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martes, 22 de noviembre de 2016

Consagrarse a Dios para vivir en su querer

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Ayer celebramos la Presentación en el Templo de la Virgen María. Es una antigua tradición que se recoge en el «Protoevangelio de Santiago», un escrito apócrifo que narra que siendo la Virgen María muy niña sus padres San Joaquín y Santa Ana la llevaron al templo de Jerusalén para consagrarla a Dios, para instruirla delicadamente respecto a la religión y en los deberes para con Dios. Es un gesto de acción de gracias al Dios de la vida. Del mismo modo actuará María con su propio Hijo Jesús cuando, al presentarlo en el Templo de Jerusalén, dará públicas gracias por el don de su maternidad y de la vida nueva de Jesús.
¡Qué hermoso es celebrar la fiesta de nuestra Madre, revestida de gracia desde el mismo día de su concepción, para dar su «sí» temprano a Dios impulsado por la fuerza del Espíritu Santo y aceptando la entrega a los planes divinos que tendrán su culmen, años más tarde, en aquella frase sencilla y humilde del «Hágase en mí según tu palabra», respuesta clara a los planes que Dios tenía pensado para Ella!
¡Es un día para felicitar a la Virgen y darle gracias por esa entrega confiada y esa disponibilidad firme a la voluntad divina, origen de tantas gracias con las que le colmó el Señor y, desde de Ella, ha vertido a todos los hombres!
¡Es un día para, a imitación de María, saber vivir siempre según los requerimientos de Dios, ponerme a disposición del Padre en completa disponibilidad para aceptar sus planes y su querer conmigo, para amarle como hizo la Virgen cumpliendo su voluntad incluso cuando ésta se aleje de mis necesidades y el camino no sea precisamente de rosas!
¡Es un día para recordar que soy templo del Espíritu Santo; que María también fue templo que llevó en su interior al Hijo de Dios y aceptó siempre su Palabra desde el anuncio del ángel, que se alimentó de la Palabra de Jesús y vivenció el sabor triste y agridulce de lo que esta Palabra en ocasiones implica; y que como creyente he de aprender a pronunciar un «amén» confiado lleno de fe y de esperanza!
¡Es un día para acoger de nuevo el amor de Jesús en mi vida, ponerme en absoluta disponibilidad a la voluntad de Dios y pedirle a María para que, en esta fiesta en la que entrega su vida a Dios, sepa poner también yo mi corazón en lo que es verdaderamente importante, el Amor de los Amores, y no en los amores mundanos!
¡Es un día para, a imitación de la Virgen María, impregnar mis obras de amor, para que mi corazón sea un corazón puro capaz de amar a Dios en todos los gestos de mi vida, en cada uno de mis quehaceres cotidianos; que todas mis obras estén impregnadas de la pequeñez de lo sencillo y que no trate de hacer cosas extraordinarias para complacer mi ego o el aplauso de los demás!
¡Y, sobre todo, pedirle a María que me ayude a ser un valiente seguidor de su Hijo, anunciándolo en cada momento desde una generosa y firme respuesta al Plan que Dios tiene pensado para mi pobre persona!

