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viernes, 7 de octubre de 2016

No hay nada que hacer para convertir el mundo

Una persona a la que tengo una gran estima, muy piadoso, me decía ayer que no hay nada que hacer para convertir el mundo. Que la gente no quiere escuchar y que, por tanto, a tanto oído sordo él prefiere no perder el tiempo y recluirse en su oración personal que es donde se encuentra cómodo.
En la comodidad de los bancos de la Iglesia —la Casa de Dios— es donde uno se siente reconfortado, coge las fuerzas necesarias cada día —en la oración, en la Eucaristía, en la adoración al Santísimo, en la confesión cuando corresponde...—, pero ese no es su espacio de santificación cotidiana. Es en la misión de anunciar la Buena Nueva en el seno de la familia, en el trabajo, en la comunidad, en el camino de la vida... donde el cristiano tiene ocasión de demostrar que en la normalidad de su vida, en sus gestos de amor, en el trabajo bien hecho, en su servicio desinteresado anida en su corazón la alegría del Evangelio.
Los laicos no ganamos nada recluyéndonos en la comodidad de una capilla. En esa soledad es imposible atraer, invitar e ir buscar a los que van a llenar la Casa de Dios y acercarlos al banquete del Cordero.
Es imprescindible salir de nuestros templos interiores, de nuestro yo, y caminar por los caminos de la vida. En cada cruce y en cada esquina siempre habrá alguien que viendo la normalidad de mi vida important pregnada del Amor de Cristo se sienta atraído por la dicha del Evangelio. Es en esa normalidad donde uno capta la atención del otro.
En cada cruce de los caminos hay señales que marcan el destino. Nos seguirán si somos coherentes con lo que decimos y hacemos.

¡Señor, por medio de tu Espíritu indícame el camino y muéstrame tus sendas para que en mi vida se abran caminos de alegría y gozo, confianza y esperanza, paz y bien, servicio y entrega! ¡Hazme fiel a ti, Señor, que eres mi Dios y Salvador! ¡Y cuando me desvíe del camino recuérdame, Señor, que tu ternura, tu lealtad y tu misericordia son infinitas! ¡Señor, olvida mis faltas y mis pecados! ¡Señor, Tú eres bueno y misericordioso, y muestras el camino a los que vamos desorientados por la vida, hazme humilde y enséñame a caminar a tu lado! ¡Líbrame, Señor, de todo aquello que me ata a lo negativo y vuélvete hacia mí y ten piedad para liberarme de mis miedos y mis angustias, de mis preocupaciones y mis sufrimientos! ¡Indícame el camino, Señor, Tú que eres el verdadero Camino y permite que siempre ande por la senda de la verdad, tú que eres la Verdad! ¡Despierta en mí el afán de hacer el bien tú que eres la Vida! ¡Ayúdame a ser tedtimonio y llevarte a ti a los corazones de mis prójimos! ¡No permitas que me encierre en mismo sino que me abra a los demás para darte a conocer al mundo!
Cansado el camino, cantamos hoy para acompañar la meditación diaria:

jueves, 6 de octubre de 2016

Planta y cimiento

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Mi vecino del primero es un hombre mayor, de avanzada edad. Me la encuentro con frecuencia en la parroquia y coincidimos innumerables veces en el ascensor o en el rellano. Es un hombre entrañable, sencillo y piadoso. Su terraza está llena de flores que cuida con mimo cada día. Riega las plantas, retira las hojas estropeadas, cambia de vez en cuando la tierra y se preocupa que su balcón luzca bello con la variedad de colores de sus flores.
«¡Qué bonitos los geranios!», le digo. «Es una cuestión de paciencia, de esperar, de cuidarlas cada día pero cada una de estas plantas tiene su tiempo bajo el sol y una vez lucen tan bellas me ocupo de que no les falte de nada». Las plantas también nos permiten comprender un poco como somos los seres humanos. Para lucir hermosos es necesario tener paciencia y saber esperar. En la vida cada cosa tiene su tiempo. Y como las plantas, el corazón del hombre tiene que estar cuidado, protegido, resguardado de aquello que puede causarle mal y darle el alimento necesario para que crezca debidamente.
Justo delante de esta terraza están levantando un edificio nuevo. Observas la obra y vas siendo como cada día los pisos van terminándose. Contemplar un edificio también es un buen ejercicio para descubrir algo de nuestro propio yo. Sin cimientos sólidos, sin una estructura fuerte, por mucho que le pongas elementos decorativos cualquier imprevisto puede hacer que el edificio se derrumbe. Sin embargo, cuando los fundamentos son sólidos nada puede destruirlo.
Unas plantas hermosas y un edificio moderno casi terminado pero bien cimentado. Son dos imágenes que me permiten acercarme a la oración para agradecerle a Dios que me haya dado la vida pero al mismo tiempo para cuestionarme que estoy haciendo para dar buenos frutos y lucir hermoso para atraer la atención de aquel que está alejado de Dios o del que tengo más próximo. Y algo más, si tengo esa paciencia delicada y fina para permitir a Dios que vaya manejando los hilos de mi vida. La regadera de Dios es la oración, la vida de sacramentos —especialmente la Eucaristía—, el encuentro con el necesitado, la entrega generosa, la contemplación de la vida, el hacer las cosas con amor...
Miro también el edificio, que pronto se convertirá en un hotel en el que entrarán y saldrán multitud de personas, y le pido a Dios que me ayude a sostenerme en sus cimientos, que sea Él la viga maestra que sostenga mi vida para a continuación ser un enviado que llegue al corazón de los que me rodean con mis gestos, con mi palabra y con mi servicio.

¡Señor, te doy las gracias porque eres la fuente de mi existencia! ¡Envía tu Espíritu para que me ayude a tener mis raíces sanas y bien cimentadas en tí para que el fruto de mi vida no sólo sea bueno sino abundante! ¡Señor, ayúdame a examinar mis raíces y asegurarme que están plantadas en tu palabra y alimentadas por el fuego de tu amor que lo acojo diariamente en el corazón en la comunión diaria y en la oración! ¡Gracias, Señor, porque el fruto de mi vida es algo que viene de Ti y que nace de la relación real contigo! ¡Dios mío, ayúdame a perfeccionar mi fe y edificar mi espíritu! ¡Espíritu Santo, guíame para acoger en mi corazón aquellos mensajes específicos que cambiarán mi vida!
Temprano yo te buscaré, cantamos hoy con Marcos Witt:

¿Por qué es difícil quererse uno mismo cuando mi madre no me quiso?

Dificil, pero no imposible. La causa de nuestra infelicidad no son siempre nuestros padres.


