombre y me pides que te siga! ¡Ayúdame a crecer en el amor y en el servicio a tu Iglesia! ¡Dame el entusiasmo y la energía de tu Espíritu para vivir cristianamente! ¡Danos personas llenas de fe y de entusiasmo que abracen tu misión! ¡Inspírame para conocerte cada vez mejor y que me corazón esté presto a escuchar tu llamada! ¡Jesús, te pido también que envíes a este mundo los servidores que necesitas, escógelos en nuestros hogares, en nuestras parroquias, en nuestras comunidades, en nuestras escuelas, en nuestros trabajos, para que sea una cosecha abundante de apóstoles para tu reino: danos también sacerdotes y religiosos y religiosas santos y que no pierdas nunca la grandeza de su vocación!
Invocamos al Espíritu Santo para que nos ilumine en nuestra vocación: