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domingo, 13 de noviembre de 2016

La casa bonita

La pobreza te hace apreciar y valorar muchas más cosas de las que a diario vemos y que no apreciamos lo suficiente. Sobre este tema trata la reflexión:

Aquel era un sábado como cualquier otro: el trajín de siempre: correr, comprar rápido y escapar del tumulto y el bullicio de la ciudad en un destartalado autobús... Me sentía cansada y ofuscada por el inmenso calor y toda la gente a mi alrededor transpiraba como si estuvieran sumergidos en un mar de sudor.

Abordé el autobús y me senté en el primer asiento para refrescarme un poco con la brisa del camino.

Todo transcurrió normalmente hasta que a mitad del camino una mujer abordó el autobús. Vestía harapos, estaba sucia y sostenía un bebé de meses en sus brazos y a su lado llevaba un niño de no más de cuatro años. Ella se sentó a mi lado con el bebé, el otro niño se sentó en el asiento contiguo, al otro lado del pasillo. Observé aquella mujer discretamente: era delgada y podría decirse que había aún restos de juventud en su expresión; pude ver sus facciones: un rostro en el cual aún se vislumbraba unos rasgos bonitos, ojos claros, se notaba que aún era joven, sin embargo el peso del dolor podía verse a través de sus arrugas prematuras. El niño mayor se veía saludable, vivaracho y muy simpático.

El viaje se convirtió en una "excursión de silencio" en cuanto la señora abordó el bus, todos los pasajeros la observaban con preocupación e incluso con cierto desprecio e incomodidad por la suciedad de sus ropas. De pronto en medio del silencio una chispa de luz brilló en los ojos del niño, miró sonriente por la puerta del autobús y gritó: "¡Mira, Mami, qué casa tan bonita!".

Inconscientemente, todos los pasajeros del autobús miramos hacia donde el niño señalaba y solo había un pequeño rancho, con unas pocas tablas, con hendijas por todas partes, sin suelo y con unas latas herrumbradas y rotas por techo".

¡Mira, Mami! ¡Qué bonita y hasta tiene luz! ¡mira tiene un cable!"

La mujer con ojos tristes le dijo "Si, hijo, si" y se volvió avergonzada hacia mí y se disculpó por su pobreza diciendo "No ve que como vivimos tan pobres y nos alumbramos con candelas, él todo lo ve bonito" e inclinó su rostro avergonzada. En aquel momento deseé que el asiento del bus se abriera y me ocultara, ¡Cómo podría quejarme yo después de esto!.

Deseé quitarme las pocas cosas valiosas que llevaba encima y dárselas para que cubriera sus necesidades básicas. ¡Qué vergüenza! ¡Qué derecho tengo yo a "colgarme" adornos y alhajas de oro cuando otros no tienen con qué cubrir sus cuerpos del frío!

En la siguiente parada la mujer bajó, pero todos en el autobús quedamos con el corazón estrujado y un inmenso nudo en la garganta. Y los que nos llamamos "cristianos" con una sensación de culpa por no haber cumplido el mandato: "lo que a uno de estos hiciéreis, a Mí me lo hacéis".


Descubrí que la pobreza te hace apreciar y valorar muchas más cosas de las que a diario vemos y que la belleza está donde la encuentres.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Un ramo de flores en el corazón

flores
Una amiga, después de una discusión con su madre, ha tenido un bello detalle con ella. Al regresar a casa por la tarde ha llegado con un hermoso ramo de flores. «Perdona». Asisto una palabra mágica, una palabra que ha diluido todo aquello que podía romper la armonía entre ellas. Esto me hace pensar que los hombres vivimos de pequeños milagros cotidianos que se desnudan ante nosotros en cada instante de nuestra vida. Que tantas veces las discusiones entre unos y otros nacen de la absurdidad de nuestra cabezonería —¡de esto tengo mucho que aprender!—. Que es posible ser feliz con lo que se tiene. Que no hemos de culpar a los demás de nuestras frustraciones, nuestras tristezas o desolaciones. Que cada día es único. Que lo que sucedió ayer hay que mirarlo en la distancia para encarar el futuro con optimismo. Que hay que intentar encontrar en las personas lo bueno que tienen silenciando el mal carácter, el egoísmo, la envidia, el rencor, el reproche, la queja insana, los caprichos, el «yoísmo», la falta de caridad… Intentar que de la comisura de nuestros labios sólo se emitan sonidos que hablen de cosas bellas, de agradecimiento, sinceros consejos, elogios auténticos, palabras sabias en un diálogo presidido por el amor y la paciencia, la generosidad y la esperanza.
Los pequeños detalles cotidianos en nuestra vida jalonados de amor nos hacen semejantes a Dios, que es el amor mismo. Por eso es triste ver como transcurren las horas y nos quejamos, discutimos o nos lamentamos por todo y por todos cuando nuestro tiempo sería mucho más fructífero y agradable con una sonrisa de agradecimiento, de cariño o de complicidad. Poniendo en nuestra vida un ramo de flores lograremos que la estancia de nuestro corazón luzca más bella.
Nuestra actitud es el sello de nuestra vida y en función de ella es como nos verán los demás. Si uno predica con sus acciones positivas se convierte en alguien más auténtico y más cercano a Dios. La renuncia del yo —con el perdón, la generosidad, el cariño, la entrega, la escucha, el consuelo…— marca el grado de nuestro amor y nuestra misericordia. ¡Qué fácil es escribirlo y meditarlo y qué difícil resulta a veces ponerlo en práctica!

¡Dios mío, quiero darte gracias siempre por los pequeños regalos que me ofreces siempre a través de las personas que se cruzan en mi camino y en los acontecimientos de la vida! ¡Tú, Señor, eres mi ayuda y mi consuelo, el que bendice mi vida y bendices a los que me rodean! ¡Te doy gracias por todo lo que haces por mí, por las cosas grandes y pequeñas, y porque jamás te alejas de mi vera! ¡Gracias, Señor, por el amor que sientes por mí, por perdonarme constantemente, por restaurarme con la fuerza de tu Espíritu, porque a tu lado venzo tormentas y contratiempos por amarme, me fortalezco en tu fuerza y me mantengo en la firmeza cuando las situaciones invitan a flaquear! ¡Ilumina, Señor, las pequeñas cosas de mi vida que hacen grande mi camino como cristiano! ¡Señor, los signos aparecen de numerosas y variadas formas y se hacen presente en lo que sentimos, en lo que hablamos o leemos, a través de las bocas de otros, de las enfermedades, de la salud, de los éxitos y los fracasos, del antagonismo con el prójimo, de la amistad... son muchas cosas Señor, tú lo sabes! ¡Pero sobre todo hazme humilde para entender todo lo que sucede, para ser detallista con los que me rodean, saber hacerles felices y estar atento a sus preocupaciones y sus anhelos! ¡Quiero, Señor, ser un apóstol de la alegría y transmitir a los que me rodean gestos sencillos llenos de amor y paz para hacer la convivencia siempre agradable y alegre! ¡Ayúdame a conseguirlo con la ayuda del Espíritu Santo!
El verano, con Antonio Vivaldi:

Si Dios es feliz… yo también

 Si Dios es feliz, yo también
La felicidad es una gracia inmensa. Para ser feliz son imprescindibles dos principios: saber qué es la felicidad y saber alcanzarla. Todos queremos ser felices. Todos necesitamos que nuestro corazón exulte de alegría. Un corazón alegre tiene paz, serenidad interior, esperanza... pero, en muchas ocasiones, la medimos mal porque no la alcanzamos por no saber qué es lo que más nos conviene. ¡Hay mundanidad que me aleja de la alegría!
Pienso en Dios. Lo inmensamente feliz que es. ¿Es feliz porque es el Rey del Universo? ¿por que conoce todo lo bueno? ¿por que tiene en sus manos la capacidad de lograrlo todo? Por todo esto y por algo más: porque Él es el Amor y todo lo ha creado por amor. Y nos ha dado a su Hijo por amor, el desprendimiento más grande en la historia de la humanidad.
Antes de crearlo todo, Dios ya era feliz. No creó la naturaleza, ni a los animales ni a los hombres para que le hiciésemos feliz si no para que pudiéramos ser partícipes de su felicidad.
Por eso la felicidad sólo la puedo encontrar en Dios. Y en Jesús. Dios me ha creado a su imagen y semejanza. Me ha creado para ser feliz. Me ha creado para compartir su alegría, su sabiduría y su felicidad. Si sólo Jesús me ofrece la felicidad, ¿para qué pierdo el tiempo buscándola fuera de Él!

¡Quiero ser feliz, Señor! ¡Pero quiero ser feliz a tu manera pero no como entendemos los hombres la felicidad! ¡Quiero ser feliz basándome en el amor, en el amor sin límites, en la entrega, en el desprendimiento de mi yo, en el servicio generoso, en la caridad bien entendida, en la paciencia de dadivosa! ¡Señor, quiero participar de tu felicidad encontrándome cada día contigo y desde ti con los demás! ¡Señor, me has creado para compartir tu alegría! ¡Envía tu Espíritu para que me haga llegar el don de la alegría y transmitirla al mundo! ¡No permitas, Espíritu Santo, distracciones innecesarias en mi vida que me alejan de la libertad y la felicidad de auténticas! ¡Señor, ayúdame a que encuentre felicidad en dar felicidad a los que me rodean, que abra mis manos para dar siempre, que abra mis labios para compartir tu verdad, y que abra mi corazón para amar profundamente! ¡Señor, sé que me amas y que deseas que yo sea feliz; acompáñame Señor siempre porque eres el autor de mi felicidad y la razón de mi existir!
Descansar en ti, cantamos hoy al Señor:

viernes, 11 de noviembre de 2016

Una mirada sobre la vida

gracia dvina
Hay cosas que se desgastan por el uso continuado que hacemos de ellas. Y eso puede ocurrir también con las cosas que hacemos y amamos cada día o las que compartimos con nuestros semejantes. Eso tiñe de colores oscuros nuestra vida. Si planeamos una mirada sobre nuestra vida observamos como algunos valores se van oxidando paulatinamente.
La vida, regalo de Dios, a pesar de que su fuerza va aminorando con el paso de los años nos ha sido entregada para hacer un buen uso de ella, respetándola con libertad, compartiéndola para el bien con los demás y para hacer a los demás el bien que deseamos para nosotros mismos.
La fe, don de Dios, regalo de la gracia divina, que no constituye una propiedad que uno adquiera de por sí o por sus méritos. Y por esta gran riqueza hay que dar infinitas gracias, aprender a administrarla, alimentarla y, sobre todo, compartirla.
La familia, nunca perfecta, nunca inmaculada. No llevamos en nosotros la impronta de un nombre, vamos acompañados de unos apellidos que vienen otorgados por nuestros padres, origen de un pasado lejano. Es la familia, célula esencial de la sociedad, la mejor escuela del amor, de la generosidad, del perdón, de la comunicación, de la entrega, del sufrimiento, de la paz… Si no se nutren estos valores en la familia no se pueden exportar a la sociedad y uno tampoco crece humanamente.
La amistad, el vínculo que entrelaza el hombre con la sociedad, la cadena que nos permite caminar en peregrinación por lo senderos de la vida, donación de uno mismo.
Ahora me pregunto: ¿Doy gracias habitualmente por el don maravilloso de la vida? ¿soy capaz de apreciar en toda su grandeza la belleza que hay en la naturaleza, en el corazón de las personas, en las cosas que me envuelven? ¿Respeto la vida y la vida ajena sin jugar, sin valorar anticipadamente sus actos? ¿amo y respeto incluso los pequeños detalles de la vida? ¿Como alimento mi fe? ¿Soy fiel a la revelación divina? ¿Alimento adecuadamente mi vida espiritual con oraciones, plegarias, lecturas, jaculatorias, adentrándome en la realidad del Evangelio? ¿Procuro ser alegría auténtica en mi familia? ¿Trato de hacer feliz a sus miembros o los amargo con mis actitudes? ¿Sostengo mis amistades con una profundidad humana, la baso en la confianza mutua, en la fidelidad, en la comprensión ante cualquier dificultad? ¿O todas estas preguntas se responden con la rutina, la inercia, la comodidad, la falta de ilusión y de imaginación?
Quien es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho. Quién es infiel en lo poco también es infiel en lo mucho.
En una mirada sobre mi vida mucho tendré que hacer para no dejarla vacía de contenido.

¡Señor, gracias por el regalo de la vida, gracias por mi fe, gracias por mi familia, gracias por mis amigos, gracias Señor porque todo lo maravilloso que tú has puesto a mi alrededor y tengo posibilidad de valorarlo cada día! ¡Quiero en este día gozar de los pequeños milagros que me ofreces, ese gran milagro que es la conjunción de todas las cosas sencillas que ocurren a mi alrededor, que es encontrar la felicidad en los pequeños momentos de mi vida, con los míos, con mis amigos, en mi vida de fe y mi vida espiritual¡ ¡Quiero, Señor, que me ayudes a llenar mi vida de satisfacciones y a dar el valor supremo a las personas que me rodean y a las muchas cosas que se cruzan por mi camino! ¡Desde lo más profundo de mi corazón te doy las gracias, especialmente por todo lo que me has concedido sin habértelo pedido y rogado, sin haberlo merecido, todo es un regalo tuyo gratuito! ¡Gracias infinitas por el bienestar, por las alegrías y las penas, por la salud, por los sufrimientos, por las satisfacciones, y aunque todas las cosas me cuestan mucho trabajo, Señor, te agradezco y te ofrezco los esfuerzos cotidianos! ¡Gracias por los rayos de esperanza que iluminan mi camino cada día! ¡Todo es Providencia tuya, Señor de la Esperanza y la misericordia! ¡Pero sobre todo, te doy gracias, Señor, por la fe tan grande que tengo en ti! ¡Te doy gracias, Señor, porque me iluminas en la oscuridad, me levantas cuando caigo y me perdonas cuando te ofendo! ¡Te doy gracias, Señor, por todo aquello que ignoro y de lo cual debo darte gracias!
Ha quien que no vive para servir, no sirve para vivir y la que dijo que “La revolución del amor comienza con una sonrisa. Sonríe cinco veces al día a quien en realidad no quisieras sonreír. Debes hacerlo por la paz”. Damos gracias a la Iglesia por el ejemplo de esta mujer testimonio de la misericordia.oy el Papa Francisco eleva a los altares a la Madre Teresa de Calcuta, la servidora de los pobres, par
Adoramus te, o Christe, cantamos hoy como plegaria:

El cielo deseado

El cielo prometido
La carta a los Filipenses es el punto de partida de mi oración de hoy. Y leo: «nuestra ciudadanía está en los cielos». Yo amo profundamente a mi país y a sus gentes pero soy peregrino y huésped de la tierra creada por Dios, en mi camino a la vida eterna. Soy un pobre peregrino que camina por la senda de la fe y trata de vivir cristianamente.
¿Cómo tengo que vivir —me pregunto— para ganarme el cielo? Avivando en mi corazón el deseo ferviente de alcanzar la vida terna. Poniéndome en oración para contemplar la grandeza del premio extraordinario que me espera en el cielo. Animando mi fe con la lectura y el estudio de la Palabra divina, ejercitando las virtudes, haciendo mortificaciones y penitencias, haciendo frente a las dificultades de la vida con entereza y esperanza, soportando los dolores y los sufrimientos con alegría, los desprecios y las humillaciones con perdón, las necesidades materiales con generosidad; amando —sobre amando— a los demás… todo compensa si el premio es el eterno amor del Padre.
Para ganar el cielo —mi verdadera patria—, no puedo decaer en la esperanza. La esperanza en Dios y no en las seguridades de este mundo. Mirar el cielo es fecundar el alma. Es vivir con alegría a la espera de recibir el premio deseado. Soy peregrino, un peregrino alegre, que va de camino y que espera en Dios que todo lo puede, que no falla nunca y que es fiel a sus promesas. ¡Señor, consérvame la virtud de la perseverancia para esperar siempre en ti y haz fecunda mi vida para llegar algún día al cielo deseado!

¡Señor, ayúdame a no ser nunca un obstáculo para tu Divina Voluntad por mis acciones u omisiones de pensamiento, palabra u obra! ¡Jesús mío, te doy mi corazón, te consagro toda mi vida, en tus manos pongo la suerte de mi alma y te pido la gracia de vivir siempre cristianamente! Tu, Señor, no me estás esperando para juzgarme o condenarme sino que quieres recibirme con amor y misericordia: yo confieso que Tu Jesús eres el Señor, y creo en mi corazón que Dios te levantó de los muertos! ¡Quiero ganar el cielo pero sé que soy un pecador y te pido perdón por ello, por eso me quiero apartar del pecado! ¡Creo, Jesús, que moriste por mis pecados y resucitaste para darme una nueva vida! ¡Te invito a entrar en mi corazón y en mi vida! ¡Confío en ti como mi Señor y Salvador por el resto de mi vida!
Alégrense el cielo y la tierra (In resurrectione tua):