¡Que a imitación tuya, María, mi vida sea una consagración a Dios para vivir en sintonía siempre con su querer! ¡Te pido, Señora, que subas cada día conmigo las escalinatas de la vida, cogidos de la mano y siempre me proveas del equipaje interior necesario para caminar cristianamente y ayúdame a mantenerlo cuidado siguiendo tu ejemplo, tus virtudes y tus enseñanzas! ¡Ayúdame, María, a ser generoso, a no buscarme a mí mismo nunca! ¡Que en este día y todos los días mi única intención de lo que haga sea cumplir la voluntad del Padre y darte alegrías, servirte a Ti y —por Ti— servir con amor y generosidad a todos los que me rodean! ¡Ayúdame a imitarte siempre en las tareas cotidianas de la vida, en la familia, en el trabajo, en la parroquia, en los grupos de amigos, en las asociaciones culturales... en las numerosas dificultades que se presentan en la vida diaria, que busque hacer siempre y en todo la voluntad del Padre y poder pronunciar contigo el «hágase en mí según tu palabra»! ¡María, Madre del Amor hermoso, tú supiste corresponder con generosidad lo que te pedía Dios en cada momento, ayúdame a poner siempre por delante la voluntad de Dios! ¡No permitas, Madre, que mi pereza, mi comodidad, mi tibieza, mi orgullo, mi soberbia, mi vanidad y los tantos defectos que regularmente me tientan me esclavicen y me lleven al desaliento! ¡Ayúdame a darme cuenta de que la mejor manera de ejercer el don de la libertad es obedecer la voluntad divina y no dejarme esclavizar por mis pasiones o defectos! ¡Y te pido hoy especialmente por todas las personas consagradas a Dios para que sean fieles a su vocación!
Del compositor bielorruso Sergey Khvoshchinsky escuchamos esta bella Ave Maria en honor de la Virgen:

¿Reconoces a Dios en los que te rodean?

Quiero otra mirada para descubrir su cuerpo herido


No quiero que nadie esté solo. Como ese cuerpo de Jesús abandonado en algún lugar. No sé dónde lo han puesto. Pero sí sé dónde grita Jesús lleno de abandono. En tantos que me gritan a mí cuando no escucho.

Y recuerdo las palabras del papa Francisco: “Los tesoros de la Iglesia no son sus catedrales, sino los pobres. Con su presencia nos ayudan a sintonizarnos en la longitud de onda de Dios, a mirar lo que Él mira: Él no se queda en las apariencias. ¿Qué tiene valor en la vida, cuáles son las riquezas que no pasan? Está claro que son dos: el Señor y el prójimo. ¡Estas dos riquezas no pasan! Estos son los bienes más grandes que hay que amar”.

Jesús y el prójimo. Jesús oculto en el prójimo. Me emociona pensar en tantas custodias dónde Él está. Ahí no lo adoro. A veces lo desprecio. Porque su apariencia no es dorada y no me interesa. En ese pobre al que no conozco. En aquel al que conozco y es pobre de amor y necesita que yo esté. Y me olvido.

¡Tantas veces olvido a Jesús en los que me necesitan! No adoro. Y a lo mejor vengo a adorarlo en una custodia de oro. Pero no pierdo el tiempo con el que no es admirable. Con el que está herido. Con el que ha sido rechazado y olvidado.

Me gustaría ser capaz de arrodillarme al reconocerle en tantos que me rodean hoy. Buscando algo de amor. Mendigando cariño. Tal vez no suplican. No piden. Sólo esperan. Y yo paso de largo con prisa buscando una custodia dorada. Y no me detengo a pensar dónde está Jesús presente en medio de tantos ruidos.

Y me pregunto si a lo mejor sólo pretendo que me admiren a mí. Que hablen bien de mí. Que me busquen a mí. Y mi custodia está llena de orgullo, de vanidad, de prepotencia. Como si yo no necesitara nada. Tan seguro de mí mismo.

Quiero adorar a Jesús. Para llenarme de su presencia. Para colmar mi vacío. Quiero adorarlo en su custodia en el santuario. Adorarlo en su custodia en los que están junto a mí. Adorarlo en los más pobres donde tantas veces me cuesta verle.

Quiero otra mirada para descubrir su cuerpo herido, perdido, escondido. Bajo la apariencia vulgar de mi carne enferma. Sí. Ahí donde no me resulta fácil descubrir la fragancia del incienso, las luces cálidas que desvelan los misterios. Allí donde los cantos no me hablan de su amor, ni me evocan un lugar sagrado en el que poder postrarme en mi indigencia.

Sí. Allí está Jesús oculto. Quiero desvelarlo. Quiero descubrirlo. Quiero yo mismo cargarlo en mi pecho herido.

lunes, 21 de noviembre de 2016

El Centinela.