No podemos ser felices, es imposible siquiera como concepto, si no nos queremos a nosotros mismos. Somos nosotros mismos todos los días, no un día sí y otro no. Muchísimas personas se van a la cama con la esperanza de que durante la noche pase el hada madrina y les transforme en otro; no sucede nunca.
Así que si me odio y mi única opción de felicidad es que de noche pase mi hada madrina y me cambie, es evidente que estoy destinada a la infelicidad permanente.
El sueño del hada madrina que llega de noche con la varita a cambiar la vida es el sueño de todos los que no se aceptan como son, y es el núcleo central de los reality shows, donde un equipo de expertos transforman a una persona en alguien distinto. Están los que te hacen perder 20 kilos, o 50, los que te encuentran el vestuario adecuado, los que te arreglan el peinado y el maquillaje, incluso los dentistas y los cirujanos.
El hecho de que estudiando seis horas al día todos los días uno pueda terminar la Universidad – y eso sí que cambia la vida – es un concepto que en los reality shows nunca está presente. Tampoco está la idea de que trabajar con inteligencia, valor y pasión, se puede crear bienestar y prosperidad.
En realidad, ese sueño de mirarse al espejo y ver a otra persona tras el paso del hada madrina es en el que se apoya el shopping compulsivo y otra gravísima toxicodependencia, que es la cirugía estética serial, donde se cambia el color de la piel, los rasgos, la edad y, ¿por qué no?, el sexo, y también la especie (intervenciones para parecerse a un gato o a un perro), para que el himno a la impulsividad no se detenga siquiera ante la psicosis.
¿Por qué nos cuesta aceptarnos? Nosotros somos la primera persona, el primer sujeto de la creación que nos encontramos por la calle; el segundo es mamá. Mamá es la señora que está al otro lado de nuestro cordón umbilical. Mamá, antes de ser una persona, ha sido un lugar. Aprendemos a reconocer su voz y a sentir su presencia al quinto mes de nuestra presencia intrauterina, y durante toda nuestra vida, cuando la oímos, fabricamos oxitocina. Estar separados de la madre es siempre un luto gravísimo, aunque suceda en las primeras horas de vida.
Para nosotros es muy fácil amarnos si mamá nos quería, nos estimaba y tenía fe en nosotros. Si mamá no hizo esto, para nosotros es difícil querernos. Difícil. Para algunos es un poco difícil, para otros es dificilísimo.
Difícil, no imposible. Nunca es imposible. Somos como una casa. Si los cimientos son sólidos y hermosos, es fácil que la casa sea fuerte y bien construida: fácil, no seguro. Es posible que sobre cimientos sólidos se construyan muros enfermos. No es verdad que los únicos responsables de nuestra infelicidad sean siempre nuestros padres.
Puede suceder también que los cimientos sean frágiles y que sobre ellos se construyan muros que nunca dejarán de ser inestables, pero para estabilizarlos se construyen maravillosos arcos que se entrecruzan con los muros para crear una construcción extraordinaria, única y fantástica.
La falta de amor de nuestros padres en la primera infancia, el ser abandonados en lugares privados de amor, es un daño biológico primario, que nos expone a la fragilidad cognitiva y aún más la emotiva. Hemos tenido un ejemplo terrible cuando cayó el muro de Berlín y se abrió ante nosotros la realidad  de los orfanatos soviéticos y rumanos. Y sin embargo, personas salidas de las situaciones más aberrantes logran construir sus casa. La forma nunca será perfecta, pero arcos y contrafuertes hacen la construcción estable y, obviamente, única.

martes, 4 de octubre de 2016

Dar y recibir

Una vez un mendigo que estaba tendido al lado de la calle vio a lo lejos venir al rey con su corona y su capa. Pensó:

- "Le voy a pedir, él es un buen hombre, de seguro me dará algo".

Cuando el rey pasó cerca, le dijo:

- "Majestad, ¿me podría, por favor, regalar una moneda?" (... aunque en su interior pensaba que él le iba a dar mucho).

El rey le miró y le respondió:

- "¿Por qué no me das algo tú? ¿Acaso no soy yo tu rey?"

El mendigo no sabía que responder y sólo atinó a balbucear:

- "¡Pero, Majestad...yo no tengo nada!".

El rey contestó:

- "¡Algo debes tener!... ¡Busca!".

Entre asombro y enojo, el mendigo buscó entre sus cosas y vio que tenía una naranja, un bollo de pan y unos granos de arroz. Pensó que el pan y la naranja eran mucho para darlos, así que en medio de su enojo tomó 5 granos de arroz y se los dió al rey.

Complacido, él dijo:

- "¡Ves como sí tenías!".

Y le dio 5 monedas de oro, una por cada grano de arroz.

El mendigo dijo entonces:

- "Majestad... creo que por aquí tengo otras cosas...".

Pero el rey lo miró fijamente a los ojos y, con dulzura, le comentó:

- "Solamente de lo que me has dado de corazón, te puedo yo dar".

Moraleja: Es fácil en esta historia reconocer el acto de dar y recibir. ¿Cuántas veces en nuestras acciones, que decimos son de servicio, entran en juego el egoísmo y nuestros propios intereses? ¿Cuántas veces realizamos un  favor sólo pensando en el beneficio personal que nos reportará? Demos de corazón, sin calcular, sin sacar cuentas, sin pensar en lo que recibiremos a cambio... y la mayor ganancia será la felicidad que sentiremos al dar.

5 citas bíblicas que te muestran el gran poder de la oración

¿Qué esperas para recurrir al inmenso poder de la oración?



La oración es una fuerza tan poderosa. Nosotros la subestimamos tanto porque a veces no vemos los resultados tangibles. La oración puede mover montañas si tan sólo lo CREEMOS de verdad, Dios así lo afirmó. Si tan sólo nos diéramos cuenta de lo poderosa que puede ser la oración, nunca perderíamos la fe o la esperanza.

De vez en cuando hablo y pido a los ángeles a que me ayuden a elevar mi oración a Dios, es por ello que procuro estar en el mayor estado de gracia posible. Les pido a los ángeles que intercedan y le presenten mi petición humilde a las manos de Creador.

Ninguno de nosotros está solo en la oración. Cuando rezas tu ángel de la guarda está allí contigo, él une su oración a la tuya y se la presenta al Señor, convirtiéndola en una poderosa arma de lucha espiritual que te hará crecer en santidad.

Lo increíble que nuestras oraciones hechas con gran fe puede hacer grandes cosas, incluso marcar la diferencia en otra persona. A continuación te presentamos las siguientes cítas bíblicas que te harán recordar hoy el GRAN PODER que tiene la oración:

1.- Siempre pedir, buscar y llamar

“Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7,7-8)

Pedir, pedir, pedir. Muchas veces, el Señor nos llamó a la insistencia en la oración. ¿Por qué desistimos a veces? Recuerda que tus tiempos no son los de Dios, Él sabe cuando y de qué manera contestar… Sigue pidiendo, buscando y llamando.

2- Mover montañas con la fe

“Jesús les respondió: “Les aseguro que si tienen fe y no dudan, no sólo harán lo que yo acabo de hacer con la higuera, sino que podrán decir a esta montaña: “Retírate de ahí y arrójate al mar”, y así lo hará. Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán” (Mateo 21,21-22)

¡Esto me parece increíble! pero es Palabra de Dios. Cuántas cosas podríamos hacer con este poder si tan sólo tuviésemos esa fe de las que nos habla el Señor. Aprendamos a decir como el padre de aquel joven endemoniado: “Señor, creo, pero aumenta mi fe”

3.- Oración: Poder liberador contra el demonio

“Jesús les respondió: “Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración” (Marcos 9,29)

La oración se nos presenta como una comunicación directa con Dios, pero también como una gran armadura espiritual contra el demonio. Que poder tan tremendo nos ha regalado Dios en la oración que podemos ser hasta capaces de expulsar demonios en su Nombre.

4.- No hay que vacilar

“Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, que la pida a Dios, y la recibirá, porque él la da a todos generosamente, sin exigir nada en cambio. Pero que pida con fe, sin vacilar, porque el que vacila se parece a las olas del mar levantadas y agitadas por el viento. El que es así no espere recibir nada del Señor” (Santiago 1,5-7)

No vacilemos en ningún momento. No perdamos la esperanza. El Señor es bondadoso y fiel, Él da con una generosidad infinita, Él es fuente inagotable de compasión y está siempre dispuesto a darnos lo mejor, lo que nos conviene para nuestra salvación, pero, TENGAMOS FE y nuestra oración será poderosa

5.- Una forma de alcanzar la paz

“No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús”. (Filipenses 4,6-7)

Esta cita bíblica es una de mis favoritas, ¿por qué? ¿Quién no necesita paz en su corazón? Estamos en un mundo donde a cada vuelta de la esquina nos espera un problema que nos aflige y nos roba la paz. San Pablo nos da la fórmula secreta para alcanzar la paz en el corazón: Oración y Acción de gracias, es decir: oración y Eucaristía, puesto que la Eucaristía en es sí misma, una acción de gracias.
Nunca subestimes el poder de la oración. Cuando oramos con fe, si es la voluntad de Dios, esa oración es indetenible. Y ¿cómo sabemos cuál es la voluntad de Dios? Que te responda el Señor:

“Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán” (Juan 15,7)

Esta es una promesa del Señor. Si estamos caminando en comunión con Dios y su Iglesia, entonces vamos a empezar a orar conforme a la voluntad de Dios. ¿Cómo permanecemos en Dios? A través de los Sacramentos de la Iglesia, viviendo según sus mandamientos, así Su Palabra vivirá en nuestros corazones.

Y entonces, comenzaremos a ver que nuestras oraciones son contestadas.