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domingo, 6 de noviembre de 2016

¿Tengo la conciencia tranquila y el corazón en paz?

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La Solemnidad de Todos los Santos, fiesta que nos permite invocar a los que nos han precedido en la fe y gozan la alegría de la contemplación de Dios, es para mí una fiesta de gran alegría y de esperanza porque anticipa mi comunión futura y me permite caminar en este peregrinaje terrenal invocando a los amigos de Dios, especialmente a los de mi familia que disfrutan de su compañía.
Es un día de comunión íntima con los muertos de la familia y de todos aquellos cercanos que hemos querido que gozan de la misericordia divina y que interceden ante Dios por nosotros, en ese amor celestial que imagino se debe vivir desde las alturas.
Es un día para grabar en el corazón de nuevo su nombre, para dar gracias al Señor por tantos hombres y mujeres —familiares, amigos, compañeros de trabajo, gente de la parroquia...— a los que estamos hoy unidos para que juntos podamos hacer lo posible para llegar a ese cielo deseado.
Es un día para recordar que la santidad no es una quimera; que es posible alcanzar la santidad sencilla como lo testimonian tantos hombres y mujeres que hicieron de su vida un proyecto de amor a Dios y que de forma silenciosa dejaron la vida terrena para vivir en la gloria de Dios.
Es un día para sentirse profundamente querido por el Padre, que tanto nos ama y nos protege, y para entender que pese a todos los problemas, las dificultades, las dudas, los sufrimientos, la desesperanza, siempre hay un camino de certidumbre como han dejado patente tantos santos anónimos que nos han precedido.
Es un día para responder desde el corazón y desde la fe a esa pregunta que lanza el señor en el Evangelio de San Juan: «Yo soy la resurrección y la Vida el que creé en mí vivirá; el que vive y creé en mí no morirá jamás. ¿Lo crees?».
Es un día para tomar conciencia de mi preparación hacia la vida futura porque mi tiempo en esta vida no depende de mí sino que está en las manos de Dios. Será como Él quiera y cuando Él quiera por eso debo prepararme bien cada día y hacer el propósito de respetar y cumplir sus mandamientos, alejarme del pecado, vivir con amor y desde el amor y frecuentar con devoción la vida de sacramentos.
Es un día para comprender que uno no puede vivir engañado con las mentiras y las vanidades que nos ofrece esta sociedad en la que vivimos y que mi labor consiste en trabajar para salvar mi alma, la única que no morirá nunca y que tiene la oportunidad de gozar de la alegría eterna.
En definitiva, es un día para analizar mi vida, contemplar desde el corazón cuál es el camino que estoy tomando para ir hasta el cielo y que si voy por veredas confusas y sendas erradas debo enderezar el camino y cambiar mi actitud en la vida. Y preguntarme con el corazón abierto: si en este mismo instante tuviera que presentarme ante de Dios, ¿puedo tener la conciencia tranquila y el corazón en paz?

¡Padre, en este año que celebramos tu misericordia, y confiamos en tu amor y en el poder de tu bondad, te pedimos por todas las personas que hacen el camino junto a nosotros y por nosotros mismos para que llevemos un camino de santidad y podamos dejar este mundo para vivir contigo la vida eterna! ¡Te pedimos, Padre, que no tengas en cuenta nuestras miserias, nuestras debilidades humanas, nuestra podredumbre de corazón, nuestra pobreza de intención, nuestros egoísmos y nuestra soberbia, nuestra falta de caridad con los demás y contigo, y que podamos presentarnos ante ti con un corazón limpio y puro! ¡Espíritu Santo, ayúdanos a caminar por la vida con rectitud de intención, buscar la santificación personal en todas las cosas que hagamos, que lo que nazca de nuestro corazón no sea más que ternura y generosidad a imitación de aquellas personas que descansan ya en la gloria eterna! ¡Ayúdame,Espíritu Santo, a estar siempre vigilante en la oración, para que con independencia de la brevedad de mi vida, pueda encontrarme siempre con el Padre con un corazón predispuesto y abierto a su voluntad! ¡Señor de bondad y de misericordia, en este día tan especial queremos confiarte las almas de todas las personas a las que queremos y especialmente aquellos que han fallecido sin arrepentirse de sus pecados, sin el consuelo de los sacramentos o sin haber reconocido que en ti está el camino, la verdad y la vida! ¡Padre, uno de estos días contigo me encontraré contigo, te pido que tus brazos misericordiosos que tanto me buscan me acojan y alcanzar tu Amor! ¡Para ello ayúdame a tener una relación personal contigo y no permitas que olvide que el camino de la eternidad lo estoy recorriendo ya!
Del compositor inglés William Byrd escuchamos hoy su sensible y delicado motete compuesto para la festividad que hoy celebramos: Iustorum animae, que recuerda serenamente a los que mueren en Dios:

Gracias, María, porque a tu lado nada temo

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Primer sábado de noviembre, el mes que pone fin al Año de la Misericordia convocado por el Santo Padre, con María en nuestro corazón. María, Madre del Amor misericordioso, que no nos ama porque seamos hombres y mujeres cándidos y buenos, generosos y serviciales, sino, simplemente, porque somos sus hijos; porque es una Mujer que acoge, que tiene un corazón cuyos latidos están guiados por la luz del Espíritu Santo y que puede considerarse el corazón femenino de Dios.

Hoy, en este comienzo de mes quiero agradecerle a María este amor maternal de Madre. Ese amor incondicional de alguien que se entrega al hombre creado por Dios para entregarnos la plenitud divina que Cristo, su Hijo, le ha otorgado. Y que lo hace porque nos lo regala al carecer nosotros de esa plenitud a causa de nuestro pecado. Que extiende sus manos para entregarnos la acción de la gracia divina con el fin de formar en nuestra vida la imagen de Jesús.
María es la viva imagen de la ternura del amor de Dios. Porque es la Madre de Cristo, la Madre de Dios, y Dios es amor. Por eso su amor es un amor que perdona, que alienta, que anima, que redime, que conforta, que alegra, que fortalece, que protege, que estimula, que acoge, que empuja, que cristifica, que consuela, que diviniza, que impulsa hacia lo alto….
En este día me siento alegre y confortado. Tengo a María, «mi Madre», que me ama con amor materno. Por eso me acojo a este amor maternal y exclamo a quien quiera escucharme: «¡Gracias, María, porque a tu lado nada temo!».

¡Gracias, María, porque a tu lado nada temo! ¡Gracias por ser mi Madre! ¡Gracias, María, porque me enseñas el valor de la libertad Tú que fuiste la más libre entre todas las mujeres! ¡Gracias, María, por ayudarme a no caer en tentación Tú que eres una mujer que no está atada al pecado! ¡Gracias, María, por mostrarme el camino de la dignidad Tú que te alejaste siempre de la vulgaridad y la simpleza! ¡Gracias, María, porque me enseñas el valor de la decencia y la modestia Tú que te alejaste siempre de la mediocridad! ¡Gracias, María, porque estás llena de gracia y me enseñas el camino para vivir en gracia! ¡Gracias, María, por enseñarme a aceptar con el corazón la esclavitud que libera que es estar unido al Padre! ¡Gracias, María, porque me enseñas con tu «Sí» a alejarme de la comodidad de la vida y aceptar las cosas según la voluntad de Dios! ¡Gracias, María, porque me enseñas lo que es subir al monte Calvario y postrarme a los pies de la Cruz! ¡Gracias, María, porque tu valor y tu entrega me hacen no temer ante las dificultades! ¡Gracias, María, por tus palabras tiernas, tus gestos delicados, tu mirada amorosa que se pone frente al trono de Dios y derriba a los soberbios! ¡Gracias, María, por tu humildad y sencillez que demuestra que el camino de la vida es apreciar las pequeñas cosas de la vida y entregarse con amor! ¡Gracias, María, porque me haces comprender el valor único de la vida y el sentido real de la maternidad! ¡Gracias, María, por tu alegría contagiosa que borra toda tristeza de mi rostro cuando las penurias y las dificultades llegan a mi vida! ¡Gracias, María, porque me enseñas a rechazar los honores mundanos y recoger sólo la alegría del corazón! ¡Gracias, María, porque extiendes tus manos para elevar mis súplicas a Dios! ¡Gracias, María, por ser corredentora del género humano! Por todo esto y mucho más, ¡Gracias, María, porque a tu lado nada temo!
De la mano del maestro Francisco Guerrero saludamos a María con esta Salve:

viernes, 4 de noviembre de 2016

Como cristiano debería…

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Quisiera cristiano es tomar cada día el control de mi vida dejándole al Espíritu Santo ponerse al volante para dirigirme por el camino correcto. Vivir la realidad infinita del amor en mi vida que es lo que, en definitiva, me llena de gozo, alegría y paz. Y, al mismo tiempo, mitiga y serena todas aquellas inquietudes y ansias que anidan en mi corazón.
Como cristiano también necesito avivar cada día mi esperanza con esa certeza que supone ser consciente de que todo aquello que espero supera la realidad material siempre tan volátil, efímera y tramposa que me lleva a pensar que si estoy bien económicamente lo tengo todo solventado pero que al mismo tiempo me provoca angustia y ansiedad porque lo pongo todo en mis manos y no en ese corazón de gracia que es la voluntad de Dios.
Como cristiano debo mantenerme firme en el amor porque a través de Él todo es posible, todo se alcanza, todo se consigue… Es el amor el que sana los corazones heridos, cura los sufrimientos, fortalece las debilidades, mitiga las desilusiones, aviva la esperanza, fortalece siempre la voluntad, y da luz a esos momentos de oscuridad que surgen cuando los problemas no acaban de solucionarse o llegan de improviso como un tsunami. Pero es que el amor también sana el alma y el cuerpo porque hay un Amor que es la gran medicina para el hombre. Ese amor se derramó generosamente con los brazos abiertos en una cruz y permitió a todos los que le siguen beber de su cuerpo y de su sangre. Cada día, hasta el fin de los tiempos. Y eso da mucha confianza.
Así, que hoy no deseo más que dejarme amar por ese Dios que me ha creado, dejar que me quiera como sólo Él sabe hacerlo; tratar de encontrarlo en cada rincón de mi vida; buscarlo, para que me muestre ese rostro amable, amoroso y misericordioso; para que me tome con esas manos que me han creado del polvo de la nada; para que penetre en ese corazón de piedra y lo convierta en un corazón de carne; y para que permita que sea su Madre la que me cubra con su santo manto y junto a Ella sentirme confortado cada día, calmar esos momentos angustiosos por los que pueda pasar, sentir su amor, permitir que se haga su voluntad y que se desvanezcan todas las dudas.

¡Señor mío y Dios mío, postrado ante tu presencia, quiero encontrarte en este día para que junto a ti sea capaz de vivir cada uno de los momentos con la alegría que supone estar al lado del amigo! ¡Señor, quiero encontrarte en los momentos de dificultad, sufrimiento y tristeza… para comprender lo mucho que me amas y acoges todo ello en tu corazón misericordioso! ¡Señor, quiero encontrarte en esas angustias que atenazan mi corazón para que arrodillado a los pies de la Cruz todo sea consuelo! ¡Señor, quiero buscarte en los sinsabores de mi vida para que el encuentro contigo en el Sagrario sirva para aplacar aquello que me causa incerteza! ¡Señor, quiero encontrarte en los momentos en los que la desesperación haga mella en mi vida y que el encuentro contigo suponga darle paz a mi corazón al escuchar tus palabras, sentir tu mirada y llevar contigo la Cruz! ¡Señor, quiero encontrarte en las numerosas dificultades y problemas que se me presentan cada día pero que tú solventas cubriéndome con tu manto para hacerlos más livianos! ¡Señor, quiero encontrarte también en los vacíos de mi alma para que ésta se llene siempre de tus gracias! ¡Señor, quiero encontrarte también en la incomprensión de tantos, especialmente de los que más quiero! ¡Gracias, Señor, por la alegría, la serenidad y el consuelo que supone saber que pese a todo mucho me amas!
«Como nos ama Dios» - Son by Four, cantamos acompañando esta meditación:

¿Qué hora es?

Si ahora les pregunto qué hora es, no giren sus muñecas para mirar sus relojes ni miren a sus relojes de sobremesa. Piensen durante unos instantes la respuesta y después, accedan a la reflexión que les propongo leer:

Una vez vi un bonito reloj y me aproximé para verlo más de cerca. Debajo del reloj, había una pregunta curiosa que decía ¿Qué hora es?
Estas tres palabras unidas forman una gran pregunta para nuestras vidas. Luego de leer esta pregunta, vinieron a mi mente muchas respuestas para cada persona, como por ejemplo:
Es hora de perdonar, es la respuesta de las personas que a lo largo de los años han vivido odiando a alguien.
Es hora de arrepentirse, puede ser la respuesta de los pecadores.
Es hora de olvidar, responderá alguien que vive de recuerdos, pensando en el pasado, amarrado al pasado, atrapado en el pasado.
Es hora de dar, tendría que responder una persona que ha sido mezquina, que ha sido egoísta y se ha olvidado del prójimo.
Es hora de ser humilde, sería la respuesta de las personas orgullosas.
Es hora de estar alegres, por la esperanza que tenemos (Romanos 12,12) sería la respuesta de miles que viven tristes y sin esperanza.
Es hora de buscar la paz, es hora de buscar la armonía, tendrían que responder los que viven en guerra, buscando la violencia.
Es hora de ser valientes y trabajadores, tendrían que responder los perezosos y flojos.
Es hora de seguir el Camino, la Verdad y la Vida, dirían los que están perdidos.
Es hora de seguir al Buen Pastor, dirían las ovejas descarriadas.
Es hora de buscar la Luz, exclamarían los que viven en la oscuridad.
Es hora de ayunar, es hora de la penitencia, es hora de la limosna, dirían los feligreses en Cuaresma.
Es hora de buscar a Dios, dirían también muchos.
Para la pregunta "¿Qué hora es?" existen muchas y diversas respuestas. Hay diferentes maneras de contestar, pero de manera particular la respuesta que yo daría, mi respuesta preferida, la que mas me emociona es:
Es hora de: "amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, y con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerza (Mc 12,29)"
Por gracia de Dios, nosotros tenemos aún un reloj, el reloj de nuestra vida. Aún nos queda el tiempo necesario para responder adecuadamente a la pregunta: ¿Qué hora es?
Responde con tu vida a esta pregunta, con tus acciones; responde con buenas obras.
Un consejo: durante el resto de tu vida, prepara la respuesta que salvará tu vida.
Si aprovechas el reloj de la vida y aprendes a responder a esta pregunta, cuando mueras y te encuentres ante el tribunal de Cristo, a ti te corresponderá hacer esta pregunta. Sí, en efecto, probablemente cuando llegues asombrado por el cambio de estado, preguntarás: ¿Qué hora es, Señor?
Y si en la vida terrenal aprendiste a responder a esta pregunta, Jesucristo seguro te responderá:
Es hora de la eternidad, es hora de la vida eterna.

Los que no ven que hay en el interior

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Ayer, a lo largo del día, me encontré con diferentes personas y sus respectivas problemáticas. La portera del edificio, con un embarazo complicado, que cada dos por tres está de baja para no perder la criatura que está esperando. El camarero del bar de la esquina, que entre café y café, te cuenta que a su hermano le han diagnosticado un cáncer y que sufre mucho por él porque es joven y padre de tres niños. Y ese anciano al que cada día lo veo sentado en un banco fumándose un pitillo y al que los huesos le duelen no sólo por la vejez si no por esa artrosis que se le nota en las manos. Y al compañero de trabajo cuyo matrimonio hace aguas y lo muestra en la acidez de sus comentarios y en los reproches constantes a la que todavía es su pareja. Y aquel amigo que hace poco perdió su trabajo y ahora la angustia le llega hasta el cuello. Y a una de las mejores amigas de mi hija al que el novio la ha dejado por otra y ahora en su corazón lleva el pésame del amor truncado. Pero no todo son desgracias. Está aquella mujer que en la farmacia, con cara de felicidad, ha comprado el predictor porque está convencida de su embarazo; sólo espera a llegar a casa para contárselo al hombre que tanto ama. Y la otra amiga de una de mis hijas que ha aprobado a la primera el examen de conducir. O la vecina del piso de abajo que tiene la ventana abierta y a la que se escucha con qué ilusión prepara para mañana su aniversario. Historias cómo estás suceden a millones en el mundo. Son historias sencillas, unas entrañables y otras tristes, pero todas ellas conocidas por Dios, el gran hacedor de historias.
A última hora de la tarde entro en la parroquia para ir a misa y hacer un rato de oración ante el Santísimo. En el exterior queda el ruido denso de la circulación poco fluida del tráfico de la tarde-noche y el gentío de las personas que pasan por la calle pero dentro del templo, en la casa de Dios, todo el marasmo exterior se vuelve quietud y arrodillado primero y sentado después va llegando la paz y la serenidad al corazón.
Me he sentado en los últimos bancos y voy viendo entrar a personas diferentes, ancianos y jóvenes, casados y solteros... todos entran con sus alegrías y sus penas, cargando esas cruces que tanto que pesan y dispuestos a poner frente al altar su propia historia.
Entonces pienso en tantos que pasan por delante de esta iglesia, ensimismados en su mundo, y no son capaces de ver que alguien en su interior —el Amigo por excelencia—, les está esperando para sostenerles con su amor y su misericordia. Y le dijo al Señor que «que pena que no acudan a ti a contarte sus desdichas y sus alegrías, lo que les duele del corazón, los sentimientos y las preocupaciones que les embargan o, simplemente, para darte gracias de los muchos dones y alegrías que por tu bondad les has regalado ayer y hoy, a Ti que nos has dicho con palabras suaves y misericordiosas que vengamos a Ti los que estamos fatigados y sobrecargados porque Tú eres el que no darás descanso y cargarás con nosotros las cruces pesadas de nuestra vida».
¿Por qué hay tantos en nuestras ciudades que no acuden al encuentro con el Señor? ¿Es porque no saben que existe? ¿Por qué lo ignoran? ¿No han oído hablar de las maravillas que obra en nuestro corazón?
Nadie que se sienta «cristiano» puede ser ajeno al sentimiento de tristeza profunda que debe sentir el Señor al contemplar a tantas almas que se apean de su cercanía. Nadie que se considere «cristiano» puede dejar de gritar a los cuatro vientos que si alguien está angustiado o sufre le puedes presentar al mejor y más fiel de los amigos; que al sediento le puedes saciar la sed con un agua fresca y viva; que a perdonar aprendes contemplando la Cruz; que es posible amar sin medida porque alguien amó hasta dar su propia vida; que siempre hay un hombro donde descansar las penas; que es posible ser grande en la humildad de lo pequeño... Que es posible sentir en el corazón que Dios nos ama. Que ¡Jesucristo ha resucitado!... y que ¡En verdad ha resucitado!

¡Padre, que no olvide jamás amor que sientes por mí! ¡Edifica en mi pequeño corazón tu Templo santo que este sostenido por la fe, el amor, la esperanza, la caridad, el servicio y la generosidad! ¡Haz, Padre, que sea el Espíritu Santo el que me guíe siempre y me defienda de las acechanzas del demonio! ¡Haz que tú Espíritu divino esté siempre vivo en mi interior para que esas tormentas en forma de angustia, sufrimiento, dudas, incertidumbre o dolor no derriben las puertas de mi corazón! ¡Convierte mi corazón en una fuente de agua viva en la que puedan beber todos los que me rodean y yo me convierta en un auténtico instrumento de tu amor, de tu misericordia y de tu paz! ¡Y a ti, María, Madre del amor hermoso, te pido que me revistas con tu manto sagrado para que todo yo me pueda convertir en una pequeña casa de oración que acoja a todo aquel que lo necesite, que se sienta triste o desamparado o que, simplemente, quiera conocer a a Tu Hijo Jesús! ¡Conviérteme, Padre de bondad y misericordia, en un templo que esté hecho a tu imagen y semejanza para que siempre cumpla lo que tú quieres para mí y no se haga mi voluntad sino la tuya! ¡Padre Misericordioso, te pido que abras los ojos de aquellos que no son capaces de verte ni de percibirte para que en algún momento sean capaz de ver tu Santo Rostro y que se abra en su corazón un resquicio de tu amor!