La indiferencia que destruye el amor

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En nuestras sociedades hay un decidido objetivo de destruir el matrimonio en todos los sentidos y se minusvalora a esta iglesia doméstica que fundamenta los pilares de nuestra sociedad. A este ataque contra la familia se le une un problema de fondo que se extiende entre las parejas: la indiferencia. La indiferencia es el cáncer terminal de cualquier matrimonio. Es la enfermedad crónica que destruye el núcleo central de una pareja. Durante el noviazgo, él y ella ponían como eje la necesidad del otro; ese encuentro furtivo; esos cinco últimos minutos que pasaban volando pero que uno quería que fueran como una eternidad; esa llamada telefónica de conversación irrelevante en contenido pero que duraba horas; ese estar pensando continuamente en el otro y saber que el otro tenía también la mente puesta en ti; el dejar de lado a esos amigos o amigas con los que compartir cervezas, tarde de compras u horas de gimnasio porque ahora lo importante era encontrarse con la persona amada...

Entonces llega la felicidad del matrimonio, el anhelo de vivir juntos, la ceremonia, los hijos… y con paso del tiempo la rutina y con la rutina la indiferencia gélida. Esa llamada de teléfono que se producía cada hora ahora se espacia en el tiempo; esas ganas de llegar pronto a casa ahora se reducen porque otras ocupaciones son más prioritarias; la preocupación del saber cómo está el otro ya ni se pregunta porque se presupone que la persona se encuentra bien y ya no se es capaz de leer lo que anida en el interior de su corazón; esas ganas de explicar las cosas ahora se convierten en silencios existenciales porque cuesta hablar ya que uno se siente cansado, agobiado por los problemas, molesto por alguna actitud del otro, ensimismado en el propio mundo; antes los dos se sentaban juntos agarrados en el mismo sofá, pero ahora cada uno se concentra en su móvil, en sus programas de televisión o en su propia luna.
La indiferencia mata el amor de manera lenta y agónica. La indiferencia destruye los sentimientos del corazón. Es como si sobre la pareja cayera una gélida capa de hielo o como si a un árbol frondoso se le cayeran todas las hojas en otoño y no volvieran a reverdecer en primavera. Si el amor surge de la comunicación afectiva, de las ganas de verse, de la ternura de los detalles, de las palabras cautivadoras y motivadoras del vocabulario cotidiano, no se puede ser feliz cuando se ama alguien que no te valora, que no te presta atención, que no pronuncia un «te quiero», que asesina poco a poco el amor robotizando la relación con la ausencia de palabras dulces, gestos delicados, miradas de complicidad, perdones sinceros, caricias tiernas, besos furtivos, tiempo robado dedicado a cosas sin importancia pero que unen sentimientos y experiencias personales...
Ninguna persona puede vivir sin recibir estímulos afectivos sinceros o mendigando sentimientos cotidianos. Al amor se le mata cuando se ignora la dicha y la bendición que Dios, en un momento determinado de nuestra vida, puso en nuestras manos.
¡Que hermoso es encontrar el amor de tu vida todos los días en la misma persona!
Ahora miro mi corazón ¿y?...

¡Sagrada Familia de Nazaret, pongo en vuestras manos todos los matrimonios del mundo, especialmente aquellos que pasan dificultades o viven en la indiferencia para que seáis vosotros el ejemplo de recogimiento, interioridad, perdón, afecto, complicidad, predisposición a la escucha, inspiración de buenas obras, generosidad, palabras amables...! ¡Enseñadnos, Sagrada Familia de Nazaret, la necesidad del trabajo de reparación, de la vida interior personal, de la oración, de la entrega generosa, de buscar lo mejor del otro, del apoyo y la entrega como don! ¡Ayudadnos a ser, Sagrada Familia de Nazaret, imagen de Cristo y de la Iglesia en la sociedad para que nuestros corazones puedan elevarse siempre hacia el Padre! ¡Iluminadnos, Sagrada Familia de Nazaret, y fortalecednos en la tarea de la formación de nuestros hijos para que sean auténticos cristianos! ¡Espíritu Santo, llena con la fuerza de tu gracia a todos los matrimonios del mundo para que no caigan en la indiferencia, en el desdén, en la rutina, en la falta de estímulos personales y espirituales, y se conviertan en auténticos hacedores de amor, de alegría y de paz! ¡Que todos los corazones de los matrimonios se unan al corazón de la Sagrada Familia de Nazaret!
Y hoy acompañamos la meditación con una canción sobre la familia:

domingo, 20 de noviembre de 2016

¡Cristo, reina en mí!

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Hoy la Iglesia celebra la fiesta de Cristo Rey. Cristo, Rey del Universo. Hoy es un día especial para todo cristiano porque el reino donde Cristo reina es el alma de todo ser humano. La tuya y la mía. La realeza de Cristo se halla en cada persona creada por Dios. Me siento conmovido solo de pensarlo. Cuando mi alma está en gracia es como si el reino de Dios viviera en mí con mayor intensidad.
Sin embargo, para ello es necesario que Dios reine en mi interior. Este Padre amoroso y misericordioso que me ha creado, me ha dado la fe, me ha acogido, me llena de gozo…
Me embarga, también, un profundo sentimiento de desazón. ¿Reina Dios verdaderamente en mi interior? Si miro en lo más profundo de mi corazón, ¿qué encuentra en él cada día Dios? Tantos defectos, tantas debilidades, tanta soberbia, tanta falta de caridad, tanta miseria moral… ¡tantos elementos negativos y tantas infidelidades que me alejan del reinado de Dios en mi interior! Por eso no puedo dejar de luchar, de resistir, de blindarme ante las tentaciones y las pruebas, de hacerme fuerte ante mi fragilidad, de ser exigente en mi cotidianeidad, de vencer los deseos de bajo fondo de mi corazón, la mediocridad de mi egoísmo y mi soberbia, la impureza de mis aspiraciones y la carencia de acciones nobles en el corazón… es este un combate diario necesario para que el reino de la verdad, la bondad y la vida reinen en mi interior.

Impulsar mi vida hacia lo trascendente. Hacia lo elevado aunque haya cosas que me empujen hacia lo bajo. Para eso Cristo vino al mundo. Para eso me trajo la Cruz, los sacramentos, las gracias sobrenaturales, la oración y los ideales del corazón.
¡Reina, Cristo Señor, en el reino de mi corazón! ¡Hazlo todos los minutos, todas las horas, todos los días! ¡Envíame tu Espíritu para no desfallecer jamás!
¡Quiero, señor, que reines en mi  corazón! ¡Pero que reines de verdad! ¡Pero antes, Señor, ayúdame a reconocer mi pequeñez, mi miseria, mis bajezas morales, mi debilidad! ¡Límpiame con la fuerza de tu Espíritu para que puedas reinar en mi interior! ¡Espíritu de Dios, dame la fuerza necesaria para batallar cada día sin desfallecer! ¡Ayúdame a ser consciente de mi pequeñez! ¡Ayúdame a sentir con pena todo aquello que me aleja de Ti, del reino de tu Padre! ¡Ayúdame a contemplar las manchas de mi corazón para poder purificarlas en el sacramento de la confesión! ¡Oh Cristo Jesús! Te reconozco como Rey del Universo porque todo lo has creado Tú, utilízame para hacer el bien! ¡Y en este día, renuevo mis promesas del Bautismo, renunciando a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y prometo vivir como buen cristiano y muy en particular me comprometo a hacer triunfar, según mis medios, los derechos de Dios y de tu Iglesia!
En este día el Santo Padre cierra la puerta Santa de la Misericordia y con ella termina el Año Jubilar, que nos ha llenado de las gracias de la misericordia y nos ha permitido reconocer en nosotros todos aquellos defectos que nos apartan de Dios y de la caridad. La puerta física está cerrada pero sigue abierta la puerta de nuestro corazón y es en él donde tienes que reinar la misericordia en todos los momentos de nuestra vida.
Los obsequios eternos del Cristo Rey, obtenido  de los Maitines del rito ordinario de Pascua para acompañar la conmemoración de hoy: